Y si te pido que te quedes para irnos tú y yo. Y si te pido que nos vayamos para quedarnos juntos. Y si no digo nada para que me entiendas y me hables con un silencio de olor a eternidad, de esa eternidad que no existe, pero que nos llena la boca para saciar el alma.
Me ha quedado un poco cursi, pero es lo que ha salido sin pensar, jajajaja.
Por cierto, que sepáis que TODOS escribimos microrelatos, por eso deberíamos presarles más atención. Cada párrafo de vuestra novela es un microrelato, cada capítulo es un relato.
Buen texto el de si se ha amado no se olvida. Es curioso que un creyente como el autor se refiera a la muerte como “la oscuridad eterna”.
Aparte de ese detalle, los sentimientos del protagonista son contradictorios, y eso lo hace, en este caso, verosimil
Eso de "la oscuridad eterna" es una frase hecha, que no es en absoluto pariente consanguínea de mis creencias. Soy cristiano católico y sevillano (los ítalos dirán romano ). Pero sólo creo en Cristo, no en su iglesia. Y no es cuestión de hacer aquí y ahora un parangón que, para mí, existe en esta aparente incongruencia, sólo diré que el Cristo en el que yo creo nació pobre y vivió pobre, y la iglesia es rica y vive rica, exageradamente rica.
Y si te pido que te quedes para irnos tú y yo. Y si te pido que nos vayamos para quedarnos juntos. Y si no digo nada para que me entiendas y me hables con un silencio de olor a eternidad, de esa eternidad que no existe, pero que nos llena la boca para saciar el alma.
Más que cursi lo veo como un refinamiento costumbrista de la sociedad en que vivimos, muy usual en todos los tiempos y épocas, quizás más en el antaño; ahora vamos más a lo práctico. Y en cuanto al relato en sí, lo breve dos veces bueno.
A primera vista no parecía un caso que pudiera despertar el
interés del inspector.
El cuerpo estaba tirado en el suelo, con un disparo en el
pecho, muy probablemente a bocajarro, a juzgar por la cantidad de sangre sobre
la mesa.
La silla enfrente de la víctima, desde donde se había
producido el disparo, estaba también tirada en el suelo. Esto indicaría que el
asesino habría actuado sin pensar, presa de la rabia. Perfecto, encontrarían
huellas por todos lados.
Había cuatro cartas ensangrentadas sobre la mesa, en el lado
de la víctima, pero junto a él, en el suelo, había una quinta, aún sobresaliendo
de la manga de una chaqueta que nadie vestiría ya en Junio. El pobre insensato
había intentado hacer trampas al tipo equivocado.
Para simplificar aún más las cosas en un caso ya por sí cristalino
a sus ojos expertos, en la mesa de aquel destartalado almacén había cuatro
manos de póker, y por lo tanto dos testigos, que habrían huido presas del
pánico. Sonrió levemente; cualquier novato que aún se marease al ver la sangre
resolvería el caso en un par de días.
Así que, cuando oyó sonar las sirenas, se limitó a dejar
caer su arma y se arrodilló con las manos en la nuca, más que resignado.
Conozco yo a dos personas entrañables. A una de ellas la conozco
mejor, es que es una de mis hijas, Patricia, y a la otra la conozco menos, pero si es
amiga de mi hija, tiene que ser buena persona: es su compañero sentimental,
Pepe. Bueno, pues resulta que un buen día decidieron visitar las Islas Griegas,
y para ello, tras otros medios de transporte desde su localidad malacitana,
cogieron un crucero. Se deleitaron durante toda la travesía con el ambiente
exquisito que reinaba entre la gente de aquel barco, pero, como todo lo que
empieza acaba, llegó la hora de regresar a su casa, cuando, oh sorpresa, de
pronto el barco se elevó suavemente hacia arriba, empujado por la testa y el
lomo de un enorme pez marino, quizás enviado por Dios, un poco bastante celosillo, para
que también visitasen su hogar: el Cielo
«Puso las flores en el pequeño jarrón. Sus primeras palabras eran tan frescas como el ramo recién comprado. Cuando terminó de poner cada tallo en su lugar preciso para conseguir un conjunto armónico de colores, la armonía cromática de su discurso se oscureció. La charla vanal dio paso a las preguntas que nunca le había hecho, pero que llevaban tiempo haciendo cola para salir. El miedo a las respuestas les había cortado el paso, pero ya no había razón para seguir callada.
Cuando se dio cuenta de su tono de voz, miró alrededor para asegurarse de que nadie podía escucharla. Buscó en su pequeño bolso, uno de los que él le había regalado, y sacó un pañuelo de papel para mantener secas sus mejillas sin mover apenas las gafas de sol.
Cada pregunta iba seguida de un breve silencio porque ella no dejaba pasar mucho tiempo entre una interrogación y la siguiente. No escuchaba lo que él tenía que decir, porque no podía escuchar a los muertos.
¿Y su esposo? Aun la
remota posibilidad de que no esté informado de nuestras relaciones amorosas de diez años
atrás se enterará ahora. Pero, en un principio, sin
importarme los sentimientos que él aliente, que ignoro y que ni siquiera me
importan, no puede impedir que nos veamos. Después de todo, él es un hombre
acostumbrado a tener lo mejor y, en ese terreno, sin modestia, soy el número
uno. Lola es dos años más joven que yo: tiene cuarenta, y, a juzgar por las fotos recientes en periódicos y revistas, sigue
siendo una mujer bellísima. Está radiante. Demasiado llena de vida para estar
tan gravemente enferma. Para mí, representa la quinta esencia de la fuerza
vital
Mi abuela la del pueblo era medio analfabeta. En un lugar donde lo cotidiano era un
lujo, no había tenido tiempo para pararse en algo que no quitaba el hambre.
Pero era muy inteligente, y, como me quería mucho, que me dejó su hermoso legado antes de
irse: que se aprende más escuchando que hablando, que el respeto y la
educación abren más puertas que el mismísimo dinero, que una sonrisa te hace
más atractivo ante los demás que cualquier prenda de vestir de marca, o el mejor corte de
pelo en una peluquería de lujo, que la actitud nos define, nos acerca o nos
aleja de los demás, que el amor se siente, no se elige…
MICRORRELATOS
El gozo de amar
Tal vez el Amor no sea para todas las
personas en general un sentimiento puro, delicado. Para mí sí. Me resulta
difícil llegar a la convicción de que los libros mientan venturas amorosas, que
las confidencias entre los amigos sean fraudulentas, y es por esto, que tengo
que admitir que sí, que existe el gozo de amar que jamás he conocido. He
llevado mi amor atormentadamente, como un cáustico cilicio de fuego y amargura.
He amado con todo lo que hay en mí de sórdido y de elevado, a ras de tierra y
altamente, pero también he odiado de la misma forma; un círculo de amor y odio
como una soga de fuego pendiendo del cuello
Tal vez el Amor no sea para todas las
personas en general un sentimiento puro, delicado. Para mí sí. Me resulta
difícil llegar a la convicción de que los libros mientan venturas amorosas, que
las confidencias entre los amigos sean fraudulentas, y es por esto, que tengo
que admitir que sí, que existe el gozo de amar que jamás he conocido. He
llevado mi amor atormentadamente, como un cáustico cilicio de fuego y amargura.
He amado con todo lo que hay en mí de sórdido y de elevado, a ras de tierra y
altamente, pero también he odiado de la misma forma; un círculo de amor y odio
como una soga de fuego pendiendo del cuello
Luisa
era una mujer de 36 años, atractiva, y hasta guapa. Tenía un cutis moreno y unos bellos ojos
verdes, peligrosamente soñadores. Sus pómulos, que sobresalían más de lo
normal, daban a la cara un cierto hechizo salvaje. Vestía con cierto esmero, y
el “toque” disimulaba lo ajado de la indumentaria. Su esposo, de baja estatura,
bruto y grosero, llevaba siempre toda su ropa sucia de manchas y cenizas, le
apestaba el sudor y sus hombros raramente no estaban nevados; había en él bastante
de repulsivo, pero a su mujer, esas “nimias simplezas”, no parecían
preocuparla. Ella lo único que quería era codearse con gente importante a costa de lo
que fuese, por encima incluso de su matrimonio, dispuesta a todo estaba…
Dos almas perdidas llegan a conocerse por cosas del destino. Él, marginado por la sociedad debido a su raza; ella, una paria dentro de su distinguida familia por pensar distinto. El asiático discriminado y la dama caída en desgracia, distintos en apariencia, pero tan similares en gustos, terminan formando una unión forjada por la pasión, las ganas de vivir y el deseo inherente de hacer una vida, lejos de las normas que dicta la sociedad.
Una chica, inocente, pura y sin guía de como funciona el mundo que la rodea, se cruza en el camino de esta pareja no tan dispareja. Su inocencia la hace presa fácil de los avances de sus dos nuevos amigos, quienes no pierden tiempo en introducirla en su mundo alejado de las normas que imperan en la sociedad en que viven. La chica inocente no tarda en rendirse a las enseñanzas de sus maestros, hasta que la pareja se vuelve trío y su pureza es reemplazada por la malicia inculcada, que la lleva a disfrutar del placer de pensar y actuar distinto.
Y aunque para muchos el trío sea visto como un grupo de locos y degenerados, a ellos solo les importa ser felices como son, y dejar vivir a los demás, para estar en paz con el mundo que los rodea.
PS: Les debo la imagen porque todas las que encontré tenían un fuerte contenido erótico y, no quisiera que me sancionaran, así que les dejo con la idea.
Dos almas perdidas llegan a conocerse por cosas del destino. Él, marginado por la sociedad debido a su raza; ella, una paria dentro de su distinguida familia por pensar distinto. El asiático discriminado y la dama caída en desgracia, distintos en apariencia, pero tan similares en gustos, terminan formando una unión forjada por la pasión, las ganas de vivir y el deseo inherente de hacer una vida, lejos de las normas que dicta la sociedad.
Una chica, inocente, pura y sin guía de como funciona el mundo que la rodea, se cruza en el camino de esta pareja no tan dispareja. Su inocencia la hace presa fácil de los avances de sus dos nuevos amigos, quienes no pierden tiempo en introducirla en su mundo alejado de las normas que imperan en la sociedad en que viven. La chica inocente no tarda en rendirse a las enseñanzas de sus maestros, hasta que la pareja se vuelve trío y su pureza es reemplazada por la malicia inculcada, que la lleva a disfrutar del placer de pensar y actuar distinto.
Y aunque para muchos el trío sea visto como un grupo de locos y degenerados, a ellos solo les importa ser felices como son, y dejar vivir a los demás, para estar en paz con el mundo que los rodea.
PS: Les debo la imagen porque todas las que encontré tenían un fuerte contenido erótico y, no quisiera que me sancionaran, así que les dejo con la idea.
Muy sutil tu relato, explícito pero sin pasarte un gramo
A ver si alguna de estas imágenes encaja en tu historia...
«Puso las flores en el pequeño jarrón. Sus primeras palabras eran tan frescas como el ramo recién comprado. Cuando terminó de poner cada tallo en su lugar preciso para conseguir un conjunto armónico de colores, la armonía cromática de su discurso se oscureció. La charla vanal dio paso a las preguntas que nunca le había hecho, pero que llevaban tiempo haciendo cola para salir. El miedo a las respuestas les había cortado el paso, pero ya no había razón para seguir callada.
Cuando se dio cuenta de su tono de voz, miró alrededor para asegurarse de que nadie podía escucharla. Buscó en su pequeño bolso, uno de los que él le había regalado, y sacó un pañuelo de papel para mantener secas sus mejillas sin mover apenas las gafas de sol.
Cada pregunta iba seguida de un breve silencio porque ella no dejaba pasar mucho tiempo entre una interrogación y la siguiente. No escuchaba lo que él tenía que decir, porque no podía escuchar a los muertos.
Jo, un pelín macabro este relato, pero bien redactado. En los previos preparativos, me ha gustado sobremanera la parsimonia en la ceremonia, más propia de mujer, tu caso, señora escritora Isabel.
No soy de esos que gustan "refregar" algún error gramatical, como, por ejemplo en este caso, "vanal", que lo achaco más a la vecindad inmediata de la "v" y la "b" en el teclado, y los dedos a veces también nos juegan malas pasadas.
Tu granito de arena en este hilo de los "microrrelatos", ha sido en realidad un grano gordote
Las
esposas de las autoridades de aquel pueblo eran, para mí, mujeres sin relieve. Sus
mundos y con ellos sus inquietudes, se reducían al precio de los comestibles, las
diabluras y las dolencias de sus hijos, el clima, la ropa, y ya. Si lo había
habido alguna vez, estaba ya soterrado el recuerdo de los ardientes años de la
juventud, la quimera del amor… Eran mujeres tristes, resignadas, abrumada por
el peso de la realidad prosaica, los achaques, los cuidados caseros, el tejido
adiposo… Y las chicas solteras no eran diferentes. Pepa, y la hija de un
ricachón del pueblo, Isa, tenían 20 años, guapas y con buenas hechuras:
risueñas, de palabra vivaz, pero insustancial, que iba del tópico manido a la
insinuación más pueril. Pero daba la sensación de que veían esto sólo útil para
pescar novio, algo que olvidarían después de convertirse en lo que sea que
llegaran a ser el día de mañana. Y con los años, su ansia espiritual se alimentaría de alguna
adocenada gaceta de modas, algún engendro literario, o al argumento de la última
película de cine. Me sorprendía que devorasen libros de ínclitos escritores,
pero las expectativas de sus autores resbalaban sobre las mentes mediocres de
las lectoras, y sus comentarios se limitaban a esos simples y casi despectivos, sí, está bien, bonito, feo, ameno, entretenido, soso…
Las mujeres iban detrás de nosotros. Sus hijos correteaban
bajo la custodia de las tatas, pero, de repente, se aproximaban al grupo de mujeres, y entonces el aire se
llenaba de sonrisas, abrazos, besos, y todo ello junto rebotaba en el cristal
de la noche. Mientras, Luis y los otros amigos hablaban de fútbol, de toros, de
quisicosas locales. Yo no les prestaba atención. Sólo estaba pendiente de oír a
mis espaldas la voz de Manuela; lejana sí, pero retrocedía unos pasos para oírla
mejor. Su voz se mezclaba con los cantos agudos de los grillos, y sus risas
parecían olas de un arroyo calmado por el viento. Llevaba mis oídos tan atentos que
podía oír el deslizamiento de los incestos entre las ásperas pelambreras de los
rastrojos. Dominaba el ruido de sus pasos, el del los movimientos de su falda... y,
de pronto, me sentía saturado de puntos luminosos, como si fuera una réplica exacta
del firmamento. Porque el firmamento debe ser la cabeza de Dios, si es verdad que Dios
existe. Pero Éste es Punto y Aparte, por lo que no quiero hablar ahora sobre Él
para no extrapolarme. Sólo puedo decir por el momento que tengo mis propias creencias
María Antonia
era una mujer corriente, de acuerdo, pero una mujer extraordinaria. Y yo no
debía descalificarla y pensar que era justo lo que hacía. Se había casado trece
años atrás: seis hijos y tres abortos. Entre sonrisas ribeteadas de amargura, nos contaba que, aprovechando las contadas ocasiones en que no estaba embarazada, su marido
quería llevarla a Sevilla, para echar el día, divertirse un poco. Ella se negaba a ir sin su patulea de hijos.
Él se enojaba, pero enseguida sonreía y le decía: “vale, arréglalos”. Entonces se entregaba afanosa a la tarea y era
encomiable acicalar a tantos críos en tan poco tiempo. Cuando, por fin, llegaban
a la parada, el autobús había partido ya. “Otra día será”, decía, resignada. Pero su
marido cogía unos cabreos descomunales. Y siempre que se presentaba una
oportunidad así, los resultados eran los mismos
Y
los números del calendario iban cayendo con una rapidez alarmante. Me dolían
los nervios de ansiedad, de impaciencia. Permanentemente tenía la sensación de
estar perdiéndome algo irrecuperable: horas de felicidad. Una de aquellas
tardes estuve a punto de aparecer por su casa, sin ninguna razón aparente, para
obligarla a escucharme lo que tenía que decirle. ¿Y qué era lo que tenía que
decirle que ella estuviese dispuesta a escucharme? Pero un resto de cordura
apareció, no sé de dónde, en mi crítico estado de desasosiego, y me comunicó
que esta medida heroica podría resultar contraproducente
Salí
aquella noche de la casa de mi novia y empecé a caminar. Desemboqué en la
plaza. La gente del pueblo estaría cenando. No encontré a nadie en el trayecto
hacia mi calle. No había Luna. El negro río de la noche arrastraba un caudal
pobre de estrellas. De los soportales. salía un halo de luz mugrienta. La
calleja que conducía hasta mi casa estaba muy oscura. A lo lejos ardía su única
bombilla. Seguía avanzando con pasos firmes. Las calles que iba dejando atrás,
parecían enviarme un efluvio de inquietud. Pero, en realidad, tenía más
curiosidad que miedo. A la puerta de mi casa, dos tipos aguardaban. Los
reconocí enseguida: uno era el chico que pretendía a toda costa a mi novia, y el otro era su hermano. Me
armé de valor
Mi rectitud la tomaban los numerosos malsines de aquel poblachón como una farsa.
Creían que todos éramos lobos de una misma camada; y no estaban equivocados:
¡lo éramos! En cambio, a Beatriz, hasta los previos episodios que daban lugar, primero a
nuestras relaciones cordiales, y después amorosas, la veían como alguien invulnerable. Pero uno de aquellos
turbulentos días, la piedra gruesa del escándalo golpeó de lleno el cuerpo de Beatriz, y
sonó a hueco; hueco y bronco como un timbal de guerra, que anunciaba, por fin,
la hora del ataque
Jo, un pelín macabro este relato, pero bien redactado. En los previos preparativos, me ha gustado sobremanera la parsimonia en la ceremonia, más propia de mujer, tu caso, señora escritora Isabel.
No soy de esos que gustan "refregar" algún error gramatical, como, por ejemplo en este caso, "vanal", que lo achaco más a la vecindad inmediata de la "v" y la "b" en el teclado, y los dedos a veces también nos juegan malas pasadas.
Tu granito de arena en este hilo de los "microrrelatos", ha sido en realidad un grano gordote
Saludos
Muchas gracias, Cehi. Lo de "vanal" ¡no ha sido un error! Qué vergüenza, jajajaja. Fíjate que siempre he pensado que era con V. Creo que lo confundo con "vano" (no en vano...). Muchas gracias por el apunte porque he aprendido algo y no volveré a cometer ese error en público
Intento leer todos los microrrelatos, pero es que ni siquiera estoy entrando en el foro; no tengo tiempo. Lo siento mucho.
En
las tertulias vespertinas en la casa del alcalde, a las que yo acudía regularmente, tenía la
oportunidad de escuchar a cada momento hacer un panegírico de la joven maestra; la alababan
hasta la saciedad. Pero antes, inmediatamente después de almorzar, me iba al casino del pueblo.
Allí se jugaba a casi todo, incluso hasta con puestas crecidas. Yo no jugaba, sólo
miraba. Me divertía observar los diferentes ardides que usaban todos los jugadores. Por
supuesto, ¡faltaría más!, largar sobre la guapa maestra era casi obligado; siempre salía a la palestra, entre sonrisas maliciosas, guiños alusivos y frases hirientes. Tenía que hacer un esfuerzo para no liarme a golpes contra
aquellos palurdos. Y así se producía día tras día, invariablemente
El desengaño de mi atrevida pero decidida intervención
no me sirvió de escarmiento. No soy yo un hombre que sepa andarse con paños
calientes, y aquel revés era el principio de un montón más que me acarreó no
pocos contratiempos. De nada sirvió que mi esposa y mis dos hijos mayores apelaran
a mi cordura. Sinceramente, sin hipocresías, ni sinuosidades, y, por supuesto,
sin tolerancia, abortaba todos los abusos de poder del dueño de la fábrica,
y me volvía iracundo contra todas sus injusticias. Mi situación llegó a hacerse
insostenible, sólo la soportaba por salvar los puestos de trabajo de mis compañeros,
pero a costa de un derroche de energías
Paseaba un hombre mayor por 'el pulmón verde de Sevilla', el parque de María Luisa, pensando; “seguro que serán los años que llevo a cuestas ya, pero ahora he bajado el volumen de lo que escucho y el subido el tono de lo que siento. Me estremecen un amanecer y un atardecer, el sorbo de un buen café, una fría cerveza Cruzcampo, un buen vino de Jerez, una grata compañía femenina, una buena copla de amar y querer, el abrasador calor de una mirada de mujer, el magnánimo poder de un beso. Sí, serán los años, pero en este momento veo la vida tan bella como es”.
De
no haber ocurrido los graves hechos que determinaron mi salida del pueblo,
hubieran terminado por echarme. Pensé en lo que me había dicho mi anterior
colega, antes de irse de su cargo de médico, sobre las mentiras y las intrigas
que podía urdir la caciquería para herir la sensibilidad ajena. Pero, en modo
alguno haré aquí un latoso relato de sus permanentes impertinencias, de las
disputas que tuve con ella, y de las diferencias que nos separaban. Sólo diré
que mi vida de relación acabó por circunscribirse a los funcionarios, y entre
ellos, aquellos que eran “aves de paso”, porque los nativos y los que habían
decidido quedarse de por vida, decidieron unirse al partido de los ricachones
del pueblo. Sólo mi enfermera, con su siempre sutil ductilidad, me brindó hasta
el último momento, aunque con sus prevenciones y reservas, su compañía. Pero
bajo su actitud cautelosa corría la vena de un afecto leal y sincero, el cual
no podía ejercerlo abiertamente porque estaba sometida a las circunstancias,
pero no todas las circunstancias eran achacables a mi presencia allí
Sólo llevo escrito unas pocas líneas y veo y lo
difícil que resulta hablar de uno mismo. Pienso que el hombre adopta ante sus
avatares una de estas dos actitudes: o aligera el fardo de sus culpas, pasando
a pies puntillas, cándidamente, sobre sus peripecias, con un cierto
determinismo cómico, o se vuelca en sus errores con torpe complacencia, y en
una y en otra, disfrazado de cordero, o haciendo trofeo de sus propias
miserias, parece llevar oculto, bajo el faldellín de su conciencia, como un
denominador común, el anatema bíblico “Vanitas Vanitatis”. Siempre he sido
sincero, pero la sinceridad sólo me ha granjeado fama de tosco; lo que en
realidad soy: un hombre con cierta cultura, pero que prescinde de toda
influencia libresca cuando rebosa en él, o cuando acude al fondo primitivo de sus
sentimientos. Además de todo eso, me han acusado de impúdico. Y con razón. No comulgo
con los prejuicios con los que se disfraza la sociedad. ¡Los detesto! En ellos
naufraga todo impulso noble y se empequeñece, se quiebra y afemina todo gesto
viril. Siempre me muestro desnudo y, por eso, vulnerable, a merced del primer
mercachifle de la cortesía y las buenas formas que se presenta
Comentarios
Por cierto, que sepáis que TODOS escribimos microrelatos, por eso deberíamos presarles más atención. Cada párrafo de vuestra novela es un microrelato, cada capítulo es un relato.
Eso de "la oscuridad eterna" es una frase hecha, que no es en absoluto pariente consanguínea de mis creencias. Soy cristiano católico y sevillano (los ítalos dirán romano ). Pero sólo creo en Cristo, no en su iglesia. Y no es cuestión de hacer aquí y ahora un parangón que, para mí, existe en esta aparente incongruencia, sólo diré que el Cristo en el que yo creo nació pobre y vivió pobre, y la iglesia es rica y vive rica, exageradamente rica.
Más que cursi lo veo como un refinamiento costumbrista de la sociedad en que vivimos, muy usual en todos los tiempos y épocas, quizás más en el antaño; ahora vamos más a lo práctico. Y en cuanto al relato en sí, lo breve dos veces bueno.
Como los bang bang de Chicago. Me ha gustado
MICRORRELATOS
Del crucero al Cielo
Conozco yo a dos personas entrañables. A una de ellas la conozco mejor, es que es una de mis hijas, Patricia, y a la otra la conozco menos, pero si es amiga de mi hija, tiene que ser buena persona: es su compañero sentimental, Pepe. Bueno, pues resulta que un buen día decidieron visitar las Islas Griegas, y para ello, tras otros medios de transporte desde su localidad malacitana, cogieron un crucero. Se deleitaron durante toda la travesía con el ambiente exquisito que reinaba entre la gente de aquel barco, pero, como todo lo que empieza acaba, llegó la hora de regresar a su casa, cuando, oh sorpresa, de pronto el barco se elevó suavemente hacia arriba, empujado por la testa y el lomo de un enorme pez marino, quizás enviado por Dios, un poco bastante celosillo, para que también visitasen su hogar: el Cielo
Cuando se dio cuenta de su tono de voz, miró alrededor para asegurarse de que nadie podía escucharla. Buscó en su pequeño bolso, uno de los que él le había regalado, y sacó un pañuelo de papel para mantener secas sus mejillas sin mover apenas las gafas de sol.
Cada pregunta iba seguida de un breve silencio porque ella no dejaba pasar mucho tiempo entre una interrogación y la siguiente. No escuchaba lo que él tenía que decir, porque no podía escuchar a los muertos.
MICRORRELATOS
Lola
¿Y su esposo? Aun la remota posibilidad de que no esté informado de nuestras relaciones amorosas de diez años atrás se enterará ahora. Pero, en un principio, sin importarme los sentimientos que él aliente, que ignoro y que ni siquiera me importan, no puede impedir que nos veamos. Después de todo, él es un hombre acostumbrado a tener lo mejor y, en ese terreno, sin modestia, soy el número uno. Lola es dos años más joven que yo: tiene cuarenta, y, a juzgar por las fotos recientes en periódicos y revistas, sigue siendo una mujer bellísima. Está radiante. Demasiado llena de vida para estar tan gravemente enferma. Para mí, representa la quinta esencia de la fuerza vital
MICRORRELATOS
Hermoso legado de mi abuela
Mi abuela la del pueblo era medio analfabeta. En un lugar donde lo cotidiano era un lujo, no había tenido tiempo para pararse en algo que no quitaba el hambre. Pero era muy inteligente, y, como me quería mucho, que me dejó su hermoso legado antes de irse: que se aprende más escuchando que hablando, que el respeto y la educación abren más puertas que el mismísimo dinero, que una sonrisa te hace más atractivo ante los demás que cualquier prenda de vestir de marca, o el mejor corte de pelo en una peluquería de lujo, que la actitud nos define, nos acerca o nos aleja de los demás, que el amor se siente, no se elige…
MICRORRELATOS El gozo de amar Tal vez el Amor no sea para todas las personas en general un sentimiento puro, delicado. Para mí sí. Me resulta difícil llegar a la convicción de que los libros mientan venturas amorosas, que las confidencias entre los amigos sean fraudulentas, y es por esto, que tengo que admitir que sí, que existe el gozo de amar que jamás he conocido. He llevado mi amor atormentadamente, como un cáustico cilicio de fuego y amargura. He amado con todo lo que hay en mí de sórdido y de elevado, a ras de tierra y altamente, pero también he odiado de la misma forma; un círculo de amor y odio como una soga de fuego pendiendo del cuello
Estéticamente, mejor así...
MICRORRELATOS
El gozo de amar
Tal vez el Amor no sea para todas las personas en general un sentimiento puro, delicado. Para mí sí. Me resulta difícil llegar a la convicción de que los libros mientan venturas amorosas, que las confidencias entre los amigos sean fraudulentas, y es por esto, que tengo que admitir que sí, que existe el gozo de amar que jamás he conocido. He llevado mi amor atormentadamente, como un cáustico cilicio de fuego y amargura. He amado con todo lo que hay en mí de sórdido y de elevado, a ras de tierra y altamente, pero también he odiado de la misma forma; un círculo de amor y odio como una soga de fuego pendiendo del cuello
MICRORRELATOS
Luisa, la pescadera
Luisa era una mujer de 36 años, atractiva, y hasta guapa. Tenía un cutis moreno y unos bellos ojos verdes, peligrosamente soñadores. Sus pómulos, que sobresalían más de lo normal, daban a la cara un cierto hechizo salvaje. Vestía con cierto esmero, y el “toque” disimulaba lo ajado de la indumentaria. Su esposo, de baja estatura, bruto y grosero, llevaba siempre toda su ropa sucia de manchas y cenizas, le apestaba el sudor y sus hombros raramente no estaban nevados; había en él bastante de repulsivo, pero a su mujer, esas “nimias simplezas”, no parecían preocuparla. Ella lo único que quería era codearse con gente importante a costa de lo que fuese, por encima incluso de su matrimonio, dispuesta a todo estaba…
Dos almas perdidas llegan a conocerse por cosas del destino. Él, marginado por la sociedad debido a su raza; ella, una paria dentro de su distinguida familia por pensar distinto. El asiático discriminado y la dama caída en desgracia, distintos en apariencia, pero tan similares en gustos, terminan formando una unión forjada por la pasión, las ganas de vivir y el deseo inherente de hacer una vida, lejos de las normas que dicta la sociedad.
Una chica, inocente, pura y sin guía de como funciona el mundo que la rodea, se cruza en el camino de esta pareja no tan dispareja. Su inocencia la hace presa fácil de los avances de sus dos nuevos amigos, quienes no pierden tiempo en introducirla en su mundo alejado de las normas que imperan en la sociedad en que viven. La chica inocente no tarda en rendirse a las enseñanzas de sus maestros, hasta que la pareja se vuelve trío y su pureza es reemplazada por la malicia inculcada, que la lleva a disfrutar del placer de pensar y actuar distinto.
Y aunque para muchos el trío sea visto como un grupo de locos y degenerados, a ellos solo les importa ser felices como son, y dejar vivir a los demás, para estar en paz con el mundo que los rodea.
PS: Les debo la imagen porque todas las que encontré tenían un fuerte contenido erótico y, no quisiera que me sancionaran, así que les dejo con la idea.
Muy sutil tu relato, explícito pero sin pasarte un gramo
A ver si alguna de estas imágenes encaja en tu historia...
Me quedo con la tres. Es la que más se acerca a como lucen los personajes de esa historia.
Jo, un pelín macabro este relato, pero bien redactado. En los previos preparativos, me ha gustado sobremanera la parsimonia en la ceremonia, más propia de mujer, tu caso, señora escritora Isabel.
No soy de esos que gustan "refregar" algún error gramatical, como, por ejemplo en este caso, "vanal", que lo achaco más a la vecindad inmediata de la "v" y la "b" en el teclado, y los dedos a veces también nos juegan malas pasadas.
Tu granito de arena en este hilo de los "microrrelatos", ha sido en realidad un grano gordote
Saludos
MICRORRELATOS
Las señoras esposas
Las esposas de las autoridades de aquel pueblo eran, para mí, mujeres sin relieve. Sus mundos y con ellos sus inquietudes, se reducían al precio de los comestibles, las diabluras y las dolencias de sus hijos, el clima, la ropa, y ya. Si lo había habido alguna vez, estaba ya soterrado el recuerdo de los ardientes años de la juventud, la quimera del amor… Eran mujeres tristes, resignadas, abrumada por el peso de la realidad prosaica, los achaques, los cuidados caseros, el tejido adiposo… Y las chicas solteras no eran diferentes. Pepa, y la hija de un ricachón del pueblo, Isa, tenían 20 años, guapas y con buenas hechuras: risueñas, de palabra vivaz, pero insustancial, que iba del tópico manido a la insinuación más pueril. Pero daba la sensación de que veían esto sólo útil para pescar novio, algo que olvidarían después de convertirse en lo que sea que llegaran a ser el día de mañana. Y con los años, su ansia espiritual se alimentaría de alguna adocenada gaceta de modas, algún engendro literario, o al argumento de la última película de cine. Me sorprendía que devorasen libros de ínclitos escritores, pero las expectativas de sus autores resbalaban sobre las mentes mediocres de las lectoras, y sus comentarios se limitaban a esos simples y casi despectivos, sí, está bien, bonito, feo, ameno, entretenido, soso…
MICRORRELATOS
Mi amor imposible: Manuela
Las mujeres iban detrás de nosotros. Sus hijos correteaban bajo la custodia de las tatas, pero, de repente, se aproximaban al grupo de mujeres, y entonces el aire se llenaba de sonrisas, abrazos, besos, y todo ello junto rebotaba en el cristal de la noche. Mientras, Luis y los otros amigos hablaban de fútbol, de toros, de quisicosas locales. Yo no les prestaba atención. Sólo estaba pendiente de oír a mis espaldas la voz de Manuela; lejana sí, pero retrocedía unos pasos para oírla mejor. Su voz se mezclaba con los cantos agudos de los grillos, y sus risas parecían olas de un arroyo calmado por el viento. Llevaba mis oídos tan atentos que podía oír el deslizamiento de los incestos entre las ásperas pelambreras de los rastrojos. Dominaba el ruido de sus pasos, el del los movimientos de su falda... y, de pronto, me sentía saturado de puntos luminosos, como si fuera una réplica exacta del firmamento. Porque el firmamento debe ser la cabeza de Dios, si es verdad que Dios existe. Pero Éste es Punto y Aparte, por lo que no quiero hablar ahora sobre Él para no extrapolarme. Sólo puedo decir por el momento que tengo mis propias creencias
MICRORRELATOS
María Antonia
María Antonia era una mujer corriente, de acuerdo, pero una mujer extraordinaria. Y yo no debía descalificarla y pensar que era justo lo que hacía. Se había casado trece años atrás: seis hijos y tres abortos. Entre sonrisas ribeteadas de amargura, nos contaba que, aprovechando las contadas ocasiones en que no estaba embarazada, su marido quería llevarla a Sevilla, para echar el día, divertirse un poco. Ella se negaba a ir sin su patulea de hijos. Él se enojaba, pero enseguida sonreía y le decía: “vale, arréglalos”. Entonces se entregaba afanosa a la tarea y era encomiable acicalar a tantos críos en tan poco tiempo. Cuando, por fin, llegaban a la parada, el autobús había partido ya. “Otra día será”, decía, resignada. Pero su marido cogía unos cabreos descomunales. Y siempre que se presentaba una oportunidad así, los resultados eran los mismos
MICRORRELATOS
Enamorado no correspondido
Y los números del calendario iban cayendo con una rapidez alarmante. Me dolían los nervios de ansiedad, de impaciencia. Permanentemente tenía la sensación de estar perdiéndome algo irrecuperable: horas de felicidad. Una de aquellas tardes estuve a punto de aparecer por su casa, sin ninguna razón aparente, para obligarla a escucharme lo que tenía que decirle. ¿Y qué era lo que tenía que decirle que ella estuviese dispuesta a escucharme? Pero un resto de cordura apareció, no sé de dónde, en mi crítico estado de desasosiego, y me comunicó que esta medida heroica podría resultar contraproducente
MICRORRELATOS
Cita con la muerte
Salí aquella noche de la casa de mi novia y empecé a caminar. Desemboqué en la plaza. La gente del pueblo estaría cenando. No encontré a nadie en el trayecto hacia mi calle. No había Luna. El negro río de la noche arrastraba un caudal pobre de estrellas. De los soportales. salía un halo de luz mugrienta. La calleja que conducía hasta mi casa estaba muy oscura. A lo lejos ardía su única bombilla. Seguía avanzando con pasos firmes. Las calles que iba dejando atrás, parecían enviarme un efluvio de inquietud. Pero, en realidad, tenía más curiosidad que miedo. A la puerta de mi casa, dos tipos aguardaban. Los reconocí enseguida: uno era el chico que pretendía a toda costa a mi novia, y el otro era su hermano. Me armé de valor
MICRORRELATOS
Los malsines del pueblo
Mi rectitud la tomaban los numerosos malsines de aquel poblachón como una farsa. Creían que todos éramos lobos de una misma camada; y no estaban equivocados: ¡lo éramos! En cambio, a Beatriz, hasta los previos episodios que daban lugar, primero a nuestras relaciones cordiales, y después amorosas, la veían como alguien invulnerable. Pero uno de aquellos turbulentos días, la piedra gruesa del escándalo golpeó de lleno el cuerpo de Beatriz, y sonó a hueco; hueco y bronco como un timbal de guerra, que anunciaba, por fin, la hora del ataque
Intento leer todos los microrrelatos, pero es que ni siquiera estoy entrando en el foro; no tengo tiempo. Lo siento mucho.
Isabel (Texas) dijo...
Muchas gracias, Cehi.
Antonio es el nombre que pusieron mis padres, en honor al nombre de mi por siempre querida y añorada madre
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Aquellos pueblerinos
En las tertulias vespertinas en la casa del alcalde, a las que yo acudía regularmente, tenía la oportunidad de escuchar a cada momento hacer un panegírico de la joven maestra; la alababan hasta la saciedad. Pero antes, inmediatamente después de almorzar, me iba al casino del pueblo. Allí se jugaba a casi todo, incluso hasta con puestas crecidas. Yo no jugaba, sólo miraba. Me divertía observar los diferentes ardides que usaban todos los jugadores. Por supuesto, ¡faltaría más!, largar sobre la guapa maestra era casi obligado; siempre salía a la palestra, entre sonrisas maliciosas, guiños alusivos y frases hirientes. Tenía que hacer un esfuerzo para no liarme a golpes contra aquellos palurdos. Y así se producía día tras día, invariablemente
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El defensor de los empleados
El desengaño de mi atrevida pero decidida intervención no me sirvió de escarmiento. No soy yo un hombre que sepa andarse con paños calientes, y aquel revés era el principio de un montón más que me acarreó no pocos contratiempos. De nada sirvió que mi esposa y mis dos hijos mayores apelaran a mi cordura. Sinceramente, sin hipocresías, ni sinuosidades, y, por supuesto, sin tolerancia, abortaba todos los abusos de poder del dueño de la fábrica, y me volvía iracundo contra todas sus injusticias. Mi situación llegó a hacerse insostenible, sólo la soportaba por salvar los puestos de trabajo de mis compañeros, pero a costa de un derroche de energías
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Solo en el parque
Paseaba un hombre mayor por 'el pulmón verde de Sevilla', el parque de María Luisa, pensando; “seguro que serán los años que llevo a cuestas ya, pero ahora he bajado el volumen de lo que escucho y el subido el tono de lo que siento. Me estremecen un amanecer y un atardecer, el sorbo de un buen café, una fría cerveza Cruzcampo, un buen vino de Jerez, una grata compañía femenina, una buena copla de amar y querer, el abrasador calor de una mirada de mujer, el magnánimo poder de un beso. Sí, serán los años, pero en este momento veo la vida tan bella como es”.
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Médico de ciudad en pueblo
De no haber ocurrido los graves hechos que determinaron mi salida del pueblo, hubieran terminado por echarme. Pensé en lo que me había dicho mi anterior colega, antes de irse de su cargo de médico, sobre las mentiras y las intrigas que podía urdir la caciquería para herir la sensibilidad ajena. Pero, en modo alguno haré aquí un latoso relato de sus permanentes impertinencias, de las disputas que tuve con ella, y de las diferencias que nos separaban. Sólo diré que mi vida de relación acabó por circunscribirse a los funcionarios, y entre ellos, aquellos que eran “aves de paso”, porque los nativos y los que habían decidido quedarse de por vida, decidieron unirse al partido de los ricachones del pueblo. Sólo mi enfermera, con su siempre sutil ductilidad, me brindó hasta el último momento, aunque con sus prevenciones y reservas, su compañía. Pero bajo su actitud cautelosa corría la vena de un afecto leal y sincero, el cual no podía ejercerlo abiertamente porque estaba sometida a las circunstancias, pero no todas las circunstancias eran achacables a mi presencia allí
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Hablar de uno mismo
Sólo llevo escrito unas pocas líneas y veo y lo difícil que resulta hablar de uno mismo. Pienso que el hombre adopta ante sus avatares una de estas dos actitudes: o aligera el fardo de sus culpas, pasando a pies puntillas, cándidamente, sobre sus peripecias, con un cierto determinismo cómico, o se vuelca en sus errores con torpe complacencia, y en una y en otra, disfrazado de cordero, o haciendo trofeo de sus propias miserias, parece llevar oculto, bajo el faldellín de su conciencia, como un denominador común, el anatema bíblico “Vanitas Vanitatis”. Siempre he sido sincero, pero la sinceridad sólo me ha granjeado fama de tosco; lo que en realidad soy: un hombre con cierta cultura, pero que prescinde de toda influencia libresca cuando rebosa en él, o cuando acude al fondo primitivo de sus sentimientos. Además de todo eso, me han acusado de impúdico. Y con razón. No comulgo con los prejuicios con los que se disfraza la sociedad. ¡Los detesto! En ellos naufraga todo impulso noble y se empequeñece, se quiebra y afemina todo gesto viril. Siempre me muestro desnudo y, por eso, vulnerable, a merced del primer mercachifle de la cortesía y las buenas formas que se presenta