Mi pueblo se encuentra en
lo más alto de un rápido talud. Avalanchas de pinos y eucaliptos se deslizan en
las laderas hasta la orilla del mar, que salpican los troncos de agua salada.En los inviernos, la lluvia abre hondos cauces en el suelo
arcilloso; y en los veranos, un río de niños merodea por el declive trazando
infinitos senderos. Próximo al faro, que obsequia con su amable luz a los
navegantes, como una afectuosa mano, está el acantilado. Las olas levantan
surtidores de espuma, socavando incansable las piedras. Hay (o había) un
insólito lugar donde los niños pasábamos horas oyendo el resoplar de los hoyos
a cada golpe de agua. Una cueva solitaria y oscura, distante un kilómetro de la
playa, estaba poblada, para mí, de fantasmas y brujas. Durante toda mi vida he sentido un orgullo especial por llevar prendido en el lado más transparente de mis recuerdos la nostalgia de mi pueblo. Risueña, sí, pero también dolorosa y acuciante cual rehilete desgarrador
Y no he vuelto, pero quisiera
volver. La recuerdo con cariño, Me llena de ternura pensar en eso. Volvería a
ver mi mar, mi lluvia y mi viento, y oiría el rumor incansable de las olas. El
mar, y la lluvia, y el viento, los evoco con reverencia de dioses lares. Siento
pena de mí y me cuesta soportar un deseo de llorarme. Me gusta rememorar el pretérito
al lento correr de mi pluma, alzo la cabeza y me quedo ensimismado,
desparramándome sobre él.El mar de olas bravías. Los
truenos hacían vibrar las paredes de mi cuarto y el resplandor de los rayos lo
iluminaba. Alzaba las manos y las bañaba en la luz espectral de las descargas
eléctricas. Pegaba la nariz al helado cristal de la ventana. El viento silbaba
en las calles. Arreciaba la lluvia. La tendalera de la ropa golpeaba contra los
barrotes.Se oía, espeluznante, sorda, la sirena de algún barco que había
quedado aprisionado en el traidor bajío de la barra, y ya en toda la noche se
oían sus quejidos, cual animal herido de muerte. Al alba podía verse el
siniestrado inclinado de banda y las olas ensañándose con él, golpeándole los
flancos, barriéndole de proa a popa. Aparecía el remolcador vomitando una densa
columna negra, debido al derrote de su motor. Luchaba en vano contra la arena.
Al menos 24 horas de agonía, hasta que las olas destrozaban el casco y
esparcían su esqueleto en la playa.Pero todo ese lejano dolor: las
palizas de mi padre, la corta ración de bazofia… Todo. No tiene valor ni consigue
borrar la visión apacible de mi casa. Como si ahora, en que está próxima mi
muerte, la vida, con una generosidad que me niego a pensar que es tardía y
cruel, se echase a mis pies y así apaciguar la marea de mi espíritu. Todo es
mar hoy. Un resplandor rosáceo entra por la ventana de mi cuarto del hospital y
se posa tan delicadamente sobre la colcha que no me atrevo a tocarlo por temor
a que se me quede en el dedo como el polvillo de las alas de la mariposa.Limpios me llegan los recuerdos.Me desconciertan estas nuevas
sensaciones porque no soy una persona blandengue. Pero no quiero engañarme, me
encuentro solo, desamparado, y no siento ningún rubor por confesar mi debilidad
Lágrimas acompañaban el dolor. Por su cabeza
pasaban algunas preguntas. “¿Cuántas mujeres han pasado por mi vida?”. Su cuenta
no le daba menos de 200, y, sin embargo, un profundo dolor de soledad y
tristeza se apoderaba de él. “¿Qué me pasa?”. “¿Qué me falta?”. Estas preguntas
y muchas otras no podían acallar el grito, venido a dolor, a cada momento.
“¿Qué tiene la mujer que todavía no he sabido ver?”. “¿Por qué no he podido
retener en la efímera posesión de un cuerpo la sublime sensación de la
plenitud?”. “¿Por qué este vacío en mí, como un hondo abismo, que hace que vaya desapareciendo mi alegría?”.
Sus preguntas lo torturaban. Sabía de sobra que había usado, para su placer, a
cuantas hembras habían cruzado su camino, pero dolorosamente comprendía que había sido utilizado.
Miserablemente utilizado, por su dinero y por ser tratado como a un semental,
al que después de cumplir con su objetivo se convierte en un buey de carga,
despreciado, inútil, destinado al matadero, terminando sus días solo y olvidado
Mi madre falleció cuando
yo tenía cuatro años. La consumió la miseria del hogar y la nostalgia del
marido ausente casi todo el año por motivos “extraños”. Me quedan, pues, pocos
recuerdos de ella, que son los únicos retazos risueños que la vida me ha
dejado. Era alta, guapa y con estilo, además de que tenía una bonita voz.
Recién casada, trabajaba de criada en una casa de gente adinerada, y sus amos
le cogieron cariño y la hicieron ingresar en el mejor colegio de la ciudad, en
el que adquirió algunos conocimientos que le servían de refinamiento. Aprendió
a dibujar a la acuarela y al óleo, a tocar el piano y a hablar y escribir en
inglés. Cuando nací, se hacía cargo de mí de día mi tía. Me contaba mi madre cosas del
clima exquisito del colegio al que asistía. Su tono era siempre nostálgico,
pero nunca se quejaba. Quería apasionadamente a mi padre y todas sus lacerías
debían antojársele soportables.La señora de la casa se portaba
muy bien con ella, pero como hacía todo lo posible y más por conseguir que se
divorciase del pendón de mi padre, rompió las relaciones laborales y se colocó
en otra casa
“Eres una hipócrita”. Se
quedó muda. Un cúmulo de desilusiones demolió prolijamente sus expectativas sobre
la relación, que ahora caía cual rascacielos en plena implosión, dejando sólo
rescoldos. “Quieres ser amiga de todos, pero no te fías de nadie, y es probable
que tampoco de mí; disfrutamos de las mismas cosas, me haces reír, y esto no es
fácil de encontrar entre mucha gente, por eso te quiero cerca, pero no como novia, no
acabas de conceptuarme, algunas veces pienso que no sé qué represento para ti, el
mismo cariño que me das, se lo das a cualquier otro chico; jamás sabré qué es lo que
piensas de mí”. “¿Por qué me dices esas cosas? Yo te quiero, y siempre te quise”.
“No sé”. “¿No sabes qué?”. “Que no sé si me quieres, y tampoco sé lo que
quieres”. “Tú siempre deseas caer bien a todos, todos son maravillosos para ti,
igual haces conmigo, pero ya he dejado de quererte, siempre mantenía la
ilusión de que acabaría llevándote al altar, pero no eres mi amiga, mis amigos
son auténticos”. “No esperaba esto de ti estas alturas”. “Sólo digo lo que siento”.
“¿Por qué me hablas así después de cuatro años de relación?”. “Si pudiese
dividir mi vida entre la gente que quiero a mi lado y la que no, tú estarías en el
segundo grupo”. “Venga, no te enfades conmigo, vámonos ya a nuestra casa”. “No,
tú a la de tus padres y yo a la de los míos”
Todas
las mañanas de todos los días, de todas las semanas, de todos los meses…,
cuando llego a mi empresa me voy directamente a mi despacho, cuelgo mi chaqueta
en mi perchero, me siento en mi confortable sillón negro giratorio, enciendo mi
pantalla de mesa, abro mi ordenador y, antes de comenzar mi tarea diaria,
escribo una línea más en mi largo diario secreto, donde, desde hace diecisiete
años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio
Uso gafas para ver, para ver verdades. Pero
como no siempre ven las verdades que quieren ver, no me las pongo casi nunca. Sólo una
vez me las encajé. Mi esposa dormía a mi lado, a medio metro de mí. Mis gafas la miraban y la
remiraban. El adefesio que yacía encima del colchón tapado con sábana, roncaba.
La testa, posada en la almohada, tenía la cabellera de mi esposa con sus rulos y su red, la cara estaba impregnada de toda clase de potingues. Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido,
tenían las prótesis de oro de mi esposa. Acaricié los cabellos y palpé la testa suavemente, como intentando convencerme de que era la fémina que yo conocía de siempre. Pero no, no había duda; “aquello” no era mi esposa.
Dejé las gafas sobre la mesilla, me levanté de la cama y empecé a dar vueltas y más vueltas por toda la
casa, hasta que el sueño me rindió y me volvió de nuevo a la cama. Desde esa
misma noche, obsesionado estoy con la metamorfosis de los cuerpos femeninos.
Amo a mi esposa desde que éramos novios, y nunca me interesó ninguna otra mujer, pero
si antes de casarnos hubiese sabido que se iba a producir en ella tan asombrosos
cambios, seguro que hoy estaría mi menda más soltero que todos los Papas juntos que
han pasado por El Vaticano de Roma
Mi
hermanito, Ángel, cayó a un pozo que teníamos en nuestra casa de campo cuando contaba
cuatro años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo las pueden aliviar
el tiempo y la bendición de una familia numerosa. Catorce años después de
aquello, Luis, otro de mis hermanos, sacaba agua una tarde de aquel pozo, al
que nadie jamás había vuelto a asomarse. En la última tirada de la cuerda que
subía el cubo hasta el brocal, vio una pequeña botella con un papel escrito en su
interior. “Estoy infinitamente mejor donde me hallo ahora que en ese mundo de
mierda en el que estuve de niño”. Esas diecinueve palabras se podían leer. ¡Era
un mensaje a la humanidad!
Mi
colega y amigo Arturo me dijo un día que yo soy “todo temperamento; demasiada pasión
para, al final, cabrearme conmigo mismo”. Y otro compañero del trabajo confesó
que Arturo dice de mí que, en otro siglo, podría haber sido un puntal de la
iglesia: un San Ignacio de Loyola o un San Agustín. ¡Curioso! Si hubiese dicho
un Barbarroja habría estado más en lo cierto. La realidad es que me siento con
mejores predisposiciones para ser bandolero que santo. Y lo digo sin reticencias,
pues ya quedan lejanas las vanidades peyorativas de los 20 años y a estas
alturas resulta desalentador llegar a conclusiones tan poco halagüeñas
El Demonio demandó a todas las
religiones, y el aparato legal, el judicial y el de los derechos humanos de la
Tierra reconocían que el prestigio del Demonio había sido objeto de una injusta
y deliberada manipulación por parte de las diferentes iglesias en su sempiterna
competencia por ganar feligreses, y verse compensado con el top topping universal.
Ganó el juicio y exigió, bajo una nueva demanda, ser reivindicad como el gran benefactor
del desarrollo de su amada humanidad, y reclamó una importante suma de dinero. Finalmente,
la feligresía pudo emerger del cacao mental en el que estaba, para disfrutar
plenamente de tantas cosas que hasta ahora habían sido pecado. Y a partir de ese
día, las iglesias, los templos, las mezquitas, las sinagogas y demás lugares de
oración quedaron vacíos: los curas al paro, y sus cepillos petitorios sin un
céntimo
Esa clase
de gente que se divierte con hacer críticas malintencionadas
contra quien sea (por envidia o simplemente por el placer de hacerlas), ignora
que tras su estúpida actitud pugna por salir la cara oscura de la venganza. Y
si esos dardos envenenados van dirigidos a alguien indefenso de mi entorno, no puedo negar que se me puede activar ese orgullo que todos tenemos y que de
alguna manera ha sido herido alguna vez, pero una suerte de optimismo sensato me
ha llevado a pensar que seguir siempre en mi propia línea de conducta y
apreciación y no hacer ni puto caso es compatible
La viuda se fue
alejando del panteón familiar, dónde quedaban enterradas diversas cosas inútiles:
el marido, los permanentes malos tratos de él hacia ella, las promesas de él de que no iba a ocurrir nunca más, y el odio y el miedo de ella; que, de pronto, su cuerpo empezó a
moverse al ritmo de una tranquilizadora música que su corazón le cantaba bajito y que todos los familiares presentes podían ver el compás que movía las caderas de una mujer que a partir de ahora iba a vivir libre y sin temores
La curvilínea carretera, libre
de vallas, corría entre altos páramos. Mi coche se deslizó desde el pavimento
hasta el césped de la orilla, que las ovejas habían dejado liso como
terciopelo. Paré el coche, me bajé de él y miré a mis alrededores.La carretera cortaba los pastos y los brezales antes de
sumergirse en el valle del fondo. Me encontraba en uno de los mejores lugares
para ver las grandes llanuras de mi Andalucía, que se extendían a mis pies en
una vista de ensueño: los fértiles campos, el ganado que pacía, el caudaloso
río, bordeado de piedras en una parte, y de nutrida arboleda en la otra. El
pasto crecía entre las laderas hasta donde empezaban los brezales y las ásperas
hierbas de los páramos, y solo estaban libres de él los acantilados que
ascendían sobre las colinas y desaparecían entre las desnudas estribaciones que
marcaban el comienzo del terreno silvestre. En esos momentos, me envolvía un
aire fresco agradable
Cuando terminé mi carrera de
ingeniero agrónomo, comenzaba una revolución en la agricultura. Todo se estaba
convirtiendo en ciencia, y los conceptos valorados durante generaciones iban
quedando en el olvido, a la vez que en el mundo de la tecnología surgían nuevos
métodos que hacían desaparecer los viejos procedimientos. Había indicios de que
los pequeños agricultores estaban abandonando sus fincas;hombres, con sólo media hectárea, arada por mula, constituían el
grueso de nuestra profesión. Pero dudaban si podían ganarse la vida con tan
rácano patrimonio, y algunos habían vendido ya sus tierras a terratenientes.
Pero los modestos, obstinados en seguir haciendo lo que hacían, por la mera
razón de que siempre había sido así, eran los que yo envidiaba: esas estoicas personas,
poseedoras de la verdadera riqueza, que vivían con los valores del antaño
y que hablaban y divulgaban el hoy tan en desuso dialecto andaluz, casi
arrollados por la radio y la televisión
Mi dentadura rota sobre la repisa del baño cancela
la cita y me causa lágrimas que se convierten en amargo y convulsivo llanto.
Frente al espejo, te imagino nerviosa en la puerta de nuestro motel. Cabreado ante el teléfono móvil,
no tengo que esperar mucho. Suena, y tu voz de muchacha enamorada me reclama la
tardanza. “¡Nunca tuve que dar cuentas a nadie! ¡Búscate a un muchacho de tu
edad!”, te digo, airado. Cuelgo y
estrello contra el espejo mi dentadura y tu voz adolescente. Sigo llorando y cabreado
No
tardé en percatarme de que el nuevo maestro de mi pueblo era un individuo
perspicaz, con experiencia en el manejo de personas. Tenía 35 años, no mal parecido, estatura media, propenso a la gordura, cara angulosa y expresivos
ojos. Todo él, físico y formas, sellaba un buen conjunto. Pero, aunque lo consideraban como un chico formal, algunas mujeres de mi entorno lo tildaban de mujeriego, no
sabía si con razón o sin ella, porque, aun la confianza que llegamos a tener, no me hacía confidencias de esta clase. Por norma y por respeto y también por su
carácter extrovertido, abierto, siempre obraba con amabilidad con todos los habitantes del pueblo. A pesar de esto,
cuando a veces le veía reír, charlar y contar chistes a algunas señoras casadas,
guapas y con buen cuerpo, derrochando donaire de buen chico, pensaba en lo que
decían de él y estaba por creer que las cizañeras tenían razón
Me
separé de la única novia que había tenido, a la que le llevaba diez años, pero, aunque con dolor, me recuperé del golpe. Nuestras diferencias se
cifraban, principalmente, en que yo detestaba ese falso aparato social en el que ella sabía desenvolverse a las mil y una maravillas: “las pejigueras de las buenas formas”.
Y ella en que se resistía a que le aconsejase en su manera de ver las cosas.
Las muchas conversaciones que habíamos mantenido durante nuestro noviazgo eran anodinas, es por eso yo siempre he querido saber qué pensaba
sobre el problema del existir. Qué significaban para ella, verbigracia, el
amor, la vida, la felicidad, la amistad, la suerte, la soledad, la sensibilidad y la muerte. Ocho conceptos llenos de zozobras y de profunda intensidad
"Con mi música a otra parte" tiene una construcción tal, que en lugar de ser un relato con final feliz, es relato de un final feliz.
Que coincidencia, ese comentario es un mejor juego de palabras que los del microrelato que traje...
Algo estaba mal
No sabía sí escribir sobre la imagen, o sobre una imagen; pero estaba determinada a escribir algo. Miró el cuadro de texto en blanco, decidida a volver a usar la treta de cambiar el romance de época por cualquier época de romance. Pero algo estaba mal. La inspiración no estaba. Quizá se había gastado en ese medio capítulo de las cinco de la tarde o se ocultaba entre los chistes y lamentos de las últimas cinco tardes. Buscó, buscó... y se resignó rápido a ignorar aquella promesa de una historia. ¿Por qué no? La historia de su vida era olvidar promesas.
"Con mi música a otra parte" tiene una construcción tal, que en lugar de ser un relato con final feliz, es relato de un final feliz.
Que coincidencia, ese comentario es un mejor juego de palabras que los del microrelato que traje...
Algo estaba mal
No sabía sí escribir sobre la imagen, o sobre una imagen; pero estaba determinada a escribir algo. Miró el cuadro de texto en blanco, decidida a volver a usar la treta de cambiar el romance de época por cualquier época de romance. Pero algo estaba mal. La inspiración no estaba. Quizá se había gastado en ese medio capítulo de las cinco de la tarde o se ocultaba entre los chistes y lamentos de las últimas cinco tardes. Buscó, buscó... y se resignó rápido a ignorar aquella promesa de una historia. ¿Por qué no? La historia de su vida era olvidar promesas.
No acabo de entender bien ese comentario tuyo (destacado en negrillas). Es un juego de palabras (como dices) un poco extraño...
Literalmente eso. Que no es una historia con un final feliz, pero lo que cuenta es un final sin odios, sólo la aceptación de sus diferencias y seguir adelante.
Acababa de perder a su joven esposo. Al parecer, la felicidad era el único sentimiento que a su vida no pertenecía. Miró hacia atrás y se halló con un montón de sentimientos brillando en la silenciosa penumbra, y detrás de las luces cegadoras vio a sus padres, a sus amigos y a toda la gente que la quería explicándole un mar de momentos que aún le quedaban por vivir. En sus cerebro afloraban recuerdos recordándole que, aun todas esas luces, había una luz más fuerte, el sentimiento más grande: la vida. Llevó la mirada hacia el cielo, recopilando de cada poro de su piel hasta el último hilo de las fuerzas que le quedaban. A través de las estrellas miró a su amado por última vez en vida, le entregó el corazón en carne viva y, siendo rea de una inmensa soledad, solo pudo gritar: ¡llévame contigo, amor! Inmediatamente después, aun todos sus seres queridos pendientes de ella, pero sin que les diese tiempo a reaccionar para detenerla, se lanzó al vacío desde la terraza de su piso de la décima planta del edificio. La altura y la inercia de caída despedazaban contra el duro asfalto un precioso cuerpo de tan solo 21 años
El hacha entraba certera en el cráneo, dejando el
filo bien ajustado sobre el hueso. Enseguida, pequeños arroyuelos de sangre nacían
de aquella herida recién estrenada, buscando la ruta más rápida hacia el suelo y surcando la piel de estrías y arrugas que formaba la cara de la anciana. Pero
la nonagenaria no caía, y a pesar del shock que suponía un ataque por sorpresa,
mantenía una lucha sobrehumana por no perder la consciencia. Sus piernas,
desgastadas por tanta debilidad, se tambaleaban hacia delante, atravesando la
cocina a pequeños trompicones, para después ir buscando el apoyo de la encimera. A cada paso
parecía que fuese a derrumbarse, pero, conocida su indómita fortaleza, se iba
zafando de un desplome en un increíble slalom, mientras que su cabeza se movía de
un lado a otro, espantando moscas con el mango de la herramienta en ristre
Cuando recobré el conocimiento, estaba tumbado sobre una moqueta burdeos y rodeado por todos lados de pedazos de carne
ensangrentados. Todo salpicado de sangre, sangre humana, y dondequiera
que llevaba los ojos veía cuerpos mutilados. El tren, se hallaba estancado en lo
que parecía un túnel, o el mismísimo infierno. La lúgubre oscuridad a través de
la ventanilla de mi vagón y el absoluto silencio me sobrecogían. El tren era
una tumba sobre raíles. Y en mis adentros, infinidad de preguntas sin respuestas: “¿qué ha pasado?”. “¿Por qué el tren permanece parado?”. “¿Quién o qué ha
matado tan cruelmente a tantas personas?”. Y, sobre todo, la que más me preocupaba y me tenía en vilo: “¿Por qué me da la preocupante y macabra
sensación de que soy el único superviviente de esta infinita catástrofe?”. Una
vez que, asustado, llegué a la salida del túnel, fui regado por una luz que
en mi larga caminata no había visto. Luna llena en un cielo estrellado, noche de buena de temperatura. Me sentí un poco aliviado, solo un poco; pronto empecé a
dar respuestas a mis dudas: cuando vi agrandarse mi cuerpo, cuando vi un pelaje
grueso que quemaba como fuego mi piel, cuando aullé en forma instintiva, cuando
mi mente no era capaz de asimilar tanta atrocidad, cuando dudaba si
existía o era ficción, cuando no era capaz de recordar si tenía familia o
estaba solo en el mundo, cuando me palpaba y me pellizcaba para cerciorarme de
que lo que estaba viendo era real, y cuando, con ansia y desespero, deseaba volver a catar
la deliciosa carne humana
Un pescador descubría el cuerpo congelado de
la chica, junto a la orilla. En pocas horas estaban allí, conmocionados en un
amanecer de pesadilla, sus padres, amigos, vecinos y autoridades del pueblo. Las almas de
los familiares y amigos se rendían ante el desgarro prolongado y el llanto
de los padres, ante sus gestos de ternura mientras arropaban a su niña, para después llevarla de vuelta a casa, lejos del frío. Nadie de la
comitiva de dolor había visto cómo se alejaba la barca hacia el interior del
lago. Nadie vio a aquella figura negra que, con majestuosidad siniestra, remaba
incansable. Nadie sabía que en el lago descansaba la chica, acurrucada como un
bebé al vientre de su mamá, murmurando ensoñaciones en una noche etérea. Nadie,
ni remotamente, imaginaba lo que iba a pasar en el escenario de tan funesta
noche. Una vez más había matado a una
inocente un psicópata que era buscado desde años atrás. Y con esta,
iban ya 17 muertes
El
coche era negro. Negros nos vimos un voluntario y yo para llevar a aquel herido por asta de toro hasta el coche a través de los negros y desiguales peldaños de la primera casa que vimos para asistirlo.
La sangre brotaba negra. Negro era el trayecto hasta el hospital más cercano. La
esperanza de vida de aquel pobre maletilla se me antojaba negra. De rubia
borrachera, a resaca negra. En el improvisado coso, los negros toros mugían justicieros. De
miles de cirios negros se engalanaba la noche negra. Negro me tenían ya los
persistentes gritos provenientes de los aficionados taurinos
Ahora
veo claro que todo lo que pasó aquella madrugada podría haber sido el principio de
mi felicidad con él, junto a él eternamente, y yo no retrocedería ante nada con tal de que fuera mío, solo para mí, con tal de que ninguna otra mujer se
cruzase en su camino. Las chicas de nuestro círculo de amistad no se atreverían ni siquiera a acercársele
desde aquellas terribles acusaciones mías en público; a partir de ahora, estaba ya condenado, difamado,
señalado por todos. Pero a mí eso no me importaba. Iría adonde quiere que fuese por estar
con él, siempre con él, aunque tuviese que perseguirle, como dicen que el ojo
de Dios perseguía a Caín
“¡¡La Pepa del Eufrasio alquila
su cuerpo!!”. El bando ya estaba en la calle. El telón de las censuras estaba en lo más alto, ya todos podían gozar
de la noticia. Las últimas resistencias de Pepa saltaban, rotas, y su
desesperación empezaba a salir, taponando ojos, oídos y boca de los malsines.Aun no habiendo encajado ese golpe bajo, su respuesta no fue especialmente insultante, solo cortante como
hielo. “Bastaría un
poco de respeto a mi vida, máxime sabiendo todo el pueblo los muchos cornudos y
cornudas que hay en esta tierra”. No dijo nada más. Era suficiente.Las lenguas cesaron después de su
primera bala; rodaron en un leve siseo y eran sorbidas por la esponja del silencio. La
segunda golpeó la esponja con puño enguantado. Se levantó un rumor de hipocresías,
un refregar de manos y un crujir de las articulaciones, y hasta las tensiones
en los músculos y las arritmias en los corazones tamborileaban la atmósfera con
dedos broncos
Siro es un tipo vulgar: bajito, calvo, delgado, desdentado... Tiene 82 años, y aun su baja estatura y su delgadez, desarrolla una actividad pasmosa:
se mueve por la fábrica cual zarandillo; sube y baja y está a la vez en todas
partes. Todos los colegas decimos de él que parece que tiene el don de la
obicuidad. Aunque le conozco muy bien, a veces me sorprende con un algo absurdo, y
otras, con un buen sentido “sanchopancesco”. A veces se muestra ingenuo y
candoroso como un niño, y otras veces, agudo y perspicaz. Los años aún no han
empañado el brillo en sus ojos: se mueven con extraordinaria viveza, o se
acurrucan en las cuencas, sumidos como dos puntos fulgentes. Su humanidad es
inefable, y el rasgo más sobresaliente de su carácter es la modestia. Lo vemos como queriendo
sobresalir entre todos nosotros, a fuerza de querer ser, de sentirse
insignificante
“¿Sabías que nuestra buena amiga Juana me besó una tarde en este mismo parque y en este mismo banco y yo creía que se había enamorado de mí? Pensé que era mi gran oportunidad con ella.
Pero me equivoqué, amigo mío; Juana era una mujer honesta, sincera, pero la mayoría de las mujeres
hace cosas tan sorprendentes que desconcierta”. “Así es, buen amigo. Y a mí me repugna ver las de maniobras
extrañas que son capaces de hacer algunas para darnos a entender que las cosas que
hacen o dicen son reales, auténticas, cuando ellas saben que no lo son”.
Cuento 46 años, soy drogadicto y no tengo trabajo; soy guapetón. He visto en una guapa y próspera mujer de 30 años la
posibilidad de ser feliz. Pero, por esa mujer he llegado a la situación en la
que ahora me encuentro. No fue mi culpa; ella destrozó el ídolo con su indiferencia. Tal
vez por eso he decidido no renunciar a las mujeres. La realidad es que estoy confundido;
no sé si lo que quiero es no volverla a ver, o verla de nuevo. Aunque, si la
veo, sé que le dará igual porque me parece que le soy un estorbo, que no sé aún
por qué, por qué no me valora. Pero una noche salí de pesca y encontré a una
chica, con la que me llevo de pm. Ya, ya sabía yo que no era tan complicado
Comentarios
MICRORRELATO
Mi pueblo
Mi pueblo se encuentra en lo más alto de un rápido talud. Avalanchas de pinos y eucaliptos se deslizan en las laderas hasta la orilla del mar, que salpican los troncos de agua salada. En los inviernos, la lluvia abre hondos cauces en el suelo arcilloso; y en los veranos, un río de niños merodea por el declive trazando infinitos senderos. Próximo al faro, que obsequia con su amable luz a los navegantes, como una afectuosa mano, está el acantilado. Las olas levantan surtidores de espuma, socavando incansable las piedras. Hay (o había) un insólito lugar donde los niños pasábamos horas oyendo el resoplar de los hoyos a cada golpe de agua. Una cueva solitaria y oscura, distante un kilómetro de la playa, estaba poblada, para mí, de fantasmas y brujas. Durante toda mi vida he sentido un orgullo especial por llevar prendido en el lado más transparente de mis recuerdos la nostalgia de mi pueblo. Risueña, sí, pero también dolorosa y acuciante cual rehilete desgarrador
Me fui de la casa de mis padres
Y no he vuelto, pero quisiera volver. La recuerdo con cariño, Me llena de ternura pensar en eso. Volvería a ver mi mar, mi lluvia y mi viento, y oiría el rumor incansable de las olas. El mar, y la lluvia, y el viento, los evoco con reverencia de dioses lares. Siento pena de mí y me cuesta soportar un deseo de llorarme. Me gusta rememorar el pretérito al lento correr de mi pluma, alzo la cabeza y me quedo ensimismado, desparramándome sobre él. El mar de olas bravías. Los truenos hacían vibrar las paredes de mi cuarto y el resplandor de los rayos lo iluminaba. Alzaba las manos y las bañaba en la luz espectral de las descargas eléctricas. Pegaba la nariz al helado cristal de la ventana. El viento silbaba en las calles. Arreciaba la lluvia. La tendalera de la ropa golpeaba contra los barrotes. Se oía, espeluznante, sorda, la sirena de algún barco que había quedado aprisionado en el traidor bajío de la barra, y ya en toda la noche se oían sus quejidos, cual animal herido de muerte. Al alba podía verse el siniestrado inclinado de banda y las olas ensañándose con él, golpeándole los flancos, barriéndole de proa a popa. Aparecía el remolcador vomitando una densa columna negra, debido al derrote de su motor. Luchaba en vano contra la arena. Al menos 24 horas de agonía, hasta que las olas destrozaban el casco y esparcían su esqueleto en la playa. Pero todo ese lejano dolor: las palizas de mi padre, la corta ración de bazofia… Todo. No tiene valor ni consigue borrar la visión apacible de mi casa. Como si ahora, en que está próxima mi muerte, la vida, con una generosidad que me niego a pensar que es tardía y cruel, se echase a mis pies y así apaciguar la marea de mi espíritu. Todo es mar hoy. Un resplandor rosáceo entra por la ventana de mi cuarto del hospital y se posa tan delicadamente sobre la colcha que no me atrevo a tocarlo por temor a que se me quede en el dedo como el polvillo de las alas de la mariposa. Limpios me llegan los recuerdos. Me desconciertan estas nuevas sensaciones porque no soy una persona blandengue. Pero no quiero engañarme, me encuentro solo, desamparado, y no siento ningún rubor por confesar mi debilidad
MICRORRELATO
Exitoso con las mujeres
Lágrimas acompañaban el dolor. Por su cabeza pasaban algunas preguntas. “¿Cuántas mujeres han pasado por mi vida?”. Su cuenta no le daba menos de 200, y, sin embargo, un profundo dolor de soledad y tristeza se apoderaba de él. “¿Qué me pasa?”. “¿Qué me falta?”. Estas preguntas y muchas otras no podían acallar el grito, venido a dolor, a cada momento. “¿Qué tiene la mujer que todavía no he sabido ver?”. “¿Por qué no he podido retener en la efímera posesión de un cuerpo la sublime sensación de la plenitud?”. “¿Por qué este vacío en mí, como un hondo abismo, que hace que vaya desapareciendo mi alegría?”. Sus preguntas lo torturaban. Sabía de sobra que había usado, para su placer, a cuantas hembras habían cruzado su camino, pero dolorosamente comprendía que había sido utilizado. Miserablemente utilizado, por su dinero y por ser tratado como a un semental, al que después de cumplir con su objetivo se convierte en un buey de carga, despreciado, inútil, destinado al matadero, terminando sus días solo y olvidado
Mi madre
Mi madre falleció cuando yo tenía cuatro años. La consumió la miseria del hogar y la nostalgia del marido ausente casi todo el año por motivos “extraños”. Me quedan, pues, pocos recuerdos de ella, que son los únicos retazos risueños que la vida me ha dejado. Era alta, guapa y con estilo, además de que tenía una bonita voz. Recién casada, trabajaba de criada en una casa de gente adinerada, y sus amos le cogieron cariño y la hicieron ingresar en el mejor colegio de la ciudad, en el que adquirió algunos conocimientos que le servían de refinamiento. Aprendió a dibujar a la acuarela y al óleo, a tocar el piano y a hablar y escribir en inglés. Cuando nací, se hacía cargo de mí de día mi tía. Me contaba mi madre cosas del clima exquisito del colegio al que asistía. Su tono era siempre nostálgico, pero nunca se quejaba. Quería apasionadamente a mi padre y todas sus lacerías debían antojársele soportables. La señora de la casa se portaba muy bien con ella, pero como hacía todo lo posible y más por conseguir que se divorciase del pendón de mi padre, rompió las relaciones laborales y se colocó en otra casa
Ruptura de relación
Mi diario secreto
Todas las mañanas de todos los días, de todas las semanas, de todos los meses…, cuando llego a mi empresa me voy directamente a mi despacho, cuelgo mi chaqueta en mi perchero, me siento en mi confortable sillón negro giratorio, enciendo mi pantalla de mesa, abro mi ordenador y, antes de comenzar mi tarea diaria, escribo una línea más en mi largo diario secreto, donde, desde hace diecisiete años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio
A las mujeres hay que admirarlas de día
Uso gafas para ver, para ver verdades. Pero como no siempre ven las verdades que quieren ver, no me las pongo casi nunca. Sólo una vez me las encajé. Mi esposa dormía a mi lado, a medio metro de mí. Mis gafas la miraban y la remiraban. El adefesio que yacía encima del colchón tapado con sábana, roncaba. La testa, posada en la almohada, tenía la cabellera de mi esposa con sus rulos y su red, la cara estaba impregnada de toda clase de potingues. Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían las prótesis de oro de mi esposa. Acaricié los cabellos y palpé la testa suavemente, como intentando convencerme de que era la fémina que yo conocía de siempre. Pero no, no había duda; “aquello” no era mi esposa. Dejé las gafas sobre la mesilla, me levanté de la cama y empecé a dar vueltas y más vueltas por toda la casa, hasta que el sueño me rindió y me volvió de nuevo a la cama. Desde esa misma noche, obsesionado estoy con la metamorfosis de los cuerpos femeninos. Amo a mi esposa desde que éramos novios, y nunca me interesó ninguna otra mujer, pero si antes de casarnos hubiese sabido que se iba a producir en ella tan asombrosos cambios, seguro que hoy estaría mi menda más soltero que todos los Papas juntos que han pasado por El Vaticano de Roma
MICRORRELATO
El Mensaje
Mi hermanito, Ángel, cayó a un pozo que teníamos en nuestra casa de campo cuando contaba cuatro años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo las pueden aliviar el tiempo y la bendición de una familia numerosa. Catorce años después de aquello, Luis, otro de mis hermanos, sacaba agua una tarde de aquel pozo, al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En la última tirada de la cuerda que subía el cubo hasta el brocal, vio una pequeña botella con un papel escrito en su interior. “Estoy infinitamente mejor donde me hallo ahora que en ese mundo de mierda en el que estuve de niño”. Esas diecinueve palabras se podían leer. ¡Era un mensaje a la humanidad!
Opiniones gratuitas
Mi colega y amigo Arturo me dijo un día que yo soy “todo temperamento; demasiada pasión para, al final, cabrearme conmigo mismo”. Y otro compañero del trabajo confesó que Arturo dice de mí que, en otro siglo, podría haber sido un puntal de la iglesia: un San Ignacio de Loyola o un San Agustín. ¡Curioso! Si hubiese dicho un Barbarroja habría estado más en lo cierto. La realidad es que me siento con mejores predisposiciones para ser bandolero que santo. Y lo digo sin reticencias, pues ya quedan lejanas las vanidades peyorativas de los 20 años y a estas alturas resulta desalentador llegar a conclusiones tan poco halagüeñas
El triunfo del Demonio
El Demonio demandó a todas las religiones, y el aparato legal, el judicial y el de los derechos humanos de la Tierra reconocían que el prestigio del Demonio había sido objeto de una injusta y deliberada manipulación por parte de las diferentes iglesias en su sempiterna competencia por ganar feligreses, y verse compensado con el top topping universal. Ganó el juicio y exigió, bajo una nueva demanda, ser reivindicad como el gran benefactor del desarrollo de su amada humanidad, y reclamó una importante suma de dinero. Finalmente, la feligresía pudo emerger del cacao mental en el que estaba, para disfrutar plenamente de tantas cosas que hasta ahora habían sido pecado. Y a partir de ese día, las iglesias, los templos, las mezquitas, las sinagogas y demás lugares de oración quedaron vacíos: los curas al paro, y sus cepillos petitorios sin un céntimo
Gente ruin
Esa clase de gente que se divierte con hacer críticas malintencionadas contra quien sea (por envidia o simplemente por el placer de hacerlas), ignora que tras su estúpida actitud pugna por salir la cara oscura de la venganza. Y si esos dardos envenenados van dirigidos a alguien indefenso de mi entorno, no puedo negar que se me puede activar ese orgullo que todos tenemos y que de alguna manera ha sido herido alguna vez, pero una suerte de optimismo sensato me ha llevado a pensar que seguir siempre en mi propia línea de conducta y apreciación y no hacer ni puto caso es compatible
Uno menos
La viuda se fue alejando del panteón familiar, dónde quedaban enterradas diversas cosas inútiles: el marido, los permanentes malos tratos de él hacia ella, las promesas de él de que no iba a ocurrir nunca más, y el odio y el miedo de ella; que, de pronto, su cuerpo empezó a moverse al ritmo de una tranquilizadora música que su corazón le cantaba bajito y que todos los familiares presentes podían ver el compás que movía las caderas de una mujer que a partir de ahora iba a vivir libre y sin temores
La Llegada
La curvilínea carretera, libre de vallas, corría entre altos páramos. Mi coche se deslizó desde el pavimento hasta el césped de la orilla, que las ovejas habían dejado liso como terciopelo. Paré el coche, me bajé de él y miré a mis alrededores. La carretera cortaba los pastos y los brezales antes de sumergirse en el valle del fondo. Me encontraba en uno de los mejores lugares para ver las grandes llanuras de mi Andalucía, que se extendían a mis pies en una vista de ensueño: los fértiles campos, el ganado que pacía, el caudaloso río, bordeado de piedras en una parte, y de nutrida arboleda en la otra. El pasto crecía entre las laderas hasta donde empezaban los brezales y las ásperas hierbas de los páramos, y solo estaban libres de él los acantilados que ascendían sobre las colinas y desaparecían entre las desnudas estribaciones que marcaban el comienzo del terreno silvestre. En esos momentos, me envolvía un aire fresco agradable
Revolución en la agricultura
Cuando terminé mi carrera de ingeniero agrónomo, comenzaba una revolución en la agricultura. Todo se estaba convirtiendo en ciencia, y los conceptos valorados durante generaciones iban quedando en el olvido, a la vez que en el mundo de la tecnología surgían nuevos métodos que hacían desaparecer los viejos procedimientos. Había indicios de que los pequeños agricultores estaban abandonando sus fincas; hombres, con sólo media hectárea, arada por mula, constituían el grueso de nuestra profesión. Pero dudaban si podían ganarse la vida con tan rácano patrimonio, y algunos habían vendido ya sus tierras a terratenientes. Pero los modestos, obstinados en seguir haciendo lo que hacían, por la mera razón de que siempre había sido así, eran los que yo envidiaba: esas estoicas personas, poseedoras de la verdadera riqueza, que vivían con los valores del antaño y que hablaban y divulgaban el hoy tan en desuso dialecto andaluz, casi arrollados por la radio y la televisión
Mi puta dentadura
Mi dentadura rota sobre la repisa del baño cancela la cita y me causa lágrimas que se convierten en amargo y convulsivo llanto. Frente al espejo, te imagino nerviosa en la puerta de nuestro motel. Cabreado ante el teléfono móvil, no tengo que esperar mucho. Suena, y tu voz de muchacha enamorada me reclama la tardanza. “¡Nunca tuve que dar cuentas a nadie! ¡Búscate a un muchacho de tu edad!”, te digo, airado. Cuelgo y estrello contra el espejo mi dentadura y tu voz adolescente. Sigo llorando y cabreado
Un nuevo Donjuán
No tardé en percatarme de que el nuevo maestro de mi pueblo era un individuo perspicaz, con experiencia en el manejo de personas. Tenía 35 años, no mal parecido, estatura media, propenso a la gordura, cara angulosa y expresivos ojos. Todo él, físico y formas, sellaba un buen conjunto. Pero, aunque lo consideraban como un chico formal, algunas mujeres de mi entorno lo tildaban de mujeriego, no sabía si con razón o sin ella, porque, aun la confianza que llegamos a tener, no me hacía confidencias de esta clase. Por norma y por respeto y también por su carácter extrovertido, abierto, siempre obraba con amabilidad con todos los habitantes del pueblo. A pesar de esto, cuando a veces le veía reír, charlar y contar chistes a algunas señoras casadas, guapas y con buen cuerpo, derrochando donaire de buen chico, pensaba en lo que decían de él y estaba por creer que las cizañeras tenían razón
Con mi música a otra parte
Me separé de la única novia que había tenido, a la que le llevaba diez años, pero, aunque con dolor, me recuperé del golpe. Nuestras diferencias se cifraban, principalmente, en que yo detestaba ese falso aparato social en el que ella sabía desenvolverse a las mil y una maravillas: “las pejigueras de las buenas formas”. Y ella en que se resistía a que le aconsejase en su manera de ver las cosas. Las muchas conversaciones que habíamos mantenido durante nuestro noviazgo eran anodinas, es por eso yo siempre he querido saber qué pensaba sobre el problema del existir. Qué significaban para ella, verbigracia, el amor, la vida, la felicidad, la amistad, la suerte, la soledad, la sensibilidad y la muerte. Ocho conceptos llenos de zozobras y de profunda intensidad
Que coincidencia, ese comentario es un mejor juego de palabras que los del microrelato que traje...
No sabía sí escribir sobre la imagen, o sobre una imagen; pero estaba determinada a escribir algo.
Miró el cuadro de texto en blanco, decidida a volver a usar la treta de cambiar el romance de época por cualquier época de romance.
Pero algo estaba mal.
La inspiración no estaba. Quizá se había gastado en ese medio capítulo de las cinco de la tarde o se ocultaba entre los chistes y lamentos de las últimas cinco tardes.
Buscó, buscó... y se resignó rápido a ignorar aquella promesa de una historia. ¿Por qué no? La historia de su vida era olvidar promesas.
No acabo de entender bien ese comentario tuyo (destacado en negrillas). Es un juego de palabras (como dices) un poco extraño...
¡Llévame contigo, amor!
Acababa de perder a su joven esposo. Al parecer, la felicidad era el único sentimiento que a su vida no pertenecía. Miró hacia atrás y se halló con un montón de sentimientos brillando en la silenciosa penumbra, y detrás de las luces cegadoras vio a sus padres, a sus amigos y a toda la gente que la quería explicándole un mar de momentos que aún le quedaban por vivir. En sus cerebro afloraban recuerdos recordándole que, aun todas esas luces, había una luz más fuerte, el sentimiento más grande: la vida. Llevó la mirada hacia el cielo, recopilando de cada poro de su piel hasta el último hilo de las fuerzas que le quedaban. A través de las estrellas miró a su amado por última vez en vida, le entregó el corazón en carne viva y, siendo rea de una inmensa soledad, solo pudo gritar: ¡llévame contigo, amor! Inmediatamente después, aun todos sus seres queridos pendientes de ella, pero sin que les diese tiempo a reaccionar para detenerla, se lanzó al vacío desde la terraza de su piso de la décima planta del edificio. La altura y la inercia de caída despedazaban contra el duro asfalto un precioso cuerpo de tan solo 21 años
El hacha del caco
El hacha entraba certera en el cráneo, dejando el filo bien ajustado sobre el hueso. Enseguida, pequeños arroyuelos de sangre nacían de aquella herida recién estrenada, buscando la ruta más rápida hacia el suelo y surcando la piel de estrías y arrugas que formaba la cara de la anciana. Pero la nonagenaria no caía, y a pesar del shock que suponía un ataque por sorpresa, mantenía una lucha sobrehumana por no perder la consciencia. Sus piernas, desgastadas por tanta debilidad, se tambaleaban hacia delante, atravesando la cocina a pequeños trompicones, para después ir buscando el apoyo de la encimera. A cada paso parecía que fuese a derrumbarse, pero, conocida su indómita fortaleza, se iba zafando de un desplome en un increíble slalom, mientras que su cabeza se movía de un lado a otro, espantando moscas con el mango de la herramienta en ristre
El Tren del Diablo
Cuando recobré el conocimiento, estaba tumbado sobre una moqueta burdeos y rodeado por todos lados de pedazos de carne ensangrentados. Todo salpicado de sangre, sangre humana, y dondequiera que llevaba los ojos veía cuerpos mutilados. El tren, se hallaba estancado en lo que parecía un túnel, o el mismísimo infierno. La lúgubre oscuridad a través de la ventanilla de mi vagón y el absoluto silencio me sobrecogían. El tren era una tumba sobre raíles. Y en mis adentros, infinidad de preguntas sin respuestas: “¿qué ha pasado?”. “¿Por qué el tren permanece parado?”. “¿Quién o qué ha matado tan cruelmente a tantas personas?”. Y, sobre todo, la que más me preocupaba y me tenía en vilo: “¿Por qué me da la preocupante y macabra sensación de que soy el único superviviente de esta infinita catástrofe?”. Una vez que, asustado, llegué a la salida del túnel, fui regado por una luz que en mi larga caminata no había visto. Luna llena en un cielo estrellado, noche de buena de temperatura. Me sentí un poco aliviado, solo un poco; pronto empecé a dar respuestas a mis dudas: cuando vi agrandarse mi cuerpo, cuando vi un pelaje grueso que quemaba como fuego mi piel, cuando aullé en forma instintiva, cuando mi mente no era capaz de asimilar tanta atrocidad, cuando dudaba si existía o era ficción, cuando no era capaz de recordar si tenía familia o estaba solo en el mundo, cuando me palpaba y me pellizcaba para cerciorarme de que lo que estaba viendo era real, y cuando, con ansia y desespero, deseaba volver a catar la deliciosa carne humana
Atacó de nuevo
Un pescador descubría el cuerpo congelado de la chica, junto a la orilla. En pocas horas estaban allí, conmocionados en un amanecer de pesadilla, sus padres, amigos, vecinos y autoridades del pueblo. Las almas de los familiares y amigos se rendían ante el desgarro prolongado y el llanto de los padres, ante sus gestos de ternura mientras arropaban a su niña, para después llevarla de vuelta a casa, lejos del frío. Nadie de la comitiva de dolor había visto cómo se alejaba la barca hacia el interior del lago. Nadie vio a aquella figura negra que, con majestuosidad siniestra, remaba incansable. Nadie sabía que en el lago descansaba la chica, acurrucada como un bebé al vientre de su mamá, murmurando ensoñaciones en una noche etérea. Nadie, ni remotamente, imaginaba lo que iba a pasar en el escenario de tan funesta noche. Una vez más había matado a una inocente un psicópata que era buscado desde años atrás. Y con esta, iban ya 17 muertes
Negro
El coche era negro. Negros nos vimos un voluntario y yo para llevar a aquel herido por asta de toro hasta el coche a través de los negros y desiguales peldaños de la primera casa que vimos para asistirlo. La sangre brotaba negra. Negro era el trayecto hasta el hospital más cercano. La esperanza de vida de aquel pobre maletilla se me antojaba negra. De rubia borrachera, a resaca negra. En el improvisado coso, los negros toros mugían justicieros. De miles de cirios negros se engalanaba la noche negra. Negro me tenían ya los persistentes gritos provenientes de los aficionados taurinos
Amor obsesivo
Ahora veo claro que todo lo que pasó aquella madrugada podría haber sido el principio de mi felicidad con él, junto a él eternamente, y yo no retrocedería ante nada con tal de que fuera mío, solo para mí, con tal de que ninguna otra mujer se cruzase en su camino. Las chicas de nuestro círculo de amistad no se atreverían ni siquiera a acercársele desde aquellas terribles acusaciones mías en público; a partir de ahora, estaba ya condenado, difamado, señalado por todos. Pero a mí eso no me importaba. Iría adonde quiere que fuese por estar con él, siempre con él, aunque tuviese que perseguirle, como dicen que el ojo de Dios perseguía a Caín
El clarín del pueblo
“¡¡La Pepa del Eufrasio alquila su cuerpo!!”. El bando ya estaba en la calle. El telón de las censuras estaba en lo más alto, ya todos podían gozar de la noticia. Las últimas resistencias de Pepa saltaban, rotas, y su desesperación empezaba a salir, taponando ojos, oídos y boca de los malsines. Aun no habiendo encajado ese golpe bajo, su respuesta no fue especialmente insultante, solo cortante como hielo. “Bastaría un poco de respeto a mi vida, máxime sabiendo todo el pueblo los muchos cornudos y cornudas que hay en esta tierra”. No dijo nada más. Era suficiente. Las lenguas cesaron después de su primera bala; rodaron en un leve siseo y eran sorbidas por la esponja del silencio. La segunda golpeó la esponja con puño enguantado. Se levantó un rumor de hipocresías, un refregar de manos y un crujir de las articulaciones, y hasta las tensiones en los músculos y las arritmias en los corazones tamborileaban la atmósfera con dedos broncos
Siro no se jubila
Siro es un tipo vulgar: bajito, calvo, delgado, desdentado... Tiene 82 años, y aun su baja estatura y su delgadez, desarrolla una actividad pasmosa: se mueve por la fábrica cual zarandillo; sube y baja y está a la vez en todas partes. Todos los colegas decimos de él que parece que tiene el don de la obicuidad. Aunque le conozco muy bien, a veces me sorprende con un algo absurdo, y otras, con un buen sentido “sanchopancesco”. A veces se muestra ingenuo y candoroso como un niño, y otras veces, agudo y perspicaz. Los años aún no han empañado el brillo en sus ojos: se mueven con extraordinaria viveza, o se acurrucan en las cuencas, sumidos como dos puntos fulgentes. Su humanidad es inefable, y el rasgo más sobresaliente de su carácter es la modestia. Lo vemos como queriendo sobresalir entre todos nosotros, a fuerza de querer ser, de sentirse insignificante
Charla de viejos amigos
“¿Sabías que nuestra buena amiga Juana me besó una tarde en este mismo parque y en este mismo banco y yo creía que se había enamorado de mí? Pensé que era mi gran oportunidad con ella. Pero me equivoqué, amigo mío; Juana era una mujer honesta, sincera, pero la mayoría de las mujeres hace cosas tan sorprendentes que desconcierta”. “Así es, buen amigo. Y a mí me repugna ver las de maniobras extrañas que son capaces de hacer algunas para darnos a entender que las cosas que hacen o dicen son reales, auténticas, cuando ellas saben que no lo son”.
MICRORRELATO
Soltero y entero, y sin pareja
Cuento 46 años, soy drogadicto y no tengo trabajo; soy guapetón. He visto en una guapa y próspera mujer de 30 años la posibilidad de ser feliz. Pero, por esa mujer he llegado a la situación en la que ahora me encuentro. No fue mi culpa; ella destrozó el ídolo con su indiferencia. Tal vez por eso he decidido no renunciar a las mujeres. La realidad es que estoy confundido; no sé si lo que quiero es no volverla a ver, o verla de nuevo. Aunque, si la veo, sé que le dará igual porque me parece que le soy un estorbo, que no sé aún por qué, por qué no me valora. Pero una noche salí de pesca y encontré a una chica, con la que me llevo de pm. Ya, ya sabía yo que no era tan complicado