Todas las mañanas de todos los días, de todas las semanas, de todos los meses, de todos los años, cuando despertaba, se confirmaba a sí mismo que con los sellos que aparecían mágicamente en su pasaporte sus viajes no habían sido solo un sueño.
Si te dijera que parezco feliz, me dirás que no lo parezco, que lo soy. Ves
que sonrío en cada línea de tus manidas frases hechas, y sin embargo no
percibes mi necesidad de distanciarme. Yo no quiero decirte algo para que no
te alejes, y tú no acabas de soltarme para que no me vaya. Te coges a mi brazo
como yo a tu guion inventado y nos hacemos la vida por día más insoportable.
Se ahogan mis llantos sin siquiera salir de la garganta, y vivimos juntos sabiendo que no
eres lo que me hace falta. Finjo cada día ensayando la despedida en el espejo,
tan quebrado como nuestra historia, y no acabo de ver la salida en este bucle perfecto
que me atrapa en un calendario lleno de meses que parece que nunca acaban. Se
me está yendo la vida y tengo la sensación de que no me importa. Creo que me tengo demasiado
olvidada.
Estaba tumbada junto a la piscina. Era ya la hora
del cierre. Miró los pies del chico parado al lado de ella. Estaban bronceados de
mar. Se sentó sobre su toalla, cruzadas las manos sobre las piernas, apoyada la
barbilla contra las rodillas. “¿Dónde has estado?”. “En la playa con mis padres
y mis hermanos; por cierto, ¿sigues aún empecinada en no salir conmigo?”. Negó
con la cabeza. A medida que iba avanzando la temporada, las normas sobre la fraternización
entre empleados y socios no eran tan severas. Sabía por una compañera, dos años más
antigua que ella en ese trabajo, que todos los veranos ocurría lo mismo. Se
puso en pie y vio que el chico era más alto de lo que recordaba del día que lo
conoció en el bar del club, del que ella era una de las camareras. De pronto, la
chica cogió al chico de la mano y se perdieron en la oscuridad de la noche.
Me enfermo al recordar promesas que nunca llegaron a culminarse,
solo eran palabras. Me soplas mentiras para engañar a mi mente, para llenar
tiempo e irme vaciando de ilusiones. Aprendiendo estoy lo que nunca se enseña. Alumbro
mis vacíos con la luz de nuestro único beso de amor. La atmósfera se aviene a
pesada si respiro tu esencia. Te enloquece la locura por volverme a tener. Mi
erotismo te mata. Mi pasión te aprisiona. Tengo que recurrir a los sentidos de mi
alma para lidiar tu perturbadora postura, para embestirte en la penumbra de tu
vanidad, hasta que se desfogue mi deseo. Busco mi tranquilidad en soledad. Si
tratara de ser sensata, caería al abismo. Tu extraña forma de vida permanente
no quiere abandonarte. A veces pienso que te mantienes vivo para hacerme sufrir.
No puedo pensar en nada, solo en ti, en cuando estabas sin
estar, en cuando mis sentidos se agudizaban para verte, olerte, oírte, para
sentir tu adrenalina rulando por mi cuerpo, desde la punta del pelo hasta la
fibra más sensible de mi ser. No puedo pensar en nada, solo en recordarte, en
volver a mirarte y en sentir tu piel sobre la mía. No puedo pensar en nada más
que el tiempo siga su curso y me regale un segundo de tu presencia. No puedo
pensar en nada, solo en que entre en tus pensamientos y que pueda leer los sentimientos
prohibidos que moran en tu nido. Pensarte es agobiarte. En mi silencio, solo
puedo pensar en llegar a ti en un suspiro largo y hondo, en un beso deseado, nunca
consumado. ¡Qué no juzgue quien nunca tuvo un amor escondido! ¡Qué no juzgue
quien nunca ha tenido un amor prohibido, que quería gritarlo y no ha podido!
¡Qué no juzgue quien jamás expresó su
amor a un desconocido! ¡Qué no juzgue quien nunca sintió incendiarse de pasión
en la hoguera de Pedro Botero! ¡Qué no juzgue quien no sintió un nudo en la
garganta por un secreto guardado. Lo prohibido no está en amar libremente, está
en las leyes que promulgaron la prohibición.
Le parecía una tormenta pasajera. La obsesión durante meses por entender la naturaleza de su propio despertar sexual, había estado despedazándola. Pero, súbitamente, un día esa angustia desaparecía. Sabía qué era lo que no sabía, pero no se sentía impulsada a forzar ese conocimiento; las sensaciones que sentía formaban parte del mismo, y, en cierta forma, sabía que iba a gozar de ello a su debido tiempo. Se sentía más dueña de sí, más tranquila, más dispuesta a disfrutar de los intercambios de vidas con las demás personas. Reanudó sus salidas de ocio con chicos de su edad, y cuando intimaba con besos y caricias con alguno, podía corresponder sin sentir la necesidad de llegar a más. El sexo dejó de traslucirse en sus pensamientos. Sabía que volvería a aparecer con el paso de los años. Pero, para entonces, era de prever que estaría más preparada para afrontarlo como parte de su ser absoluto.
Mi hermanito, Ángel, cayó a un pozo que teníamos en nuestra casa de campo cuando contaba cuatro años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo las pueden aliviar el tiempo y la bendición de una familia numerosa. Catorce años después de aquello, Luis, otro de mis hermanos, sacaba agua una tarde de aquel pozo, al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En la última tirada de la cuerda que subía el cubo hasta el brocal, vio una pequeña botella con un papel escrito en su interior. “Estoy infinitamente mejor donde me hallo ahora que en ese mundo de mierda en el que estuve de niño”. Esas diecinueve palabras se podían leer. ¡Era un mensaje a la humanidad!
Salí aquella noche de la casa de mi novia y empecé a caminar. Desemboqué en la plaza. La gente del pueblo estaría cenando. No encontré a nadie en el trayecto hacia mi calle. No había Luna. El negro río de la noche arrastraba un caudal pobre de estrellas. De los soportales de algunas casas salía un halo de luz mugrienta. La calleja que conducía hasta mi casa estaba oscura. A lo lejos ardía su única bombilla. Seguía avanzando con pasos firmes. Las calles que iba dejando atrás, parecían enviarme un efluvio de inquietud. Pero, en realidad, tenía más curiosidad que miedo. en la puerta de mi casa, aguardaban dos tipos. Los reconocí enseguida: uno era el muchacho que pretendía a toda costa a mi novia, y el otro era su hermano. Me armé de valor.
“Este es uno de los riesgos de ser mujer; un
hombre puede hacer al amor todas las veces que quiera, pero con un preservativo no le pasa nada, pero nosotras podemos
quedar embarazadas; pensé que la píldora arreglaría este problema, pero, según
los análisis que me han hecho, no puedo tomarla”, le dijo la
pobre chica al ginecólogo, quien hizo una seña a la enfermera. “Pero tenemos algo que sí puedes tomar”, escribió en su bloc de
recetas. “Esto te ayudará a relajarte". ¿Puedo acudir ya a mi trabajo?; necesito trabajar para poder comer”. “Lo siento, pero tienes que esperar unos
días más, puedes tener perdidas abundantes; la enfermera te llevará ahora a una habitación compartida, y yo te veré mañana y te revisaré de nuevo otra vez”. La enfermera cogió el
papel y empezó a empujar la camilla. Transpusieron la puerta de vaivén, y a
través de un largo corredor llegaron al ascensor; pulsó un botón y le
dijo a la paciente: “en realidad, no ha sido tan horrible, ¿verdad?”. La chica miró con
ira a la enfermera, pero, educada, aunque tajante, contestó: “¿No le parece demasiado horrible el hecho de que, por mi penuria económica, haya dado mi
consentimiento para que maten a mi bebé?”. En sus mejillas aparecía un reguero
de lágrimas, que ya dentro del cubículo del ascensor se sumaban a más lágrimas
de la imprudente enfermera, y eso que era madre.
Los zurcidos que sostenían su corazón acababan
por soltarse tras la última traición. Había soportado infidelidades,
triquiñuelas, mentiras, carantoñas falsas, hipócritas te quiero, simplemente porque seguía
enamorada de él. Echarlo para siempre de su vida era el mayor de sus anhelos, lo
que más deseaba era dejar de recordar sus brazos rodeando su cuerpo, borrar
todas las huellas de sus caricias y besos, no volver a catar sus labios,
soterrar en los más profundo de su ser su olor, navegar en otro mar nuevo, tirar por la
borda todos los sabores de su ex, antes agradablemente ingeridos, ahora asquerosamente atragantados. Cuántas
dañinas verdades escupían sus labios cuando hablaban de amor en ese desgarrador
final. Cuántas ganas tenía de escapar a toda vela del mástil, antaño fuerte,
hogaño débil, pero que aún soportaban sus corazones. En su recogimiento de
sufrimiento y dolor, solo quería como un pírrico consuelo el pensar que él
también iba a sufrir por el amor perdido.
Voy leyendo poco a poco. Me ha encantado el del diario secreto. Un giro muy bueno en las últimas palabras. Ahora que tengo algo de tiempo por las mañanas, intentaré leer más estos estupendos micros.
Voy leyendo poco a poco. Me ha encantado el del diario secreto. Un giro muy bueno en las últimas palabras. Ahora que tengo algo de tiempo por las mañanas, intentaré leer más estos estupendos micros.
Ma parece bien. Algunos de ellos los he modificado, porque soy de esas personas que nunca o casi nunca se conforma con lo ya hecho, aunque en esto de la escritura he comprobado que la primera inspiración es la que más fuerza tiene. Se da el caso, de hecho se me ha dado, que eliminé lo primero que escribí y más tarde me di cuenta que lo que me salía no era mejor, no recordando exactamente el contenido de lo primero, Pero ya no me ocurre eso, porque, sea lo que sea, lo archivo por si tengo que recurrir a destaparlo.
Mi ego ha descubierto dentro de mí una fuerza invencible. No me
preocupa que el mundo intente arrinconarme, porque en mi interior hay un algo
fuerte, un algo mejor que elimina fulminantemente a toda la gente inservible.
El juez y su esposa de aquel poblachón andaluz nunca amigaban con nadie. Ella le llevaba la friolera de 10 años a él, pero no lo parecía, ni tampoco se lo notaba nadie. Lía, que así se llamaba “la jueza”, con sus 46 bien cumplidos se conservaba lozana, mientras que Pedro, serio, apergaminado y solemne, iba perdiendo cabellos, acometido de una calvicie demasiado prematura.Lía era una mujer atractiva, guapa incluso, tenía ojos grandes del color del castaño, pelo moreno y cuerpo guitarra bien siluetado. Procedía de una familia humilde, de baja extracción. Había estudiado en un colegio de monjas, en donde le enseñaron algunas habilidades caseras; acervo que ella enriquecía, infatigable, inventando recetas de cocina, haciendo diferentes comidas y nuevos y novedosos puntos de tejidos, además de ese "prodigioso" santo y seña para hacer desaparecer las manchas en la ropa. Su trato era cordial y amenas y agradables sus conversaciones. Conoció a Pedro mientras éste cursaba la carrera de Derecho. Era huésped en su casa; al principio debía tratar al joven estudiante con cierta benevolencia despectiva. Pero las cosas iban a cambiar, en forma harto halagüeña, para la esbelta soltera madurita. En fin, “Pedro se portó como un caballero”.
Hay quien lee las estrellas, la palma de la mano, las huellas digitales, las
heridas del amor, el poso del café, las risas en los labios, las cartas del
tarot, las vísceras de un gorrión vivo, las páginas en blanco, los complementos
alimentarios, los lunares, las pecas, las uñas de las manos, las uñas de los
pies, los iris, los ojos enteros.
Hay quien lee en el autobús,
en la playa, en la sierra, en el bar, en la peña, en el restaurante, en su
bañera, en braille, en esperanto, con los ojos cerrados, con gafas progresivas,
con gafas de culo de vaso, con prismáticos, con el culo en pompa, con bufanda,
con paraguas, incluso entre líneas y con la luz apagada, y en el lugar del
trabajo, y subido a una farola, y hasta en una biblioteca.
Y después de toda su entrega,
nunca de nada se entera.
Se miraba su anatomía desnuda reflejada en el espejo.
La blancura de los pechos contrastaba con el bronceado del resto. Los mamelones
le escocían. Se los tocaba, pero una excitación explosiva la recorría como una regata
de pólvora. Sentía que se caía y se apoyaba en el frente del lavabo. Se metía en la bañera
y recostaba la cabeza en la base delantera de la misma. El agua tibia la cubría,
tranquilizándola. Empezaba a enjabonarse despacio por todos lados. Cerraba los ojos y,
de pronto, un nuevo aluvión de excitación la trastornaba. Al pensar que veía la
figura de Dani, una exquisita y a la vez angustiosa oleada de fuego la
consumía. Estaba a punto de gritar, pero se controlaba y se quedaba casi relajada, aunque extrañamente vacía. Terminaba de bañarse y se salía de la
bañera, cogía la toalla y se secaba el cuerpo, deteniéndose en las partes más
íntimas. Luego, se iba presurosa hacia su cuarto, con la toalla enroscada a la
cintura. Ya allí, se quitaba la toalla y la dejaba en la banqueta. Cerraba con
cerrojo la puerta del cuarto y se echaba boca arriba en la cama, pensando: "¿Será esto que me está pasando eso que llaman el despertar sexual?". Y seguía dándoles vueltas al asunto durante toda la noche con
los ojos muy abiertos y sin que Morfeo tuviera la más mínima intención de aparecer
Salí aquella noche sobre las diez de la casa de mi novia con un presentimiento. Comencé a caminar. Al poco, desemboqué en la plaza del pueblo. A esas horas, la gente estaría cenando. No encontré a nadie en el trayecto hacia mi calle. No había Luna. El negro río de la noche arrastraba un caudal pobre de estrellas. De algunos soportales salía un halo de luz mugrienta. La calleja que conducía a mi casa estaba medio oscura. A lo lejos ardía su única bombilla. Seguía avanzando con pasos firmes. Las calles que iba dejando atrás, parecían enviarme un efluvio de inquietud; pero, en realidad, tenía más curiosidad que miedo. En la puerta de mi casa aguardaban dos individuos armados de palos y arma blanca. Los reconocí enseguida: uno era el ex novio de mi novia, y el otro era su hermano. Me armé de valor.
Siempre he sido muy desdichado. Estoy convencido de que la causa principal es el hecho de ser huérfano de padre y madre, e hijo único, por lo que estoy demasiado solo en el mundo.
Después de mil fracasos, he conseguido hacer funcionar mi máquina del tiempo. Mi firme propósito es volver y convencer a mis padres de que no realicen el viaje en que ambos mueren después de dejarme en casa de mis abuelos. Llego y encuentro a mi madre embarazada. Es una madre, y no pregunta nada. No necesito explicarle nada. Inmediatamente entiende quién soy y me abraza tan fuerte como yo la abrazo a ella. Mi padre, el policía, vuelve a casa para almorzar con mi madre. Nos encuentra abrazados y sin decir palabra, desenfunda y nos mata a los dos.
Muy ingenioso Chclau y con la paradoja de los viajes en el tiempo incluida, porque si lo mata cómo vuelve al presente para contarlo...Lo de la máquina del tiempo es siempre inquietante, ¿a que sí?, ¡ya sería lo único que nos faltaba! Por ahora sólo tenemos el presente para fastidiarla, ¡menos mal! y mira que da de sí.
Muy ingenioso Chclau y con la paradoja de los viajes en el tiempo incluida, porque si lo mata cómo vuelve al presente para contarlo...Lo de la máquina del tiempo es siempre inquietante, ¿a que sí?, ¡ya sería lo único que nos faltaba! Por ahora sólo tenemos el presente para fastidiarla, ¡menos mal! y mira que da de sí.
Gracias Alégora. El tema de las paradojas en los viajes en el tiempo es... todo un tema, valga la redundancia. Me interesa mucho y lo más increíble es que hay incluso científicos que han analizado este tema. Las respuestas son diversas, desde que directamente es imposible viajar hacia atrás en el tiempo, pasando porque, aún si fuera posible, no sería posible cambiar el pasado... hasta llegar a la teoría más loca de todas, que en inglés se llama multiverse y en su traducción en castellano es multiverso, lo que es un poco cómico porque en lunfardo argentino sería algo así como multi mentiras.
Según la teoría de las múltiples ment... del multiverso, toda combinación de sucesos permitidas por la física se da en algún universo. Hay una infinidad de universos en los que intercambiamos este mismo diálogo con cambios menores o redactado mejor, otros en los que tengo pelo verde y de otros colores, y alguno en el que hasta soy joven, millonario y atractivo (lástima que con esto del Corona no pueda viajar a visitar a mi yo de allí).
Entonces cuando se crea una paradoja, ésta se resuelve situando a los participantes de la paradoja en un nuevo Universo. Hay un Universo en el que el protagonista nace y desaparece un día viajando en su máquina del tiempo, y otro en el que llega el protagonista y es asesinado junto con su "madre", por lo que en ese Universo, él nunca nacerá.
No digo que yo mismo lo entienda del todo, pero esa es la idea. En algún otro universo lo explican mejor.
Anda! pues como el temilla tiene su jugo, te animo a que vayas saltando de un universo a otro y nos envíes más historias como esta. Y lo has explicado perfectamente.
“Llama ahora mismo a sus padres y diles que tenemos que vernos”, se serenó
un poco. “No puedo hacer eso; no los
conozco, solo la voz de ella y por teléfono”. “¡Será posible!, se enfureció de nuevo.
¡Diles que tu hija ha hecho el amor con uno de sus hijos, o quizás con los dos,
de modo que somos familia; consuegros o algo así, eso es razón suficiente, ¿no te parece?!”. “¿Por qué haces siempre lo que te dice el director del Banco?”. “¡Porque, además de que es el
padre de los dos chicos, le debo un dineral en préstamos para mis construcciones!
¡De no ser por él, seguiría siendo un simple albañil haciendo chapuzas!”, tragó
saliva. “¡Coge de una puñetera vez el puto teléfono!”, y se fue hacia la escalera
del piso superior. “’Me da igual lo que digas, pero concierta una cita con
ellos!”. “¿Dónde vas tú ahora?”. “¡A hablar con nuestra consentida hija! ¡Si no me cuenta toda la verdad de esa violación, que creo que se ha inventado, se la arrancaré de los labios!”. Dio un puñetazo en
la barandilla y enseguida empezó a subir peldaños de dos en dos. Su esposa, al coger el
teléfono, escuchó pasos hacia el cuarto de su hija. Comenzó a marcar, pero se
detuvo al oír gritos. Su dedo se paró en el dial. Cesaron los gritos y de nuevo
inició la maniobra, aunque con desgana y lentitud. Ansiaba ser abuela.
DOS PERSONAS DISTINTAS Ella es conservadora; él es liberal. Ella se apega a las tradiciones; él las desprecia. Ella es religiosa; él no. Pero no importa lo que crean. Cuando ambos encuentran un tesoro y deciden repartirlo. Las divisiones desaparecen. El dinero no conoce de creencias. La ambición tampoco. Una cosa lleva a la otra. Y entre dos personas tan distintas. El amor florece.
Comentarios
Pasaporte sin caducidad
Todas las mañanas de todos los días, de todas las semanas, de todos los meses, de todos los años, cuando despertaba, se confirmaba a sí mismo que con los sellos que aparecían mágicamente en su pasaporte sus viajes no habían sido solo un sueño.
MICRORRELATO
A la convivencia hay que echarle ciencia
Si te dijera que parezco feliz, me dirás que no lo parezco, que lo soy. Ves que sonrío en cada línea de tus manidas frases hechas, y sin embargo no percibes mi necesidad de distanciarme. Yo no quiero decirte algo para que no te alejes, y tú no acabas de soltarme para que no me vaya. Te coges a mi brazo como yo a tu guion inventado y nos hacemos la vida por día más insoportable. Se ahogan mis llantos sin siquiera salir de la garganta, y vivimos juntos sabiendo que no eres lo que me hace falta. Finjo cada día ensayando la despedida en el espejo, tan quebrado como nuestra historia, y no acabo de ver la salida en este bucle perfecto que me atrapa en un calendario lleno de meses que parece que nunca acaban. Se me está yendo la vida y tengo la sensación de que no me importa. Creo que me tengo demasiado olvidada.
MICRORRELATO
Llegó el día
Estaba tumbada junto a la piscina. Era ya la hora del cierre. Miró los pies del chico parado al lado de ella. Estaban bronceados de mar. Se sentó sobre su toalla, cruzadas las manos sobre las piernas, apoyada la barbilla contra las rodillas. “¿Dónde has estado?”. “En la playa con mis padres y mis hermanos; por cierto, ¿sigues aún empecinada en no salir conmigo?”. Negó con la cabeza. A medida que iba avanzando la temporada, las normas sobre la fraternización entre empleados y socios no eran tan severas. Sabía por una compañera, dos años más antigua que ella en ese trabajo, que todos los veranos ocurría lo mismo. Se puso en pie y vio que el chico era más alto de lo que recordaba del día que lo conoció en el bar del club, del que ella era una de las camareras. De pronto, la chica cogió al chico de la mano y se perdieron en la oscuridad de la noche.
MICRORRELATO
Te quiero con odio
Me enfermo al recordar promesas que nunca llegaron a culminarse, solo eran palabras. Me soplas mentiras para engañar a mi mente, para llenar tiempo e irme vaciando de ilusiones. Aprendiendo estoy lo que nunca se enseña. Alumbro mis vacíos con la luz de nuestro único beso de amor. La atmósfera se aviene a pesada si respiro tu esencia. Te enloquece la locura por volverme a tener. Mi erotismo te mata. Mi pasión te aprisiona. Tengo que recurrir a los sentidos de mi alma para lidiar tu perturbadora postura, para embestirte en la penumbra de tu vanidad, hasta que se desfogue mi deseo. Busco mi tranquilidad en soledad. Si tratara de ser sensata, caería al abismo. Tu extraña forma de vida permanente no quiere abandonarte. A veces pienso que te mantienes vivo para hacerme sufrir.
MICRORRELATO
No puedo pensar, pero te pienso
No puedo pensar en nada, solo en ti, en cuando estabas sin estar, en cuando mis sentidos se agudizaban para verte, olerte, oírte, para sentir tu adrenalina rulando por mi cuerpo, desde la punta del pelo hasta la fibra más sensible de mi ser. No puedo pensar en nada, solo en recordarte, en volver a mirarte y en sentir tu piel sobre la mía. No puedo pensar en nada más que el tiempo siga su curso y me regale un segundo de tu presencia. No puedo pensar en nada, solo en que entre en tus pensamientos y que pueda leer los sentimientos prohibidos que moran en tu nido. Pensarte es agobiarte. En mi silencio, solo puedo pensar en llegar a ti en un suspiro largo y hondo, en un beso deseado, nunca consumado. ¡Qué no juzgue quien nunca tuvo un amor escondido! ¡Qué no juzgue quien nunca ha tenido un amor prohibido, que quería gritarlo y no ha podido! ¡Qué no juzgue quien jamás expresó su amor a un desconocido! ¡Qué no juzgue quien nunca sintió incendiarse de pasión en la hoguera de Pedro Botero! ¡Qué no juzgue quien no sintió un nudo en la garganta por un secreto guardado. Lo prohibido no está en amar libremente, está en las leyes que promulgaron la prohibición.
MICRORRELATO
El despertar sexual en la adolescencia
Le parecía una tormenta pasajera. La obsesión durante meses por entender la naturaleza de su propio despertar sexual, había estado despedazándola. Pero, súbitamente, un día esa angustia desaparecía. Sabía qué era lo que no sabía, pero no se sentía impulsada a forzar ese conocimiento; las sensaciones que sentía formaban parte del mismo, y, en cierta forma, sabía que iba a gozar de ello a su debido tiempo. Se sentía más dueña de sí, más tranquila, más dispuesta a disfrutar de los intercambios de vidas con las demás personas. Reanudó sus salidas de ocio con chicos de su edad, y cuando intimaba con besos y caricias con alguno, podía corresponder sin sentir la necesidad de llegar a más. El sexo dejó de traslucirse en sus pensamientos. Sabía que volvería a aparecer con el paso de los años. Pero, para entonces, era de prever que estaría más preparada para afrontarlo como parte de su ser absoluto.
MICRORRELATO
El Mensaje
Mi hermanito, Ángel, cayó a un pozo que teníamos en nuestra casa de campo cuando contaba cuatro años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo las pueden aliviar el tiempo y la bendición de una familia numerosa. Catorce años después de aquello, Luis, otro de mis hermanos, sacaba agua una tarde de aquel pozo, al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En la última tirada de la cuerda que subía el cubo hasta el brocal, vio una pequeña botella con un papel escrito en su interior. “Estoy infinitamente mejor donde me hallo ahora que en ese mundo de mierda en el que estuve de niño”. Esas diecinueve palabras se podían leer. ¡Era un mensaje a la humanidad!
MICRORRELATO
Cita con la muerte
Salí aquella noche de la casa de mi novia y empecé a caminar. Desemboqué en la plaza. La gente del pueblo estaría cenando. No encontré a nadie en el trayecto hacia mi calle. No había Luna. El negro río de la noche arrastraba un caudal pobre de estrellas. De los soportales de algunas casas salía un halo de luz mugrienta. La calleja que conducía hasta mi casa estaba oscura. A lo lejos ardía su única bombilla. Seguía avanzando con pasos firmes. Las calles que iba dejando atrás, parecían enviarme un efluvio de inquietud. Pero, en realidad, tenía más curiosidad que miedo. en la puerta de mi casa, aguardaban dos tipos. Los reconocí enseguida: uno era el muchacho que pretendía a toda costa a mi novia, y el otro era su hermano. Me armé de valor.
MICRORRELATO
Aborto
“Este es uno de los riesgos de ser mujer; un hombre puede hacer al amor todas las veces que quiera, pero con un preservativo no le pasa nada, pero nosotras podemos quedar embarazadas; pensé que la píldora arreglaría este problema, pero, según los análisis que me han hecho, no puedo tomarla”, le dijo la pobre chica al ginecólogo, quien hizo una seña a la enfermera. “Pero tenemos algo que sí puedes tomar”, escribió en su bloc de recetas. “Esto te ayudará a relajarte". ¿Puedo acudir ya a mi trabajo?; necesito trabajar para poder comer”. “Lo siento, pero tienes que esperar unos días más, puedes tener perdidas abundantes; la enfermera te llevará ahora a una habitación compartida, y yo te veré mañana y te revisaré de nuevo otra vez”. La enfermera cogió el papel y empezó a empujar la camilla. Transpusieron la puerta de vaivén, y a través de un largo corredor llegaron al ascensor; pulsó un botón y le dijo a la paciente: “en realidad, no ha sido tan horrible, ¿verdad?”. La chica miró con ira a la enfermera, pero, educada, aunque tajante, contestó: “¿No le parece demasiado horrible el hecho de que, por mi penuria económica, haya dado mi consentimiento para que maten a mi bebé?”. En sus mejillas aparecía un reguero de lágrimas, que ya dentro del cubículo del ascensor se sumaban a más lágrimas de la imprudente enfermera, y eso que era madre.
MICRORRELATO
A otra cosa mariposa
Los zurcidos que sostenían su corazón acababan por soltarse tras la última traición. Había soportado infidelidades, triquiñuelas, mentiras, carantoñas falsas, hipócritas te quiero, simplemente porque seguía enamorada de él. Echarlo para siempre de su vida era el mayor de sus anhelos, lo que más deseaba era dejar de recordar sus brazos rodeando su cuerpo, borrar todas las huellas de sus caricias y besos, no volver a catar sus labios, soterrar en los más profundo de su ser su olor, navegar en otro mar nuevo, tirar por la borda todos los sabores de su ex, antes agradablemente ingeridos, ahora asquerosamente atragantados. Cuántas dañinas verdades escupían sus labios cuando hablaban de amor en ese desgarrador final. Cuántas ganas tenía de escapar a toda vela del mástil, antaño fuerte, hogaño débil, pero que aún soportaban sus corazones. En su recogimiento de sufrimiento y dolor, solo quería como un pírrico consuelo el pensar que él también iba a sufrir por el amor perdido.
Ma parece bien. Algunos de ellos los he modificado, porque soy de esas personas que nunca o casi nunca se conforma con lo ya hecho, aunque en esto de la escritura he comprobado que la primera inspiración es la que más fuerza tiene. Se da el caso, de hecho se me ha dado, que eliminé lo primero que escribí y más tarde me di cuenta que lo que me salía no era mejor, no recordando exactamente el contenido de lo primero, Pero ya no me ocurre eso, porque, sea lo que sea, lo archivo por si tengo que recurrir a destaparlo.
Es que los buenos escritores, como tú y yo, somos previsores
MICRORRELATO
Ego subidito
Mi ego ha descubierto dentro de mí una fuerza invencible. No me preocupa que el mundo intente arrinconarme, porque en mi interior hay un algo fuerte, un algo mejor que elimina fulminantemente a toda la gente inservible.
MICRORRELATO
El juez y su esposa
El juez y su esposa de aquel poblachón andaluz nunca amigaban con nadie. Ella le llevaba la friolera de 10 años a él, pero no lo parecía, ni tampoco se lo notaba nadie. Lía, que así se llamaba “la jueza”, con sus 46 bien cumplidos se conservaba lozana, mientras que Pedro, serio, apergaminado y solemne, iba perdiendo cabellos, acometido de una calvicie demasiado prematura. Lía era una mujer atractiva, guapa incluso, tenía ojos grandes del color del castaño, pelo moreno y cuerpo guitarra bien siluetado. Procedía de una familia humilde, de baja extracción. Había estudiado en un colegio de monjas, en donde le enseñaron algunas habilidades caseras; acervo que ella enriquecía, infatigable, inventando recetas de cocina, haciendo diferentes comidas y nuevos y novedosos puntos de tejidos, además de ese "prodigioso" santo y seña para hacer desaparecer las manchas en la ropa. Su trato era cordial y amenas y agradables sus conversaciones. Conoció a Pedro mientras éste cursaba la carrera de Derecho. Era huésped en su casa; al principio debía tratar al joven estudiante con cierta benevolencia despectiva. Pero las cosas iban a cambiar, en forma harto halagüeña, para la esbelta soltera madurita. En fin, “Pedro se portó como un caballero”.
"La chica"
La chica que nos ayudaba en casa era casi de la familia hasta que nos pidió que le hiciéramos un contrato por no sé qué de arreglar sus papeles.
Lector empedernido
Hay quien lee las estrellas, la palma de la mano, las huellas digitales, las heridas del amor, el poso del café, las risas en los labios, las cartas del tarot, las vísceras de un gorrión vivo, las páginas en blanco, los complementos alimentarios, los lunares, las pecas, las uñas de las manos, las uñas de los pies, los iris, los ojos enteros.
Hay quien lee en el autobús, en la playa, en la sierra, en el bar, en la peña, en el restaurante, en su bañera, en braille, en esperanto, con los ojos cerrados, con gafas progresivas, con gafas de culo de vaso, con prismáticos, con el culo en pompa, con bufanda, con paraguas, incluso entre líneas y con la luz apagada, y en el lugar del trabajo, y subido a una farola, y hasta en una biblioteca.
Y después de toda su entrega, nunca de nada se entera.
MICRORRELATO
Despertar sexual en una púber
Se miraba su anatomía desnuda reflejada en el espejo. La blancura de los pechos contrastaba con el bronceado del resto. Los mamelones le escocían. Se los tocaba, pero una excitación explosiva la recorría como una regata de pólvora. Sentía que se caía y se apoyaba en el frente del lavabo. Se metía en la bañera y recostaba la cabeza en la base delantera de la misma. El agua tibia la cubría, tranquilizándola. Empezaba a enjabonarse despacio por todos lados. Cerraba los ojos y, de pronto, un nuevo aluvión de excitación la trastornaba. Al pensar que veía la figura de Dani, una exquisita y a la vez angustiosa oleada de fuego la consumía. Estaba a punto de gritar, pero se controlaba y se quedaba casi relajada, aunque extrañamente vacía. Terminaba de bañarse y se salía de la bañera, cogía la toalla y se secaba el cuerpo, deteniéndose en las partes más íntimas. Luego, se iba presurosa hacia su cuarto, con la toalla enroscada a la cintura. Ya allí, se quitaba la toalla y la dejaba en la banqueta. Cerraba con cerrojo la puerta del cuarto y se echaba boca arriba en la cama, pensando: "¿Será esto que me está pasando eso que llaman el despertar sexual?". Y seguía dándoles vueltas al asunto durante toda la noche con los ojos muy abiertos y sin que Morfeo tuviera la más mínima intención de aparecer
MICRORRELATOS
Cita con la muerte
Salí aquella noche sobre las diez de la casa de mi novia con un presentimiento. Comencé a caminar. Al poco, desemboqué en la plaza del pueblo. A esas horas, la gente estaría cenando. No encontré a nadie en el trayecto hacia mi calle. No había Luna. El negro río de la noche arrastraba un caudal pobre de estrellas. De algunos soportales salía un halo de luz mugrienta. La calleja que conducía a mi casa estaba medio oscura. A lo lejos ardía su única bombilla. Seguía avanzando con pasos firmes. Las calles que iba dejando atrás, parecían enviarme un efluvio de inquietud; pero, en realidad, tenía más curiosidad que miedo. En la puerta de mi casa aguardaban dos individuos armados de palos y arma blanca. Los reconocí enseguida: uno era el ex novio de mi novia, y el otro era su hermano. Me armé de valor.
No sé de dónde han venido los invasores.
Pero cada vez que los miro, me arrancan los ojos nuevamente.
Siempre he sido muy desdichado. Estoy convencido de que la causa principal es el hecho de ser huérfano de padre y madre, e hijo único, por lo que estoy demasiado solo en el mundo.
Después de mil fracasos, he conseguido hacer funcionar mi máquina del tiempo.
Mi firme propósito es volver y convencer a mis padres de que no realicen el viaje en que ambos mueren después de dejarme en casa de mis abuelos.
Llego y encuentro a mi madre embarazada. Es una madre, y no pregunta nada. No necesito explicarle nada. Inmediatamente entiende quién soy y me abraza tan fuerte como yo la abrazo a ella.
Mi padre, el policía, vuelve a casa para almorzar con mi madre. Nos encuentra abrazados y sin decir palabra, desenfunda y nos mata a los dos.
Según la teoría de las múltiples ment... del multiverso, toda combinación de sucesos permitidas por la física se da en algún universo. Hay una infinidad de universos en los que intercambiamos este mismo diálogo con cambios menores o redactado mejor, otros en los que tengo pelo verde y de otros colores, y alguno en el que hasta soy joven, millonario y atractivo (lástima que con esto del Corona no pueda viajar a visitar a mi yo de allí).
Entonces cuando se crea una paradoja, ésta se resuelve situando a los participantes de la paradoja en un nuevo Universo. Hay un Universo en el que el protagonista nace y desaparece un día viajando en su máquina del tiempo, y otro en el que llega el protagonista y es asesinado junto con su "madre", por lo que en ese Universo, él nunca nacerá.
No digo que yo mismo lo entienda del todo, pero esa es la idea. En algún otro universo lo explican mejor.
MICRORRELATO
Embarazo inesperado
“Llama ahora mismo a sus padres y diles que tenemos que vernos”, se serenó un poco. “No puedo hacer eso; no los conozco, solo la voz de ella y por teléfono”. “¡Será posible!, se enfureció de nuevo. ¡Diles que tu hija ha hecho el amor con uno de sus hijos, o quizás con los dos, de modo que somos familia; consuegros o algo así, eso es razón suficiente, ¿no te parece?!”. “¿Por qué haces siempre lo que te dice el director del Banco?”. “¡Porque, además de que es el padre de los dos chicos, le debo un dineral en préstamos para mis construcciones! ¡De no ser por él, seguiría siendo un simple albañil haciendo chapuzas!”, tragó saliva. “¡Coge de una puñetera vez el puto teléfono!”, y se fue hacia la escalera del piso superior. “’Me da igual lo que digas, pero concierta una cita con ellos!”. “¿Dónde vas tú ahora?”. “¡A hablar con nuestra consentida hija! ¡Si no me cuenta toda la verdad de esa violación, que creo que se ha inventado, se la arrancaré de los labios!”. Dio un puñetazo en la barandilla y enseguida empezó a subir peldaños de dos en dos. Su esposa, al coger el teléfono, escuchó pasos hacia el cuarto de su hija. Comenzó a marcar, pero se detuvo al oír gritos. Su dedo se paró en el dial. Cesaron los gritos y de nuevo inició la maniobra, aunque con desgana y lentitud. Ansiaba ser abuela.
Ella es conservadora; él es liberal.
Ella se apega a las tradiciones; él las desprecia.
Ella es religiosa; él no.
Pero no importa lo que crean.
Cuando ambos encuentran un tesoro y deciden repartirlo.
Las divisiones desaparecen.
El dinero no conoce de creencias.
La ambición tampoco.
Una cosa lleva a la otra.
Y entre dos personas tan distintas.
El amor florece.