Una noche lloraba desconsoladoramente porque perdí a mi perro. Después de buscarlo un buen rato y no hallarlo, regresé a casa y en el trayecto me encontré en la calle un cuento. Entré a mi casa, me fui a mi cuarto y empecé a leerlo. Trataba sobre un niño que perdió a su mono. Al otro día, no bien desperté, un niño me miraba con ojos lastimeros, sin explicarme yo por qué. Ese niño perdió a su mono y cuando regresaba a su casa encontró un cuento que trataba sobre un niño que perdió a su perro.
Antonio Chávez López Sevilla octubre 2022
¡Excelente! Me gustó muchísimo.
Saludos.
Este y otros microrrelatos los subí a la red hace unos cuantos años, y ayer me dio por repasar en internet mis reminiscencias de relatos breves y cuán no fue mi sorpresa que los he visto repetidos, con la particularidad de una cierta modificación de los textos y con disímiles títulos. Ya me ha pasado esto mismo con otros escritos de diversa índole; pero, en lugar de cabrearme, me sentí feliz por ser leído y además plagiado, como si yo fuera alguien importante en el mundo de la escritura
Aquí va mi pequeña aportación a los microrrelatos (doble mérito para mí, porque me cuesta mucho escribir poco 😁):
Invisible
– ¿Y qué gracia tiene ser el único hombre invisible, si no podéis verlo? –murmuró apesadumbrada la voz a mis espaldas. Me giré y, evidentemente, no vi a nadie.
Sensaciones de la primera experiencia sexual de una veinteañera
Sentía que me envolvía una niebla densa y brillante. Mi sangre parecía arrastrar objetos luminosos y cortantes, que me herían con una extraña angustia placentera. Sus manos temblaban, en una sensación de desmayo. Y sus ojos estaban allí, negros y profundos, pero llenos de luz a la vez. Me tambaleaba el borde de su sima. Su rostro, desencajado de deseo, le agolpaba sangre en los labios. No dábamos un solo paso, no hablábamos, inhiestos, mudos. Su aliento quemaba mi boca, cual ventolera de pasión; y sus labios permanecían trémulos, ávidos. Sus ojos, sus labios, su olor... y aquella loca gravedad de los cuerpos, aquel abrasador peso de ansiedad..., como dos estatuas candentes, recién salidas del molde. Y, de pronto, sus besos empezaron a sorber la sangre de mis venas cual ventosa. Y yo, mujer enamorada, desgarré su pantalón, y sus partes nobles crecían entre mis manos, cual universo. Finalmente, sin poder ni querer evitarlo, su sexo, cautivo cayó en mi hendidura; y los dos, borrachos de pasión, de deseo y de placer nos miramos a los ojos y empezamos a sonreírnos nerviosamente.
Aquí va mi pequeña aportación a los microrrelatos (doble mérito para mí, porque me cuesta mucho escribir poco 😁):
Invisible
– ¿Y qué gracia tiene ser el único hombre invisible, si no podéis verlo? –murmuró apesadumbrada la voz a mis espaldas. Me giré y, evidentemente, no vi a nadie.
Pues me ha gustado. A más uno y de dos le gustaría convertirse en invisibles en algunos casos determinados; por ejemplo, cuando llama a la puerta un cobrador para tratar de cobrar un deuda antigua
Aquí va mi pequeña aportación a los microrrelatos (doble mérito para mí, porque me cuesta mucho escribir poco 😁):
Invisible
– ¿Y qué gracia tiene ser el único hombre invisible, si no podéis verlo? –murmuró apesadumbrada la voz a mis espaldas. Me giré y, evidentemente, no vi a nadie.
Pues me ha gustado. A más uno y de dos le gustaría convertirse en invisibles en algunos casos determinados; por ejemplo, cuando llama a la puerta un cobrador para tratar de cobrar un deuda antigua
Cierto, a veces sería interesante poder desaparecer.
Mi abuela paterna nació en un lugar serrano de la provincia de Sevilla. Sus padres tenían un buen negocio, donde se vendía de todo y, por ende, bienestar económico. Le atraía visitar la ciudad, cosa que hacía con cierta regularidad. Era una mujer lista e inteligente, una sabia. En su pueblo de origen, para la mayoría de los pueblerinos todo lo cotidiano era un lujo, y por eso ella quería, porque podía, conocer nuevos horizontes para así irse curtiendo, ya que en la era franquista pocas personas tenían tiempo para pararse en algo que no quitaba el hambre. Me quería muchísimo, y antes de morir me dejó este hermoso legado: que se aprende más escuchando que hablando, que el respeto y la educación abren más puertas que el dinero, que una sonrisa te hace más atractivo frente a los demás que una prenda de vestir de alguna prestigiosa marca o que el mejor corte de pelo en una peluquería VIP, que la actitud nos define, nos acerca o nos aleja de los otros, y que el amor se siente, no se elige.
El guarda del lago natural de aquel pueblo, descubría el cuerpo en la orilla y enseguida daba parte. Pronto estaban allí, conmocionados en un despertar de pesadilla, su madre, su padre y el alcalde del pueblo, cuyo corazón y el corazón del guarda se rendían al llanto y al desgarro de esos padres frente a su gesto de ternura, tras arropar a su niña. Nadie de aquella comitiva de dolor había visto a esa figura negra, que, con siniestra majestuosidad, incansablemente remaba hasta desaparecer. Nadie sabía que junto al lago iba a dormir esa noche una niña de 12 años, ahora acurrucada como bebé en el vientre de su mamá. Nadie imaginaba, ni remotamente, lo que iba a ocurrir aquel viernes de fiesta. De nuevo, un psicópata compulsivo, que era buscado desde un año atrás, había violado y asesinado, y con esta pequeña eran ya seis sus víctimas en los últimos seis meses, una por mes y siempre el mismo día, pero en distinto lugares, para no levantar sospechas y no le siguieran la pista.
Colegas machos y colegas hembras decían que yo era un retrógrado. Y con razón. Soy un hombre de pasiones primarias; por tanto, no puedo recaer sobre nadie la culpa de mis descalabros: yo mismo me los he ido labrando. El título de catedrático en Literatura, que ostento, y la extensa cultura, a juicio de algunos, que he podido almacenar, apenas han influido en mí. A pesar de todos esos postizos intelectuales, sigo siendo un cavernícola. Peo, aun mi atavismo, y, quizás, precisamente, a causa de él, no deja de haber en mí un cierto margen de nobleza y posibilidades. Soy bruto, no malo. He bordeado el ámbito de una existencia mejor, acaso feliz. En estos últimos años he llevado una vida loable, casi heroica, pero me han llevado a ella los remordimientos y la impotencia. Se empequeñece el rasgo ante mis ojos y no puedo verme sino como soy: un infeliz y un cobarde.
No tardé en darme cuenta de que el nuevo maestro de nuestro pueblo era un individuo perspicaz, con bastante experiencia en el manejo de las personas. Contaba 33 años de edad, más o menos bien parecido, de una estatura mediana, con cara angulosa y grandes y expresivos ojos. Todo él, físico y formas, sellaba un armonioso conjunto. Pero, aunque yo lo veía un hombre formal, las mujeres de mi entorno lo tildaban de mujeriego, y no sabía si con razón o sin ella, porque, a pesar de la confianza que llegamos a tener, no me hacía confidencias de este tipo. Por norma y por respeto, y también por su carácter abierto, siempre actuaba con amabilidad con todos. A pesar de eso, cuando a veces lo veía reír, conversar y contar chistes a alguna guapa mujer casada y con buenas hechuras, derrochando donaire de buen chico, pensaba en las cosas que decían acerca de él y estaba por creer que las cizañeras tenían razón.
Cuando recobré el conocimiento, me encontraba tumbado sobre una moqueta de color burdeos, y rodeado por todos lados de pedazos de carne ensangrentados. Todo estaba salpicado de sangre, de sangre humana, y dondequiera que llevaba la vista veía cuerpos mutilados. El tren estaba estancado en lo que parecía un túnel o el mismísimo infierno. La lúgubre negrura que veía a través de la ventanilla de mi vagón y el absoluto silencio, me sobrecogían. El tren era una tumba sobre raíles. Y en mi interior, algunas preguntas sin respuestas: “¿qué ha ocurrido?”. “¿Por qué el tren permanece parado?”. “¿Quién o qué ha matado tan cruelmente a estas personas?”. Y, sobre todo, la que más me inquietaba y me tenía en vilo: “¿Por qué me da la preocupante y macabra sensación de que yo soy el único superviviente de semejante masacre?”. Una vez que, asustado, llegué a la salida del túnel, fui bañado por una luz que en mi larga caminata no había visto; una Luna llena en un cielo estrellado en una noche con buena de temperatura. Me sentía aliviado y pronto empecé a darme respuestas a mis preguntas, sobre todo cuando vi agrandarse mi cuerpo adquiriendo un pelaje grueso que quemaba como fuego mi piel, cuando aullé en forma instintiva, cuando mi mente no era capaz de asimilar tanta atrocidad, cuando dudaba si existía o era ficción, cuando no era capaz de recordar si tenía familia o estaba solo en el mundo, cuando me pellizcaba para cerciorarme de que lo que estaba viendo era real: y cuando, con ansia y desespero, quería volver a comer la deliciosa carne humana.
Provenía de una familia adinerada, pero tenía mala fama en el pueblo; fumaba porros, esnifaba coca y bebía alcohol, todo en exceso. A veces, se reunía en su casa con amigos y amigas, para echar unas jugaditas en la play. Pero todos estaban confabulados contra él. Y mudos. La novia de Dini, en cambio, le hablaba al oído a Sara. Haciendo un esfuerzo podía él escuchar lo que le decía: “te acompañará esta noche hasta tu casa y le hablarás; zanjarás de una vez este feo asunto; no tiene derecho a seguir molestándote”. Empero, juntos iban todos. El frío era intenso. El cemento, escarchado, parecía cristal. El Sol había huido de la Tierra. El Cielo se hallaba huérfano de estrellas. El viento se quebraba en las esquinas, como un chasquido de carámbanos; silbaba, cortante, dejando en la negrura de la noche heridas blancas. Recorridos unos metros, deliberadamente, quedó rezagado. Sara retrocedió y le habló, árida, displicente, telegráfica: “jamás pensé en ser tu novia, no te amo; que me besaste una vez, bien; que me acompañaste en la fiesta del pueblo, bien: solo amistad; no tienes ningún derecho a más; tus pretensiones no solo me molestan, también cuestionan mi reputación”. Cuando acabó ella de hablarle, le respondió, yéndole el alma en ello: rudo, brutal, y telegráfico también. La amenazó de muerte dos veces. La ira y el amor en sus labios. Que la necesitaba y que la perdía. Que no podía amar a José Javier ni a otro hombre, que era suya, solo suya. Que se lo pensase.
Estaban enamorados, y se casaron. Pero no disponían de recursos monetarios, por lo que no hicieron su luma miel, pero para salvar a su hogar, él se enroló en una embarcación de pesca, de esas que solo regresan al puerto de partida dos veces al año. Mientras él andaba forastero como marinero se escribían; las cartas iban y venían, cupidas. El estilo de ella era inconfundible: barroco florido, pero bajo la hojarasca podía pulsarse la arteria de una conmovedora ternura. Por contra, él escribía vulgarmente, encabezando cada línea de igual modo: “y también te diré que…”. Y la muchacha no atinaba a poner en pie qué singular encanto primitivo le causaba ésa frase que la entusiasmaba. Le contaba trivialidades de su vida en el mar, los turnos que tenía que hacer, y también el amor que sentía por ella, que en las cartas de ella era el tema principal. Se veía que él hacía un esfuerzo por plagiar el mismo tono pomposo de su esposa, pero hacia el final de cada manuscrito, la pasión lo desbordaba y salían de su pluma algunas palabras desgarradas que encendían de rubores y ansiedades a su esposa, a juzgar por el estado en el que quedaba después de leerlas.
Acababa de perder a su joven esposo. Al parecer, la felicidad era el único sentimiento que a su vida no pertenecía. Miró atrás y se encontró con un montón de sentimientos brillando en la silenciosa penumbra y, tras las luces cegadoras, vio a sus padres, sus amigos y a todos los seres que la querían explicándole un mar de momentos que aún le quedaba por vivir. En sus cerebros afloraban recuerdos recordando que, aun todas esas luces, había una luz más fuerte, el sentimiento más grande: la vida. Llevaba ella los ojos hacia el cielo, recopilando de cada poro de su piel hasta el último hilo de las fuerzas que aún le quedaban. A través de las estrellas miró a su amor por última vez en vida, le envió su corazón en carne viva y, presa de una implacable soledad, solo salía de sus labios dos palabras desgarradora: ¡llévame contigo! Inmediatamente después, aun toda su familia pendiente de ella, pero sin que le diese tiempo a reaccionar para detenerla, se lanzó al vacío desde la terraza de su piso de la décima planta del edificio. La altura y la inercia de caída despedazaban contra el duro asfalto un precioso cuerpo de tan solo 20 años.
Y no he vuelto más, pero quisiera volver. Lo recuerdo con cariño. Me llena de ternura pensarlo. Volvería a ver mi mar, mi lluvia, mi viento, y oiría el rumor incansable de las olas. El mar, la lluvia y el viento, los evoco con reverencia de dioses lares. Siento lástima de mí y me cuesta soportar un deseo de llorarme. Rememoro el pretérito al lento correr de mi pluma, alzo la cabeza y me quedo ensimismado, desparramándome en él. El mar con olas bravías. Los truenos hacían vibrar las paredes de mi dormitorio y el resplandor de los rayos lo iluminaban. Levantaba las manos y las bañaba en la luz espectral de las descargas eléctricas. Pegaba la nariz al helado cristal de la ventana. El viento silbaba en las calles. Arreciaba la lluvia. La tendalera de la ropa golpeaba contra los barrotes. Se oía, espeluznante, la sirena de algún barco que había quedado aprisionado en el traidor bajío de la barra, y ya en toda la noche no dejaba de oírse sus quejidos, cual animal herido de muerte. Al alba se podía ver el siniestrado inclinado de banda y las olas ensañándose con él, golpeándole los flancos, barriéndolo de proa a popa. Aparecía la barca remolcadora vomitando una densa columna negra, debido al derrote de su motor. Luchaba en vano contra la arena. Al menos 24 horas de agonía, hasta que las olas destrozaban el casco y esparcían su esqueleto sobre la playa. Todo ese lejano dolor: las palizas injustificadas de mi padre, la corta ración de bazofia, todo, no tiene ningún valor ni consigue borrar la visión agradable de mi pueblo. Como si ahora, en que está próxima mi muerte, la vida, con una generosidad que me niego a pensar que es tardía y cruel, se echase sobre mis pies y apaciguase la marea de mi espíritu. Todo es mar esta tarde para mí. Un resplandor rosáceo entra por la ventana de mi cuarto del hospital y se posa tan delicadamente sobre la colcha que no me atrevo a tocarlo por temor a que se me quede entre los dedos como el polvillo de las alas de una mariposa. Limpios y nítidos me llegan los recuerdos. Mi soledad es apenas un murmullo acariciador de pequeñas olas. Pero me desconciertan estas nuevas sensaciones porque nunca he sido una persona blandengue. No obstante, no quiero engañarme, me encuentro solo, desamparado, triste y no siento ningún rubor por confesar mi debilidad.
El coche del alcalde era negro. Negros nos vimos un voluntario y yo para llevar a aquel herido por asta de vaca hasta una cama a través de los negros y desiguales peldaños de la primera casa que había visto para auxiliarlo. La sangre le brotaba negra. Negro era el trayecto hasta el hospital más cercano. La esperanza de vida de aquel pobre maletilla se me antojaba negra. De rubia borrachera, a resaca negra. En aquella improvisada plaza de toro para las fiestas de capea de aquel pueblo, las negras vacas mugían justicieras. De millares de cirios negros se engalanaba la noche negra.Negro me tenían ya los persistentes gritos provenientes de los aficionados taurinos del pueblo.
No soy feliz. Ni siquiera he llegado a saber, concretamente, en qué consiste eso de la felicidad. A lo largo de mi vida he tenido la ocasión de conocer a gente de diversos pelajes y he podido comprobar que el bienestar moral se puede aglutinar alrededor de las cosas más inverosímiles y contradictorias. Infinitos son los cebos que el hombre se pone para cazar esa utopía de la felicidad. A mí, siempre me han parecido artilugios con que nos pescamos nosotros mismos, de un modo ingenuo, incansable, agotador, como el ratón queriendo atrapar al gato. Al menos, yo siempre he sentido la extraña sensación de estar luchando contra fuerzas invencibles.
Mi casa queda en una loma cerca a la estación Andalucía. Allí vivimos tres personas. Mi mamá, el monstruo y yo. Cada vez que me voy a dormir puedo ver que en la esquina de mi habitación se para el monstruo para verme mientras duermo. Me da miedo que me haga algo mientras no puedo verlo, puedo sentir su mirada más y más profunda, como si sus intenciones se escucharan a gritos. Le he puesto varios nombres, el monstruo, el vigilante, el coco y muchos más. Pero mi mamá le dice amor.
Miguel Ángel López
Texto ganador de la edición 2022 de Medellín en cien palabras (Categoría juvenil)
Mi casa queda en una loma cerca a la estación Andalucía. Allí vivimos tres personas. Mi mamá, el monstruo y yo. Cada vez que me voy a dormir puedo ver que en la esquina de mi habitación se para el monstruo para verme mientras duermo. Me da miedo que me haga algo mientras no puedo verlo, puedo sentir su mirada más y más profunda, como si sus intenciones se escucharan a gritos. Le he puesto varios nombres, el monstruo, el vigilante, el coco y muchos más. Pero mi mamá le dice amor.
Miguel Ángel López
Texto ganador de la edición 2022 de Medellín en cien palabras (Categoría juvenil)
No se colaría en ese concurso alguno con edad infantil, ¿no?
Mi casa queda en una loma cerca a la estación Andalucía. Allí vivimos tres personas. Mi mamá, el monstruo y yo. Cada vez que me voy a dormir puedo ver que en la esquina de mi habitación se para el monstruo para verme mientras duermo. Me da miedo que me haga algo mientras no puedo verlo, puedo sentir su mirada más y más profunda, como si sus intenciones se escucharan a gritos. Le he puesto varios nombres, el monstruo, el vigilante, el coco y muchos más. Pero mi mamá le dice amor.
Miguel Ángel López
Texto ganador de la edición 2022 de Medellín en cien palabras (Categoría juvenil)
No se colaría en ese concurso alguno con edad infantil, ¿no?
Mi casa queda en una loma cerca a la estación Andalucía. Allí vivimos tres personas. Mi mamá, el monstruo y yo. Cada vez que me voy a dormir puedo ver que en la esquina de mi habitación se para el monstruo para verme mientras duermo. Me da miedo que me haga algo mientras no puedo verlo, puedo sentir su mirada más y más profunda, como si sus intenciones se escucharan a gritos. Le he puesto varios nombres, el monstruo, el vigilante, el coco y muchos más. Pero mi mamá le dice amor.
Miguel Ángel López
Texto ganador de la edición 2022 de Medellín en cien palabras (Categoría juvenil)
No se colaría en ese concurso alguno con edad infantil, ¿no?
No puedo abrir ese enlace, ni siquiera copiándolo y pegándolo en Google. Tampoco hace falta, toda vez que los chiquillos de 15 años de hoy en día saben latín traducido al árabe, al chino o al griego sin la necesidad de consultar a algún traductor
Comentarios
Este y otros microrrelatos los subí a la red hace unos cuantos años, y ayer me dio por repasar en internet mis reminiscencias de relatos breves y cuán no fue mi sorpresa que los he visto repetidos, con la particularidad de una cierta modificación de los textos y con disímiles títulos. Ya me ha pasado esto mismo con otros escritos de diversa índole; pero, en lugar de cabrearme, me sentí feliz por ser leído y además plagiado, como si yo fuera alguien importante en el mundo de la escritura
Gracias por leerme y por colaborar.
Saludos cordiales
Jajajaja
Sensaciones de la primera experiencia sexual de una veinteañera
Sentía que me envolvía una niebla densa y brillante. Mi sangre parecía arrastrar objetos luminosos y cortantes, que me herían con una extraña angustia placentera. Sus manos temblaban, en una sensación de desmayo. Y sus ojos estaban allí, negros y profundos, pero llenos de luz a la vez. Me tambaleaba el borde de su sima. Su rostro, desencajado de deseo, le agolpaba sangre en los labios. No dábamos un solo paso, no hablábamos, inhiestos, mudos. Su aliento quemaba mi boca, cual ventolera de pasión; y sus labios permanecían trémulos, ávidos. Sus ojos, sus labios, su olor... y aquella loca gravedad de los cuerpos, aquel abrasador peso de ansiedad..., como dos estatuas candentes, recién salidas del molde. Y, de pronto, sus besos empezaron a sorber la sangre de mis venas cual ventosa. Y yo, mujer enamorada, desgarré su pantalón, y sus partes nobles crecían entre mis manos, cual universo. Finalmente, sin poder ni querer evitarlo, su sexo, cautivo cayó en mi hendidura; y los dos, borrachos de pasión, de deseo y de placer nos miramos a los ojos y empezamos a sonreírnos nerviosamente.
Antonio Chávez López
Sevilla noviembre 2022
Pues me ha gustado. A más uno y de dos le gustaría convertirse en invisibles en algunos casos determinados; por ejemplo, cuando llama a la puerta un cobrador para tratar de cobrar un deuda antigua
Antonio Chávez López
Sevilla noviembre 2022
Atacó de nuevo
El guarda del lago natural de aquel pueblo, descubría el cuerpo en la orilla y enseguida daba parte. Pronto estaban allí, conmocionados en un despertar de pesadilla, su madre, su padre y el alcalde del pueblo, cuyo corazón y el corazón del guarda se rendían al llanto y al desgarro de esos padres frente a su gesto de ternura, tras arropar a su niña. Nadie de aquella comitiva de dolor había visto a esa figura negra, que, con siniestra majestuosidad, incansablemente remaba hasta desaparecer. Nadie sabía que junto al lago iba a dormir esa noche una niña de 12 años, ahora acurrucada como bebé en el vientre de su mamá. Nadie imaginaba, ni remotamente, lo que iba a ocurrir aquel viernes de fiesta. De nuevo, un psicópata compulsivo, que era buscado desde un año atrás, había violado y asesinado, y con esta pequeña eran ya seis sus víctimas en los últimos seis meses, una por mes y siempre el mismo día, pero en distinto lugares, para no levantar sospechas y no le siguieran la pista.
Sevilla diciembre 2022
Colegas machos y colegas hembras decían que yo era un retrógrado. Y con razón. Soy un hombre de pasiones primarias; por tanto, no puedo recaer sobre nadie la culpa de mis descalabros: yo mismo me los he ido labrando. El título de catedrático en Literatura, que ostento, y la extensa cultura, a juicio de algunos, que he podido almacenar, apenas han influido en mí. A pesar de todos esos postizos intelectuales, sigo siendo un cavernícola. Peo, aun mi atavismo, y, quizás, precisamente, a causa de él, no deja de haber en mí un cierto margen de nobleza y posibilidades. Soy bruto, no malo. He bordeado el ámbito de una existencia mejor, acaso feliz. En estos últimos años he llevado una vida loable, casi heroica, pero me han llevado a ella los remordimientos y la impotencia. Se empequeñece el rasgo ante mis ojos y no puedo verme sino como soy: un infeliz y un cobarde.
Sevilla enero 1999
Un nuevo donjuán
No tardé en darme cuenta de que el nuevo maestro de nuestro pueblo era un individuo perspicaz, con bastante experiencia en el manejo de las personas. Contaba 33 años de edad, más o menos bien parecido, de una estatura mediana, con cara angulosa y grandes y expresivos ojos. Todo él, físico y formas, sellaba un armonioso conjunto. Pero, aunque yo lo veía un hombre formal, las mujeres de mi entorno lo tildaban de mujeriego, y no sabía si con razón o sin ella, porque, a pesar de la confianza que llegamos a tener, no me hacía confidencias de este tipo. Por norma y por respeto, y también por su carácter abierto, siempre actuaba con amabilidad con todos. A pesar de eso, cuando a veces lo veía reír, conversar y contar chistes a alguna guapa mujer casada y con buenas hechuras, derrochando donaire de buen chico, pensaba en las cosas que decían acerca de él y estaba por creer que las cizañeras tenían razón.
Sevilla enero 2023
Comí lo que nunca creía que iba a comer
Cuando recobré el conocimiento, me encontraba tumbado sobre una moqueta de color burdeos, y rodeado por todos lados de pedazos de carne ensangrentados. Todo estaba salpicado de sangre, de sangre humana, y dondequiera que llevaba la vista veía cuerpos mutilados. El tren estaba estancado en lo que parecía un túnel o el mismísimo infierno. La lúgubre negrura que veía a través de la ventanilla de mi vagón y el absoluto silencio, me sobrecogían. El tren era una tumba sobre raíles. Y en mi interior, algunas preguntas sin respuestas: “¿qué ha ocurrido?”. “¿Por qué el tren permanece parado?”. “¿Quién o qué ha matado tan cruelmente a estas personas?”. Y, sobre todo, la que más me inquietaba y me tenía en vilo: “¿Por qué me da la preocupante y macabra sensación de que yo soy el único superviviente de semejante masacre?”. Una vez que, asustado, llegué a la salida del túnel, fui bañado por una luz que en mi larga caminata no había visto; una Luna llena en un cielo estrellado en una noche con buena de temperatura. Me sentía aliviado y pronto empecé a darme respuestas a mis preguntas, sobre todo cuando vi agrandarse mi cuerpo adquiriendo un pelaje grueso que quemaba como fuego mi piel, cuando aullé en forma instintiva, cuando mi mente no era capaz de asimilar tanta atrocidad, cuando dudaba si existía o era ficción, cuando no era capaz de recordar si tenía familia o estaba solo en el mundo, cuando me pellizcaba para cerciorarme de que lo que estaba viendo era real: y cuando, con ansia y desespero, quería volver a comer la deliciosa carne humana.
Sevilla enero 2023
Desaprobación colectiva
Provenía de una familia adinerada, pero tenía mala fama en el pueblo; fumaba porros, esnifaba coca y bebía alcohol, todo en exceso. A veces, se reunía en su casa con amigos y amigas, para echar unas jugaditas en la play. Pero todos estaban confabulados contra él. Y mudos. La novia de Dini, en cambio, le hablaba al oído a Sara. Haciendo un esfuerzo podía él escuchar lo que le decía: “te acompañará esta noche hasta tu casa y le hablarás; zanjarás de una vez este feo asunto; no tiene derecho a seguir molestándote”. Empero, juntos iban todos. El frío era intenso. El cemento, escarchado, parecía cristal. El Sol había huido de la Tierra. El Cielo se hallaba huérfano de estrellas. El viento se quebraba en las esquinas, como un chasquido de carámbanos; silbaba, cortante, dejando en la negrura de la noche heridas blancas. Recorridos unos metros, deliberadamente, quedó rezagado. Sara retrocedió y le habló, árida, displicente, telegráfica: “jamás pensé en ser tu novia, no te amo; que me besaste una vez, bien; que me acompañaste en la fiesta del pueblo, bien: solo amistad; no tienes ningún derecho a más; tus pretensiones no solo me molestan, también cuestionan mi reputación”. Cuando acabó ella de hablarle, le respondió, yéndole el alma en ello: rudo, brutal, y telegráfico también. La amenazó de muerte dos veces. La ira y el amor en sus labios. Que la necesitaba y que la perdía. Que no podía amar a José Javier ni a otro hombre, que era suya, solo suya. Que se lo pensase.
Antonio Chávez López
Sevilla enero 2023
La nostalgia la estaba consumiendo
Estaban enamorados, y se casaron. Pero no disponían de recursos monetarios, por lo que no hicieron su luma miel, pero para salvar a su hogar, él se enroló en una embarcación de pesca, de esas que solo regresan al puerto de partida dos veces al año. Mientras él andaba forastero como marinero se escribían; las cartas iban y venían, cupidas. El estilo de ella era inconfundible: barroco florido, pero bajo la hojarasca podía pulsarse la arteria de una conmovedora ternura. Por contra, él escribía vulgarmente, encabezando cada línea de igual modo: “y también te diré que…”. Y la muchacha no atinaba a poner en pie qué singular encanto primitivo le causaba ésa frase que la entusiasmaba. Le contaba trivialidades de su vida en el mar, los turnos que tenía que hacer, y también el amor que sentía por ella, que en las cartas de ella era el tema principal. Se veía que él hacía un esfuerzo por plagiar el mismo tono pomposo de su esposa, pero hacia el final de cada manuscrito, la pasión lo desbordaba y salían de su pluma algunas palabras desgarradas que encendían de rubores y ansiedades a su esposa, a juzgar por el estado en el que quedaba después de leerlas.
Sevilla octubre 2021
¡Llévame contigo!
Acababa de perder a su joven esposo. Al parecer, la felicidad era el único sentimiento que a su vida no pertenecía. Miró atrás y se encontró con un montón de sentimientos brillando en la silenciosa penumbra y, tras las luces cegadoras, vio a sus padres, sus amigos y a todos los seres que la querían explicándole un mar de momentos que aún le quedaba por vivir. En sus cerebros afloraban recuerdos recordando que, aun todas esas luces, había una luz más fuerte, el sentimiento más grande: la vida. Llevaba ella los ojos hacia el cielo, recopilando de cada poro de su piel hasta el último hilo de las fuerzas que aún le quedaban. A través de las estrellas miró a su amor por última vez en vida, le envió su corazón en carne viva y, presa de una implacable soledad, solo salía de sus labios dos palabras desgarradora: ¡llévame contigo! Inmediatamente después, aun toda su familia pendiente de ella, pero sin que le diese tiempo a reaccionar para detenerla, se lanzó al vacío desde la terraza de su piso de la décima planta del edificio. La altura y la inercia de caída despedazaban contra el duro asfalto un precioso cuerpo de tan solo 20 años.
Sevilla enero 2023
Salí de mi pueblo
Y no he vuelto más, pero quisiera volver. Lo recuerdo con cariño. Me llena de ternura pensarlo. Volvería a ver mi mar, mi lluvia, mi viento, y oiría el rumor incansable de las olas. El mar, la lluvia y el viento, los evoco con reverencia de dioses lares. Siento lástima de mí y me cuesta soportar un deseo de llorarme. Rememoro el pretérito al lento correr de mi pluma, alzo la cabeza y me quedo ensimismado, desparramándome en él. El mar con olas bravías. Los truenos hacían vibrar las paredes de mi dormitorio y el resplandor de los rayos lo iluminaban. Levantaba las manos y las bañaba en la luz espectral de las descargas eléctricas. Pegaba la nariz al helado cristal de la ventana. El viento silbaba en las calles. Arreciaba la lluvia. La tendalera de la ropa golpeaba contra los barrotes. Se oía, espeluznante, la sirena de algún barco que había quedado aprisionado en el traidor bajío de la barra, y ya en toda la noche no dejaba de oírse sus quejidos, cual animal herido de muerte. Al alba se podía ver el siniestrado inclinado de banda y las olas ensañándose con él, golpeándole los flancos, barriéndolo de proa a popa. Aparecía la barca remolcadora vomitando una densa columna negra, debido al derrote de su motor. Luchaba en vano contra la arena. Al menos 24 horas de agonía, hasta que las olas destrozaban el casco y esparcían su esqueleto sobre la playa. Todo ese lejano dolor: las palizas injustificadas de mi padre, la corta ración de bazofia, todo, no tiene ningún valor ni consigue borrar la visión agradable de mi pueblo. Como si ahora, en que está próxima mi muerte, la vida, con una generosidad que me niego a pensar que es tardía y cruel, se echase sobre mis pies y apaciguase la marea de mi espíritu. Todo es mar esta tarde para mí. Un resplandor rosáceo entra por la ventana de mi cuarto del hospital y se posa tan delicadamente sobre la colcha que no me atrevo a tocarlo por temor a que se me quede entre los dedos como el polvillo de las alas de una mariposa. Limpios y nítidos me llegan los recuerdos. Mi soledad es apenas un murmullo acariciador de pequeñas olas. Pero me desconciertan estas nuevas sensaciones porque nunca he sido una persona blandengue. No obstante, no quiero engañarme, me encuentro solo, desamparado, triste y no siento ningún rubor por confesar mi debilidad.
Sevilla agosto 2020
Negro
El coche del alcalde era negro. Negros nos vimos un voluntario y yo para llevar a aquel herido por asta de vaca hasta una cama a través de los negros y desiguales peldaños de la primera casa que había visto para auxiliarlo. La sangre le brotaba negra. Negro era el trayecto hasta el hospital más cercano. La esperanza de vida de aquel pobre maletilla se me antojaba negra. De rubia borrachera, a resaca negra. En aquella improvisada plaza de toro para las fiestas de capea de aquel pueblo, las negras vacas mugían justicieras. De millares de cirios negros se engalanaba la noche negra. Negro me tenían ya los persistentes gritos provenientes de los aficionados taurinos del pueblo.
Sevilla octubre 2020
¿Quién o qué soy?
No soy feliz. Ni siquiera he llegado a saber, concretamente, en qué consiste eso de la felicidad. A lo largo de mi vida he tenido la ocasión de conocer a gente de diversos pelajes y he podido comprobar que el bienestar moral se puede aglutinar alrededor de las cosas más inverosímiles y contradictorias. Infinitos son los cebos que el hombre se pone para cazar esa utopía de la felicidad. A mí, siempre me han parecido artilugios con que nos pescamos nosotros mismos, de un modo ingenuo, incansable, agotador, como el ratón queriendo atrapar al gato. Al menos, yo siempre he sentido la extraña sensación de estar luchando contra fuerzas invencibles.
Sevilla mayo 2020
El monstruo de mi cuarto
Mi casa queda en una loma cerca a la estación Andalucía. Allí vivimos tres personas. Mi mamá, el monstruo y yo. Cada vez que me voy a dormir puedo ver que en la esquina de mi habitación se para el monstruo para verme mientras duermo. Me da miedo que me haga algo mientras no puedo verlo, puedo sentir su mirada más y más profunda, como si sus intenciones se escucharan a gritos. Le he puesto varios nombres, el monstruo, el vigilante, el coco y muchos más. Pero mi mamá le dice amor.
Miguel Ángel López
Texto ganador de la edición 2022 de Medellín en cien palabras (Categoría juvenil)
No se colaría en ese concurso alguno con edad infantil, ¿no?
15 añitos tiene el autor
https://www.google.com/amp/s/www.playgroundweb.com/impacto-social/el-monstruo-de-mi-cuarto-el-texto-de-un-adolescente-que-conmueve-22075/amp
No puedo abrir ese enlace, ni siquiera copiándolo y pegándolo en Google. Tampoco hace falta, toda vez que los chiquillos de 15 años de hoy en día saben latín traducido al árabe, al chino o al griego sin la necesidad de consultar a algún traductor