Siento lo de tu hijo Antonio, yo no he pasado por eso, pero te entiendo bastante bien. Por desgracia yo soy huérfana desde los 16 (tengo 27), y perder a alguien tan cercano es duro. Mucho ánimo. Y por el hilo no os preocupéis, me gusta veros charlar. Un saludo a los dos.
Muchas gracias, Inma, eres muy amable. Y yo siento que siendo casi una niña quedases ya huérfana. A veces te da por pensar que hemos venido a esta vida nada más que para sufrir, porque alegrías, pocas te da, Así que uno mismo tiene que buscarlas como sea, como si fueras un buscador de oro o un marisquero buscando percebes, que ambos pasan, antes de lograr sus propósitos si es que lo llegan a conseguir, un montón de calamidades.
Una de las secuelas que me ha dejado el luctuoso suceso es un insomnio crónico; y, en el mejor de los casos, tengo el sueño cambiado. ¿A mi favor? Casi nada, pero, al menos, estoy jubilado, lo que quiere decir que no tengo obligaciones perentorias de trabajo fuera de casa. ¿En qué empleo mi mucho tiempo libre? Pues básicamente en leer y escribir, además de hacer algo de marquetería. Mis hijos y mis nietos mayores están pendientes de mí, pero con esto del "encierro covid", no los veo desde que empezó. Hablo a diario con ellos, además del WhatSapp. Detesto hablar a través de cámara porque soy muy sentimental y seguro que lloraría.
Nevaba. Una mujer, harapienta y
desnutrida, pedía limosnas a la gente que pasaba por la calle. Tendría 45 años, con el pelo de un color indefinido, que escapaba del ajado
pañuelo que le cubría la cabeza. Entre los rotos de su falda, se veía una
piel costrosa. Con los pies en la nieve, que ya iba derritiéndose, alargaba la
mano maquinalmente, moviendo apenas los labios, y la retiraba sin mirar
a quien la dirigía.Iba de un lado a otro con la
cabeza gacha. Pero, de pronto, se arrojó al suelo y cogió un mendrugo que
flotaba entre lodos e inmundicias. Lo refregó apenas en su ropa y empezó
a devorarlo, sin apartar los ojos de su presa. Sentí un
horror indescriptible, un asco súbito por la vida, un deseo de rebelarme contra
no sabía qué, y unas ganas desesperadas por llorar...
Aquella lluvia torrencial y persistente y aquellos gruesos granizos, que con tan
mala leche golpeaban contra mi ventana durante toda la noche-madrugada, eran como un presagio
de que hoy iba a amanecer, para mi menda, otro día de perros…
Y otro, Vaya, que le estoy cogiendo gustito a estos de los microrrelatos
Aquella abuelita era una mujer pequeñaja,
pero vivaracha cual lagartija. Perdió cinco de los trece hijos que parió, pero conservó su buen humor. Lo poco que le quedó de tantos sinsabores era una llantera fácil y una
suspiradera, que escapaban incluso entre la risa. Era vanidosa, y muy anciana
ya y medio ciega, no consentía en ir a misa sin llevar sobre la cabeza su pañuelo
de colorines de sus años mozos, del que decía, con cierta ostentación e innata dicharachería: “mi
pañuelo para pescar novio”.
Sentía que me
envolvía una niebla densa y brillante, y sabía que no era sólo por el alcohol.
Mi sangre parecía arrastrar objetos luminosos y cortantes, que herían con una
extraña angustia placentera. Nuestros cuerpos temblaban en una sensación de
desmayo. Sus ojos estaban allí, negros, profundos, pero llenos de luz a la vez.
Me tambaleaba el borde de su sima. Desencajada su cara de deseo, agolpaba
sangre en los labios. No dábamos un solo paso. No hablábamos, quietos,
inhiestos, mudos. Su aliento quemaba mis labios cual ventolera de pasión, y
seguían trémulos, ávidos. Sus ojos, sus labios, su olor… y aquella loca
gravedad de nuestros cuerpos, aquel abrasador peso de ansiedad, como estatuas
candentes, recién salidas del molde. Pero, de pronto, sus besos empezaron a
sorber la sangre de mis venas, como una ventosa. Mi chica, salvaje,
violentamente desgarró mi pantalón, y mis partes nobles crecían en sus manos
y más aún en su boca, como un universo. Finalmente, sin poder ni querer
evitarlo, mi sexo, cautivo cayó en su sexo; y yo, borracho de alcohol, de ansia,
de delirio, de placer, de inmenso placer...
Aquella
abuelita era una mujer pequeñaja, pero lista y vivaracha cual lagartija. Perdió nueve de los
trece hijos que parió, pero siempre conservó su buen sentido del humor. Lo poco que le quedó de
tantos sinsabores era una llantera fácil y una suspiradera, que escapaban
incluso entre la risa. Era vanidosa, y muy anciana ya y medio ciega, no
consentía en ir a misa sin llevar sobre la cabeza su pañuelo de colorines de
sus años mozos, del que decía, con cierta ostentación y con su innata
dicharachería: “mi pañuelo para pescar novio”
Nevaba.
Una mujer, harapienta y desnutrida, pedía limosnas a la gente que guardaba cola
para subir al tranvías. Tendría unos 40 años, con el cabello de un color
indefinido que escapaba del ajado pañuelo que le cubría la cabeza. Entre los
rotos de su falda, se podía ver una piel costrosa. Con los pies introducidos en
la nieve, que ya iba derritiéndose, alargaba la mano maquinalmente, moviendo
apenas los labios, y la retiraba sin siquiera mirar a quien la dirigía. Iba de un
lado a otro, desgarbada y con la cabeza gacha. Pero, súbitamente, se arrojó al
suelo y cogió un mendrugo, que flotaba entre lodos e inmundicias. Lo refregó
apenas en su sucia y desgarrada ropa y empezó a devorarlo, sin apartar los ojos
de su presa. En ese momento, yo, como espectador, sentí un horror
indescriptible, un asco súbito por la vida, un deseo de rebelarme contra no
sabía qué, y unas ganas desesperadas por llorar…
Después de despedirme de
mis amigos, mano en alto, empecé a caminar, tambaleándome, hacia mi casa. El
amanecer blanqueaba las últimas estrellas. Un nutrido grupo, ronco ya, gritaba.
Corría el río celeste de un nuevo día. Aparecían ráfagas azules y violáceas,
hasta que la luz iba adquiriendo un color oprimente. Me cruzaba con personas
con el cabello revuelto, pálidas, debido al trasnoche y las libaciones. Caras
desencajadas en las que la luz violácea dejaba angustiosas caras de ahogados.
Caras ahogadas en el piélago oscuro de la noche, que poco a poco iban siendo
sacadas a la orilla seca del alba
Trastabillando, consiguió descender hasta la playa, alejándose del humo y el ruido. También del miedo y de la pena. El fusil le había servido como cayado, pero se deshizo de él entre las cañas. Ya nunca volvería a usarlo.
Cayó de lado justo en la orilla y la caricia del agua cálida abrazó sus piernas y se extendió por su cuerpo. El agua se mezcló con su sangre, que escapaba de su cuerpo con la misma velocidad con la que desaparecía la angustia que lo había atormentado tanto tiempo. Pero eso parecía ya tan lejano como las estrellas que refulgían en el cielo nocturno. Las contempló, y ellas le devolvieron la mirada.
Cuando su cabeza cayó sobre la arena creyó ver como las constelaciones se arremolinaban y danzaban en espiral a velocidades imposibles, fundiéndose para luego volver a disgregarse como un prodigioso ballet celestial. Y cuando sus ojos se cerraron continuó viéndolas, atravesando la oscuridad y titilando solo para él.
No soy
feliz. Ni siquiera he llegado a saber en qué consiste eso de la
felicidad. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer a gente de
diversos pelajes y he podido ver que el bienestar moral puede aglutinarse
en torno a las cosas más inverosímiles y contradictorias. Infinitos son los
cebos que el hombre se pone para cazar esa utopía de la felicidad. A mí, siempre
me han parecido artilugios con que nos pescamos a nosotros mismos, de un modo
ingenuo, incansable, agotador, como el ratón queriendo atrapar al gato. Al
menos, yo siempre he sentido la extraña sensación de estar luchando contra fuerzas
invencibles
Mi
padre era un tipo singular. Había en él una extraña mezcla de rusticidad y
sentimientos delicados. Era un ingenuo. Sin duda, el mejor amante y el peor
marido a la vez. Tenía buen humor y era ocurrente, pero nada de reflexivo y
previsor. Sus facciones eran correctas, sólo la nariz desentonaba un poco por
su envergadura. Todo él era un fanfarrón, pero no reñía con nadie. Mi madre,
que sí era excitable, a veces se ponía nerviosa y casi agresiva. Lo amaba tanto
que cuando se sentía sola quería pelea, en busca de “las reconciliaciones”
Mi
tía tenía un carácter agresivo, pero era trabajadora e incansable cual mula: baja,
flaca: un fardo de huesos; un cutis blancucho salpicado con pecas, y unos pelos, entre
negros y canosos, en los que nunca entraba el peine. Se rascaba la cabeza a dos
manos, y descargaba su genio intemperante en las vecinas, que temían su
dialéctica procaz y su fuerza, que podía medirse a la de un hombre, aun flaca. Adquiría
pescado en el puerto y lo vendía en las calles del pueblo. Limpiaba pisos y
aceptaba todas las tarea, trabajando desde el alba hasta el anochecer. Sólo
tenía una debilidad: el aguardiente, y un motivo de sobresalto y temor: su
marido, y lo último la ponía a cubierto de lo primero. Era vanidosa porque
tenía un marido y un vientre fecundo. Se le llenaba la boca cuando decía “mi
hombre”. Mientras estaba embarazada se ataba el delantal por debajo del pecho y
repantingaba el cuerpo hacia atrás, proyectando un vientre deforme. Caminando
por el pueblo, se regodeaba con insolencia cuando la miraban las solteras, o
algunas otras mujeres que se sabía en el pueblo que eran estériles
Sin que se diesen apenas golpes de refilón, caían
enroscados al suelo, rodando entre una nube de polvo. Se golpeaban furiosa y
torpemente. Se arrancaban trozos de piel con las uñas, y las caras quedaban
surcadas de rayas, de las que empezaba a brotar sangre. No hablaban, sólo
se oía un balanceo de flores, bajo un continuo toma y daca de los
cuerpos y un jadeo de las respiraciones. Yo los seguía hipnotizado, espantado
de la furia con la que se pegaban. "¡Se van a matar!", dije al hermano de
uno de ellos; no respondía; por contra, jaleaba con son ronco,
apretadas las mandíbulas por la emoción, y sólo palabras de apoyo salían de sus
labios. Inclinaba el busto en un envaramiento nervioso, estiraba los brazos,
lanzaba al aire golpes, seguía las peripecias de la pelea como si tomara
parte en ella o quisiese hacer llegar a su hermano efluvios de sus fuerzas
Él era “un señor de la fe”, aquel notario que
le complacía destacar en todo ámbito y ambiente, incluso ruin; estar en primera
fila, presidir actos públicos, ir al frente de un cortejo para recibir a una celebridad,
y dejar caer su parla, elocuente en verdad, con cualesquiera de ésos motivos Su
familia era adinerada, pero de baja extracción. Había asistido a los mejores
colegios, y sabía usar las prerrogativas de ser el único heredero de una gran fortuna.
Era rico y no necesitaba trabajar, pero quería sumar al brillo de su dinero el
lustre de un alto cargo que empavonase su ego hasta borrar su imagen de sangre
plebeya. Se avergonzaba de sus orígenes y hasta trabas vería en ellos para ser
el día de mañana presidente del gobierno. Lo que yo le negaba era que fuese de
la talla suficiente para enamorar a Lola. Ahora, quizás, la vida de Lola
transcurra feliz a su lado. Pero yo podía haberle dado más en un minuto que él
en toda la vida. Porque en el supuesto de que en su vanidad de un ser superior
haya permitido a su esposa esconder lo que le ocurrió conmigo, no es sino una repugnante
generosidad de un hombre comprensivo, con una afectación falsamente cristiana y
con la desdeñosa ejemplaridad de una vida recta, pero con concesiones; es
decir: un cabrón consentido.Dios, se puede mutilar El
Giraldillo, en un acto de locura; o incendiar La Catedral, en una ansia por
figurar; o arrojar La Torre del Oro al Guadalquivir, por esnob. ¡Pero no se
pueden convertir en una casa de vecinos!
Nunca había visto antes un
firmamento tan rico en matices como este. No creo que haya en el mundo una
belleza semejante. Alcé la cabeza y miré al cielo, el cual se veía como pintarrajeado
de rojo, azul, gris, negro, verde, naranja… Chorreaban los colores como en la
paleta de un pintor. Había algo en él que oprimía. El aire parecía a la vez
pesado y frágil como una lámina de acero
Soy médico oncólogo, colegiado en la ciudad de Sevilla. Tengo que
confesar algo terrible. Apenas tuve noticias de que mi ex, Alejandra, se estaba muriendo,
no me sentía especialmente triste. Es probable que esto pueda resultar
cruel, sobre todo por venir de un médico, pero es que no puedo pensar en ella
como un paciente más. En realidad, cuando supe por mi secretaria que iba a venir a mi clínica,
después de todo este tiempo atrás, creía que se trataba de un acto de reconciliación.
Me pregunto
qué ideas cruzarán su mente. ¿Acaso piensa que nuestro inminente encuentro es sólo una tentativa desesperada por salvar su vida? O, tal vez, antes de que caiga
sobre ella la oscuridad eterna… ¿ansía verme una vez más como yo de verla?
A primera vista no parecía un caso que pudiera despertar el
interés del inspector.
El cuerpo estaba tirado en el suelo, con un disparo en el
pecho, muy probablemente a bocajarro, a juzgar por la cantidad de sangre sobre
la mesa.
La silla enfrente de la víctima, desde donde se había
producido el disparo, estaba también tirada en el suelo. Esto indicaría que el
asesino habría actuado sin pensar, presa de la rabia. Perfecto, encontrarían
huellas por todos lados.
Había cuatro cartas ensangrentadas sobre la mesa, en el lado
de la víctima, pero junto a él, en el suelo, había una quinta, aún sobresaliendo
de la manga de una chaqueta que nadie vestiría ya en Junio. El pobre insensato
había intentado hacer trampas al tipo equivocado.
Para simplificar aún más las cosas en un caso ya por sí cristalino
a sus ojos expertos, en la mesa de aquel destartalado almacén había cuatro
manos de póker, y por lo tanto dos testigos, que habrían huido presas del
pánico. Sonrió levemente; cualquier novato que aún se marease al ver la sangre
resolvería el caso en un par de días.
Así que, cuando oyó sonar las sirenas, se limitó a dejar
caer su arma y se arrodilló con las manos en la nuca, más que resignado.
Me alegra ver que participáis en el hilo y compartís vuestros micros, lamento no poder participar más, pero lamentablemente este no es mi género jajaja Pero os sigo leyendo y os animo a seguir practicando! Un saludo!!
Me alegra ver que participáis en el hilo y compartís vuestros micros, lamento no poder participar más, pero lamentablemente este no es mi género jajaja Pero os sigo leyendo y os animo a seguir practicando! Un saludo!!
Te recuerdo, Inma, que fuiste tú la que tuviste la genial idea de colgar este hilo de microrrelatos, decías entre otras cosas...
Así que, ¿por qué no hacer un hilo donde podamos practicarlo y de paso pasar un buen rato? Empiezo yo
Pues sí, damas y caballeros, ahora resulta que no es “el” Covid, sino “la” Covid; es
decir, o siempre ha sido femenino, o se nos ha vuelto mariquita; en cualquier
caso, macho o hembra, lo que sí es un hp, o una hp (perdón). Le ha cogido
tanto gustito a permanecer entre nosotros que me da que se va a quedar una larga
temporadita dando porculito. ¿Es que no tiene familia? ¿Es que nadie le/la echa en falta?
Me alegra ver que participáis en el hilo y compartís vuestros micros, lamento no poder participar más, pero lamentablemente este no es mi género jajaja Pero os sigo leyendo y os animo a seguir practicando! Un saludo!!
Te recuerdo, Inma, que fuiste tú la que tuviste la genial idea de colgar este hilo de microrrelatos, decías entre otras cosas...
Así que, ¿por qué no hacer un hilo donde podamos practicarlo y de paso pasar un buen rato? Empiezo yo
Cierto, Antonio! Y mira que intento escribir micros, sobre todo cuando entro al foro y veo el hilo, pero nada, me salen autenticas birrias! A lo mejor soy muy exigente y quizás debería simplemente compartirlos y ya...
Comentarios
Muchas gracias, Inma, eres muy amable. Y yo siento que siendo casi una niña quedases ya huérfana. A veces te da por pensar que hemos venido a esta vida nada más que para sufrir, porque alegrías, pocas te da, Así que uno mismo tiene que buscarlas como sea, como si fueras un buscador de oro o un marisquero buscando percebes, que ambos pasan, antes de lograr sus propósitos si es que lo llegan a conseguir, un montón de calamidades.
Una de las secuelas que me ha dejado el luctuoso suceso es un insomnio crónico; y, en el mejor de los casos, tengo el sueño cambiado. ¿A mi favor? Casi nada, pero, al menos, estoy jubilado, lo que quiere decir que no tengo obligaciones perentorias de trabajo fuera de casa. ¿En qué empleo mi mucho tiempo libre? Pues básicamente en leer y escribir, además de hacer algo de marquetería. Mis hijos y mis nietos mayores están pendientes de mí, pero con esto del "encierro covid", no los veo desde que empezó. Hablo a diario con ellos, además del WhatSapp. Detesto hablar a través de cámara porque soy muy sentimental y seguro que lloraría.
Un abrazo, gaditana
Nevaba. Una mujer, harapienta y desnutrida, pedía limosnas a la gente que pasaba por la calle. Tendría 45 años, con el pelo de un color indefinido, que escapaba del ajado pañuelo que le cubría la cabeza. Entre los rotos de su falda, se veía una piel costrosa. Con los pies en la nieve, que ya iba derritiéndose, alargaba la mano maquinalmente, moviendo apenas los labios, y la retiraba sin mirar a quien la dirigía. Iba de un lado a otro con la cabeza gacha. Pero, de pronto, se arrojó al suelo y cogió un mendrugo que flotaba entre lodos e inmundicias. Lo refregó apenas en su ropa y empezó a devorarlo, sin apartar los ojos de su presa. Sentí un horror indescriptible, un asco súbito por la vida, un deseo de rebelarme contra no sabía qué, y unas ganas desesperadas por llorar...
Aquella tarde de marzo hacía calor en Sevilla. La vi en una esquina como desorientada. Me acerqué, y Ella me preguntó:
-Disculpa, ¿puedes decirme dónde queda San Gil? -mostró una cara bondadosa y una voz virginal.
-Claro, ven conmigo, me cae de paso. Por cierto, me llamo Antonio.
-Gracias, Antonio. Yo me llamo Macarena.
Aquella tarde de marzo hacía calor en Sevilla. La vi en una esquina como desorientada. Me acerqué, y Ella me preguntó:
-Disculpa, ¿puedes indicarme dónde queda la calle Pureza? -mostró una cara bondadosa y una voz virginal.
-Claro, ven conmigo, me cae de paso. Por cierto, me llamo Antonio.
-Gracias, Antonio. Yo me llamo Triana.
(Aún no he recibido críticas de lo anteriores)
Ahí va otro...
Aquella lluvia torrencial y persistente y aquellos gruesos granizos, que con tan mala leche golpeaban contra mi ventana durante toda la noche-madrugada, eran como un presagio de que hoy iba a amanecer, para mi menda, otro día de perros…
Y otro, Vaya, que le estoy cogiendo gustito a estos de los microrrelatos
Aquella abuelita era una mujer pequeñaja, pero vivaracha cual lagartija. Perdió cinco de los trece hijos que parió, pero conservó su buen humor. Lo poco que le quedó de tantos sinsabores era una llantera fácil y una suspiradera, que escapaban incluso entre la risa. Era vanidosa, y muy anciana ya y medio ciega, no consentía en ir a misa sin llevar sobre la cabeza su pañuelo de colorines de sus años mozos, del que decía, con cierta ostentación e innata dicharachería: “mi pañuelo para pescar novio”.
MICRORRELATOS
Aún no habíamos cumplido los 17
Sentía que me envolvía una niebla densa y brillante, y sabía que no era sólo por el alcohol. Mi sangre parecía arrastrar objetos luminosos y cortantes, que herían con una extraña angustia placentera. Nuestros cuerpos temblaban en una sensación de desmayo. Sus ojos estaban allí, negros, profundos, pero llenos de luz a la vez. Me tambaleaba el borde de su sima. Desencajada su cara de deseo, agolpaba sangre en los labios. No dábamos un solo paso. No hablábamos, quietos, inhiestos, mudos. Su aliento quemaba mis labios cual ventolera de pasión, y seguían trémulos, ávidos. Sus ojos, sus labios, su olor… y aquella loca gravedad de nuestros cuerpos, aquel abrasador peso de ansiedad, como estatuas candentes, recién salidas del molde. Pero, de pronto, sus besos empezaron a sorber la sangre de mis venas, como una ventosa. Mi chica, salvaje, violentamente desgarró mi pantalón, y mis partes nobles crecían en sus manos y más aún en su boca, como un universo. Finalmente, sin poder ni querer evitarlo, mi sexo, cautivo cayó en su sexo; y yo, borracho de alcohol, de ansia, de delirio, de placer, de inmenso placer...
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La Abuela
Aquella abuelita era una mujer pequeñaja, pero lista y vivaracha cual lagartija. Perdió nueve de los trece hijos que parió, pero siempre conservó su buen sentido del humor. Lo poco que le quedó de tantos sinsabores era una llantera fácil y una suspiradera, que escapaban incluso entre la risa. Era vanidosa, y muy anciana ya y medio ciega, no consentía en ir a misa sin llevar sobre la cabeza su pañuelo de colorines de sus años mozos, del que decía, con cierta ostentación y con su innata dicharachería: “mi pañuelo para pescar novio”
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La Mendiga
Nevaba. Una mujer, harapienta y desnutrida, pedía limosnas a la gente que guardaba cola para subir al tranvías. Tendría unos 40 años, con el cabello de un color indefinido que escapaba del ajado pañuelo que le cubría la cabeza. Entre los rotos de su falda, se podía ver una piel costrosa. Con los pies introducidos en la nieve, que ya iba derritiéndose, alargaba la mano maquinalmente, moviendo apenas los labios, y la retiraba sin siquiera mirar a quien la dirigía. Iba de un lado a otro, desgarbada y con la cabeza gacha. Pero, súbitamente, se arrojó al suelo y cogió un mendrugo, que flotaba entre lodos e inmundicias. Lo refregó apenas en su sucia y desgarrada ropa y empezó a devorarlo, sin apartar los ojos de su presa. En ese momento, yo, como espectador, sentí un horror indescriptible, un asco súbito por la vida, un deseo de rebelarme contra no sabía qué, y unas ganas desesperadas por llorar…
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La Vida
Era una persona pesimista y, en cierto modo,
desesperada, que ya no esperaba nada de la vida.
Decía que la vida era sólo un período desde el
nacimiento hasta la muerte. Bien. De acuerdo,
pero te golpean desde todos lados, lo que te obliga
a reflexionar: ¿por qué y para qué venimos a la vida?
¿Para descubrir de pronto que todo lo que se ha
construido se derrumba cuando llega la muerte?
Noche de Nochevieja
Después de despedirme de mis amigos, mano en alto, empecé a caminar, tambaleándome, hacia mi casa. El amanecer blanqueaba las últimas estrellas. Un nutrido grupo, ronco ya, gritaba. Corría el río celeste de un nuevo día. Aparecían ráfagas azules y violáceas, hasta que la luz iba adquiriendo un color oprimente. Me cruzaba con personas con el cabello revuelto, pálidas, debido al trasnoche y las libaciones. Caras desencajadas en las que la luz violácea dejaba angustiosas caras de ahogados. Caras ahogadas en el piélago oscuro de la noche, que poco a poco iban siendo sacadas a la orilla seca del alba
MICRORRELATOS
Triana
Aquella tarde de marzo hacía mucho calor en Sevilla. La vi en una esquina como desorientada. Me acerqué, y Ella me preguntó:
- Disculpa, ¿puedes indicarme dónde queda la calle Pureza? -mostró una cara bondadosa y una voz virginal.
- Claro, ven conmigo, me cae de paso. Por cierto, me llamo Antonio.
- Gracias, Antonio. Y yo me llamo Triana.
MICRORRELATOS
Macarena
Aquella tarde de marzo hacía mucho calor en Sevilla. La vi en una esquina como desorientada. Me acerqué, y Ella me preguntó:
- Disculpa, ¿puedes decirme dónde queda San Gil? -mostró una cara bondadosa y una voz virginal.
- Claro, ven conmigo, me cae de paso. Por cierto, me llamo Antonio.
- Gracias, Antonio. Y yo me llamo Macarena.
Trastabillando, consiguió descender hasta la playa, alejándose del humo y el ruido. También del miedo y de la pena. El fusil le había servido como cayado, pero se deshizo de él entre las cañas. Ya nunca volvería a usarlo.
Cayó de lado justo en la orilla y la caricia del agua cálida abrazó sus piernas y se extendió por su cuerpo. El agua se mezcló con su sangre, que escapaba de su cuerpo con la misma velocidad con la que desaparecía la angustia que lo había atormentado tanto tiempo. Pero eso parecía ya tan lejano como las estrellas que refulgían en el cielo nocturno. Las contempló, y ellas le devolvieron la mirada.
Cuando su cabeza cayó sobre la arena creyó ver como las constelaciones se arremolinaban y danzaban en espiral a velocidades imposibles, fundiéndose para luego volver a disgregarse como un prodigioso ballet celestial. Y cuando sus ojos se cerraron continuó viéndolas, atravesando la oscuridad y titilando solo para él.
MICRORRELATOS
¿Quién y qué soy?
No soy feliz. Ni siquiera he llegado a saber en qué consiste eso de la felicidad. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer a gente de diversos pelajes y he podido ver que el bienestar moral puede aglutinarse en torno a las cosas más inverosímiles y contradictorias. Infinitos son los cebos que el hombre se pone para cazar esa utopía de la felicidad. A mí, siempre me han parecido artilugios con que nos pescamos a nosotros mismos, de un modo ingenuo, incansable, agotador, como el ratón queriendo atrapar al gato. Al menos, yo siempre he sentido la extraña sensación de estar luchando contra fuerzas invencibles
MICRORRELATOS
Mi viejo
Mi padre era un tipo singular. Había en él una extraña mezcla de rusticidad y sentimientos delicados. Era un ingenuo. Sin duda, el mejor amante y el peor marido a la vez. Tenía buen humor y era ocurrente, pero nada de reflexivo y previsor. Sus facciones eran correctas, sólo la nariz desentonaba un poco por su envergadura. Todo él era un fanfarrón, pero no reñía con nadie. Mi madre, que sí era excitable, a veces se ponía nerviosa y casi agresiva. Lo amaba tanto que cuando se sentía sola quería pelea, en busca de “las reconciliaciones”
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Mi tía la de Punta Umbría
Mi tía tenía un carácter agresivo, pero era trabajadora e incansable cual mula: baja, flaca: un fardo de huesos; un cutis blancucho salpicado con pecas, y unos pelos, entre negros y canosos, en los que nunca entraba el peine. Se rascaba la cabeza a dos manos, y descargaba su genio intemperante en las vecinas, que temían su dialéctica procaz y su fuerza, que podía medirse a la de un hombre, aun flaca. Adquiría pescado en el puerto y lo vendía en las calles del pueblo. Limpiaba pisos y aceptaba todas las tarea, trabajando desde el alba hasta el anochecer. Sólo tenía una debilidad: el aguardiente, y un motivo de sobresalto y temor: su marido, y lo último la ponía a cubierto de lo primero. Era vanidosa porque tenía un marido y un vientre fecundo. Se le llenaba la boca cuando decía “mi hombre”. Mientras estaba embarazada se ataba el delantal por debajo del pecho y repantingaba el cuerpo hacia atrás, proyectando un vientre deforme. Caminando por el pueblo, se regodeaba con insolencia cuando la miraban las solteras, o algunas otras mujeres que se sabía en el pueblo que eran estériles
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Pelea por una chica
Sin que se diesen apenas golpes de refilón, caían enroscados al suelo, rodando entre una nube de polvo. Se golpeaban furiosa y torpemente. Se arrancaban trozos de piel con las uñas, y las caras quedaban surcadas de rayas, de las que empezaba a brotar sangre. No hablaban, sólo se oía un balanceo de flores, bajo un continuo toma y daca de los cuerpos y un jadeo de las respiraciones. Yo los seguía hipnotizado, espantado de la furia con la que se pegaban. "¡Se van a matar!", dije al hermano de uno de ellos; no respondía; por contra, jaleaba con son ronco, apretadas las mandíbulas por la emoción, y sólo palabras de apoyo salían de sus labios. Inclinaba el busto en un envaramiento nervioso, estiraba los brazos, lanzaba al aire golpes, seguía las peripecias de la pelea como si tomara parte en ella o quisiese hacer llegar a su hermano efluvios de sus fuerzas
MICRORRELATOS
¿Y quién es él?
Él era “un señor de la fe”, aquel notario que le complacía destacar en todo ámbito y ambiente, incluso ruin; estar en primera fila, presidir actos públicos, ir al frente de un cortejo para recibir a una celebridad, y dejar caer su parla, elocuente en verdad, con cualesquiera de ésos motivos Su familia era adinerada, pero de baja extracción. Había asistido a los mejores colegios, y sabía usar las prerrogativas de ser el único heredero de una gran fortuna. Era rico y no necesitaba trabajar, pero quería sumar al brillo de su dinero el lustre de un alto cargo que empavonase su ego hasta borrar su imagen de sangre plebeya. Se avergonzaba de sus orígenes y hasta trabas vería en ellos para ser el día de mañana presidente del gobierno. Lo que yo le negaba era que fuese de la talla suficiente para enamorar a Lola. Ahora, quizás, la vida de Lola transcurra feliz a su lado. Pero yo podía haberle dado más en un minuto que él en toda la vida. Porque en el supuesto de que en su vanidad de un ser superior haya permitido a su esposa esconder lo que le ocurrió conmigo, no es sino una repugnante generosidad de un hombre comprensivo, con una afectación falsamente cristiana y con la desdeñosa ejemplaridad de una vida recta, pero con concesiones; es decir: un cabrón consentido. Dios, se puede mutilar El Giraldillo, en un acto de locura; o incendiar La Catedral, en una ansia por figurar; o arrojar La Torre del Oro al Guadalquivir, por esnob. ¡Pero no se pueden convertir en una casa de vecinos!
El Crepúsculo
Nunca había visto antes un firmamento tan rico en matices como este. No creo que haya en el mundo una belleza semejante. Alcé la cabeza y miré al cielo, el cual se veía como pintarrajeado de rojo, azul, gris, negro, verde, naranja… Chorreaban los colores como en la paleta de un pintor. Había algo en él que oprimía. El aire parecía a la vez pesado y frágil como una lámina de acero
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Si se ha amado, no se olvida
Soy médico oncólogo, colegiado en la ciudad de Sevilla. Tengo que confesar algo terrible. Apenas tuve noticias de que mi ex, Alejandra, se estaba muriendo, no me sentía especialmente triste. Es probable que esto pueda resultar cruel, sobre todo por venir de un médico, pero es que no puedo pensar en ella como un paciente más. En realidad, cuando supe por mi secretaria que iba a venir a mi clínica, después de todo este tiempo atrás, creía que se trataba de un acto de reconciliación. Me pregunto qué ideas cruzarán su mente. ¿Acaso piensa que nuestro inminente encuentro es sólo una tentativa desesperada por salvar su vida? O, tal vez, antes de que caiga sobre ella la oscuridad eterna… ¿ansía verme una vez más como yo de verla?
Hermano y hermana ellos son. Él, brillante como una estrella joven; ella, oscura como el centro de un hoyo negro.
Ambos nacidos de la misma madre, pero, unidos por un fatídico destino se encuentran:
Al final, solo uno quedará.
A primera vista no parecía un caso que pudiera despertar el interés del inspector.
El cuerpo estaba tirado en el suelo, con un disparo en el pecho, muy probablemente a bocajarro, a juzgar por la cantidad de sangre sobre la mesa.
La silla enfrente de la víctima, desde donde se había producido el disparo, estaba también tirada en el suelo. Esto indicaría que el asesino habría actuado sin pensar, presa de la rabia. Perfecto, encontrarían huellas por todos lados.
Había cuatro cartas ensangrentadas sobre la mesa, en el lado de la víctima, pero junto a él, en el suelo, había una quinta, aún sobresaliendo de la manga de una chaqueta que nadie vestiría ya en Junio. El pobre insensato había intentado hacer trampas al tipo equivocado.
Para simplificar aún más las cosas en un caso ya por sí cristalino a sus ojos expertos, en la mesa de aquel destartalado almacén había cuatro manos de póker, y por lo tanto dos testigos, que habrían huido presas del pánico. Sonrió levemente; cualquier novato que aún se marease al ver la sangre resolvería el caso en un par de días.
Así que, cuando oyó sonar las sirenas, se limitó a dejar caer su arma y se arrodilló con las manos en la nuca, más que resignado.
Te recuerdo, Inma, que fuiste tú la que tuviste la genial idea de colgar este hilo de microrrelatos, decías entre otras cosas...
Así que, ¿por qué no hacer un hilo donde podamos practicarlo y de paso pasar un buen rato? Empiezo yo
MICRORRELATOS
¿Macho o hembra?
Pues sí, damas y caballeros, ahora resulta que no es “el” Covid, sino “la” Covid; es decir, o siempre ha sido femenino, o se nos ha vuelto mariquita; en cualquier caso, macho o hembra, lo que sí es un hp, o una hp (perdón). Le ha cogido tanto gustito a permanecer entre nosotros que me da que se va a quedar una larga temporadita dando porculito. ¿Es que no tiene familia? ¿Es que nadie le/la echa en falta?
Aparte de ese detalle, los sentimientos del protagonista son contradictorios, y eso lo hace, en este caso, verosimil
Verás, Imma. Confieso que mi aporte en este hilo, ha sido el primer micro relato que he escrito en mi vida. Intenta animarte.