Si quieres, no sé, si puedes, encender de nuevo la mecha
terriblemente fría (algodón hidrófilo en el cielo
también una perla) aunque entristezca, apuntar al cielo
las manos llenas de fango.
Intentar una solución, aunque sea tan sólo la muerte
indivisa de tu surgir, sol.
Llamar amor a lo que tú y yo hacemos
es cometer una sensiblería
indigna de nosotros, que aún somos amantes.
Eso es mejor que lo hagan los demás,
aquéllos que precisan aguar un vino fuerte.
Lo nuestro es un fenómeno distinto,
sin ningún circunloquio, sin grumos literarios.
Se manifiesta en el arrastramiento
recíproco. Consiste en una prospección
para obtener placer y para darlo,
un hurto generoso que se ofrece egoísta.
Es un duro trabajo en las calderas
de nuestra intimidad, un primitivo
cerco en torno al castillo de la vida.
La carne se alimenta de la carne,
de su mutuo veneno jubiloso.
Lo que hacemos tú y yo no es el amor.
A no ser que se entienda por ello un sacrificio
donde nos ofrecemos a los dioses suicidas
que habitan en el pozo de nuestra propia sangre.
Para nombrarlo habría que incurrir
en palabras que algunos consideran obscenas,
aunque la obscenidad tampoco lo define,
porque no pretendemos aleccionar a nadie
ni sobre el impudor, ni sobre la virtud.
Lo que mejor explica, sin agotarla nunca,
la bárbara pureza del deseo recíproco
es una cacería de animales
y el hartazgo feliz en que se sacian,
con los ojos cerrados contra el tiempo,
en el avaro éxtasis de su feroz banquete.
Para la bestia octópoda que engendramos tú y yo,
son una estupidez los términos pacíficos,
un triste deshonor en la batalla.
No hacemos el amor, desvalijamos
con codicia nocturna en la casa del cuerpo.
¿Te acuerdas, Louis Armstrong,
del día en que viajamos por un corredor de sonidos
que amábamos hasta la muerte?
¿Recuerdas la onomatopeya que no salió al paso
y que nos dio un trono de un solo golpe?
Parece mentira, Louis, amor mío,
que hayamos compartido tantas cosas,
tantas ramas
y tan gran número de espumas.
Parece imposible, Louis,
que entre nosotros se deshagan
las formas del azul que nos acompañaban;
que tú, dardo, arma del ángel vivo,
te lances a donde nadie podrá reconocerte sino por tu alegría,
por tu voz de durazno,
por tu manera de prolongarte en la luz
y crecer en el aire.
No creo que haya desaparecido del mundo
la manada de resplandores que nos seguía.
Más bien creo que se ocultan en el tiempo
y que no será consumidos.
Tú, continuación del fuego,
pedestal de la nube,
desinencia de mariposa,
andas hoy al garete entre harinas
y entre otras materias incorruptibles que te guardan
como guardan a todos los justos,
a todos los hermosos
cuya hermosura viene de lejos y no se va nunca,
y se incendia cada día
igual que la altura.
Satchmo, querido hasta la música,
soñado hasta el arpegio,
las arpas de David y sus graves de cobre
te están tocando el alma
y los clavicémbalos el cabello sin fin.
Ricardo Wagner está de pie, aguardándote en una azotea tetralógica,
lleno de flores que andan y crecen continuamente.
Ricardo Wagner está en sí mismo
viendo que llegas al dominio de los cristales,
armado de la trompeta bastarda y de la baja
tocando un son del viento,
sonando como un trueno
recién nacido, y húmedo y perfecto.
Y yo, sombra sonora del futuro
también estoy allí,
soñada por dos cuerpos transparentes
que se besan y funden y confunden
en la gran azotea tetralógica
donde todo es tan claro como Dios
y el amor
y los árboles.
Sábado 10 de Julio de 1971,
al día siguiente de su muerte,
México.
Que nadie se acerque a la cocina si no tiene un secreto
Todo vale
Un ingrediente, una muerte, una pasión opaca deslumbrante, una tensión, una memoria, una voz, un planeta guardado, un robo, un asalto, una canción, una historia aberrante, un silencio, un escondite, un plato o un amor
La masa lo percibe
Quien no tenga un secreto que ni apile la leña, ni corra las cortinas, ni se acerque al calor
Ésa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas a trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre,
no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.
Who's prepare to pay the
price for a trip to paradise?
Billie Holiday, Love for sale
Gorrión triste que anida entre el piano y el humo, esta garganta
inventa la sustancia más oscura de la noche.
Revelación de lo que existe detrás de la ingrávida tiniebla de
los predestinados,
carne inútil e intensa como este canto de embriaguez,
lámpara votiva de las alucinaciones, luna sembrada de alcohol,
muchacha que flota, muchacha que vuela, alambre vivo,
ella nombra el sustrato profundo de los cuerpos,
aguja que teje un sol líquido a la sangre,
oh baby,
quiero dormir.
Soy el objeto que soy
y a veces también soy otro y estoy lejos
sentado en agua y tierra
y en el eco de las lenguas ardientes
Y duermo, sí, duermo la colosal aventura
de la palabra humana acuchillada y ebria
sangrante en el recuerdo de los muertos
que parecieran venir de adentro
y sollozaran al verme escribir sus nombres
Y ahora, cuando sale de mi boca
esa tonada de lluvia y sol mojado
me recuesto por todas partes y respiro cicatrices
y recojo las migajas que le sobran a mi alma
y tengo frío
y me despierto en medio de las rosas
sin entender quien vive o ama todavía
Por eso es que mi ombligo no tiene edad
y sigo esperando el día de los besos perdidos
aún cuando mis uñas no tienen ganas
y mi cabeza está más triste y oscura que nunca
aún cuando mis sueños son anónimos
y mis huesos ya no encuentran
el murmullo de los siglos
Y vuelvo a deletrear cenizas
y vuelvo a perseguir mi sombra
y a este árbol que agoniza entre mis dedos
lo enterraré conmigo
y volaremos en espiral
como los dientes de algún resorte
y moriremos juntos, sin ataúd
como las cuerdas de una guitarra olvidada
y moriremos por siempre y será un premio
un premio a nuestros pies y a nuestra médula
un premio a nuestra antología de vidrio
Y lloraremos gusanos y lloraremos ratas
y lloraremos hormigas sin fecha y gatos de luto
y lloraremos sonrisas en los ojos ajenos
y negros bosques
donde una flor se arrancará los cabellos
Porque este cielo aún no me conoce
aún no oye el acorde que llevo en los sesos
no me conoce, y soy el objeto que soy
y a veces también soy otro y estoy lejos
y me extiendo por muros y calles
y pueblo estrellas
y dejo la luna en la mesa, sin avisar
y me emborracho a la salud de nadie
y me despierto en medio de las cruces
con una vigilia de araña
y con un beso dedicado a cada muerto
y a cada muerto un abrazo y un latido de tumba
y a cada muerto un suspiro
un trozo de mi antiguo corazón
que se derrama como un río de gemidos
Aquí estuvo
sacudida por el manoseo de las habladurías
y los despertadores
Aquí estuvo demasiado triste en el final
Las palmas bajo la nuca y el pelo desparramado
agreste como barba de coco
mirándolo todo con simpleza y admiración
"cómo se ve que tú eres escritor"
me dice
a mediavoz en la tiniebla de un cuarto con ginebra estéreo
y flores de plástico de todos los colores
Allí figuraban y no podían faltar
claro está
Sosa Beny Moré Gardel
los clásicos del tango y del bolero
y los otros
los Mozart y los Beethoven de siempre
en fin todo eso que uno no ha aprendido a sentir
pero que sí parece
lo único verdaderamente pulcro
adecuado
para evadir la brutalidad de los sucesos
Yo estaba lejano triste tratando de animar
falazmente
la cansada sangre en las venas
y ella ancha casi tapando la cama
funcionando soberbiamente
con lo que se podría llamar su belleza
o sea "su verdad"
una cosa hecha de calor-poder-y-fuerza
un desbordamiento
como una yegua blanca con sus patas traseras
bien abiertas
que se vuelven plateadas y empiezan a brillar
en un cabrilleo de luces
inestable
una rendija de luz en la persiana
que sube por sus piernas e impone a su cuerpo una lividez
de avena
y todo todo perdiendo la certeza y la eternidad
como si la luz estuviera de veras inventando
una forma nueva
ya en la noche se había acabado
ella puso su mano en mi cara y dijo "soy una mujer cansada"
tan grata su mirada que me sentí ablandado
sin luchas
quise adelantarme empujar la persiana
admitir la franqueza del día
la circuntristeza
romper el espejismo el sortilegio engañoso
"por qué hablas así gatita esas son las cosas que dicen
las intelectuales neuróticas"
"lo sé pero créeme que hablo completamente en serio"
y luego como la cosa más natural del mundo
"sé que el error está en mí misma"
llama "error" a su vida
y me contó de su marido músico
maffioso
chupando la trompeta como si fuera marihuana
hasta la madrugada
"no, no es un programa estar sola todas las noches no creas"
y continuó hablando y vistiéndose un sostén modelo
televisión y un liguero negro
y diciendo que "qué barbaridad" y que "qué tontería"
como respuesta a una pregunta conocida
a una inquisición cifrada
"sí creo que así es lo mejor"
agrega
"no hay complicaciones ni números de teléfonos, ni cartas
de amor ni nada"
"me gusta la vida libre el cambio"
le digo
"le tengo un horror sagrado a las posesiones
y ahora ya sabes mi nombre y donde vivo para que se
empiecen a amarrar los nudos
para que todo se empiece a terminar"
Y le invento una historia mediocre
profundamente provinciana
o de la literatura considerada como la coartada perfecta
ella no lloró ni se rió
miró melancólicamente
frente a sí como si hubiera un vacío
evidentemente no conocía ni a yago ni a Otelo ni a
"Chéspier"
y ni siquiera a maupassant
y esta ignorancia la conducía hacia la niñez
dulcemente
"El mundo es así" concluyo
como si ya me estuviese yendo lejos
de un modo gentil y frío
y termino con un instantáneo "la gente"...
es la vaga indecisa palabra
en la que le he decretado
de pronto
su fin
Afuera en la tiembla-luz
las casas cerradas envueltas en un vapor esmerilado
un postigo
que se abre como un párpado y que luego se cierra
intenta tocar de nuevo
su ombligo oloroso sus teticas apretadas forradas
bajo un dique
de botones y flecos
tratando de inventar el gesto la actitud la palabra
que diluya en un aire amable casual
la tristeza largalargalarga
de pozo ciego
el encantamiento muerto
Pero hay que irse no podemos esperar demasiado
se cubrió con los vidrios oscuros alta lejana
ya yéndose
con su olor ruda-y-sal bajo las axilas del suéter
con su carne viva templada bajo la piel
con el amor...
"Llámame cuando quieras" me dijo a modo de despedida
sobre los árboles con hojas de pelusa plateada
comenzaba un cielo azul-bandera...
Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco,
soy nuevo en la ciudad... Y esto quiere decir:
Me durmieron con un cuento...
y me he despertado con un sueño.
Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos.
Voy a contar mi sueño.
Es un sueño sin lazos,
sin espejos,
sin anillos,
sin redes,
sin trampas y sin miedo.
Oíd:
Soñé... ¡sueño!
No soy un cuento.
Vengo de más lejos...
Soy y vengo del sueño.
Y digo que soñar es querer, querer, querer...
Querer escaparse del espejo,
querer desenvolverse del ovillo,
querer descoyuntarse de la dulce rosquilla de los cuentos,
querer desenvolverse... prolongarse.
Soñar es decir 4 veces,
o 44 veces,
o 4.444 veces, por ejemplo:
yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero
verme en el tiempo
ni en la tierra
ni en el agua sujeto...
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
La crueldad tiene corazón humano
y rostro humano la envidia;
el terror reviste divina forma humana
y el secreto lleva ropas humanas.
Las ropas humanas son de hierro forjado,
la forma humana es fragua llameante,
el rostro humano es caldera sellada
y el corazón humano, su gola hambrienta.
No es algo muy seguro que digamos,
pero hay una historia
que se cuentan entre sí los poetas surrealistas
cada vez que muere un patriarca
o salen del cine solos
enfundados en ridículas bufandas.
En uno de sus viajes –atestiguan–
el señor Pound entró de noche
al cementerio de Charleville con una pala
y buscó exhaustivamente
la tumba de Rimbaud.
Cuando dio con ella
hizo callar a los grillos,
a los sapos y a los pájaros nocturnos,
y empezó a cavar la tumba
hasta que dio con el féretro.
En ese momento hizo una breve pausa,
invocó a los cuatro puntos cardinales
y escupió la madera.
Ahí dio con el cráneo de Rimbaud
como un niño que ríe sin saber lo que pasa,
y guardó la osamenta en un bolso de cuero.
Antes de irse ordenó a los grillos,
a los sapos y a los pájaros nocturnos
que no dijeran nada;
pero algunos poetas surrealistas
lo vieron todo, o casi todo
porque la luna esa noche
emanaba el licor de alguna hierba aromática
y se acercaba la hora en que las muchachas
salían de la iglesia a pecar.
Por eso nadie detuvo al señor Pound en las aduanas,
ni sospecharon de aquel bolso de cuero
que se abultaba más allá de lo que podía contener.
Lo que pasó después es todo un misterio
incluso para los poetas surrealistas;
pero algunos se imaginan
que obtuvo unas monedas por el cráneo
en un mercado negro de Florencia,
otros que con él adornó su biblioteca,
y otros que de él bebe absenta
y aúlla versos en latín toda la noche
hasta que los vecinos llaman a la policía.
Mientras tanto, amigos míos,
la gente sigue visitando el cementerio de Charleville,
lleva flores a la tumba de Rimbaud
y se toma fotos junto a ella.
Las muchachas ya no van a las iglesias
y los poetas surrealistas han pasado de moda.
Y recuerden, amigos,
si alguien les pregunta
sean discretos.
Ustedes nada saben.
Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.
Asir la forma que se va
Hay quienes creen en la Divinidad, únicamente acosados por el pavor ante la posible nada.
Igualmente hay quienes adoran la forma artística ante el temor de que termine por
desintegrarse para siempre. Pero en este caso la angustia no es la única causa, sino que
a la vez hay una tácita devoción, tan antigua como los propios objetos estéticos. Es la
fe en la forma, no por el riesgo del vacío, sino por el puro placer de disfrutarla.
Igualmente como cuando se adora a la Divinidad por sí misma, y aun si no existiera. En
realidad, ni espuria ni imputable a barrocos o parnasianos decadentes. No hay que
avergonzarse de ella. No hay que reducirla a la postración. Obrar así no es otra cosa
que renegar de nuestro continente. Porque los cuerpos en que moramos también poseen un
contorno, también una estructura donde se encuentran en perfecto orden y concierto los
secretos órganos vitales. Aferrémonos a ella, como nos aferramos a nuestra forma corporal,
ante el embate del tiempo, ante la aproximación de la ineludible muerte.
Celestino amaba a Leticia, la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con entusiasmo y sin entusiasmo a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis Alberto, el que observaba las estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del Carmen, la que no amaba a nadie, casi loca en su amor platónico.
Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño de 1960. Leticia tuvo una crisis religiosa y se enamoró de Maimónides, un poco antes de ingresar al convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo se volvió loco sin saber por qué, luego de amar con entusiasmo y sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte de la Soledad en su casa llena de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto a la sombra de Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua muerta: una especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque ustedes no lo crean.
Luis Alberto se suicidó en una noche de verano, no muy lejos del cerro San Cristóbal, cerca del principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con un calor insuperable, más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con Hernán Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia, pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu.
Psicosomáticamente, Lavín Cerdus lo sospechaba todo.
Con la sangre hasta la cintura, algunas veces
con la sangre hasta el borde de la boca,
voy
avanzando
lentamente, con la sangre hasta el borde de los labios
algunas veces,
voy
avanzando sobre este viejo suelo, sobre
la tierra hundida en sangre,
voy
avanzando lentamente, hundiendo los brazos
en sangre,
algunas
veces tragando sangre,
voy sobre Europa
como en la proa de un barco desmantelado
que hace sangre,
voy
mirando, algunas veces,
al cielo
bajo,
que refleja
la luz de la sangre roja derramada,
avanzo
muy
penosamente, hundidos los brazos en espesa
sangre,
es
como una esperma roja represada,
mis pies
pisan sangre de hombres vivos
muertos,
cortados de repente, heridos súbitos,
niños
con el pequeño corazón volcado, voy
sumido en sangre
salida,
algunas veces
sube hasta los ojos y no me deja ver,
no
veo más que sangre,
siempre
sangre,
sobre Europa no hay más que
sangre.
Traigo una rosa en sangre entre las manos
ensangrentadas. Porque es que no hay más
que sangre,
y una horrorosa sed
dando gritos en medio de la sangre,
y una horrorosa sed
dando gritos en medio de la sangre.
Hay hombres
que deberían tener montañas
para eternizar sus nombres en el tiempo.
Las lápidas de los sepulcros no son lo suficientemente altas
ni verdes,
y los hijos se alejan
para perder el puño
que la mano de sus padres parecerá siempre.
Yo tuve un amigo:
vivió y murió en absoluto silencio
y con dignidad,
no dejó libro, ni hijo, ni una amante que le llorara.
Tampoco es esto una canción fúnebre,
sino sólo el nombre de esta montaña
sobre la que camino,
fragante, oscura y delicadamente blanca
bajo la pálida niebla.
A esta montaña le impongo su nombre.
¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M,
con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor-amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!
Preocupado por este asunto
me dediqué a aclarar las cosas.
Busqué a los sabios sacerdotes,
los esperé después del rito,
los aceché cuando salían
a visitar a Dios y al Diablo.
Se aburrieron con mis preguntas.
Ellos tampoco sabían mucho,
eran sólo administradores.
Los médicos me recibieron,
entre una consulta y otra,
con un bisturí en cada mano,
saturados a aureomicina,
más ocupados cada día.
Según supe por lo que hablaban
el problema era como sigue:
nunca murió tanto microbio,
toneladas de ellos caían,
pero los pocos que quedaron
se manifestaban perversos.
Me dejaron tan asustado
que busqué a los enterradores.
Me fui a los ríos donde queman
grandes cadáveres pintados,
pequeños muertos huesudos,
emperadores recubiertos
por escamas aterradoras,
mujeres aplastadas de pronto
por una ráfaga de cólera.
Eran riberas de difuntos
y especialistas cenicientos.
Cuando llegó mi oportunidad
les largué unas cuantas preguntas,
ellos me ofrecieron quemarme:
era todo lo que sabían.
En mi país los enterradores
me contestaron, entre copas:
"-Búscate una moza robusta,
y déjate de tonterías".
Nunca vi gentes tan alegres.
Cantaban levantando el vino
por la salud y la muerte.
Eran grandes fornicadores.
Regresé a mi casa más viejo
después de recorrer el mundo.
Tú que eres mi herida
y que no volverás
y no nacerás de nuevo.
Tú que eres claro como la nieve
con una piel que lo experimentó todo,
tú que naciste con una herida en el costado,
tú que resististe sin anestesia.
Yo te coso la herida
una y otra vez.
Tú te abres la herida
una y otra vez.
Pero si eres tú la que blande el cuchillo, murmuras.
Estás desesperado.
Tu cara está hecha de nieve.
Tus lágrimas, nieve derretida.
De esas lágrimas salen narcisos y lirios.
¿Puedo entrar en el cuarto?, gritas.
Yo digo que sí.
Cuando entras lo haces muy despacito
como si ya no desearas nada.
No hay animales ya ni estrellas
y el matorral de los recuerdos
la vida es una línea recta,
qué larga es la ribera de la noche
qué larga es.
El mar, al lado, tan oscuro
ya ni la luna quiere verme
y allá en el pozo sepultada
la miel aquella de esos labios
que de algo como amor me hablaron,
luego en silencio se quedaron:
qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
Flotan cabellos en el agua
de una mujer que no existió
y en la cabeza hay unas letras
la A, la V más dos Os:
qué larga es la ribera de la noche
qué larga es.
Tal vez sea un oso lo que anda
con una pierna y luego otra,
las huellas son como de oso,
no de yo.
Qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
No se terminará nunca la playa
con esa sombra que recorre
ese desierto tal un péndulo:
qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
Cómo saber si ya estoy muerto
o si aún vivo como dicen
si allá en la playa sólo hay playa
atrás, delante sólo hay playa
cómo saber si yo soy indio
si yo soy Crow o yo soy Cuervo,
si ni la Luna quiere verme
y Padre Sol nunca aparece:
qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
No es que esté solo, es que no existo
es que no hay nadie en esta playa
y ya ni yo aun me acompaño
son estos ojos cual dos cuevas
y en mi cabeza sopla el viento:
será la muerte como un vino?
habrá mujeres en la tumba?
Qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
Cuando los hombres alzan los hombros y pasan
o cuando dejan caer sus nombres
hasta que la sombra se asombra
cuando un polvo más fino aún que el humo
se adhiere a los cristales de la voz
y a la piel de los rostros y las cosas
cuando los ojos cierran sus ventanas
al rayo del sol pródigo y prefieren
la ceguera al perdón y el silencio al sollozo
cuando la vida o lo que así llamamos inútilmente
y que no llega sino con un nombre innombrable
se desnuda para saltar al lecho
y ahogarse en el alcohol o quemarse en la nieve
cuando la vi cuando la vid cuando la vida
quiere entregarse cobardemente y a oscuras
sin decirnos siquiera el precio de su nombre
cuando en la soledad de un cielo muerto
brillan unas estrellas olvidadas
y es tan grande el silencio del silencio
que de pronto quisiéramos que hablara
o cuando de una boca que no existe
sale un grito inaudito
que nos echa a la cara su luz viva
y se apaga y nos deja una ciega sordera
o cuando todo ha muerto
tan dura y lentamente que da miedo
alzar la voz y preguntar "quién vive"
dudo si responder
a la muda pregunta con un grito
por temor de saber que ya no existo
porque acaso la voz tampoco vive
sino como un recuerdo en la garganta
y no es la noche sino la ceguera
lo que llena de sombra nuestros ojos
y porque acaso el grito es la presencia
de una palabra antigua
opaca y muda que de pronto grita
porque vida silencio piel y boca
y soledad recuerdo cielo y humo
nada son sino sombras de palabras
que nos salen al paso de la noche
Llévenme al agua, al agua clara que me limpie de sus ojos —que me miran de no sé dónde—, al agua que estoy buscando para que me lave en la carne y el alma la quemadura de sus labios, que no me tocaron, de su sed que no me alcanzó.
Qué hay en el espacio en blanco que separa la letra a de la b? Qué hay entre dos fotogramas que se suceden, casi idénticos? Y entre esta gota, y la siguiente, y la otra, tan unidas que dirías que avanzan cogidas de la cintura? Y entre el pensamiento viejo que muere y el pensamiento nuevo que nace? A veces la vida se calla, contiene silencios minúsculos, cicatrices casi inaudibles, pequeñas grietas donde se acumula el no ser, el no nombre, la no gota, el no pensamiento. Hasta que el vacío se derrama, de tan lleno.
¿Qué harás? ¿En que momento
tus ojos pensarán en mis caricias?
¿Y frente a cuales cosas, de repente,
dejarás, en silencio, una sonrisa?
Y si en la calle
hallas mi boca triste en otra gente,
¿la seguirás?
¿Que harás si en los comercios --semejanzas--
algo de mi encuentras?
¿Qué harás?
¿Y si en el campo un grupo de palmeras
o un grupo de palomas o uno de figuras
vieras?
(Las estrofas brillan en sus aventuras
de desnudas imágenes primeras.)
¿Y si al pasa frente a la casa abierta,
alguien adentro grita: ¡Carlos!?
¿Habrá en tu corazón el buen latido?
¿Cómo será el acento de tu paso?
Tu carta trae el perfume predilecto.
Yo la beso y la aspiro.
En el rápido drama de un suspiro
la alcoba se encamina hacia otro aspecto.
¿Qué harás?
Los versos tienen ya los ojos fijos.
La actitud se prolonga. De las manos
caen papel y lápiz. Infinito
es el recuerdo. Se oyen en el campo
las cosas de la noche. --Una vez
te hallé en el tranvía y no me viste.
--Atravesando un bosque ambos lloramos.
--Hay dos sitios malditos en la ciudad. ¿Me diste
tu dirección la noche del infierno?
--...Y yo creí morirme mirándote llorar.
Yo soy...
Y me sacude el viento.
¿Qué harás?
De pronto vuelvo
a la noche
con mis zapatos de agua.
Me desnudo
en el lento
ejercicio de mis manos
y busco
solamente
un objeto mío,
un pequeño barco,
un cometa,
un circo de inventadas cosas,
figuras cotidianas,
tuyas y mías,
que amo.
Pero sé
que de pronto
me vuelvo inaccesible
y vuelvo a ser silencio
y llama oscura,
donde mi barco
se escapa de tu orilla.
(Odio y amor -a partes iguales- por Efraín Huerta.)
Expliquemos al viento nuestros besos
Expliquemos al viento nuestros besos.
Piensa que el alba nos entiende:
ella sabe lo bien que saboreamos
el rumor a limones de sus ojos,
el agua blanca de sus brazos.
(Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
El frío es grande y siempre adolescente.
El frío, el frío: ausencia sin olvido.)
Cantemos a las flores cerradas,
a las mujeres sin senos
y a los niños que no miran la luna.
Cantemos sin mirarnos.
Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
Nosotros no nos amamos ya.
Realmente nunca nos amamos.
Llegamos con el deseo y seguimos con él.
Estamos en el ruido del alba,
en el umbral de la sabiduría,
en el seno de la locura.
Dos columnas en el atrio
donde mendigan las pasiones.
Perduramos, gozamos simplemente.
Expliquemos al viento nuestros besos
y el amargo sentido de lo que cantamos.
Un gris limpio, monótono, inasible,
en este día de lluvia
y cielo enfermo,
el corazón del agua está soñando
con bandadas de pájaros
de vidrio,
y en la rama otoñal, junta la ausencia,
luces mojadas, y voces
de aluminio.
Hay como un gato gris
rondando en torno,
así de blando,
así
de ojo amarillo.
Es casi tarde, mi niñez descalza,
viene a buscarme por un largo río,
bajo un mar vertical
deshilachado,
y un silencio de océano dormido.
Salgo a su encuentro, quedo de su mano,
me desnudo en su piel, líquida cuna,
vuelvo a mi antiguo manantial,
deshago,
gota a gota, pausada, mansa,
muerta.
Bajo un llanto de techos castigados,
somnolientos, reencarno,
soy de lluvia.
Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida:
la muchacha
es herida, el olor
a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos números de la danza es
herida, la barca
del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol
es herida, Nuestro Señor
sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es herida, el
Quijote
a secas es herida, el ventarrón
abierto del Golfo contra la roca alta es
herida, serpiente
horadante del Principio, mar
y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y
más Kierkegaard, taladro
y por añadidura herida; la
preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
herida, el ocio
del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
velocísimos es
herida, la Poesía
grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este
pensamiento de
nieve es
herida, la evaporación
de la fecha de mármol con el padre adentro
bajo los claveles es
herida, el carrusel
pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
máscaras
que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta-lá
cuya identidad de 2.500 años de drogas y ataúdes rientes
no se discute, es
herida; la cama en fin
que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida,
la
perversión
de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo
antes y después de los Urales es
herida, la hilera
de líneas sin ocurrencia de esta visión
sin resurrección es herida. Cumplo
entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.
¿Por qué miras a otro lado?
¿A dónde arrastras tu mirada?
El campanario de papel en la noche...
¿Tú lo hiciste?
¿Tú lloraste?
La mujer azul
Se mojó la mano en el mar.
Se volvió azul, la mano.
Le gustó.
Se zambulló desnudar en el mar.
Se volvió azul.
Azules también
su voz y su silencio.
La mujer azul.
Todos la admiraron.
Nadie la amó.
Comentarios
terriblemente fría (algodón hidrófilo en el cielo
también una perla) aunque entristezca, apuntar al cielo
las manos llenas de fango.
Intentar una solución, aunque sea tan sólo la muerte
indivisa de tu surgir, sol.
Amelia Rosselli
Los alimentos corporales
Llamar amor a lo que tú y yo hacemos
es cometer una sensiblería
indigna de nosotros, que aún somos amantes.
Eso es mejor que lo hagan los demás,
aquéllos que precisan aguar un vino fuerte.
Lo nuestro es un fenómeno distinto,
sin ningún circunloquio, sin grumos literarios.
Se manifiesta en el arrastramiento
recíproco. Consiste en una prospección
para obtener placer y para darlo,
un hurto generoso que se ofrece egoísta.
Es un duro trabajo en las calderas
de nuestra intimidad, un primitivo
cerco en torno al castillo de la vida.
La carne se alimenta de la carne,
de su mutuo veneno jubiloso.
Lo que hacemos tú y yo no es el amor.
A no ser que se entienda por ello un sacrificio
donde nos ofrecemos a los dioses suicidas
que habitan en el pozo de nuestra propia sangre.
Para nombrarlo habría que incurrir
en palabras que algunos consideran obscenas,
aunque la obscenidad tampoco lo define,
porque no pretendemos aleccionar a nadie
ni sobre el impudor, ni sobre la virtud.
Lo que mejor explica, sin agotarla nunca,
la bárbara pureza del deseo recíproco
es una cacería de animales
y el hartazgo feliz en que se sacian,
con los ojos cerrados contra el tiempo,
en el avaro éxtasis de su feroz banquete.
Para la bestia octópoda que engendramos tú y yo,
son una estupidez los términos pacíficos,
un triste deshonor en la batalla.
No hacemos el amor, desvalijamos
con codicia nocturna en la casa del cuerpo.
Carlos Marzal
SATCHMO LIROFORO
¿Te acuerdas, Louis Armstrong,
del día en que viajamos por un corredor de sonidos
que amábamos hasta la muerte?
¿Recuerdas la onomatopeya que no salió al paso
y que nos dio un trono de un solo golpe?
Parece mentira, Louis, amor mío,
que hayamos compartido tantas cosas,
tantas ramas
y tan gran número de espumas.
Parece imposible, Louis,
que entre nosotros se deshagan
las formas del azul que nos acompañaban;
que tú, dardo, arma del ángel vivo,
te lances a donde nadie podrá reconocerte sino por tu alegría,
por tu voz de durazno,
por tu manera de prolongarte en la luz
y crecer en el aire.
No creo que haya desaparecido del mundo
la manada de resplandores que nos seguía.
Más bien creo que se ocultan en el tiempo
y que no será consumidos.
Tú, continuación del fuego,
pedestal de la nube,
desinencia de mariposa,
andas hoy al garete entre harinas
y entre otras materias incorruptibles que te guardan
como guardan a todos los justos,
a todos los hermosos
cuya hermosura viene de lejos y no se va nunca,
y se incendia cada día
igual que la altura.
Satchmo, querido hasta la música,
soñado hasta el arpegio,
las arpas de David y sus graves de cobre
te están tocando el alma
y los clavicémbalos el cabello sin fin.
Ricardo Wagner está de pie, aguardándote en una azotea tetralógica,
lleno de flores que andan y crecen continuamente.
Ricardo Wagner está en sí mismo
viendo que llegas al dominio de los cristales,
armado de la trompeta bastarda y de la baja
tocando un son del viento,
sonando como un trueno
recién nacido, y húmedo y perfecto.
Y yo, sombra sonora del futuro
también estoy allí,
soñada por dos cuerpos transparentes
que se besan y funden y confunden
en la gran azotea tetralógica
donde todo es tan claro como Dios
y el amor
y los árboles.
al día siguiente de su muerte,
México.
Eunice Odio
Que nadie se acerque a la cocina si no tiene un secreto
Todo vale
Un ingrediente, una muerte, una pasión opaca deslumbrante, una tensión, una memoria, una voz, un planeta guardado, un robo, un asalto, una canción, una historia aberrante, un silencio, un escondite, un plato o un amor
La masa lo percibe
Quien no tenga un secreto que ni apile la leña, ni corra las cortinas, ni se acerque al calor
Gabo Ferro (Buenos Aires, 1965)
Ésa es tu pena
Ésa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas a trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre,
no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.
Olga Orozco
Lady Sings the Blues
price for a trip to paradise?
Billie Holiday, Love for sale
Gorrión triste que anida entre el piano y el humo, esta garganta
inventa la sustancia más oscura de la noche.
Revelación de lo que existe detrás de la ingrávida tiniebla de
los predestinados,
carne inútil e intensa como este canto de embriaguez,
lámpara votiva de las alucinaciones, luna sembrada de alcohol,
muchacha que flota, muchacha que vuela, alambre vivo,
ella nombra el sustrato profundo de los cuerpos,
aguja que teje un sol líquido a la sangre,
oh baby,
quiero dormir.
Darío Jaramillo Agudelo
Vuelo subterráneo
Soy el objeto que soy
y a veces también soy otro y estoy lejos
sentado en agua y tierra
y en el eco de las lenguas ardientes
Y duermo, sí, duermo la colosal aventura
de la palabra humana acuchillada y ebria
sangrante en el recuerdo de los muertos
que parecieran venir de adentro
y sollozaran al verme escribir sus nombres
Y ahora, cuando sale de mi boca
esa tonada de lluvia y sol mojado
me recuesto por todas partes y respiro cicatrices
y recojo las migajas que le sobran a mi alma
y tengo frío
y me despierto en medio de las rosas
sin entender quien vive o ama todavía
Por eso es que mi ombligo no tiene edad
y sigo esperando el día de los besos perdidos
aún cuando mis uñas no tienen ganas
y mi cabeza está más triste y oscura que nunca
aún cuando mis sueños son anónimos
y mis huesos ya no encuentran
el murmullo de los siglos
Y vuelvo a deletrear cenizas
y vuelvo a perseguir mi sombra
y a este árbol que agoniza entre mis dedos
lo enterraré conmigo
y volaremos en espiral
como los dientes de algún resorte
y moriremos juntos, sin ataúd
como las cuerdas de una guitarra olvidada
y moriremos por siempre y será un premio
un premio a nuestros pies y a nuestra médula
un premio a nuestra antología de vidrio
Y lloraremos gusanos y lloraremos ratas
y lloraremos hormigas sin fecha y gatos de luto
y lloraremos sonrisas en los ojos ajenos
y negros bosques
donde una flor se arrancará los cabellos
Porque este cielo aún no me conoce
aún no oye el acorde que llevo en los sesos
no me conoce, y soy el objeto que soy
y a veces también soy otro y estoy lejos
y me extiendo por muros y calles
y pueblo estrellas
y dejo la luna en la mesa, sin avisar
y me emborracho a la salud de nadie
y me despierto en medio de las cruces
con una vigilia de araña
y con un beso dedicado a cada muerto
y a cada muerto un abrazo y un latido de tumba
y a cada muerto un suspiro
un trozo de mi antiguo corazón
que se derrama como un río de gemidos
Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971)
Tango para "Irma la dulce"
Aquí estuvo
sacudida por el manoseo de las habladurías
Las palmas bajo la nuca y el pelo desparramado
"cómo se ve que tú eres escritor"
y flores de plástico de todos los colores
Allí figuraban y no podían faltar
los clásicos del tango y del bolero
en fin todo eso que uno no ha aprendido a sentir
pero que sí parece
lo único verdaderamente pulcro
Yo estaba lejano triste tratando de animar
y ella ancha casi tapando la cama
en un cabrilleo de luces
que sube por sus piernas e impone a su cuerpo una lividez
como si la luz estuviera de veras inventando
una forma nueva
ya en la noche se había acabado
ella puso su mano en mi cara y dijo "soy una mujer cansada"
tan grata su mirada que me sentí ablandado
admitir la franqueza del día
"por qué hablas así gatita esas son las cosas que dicen
y luego como la cosa más natural del mundo
"sé que el error está en mí misma"
hasta la madrugada
"no, no es un programa estar sola todas las noches no creas"
y continuó hablando y vistiéndose un sostén modelo
como respuesta a una pregunta conocida
y ahora ya sabes mi nombre y donde vivo para que se
Y le invento una historia mediocre
ella no lloró ni se rió
evidentemente no conocía ni a yago ni a Otelo ni a
y esta ignorancia la conducía hacia la niñez
y termino con un instantáneo "la gente"...
es la vaga indecisa palabra
en la que le he decretado
Afuera en la tiembla-luz
las casas cerradas envueltas en un vapor esmerilado
intenta tocar de nuevo
su ombligo oloroso sus teticas apretadas forradas
tratando de inventar el gesto la actitud la palabra
que diluya en un aire amable casual
Pero hay que irse no podemos esperar demasiado
se cubrió con los vidrios oscuros alta lejana
con su carne viva templada bajo la piel
sobre los árboles con hojas de pelusa plateada
comenzaba un cielo azul-bandera...
Mario Rivero
Contadme un sueño
Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco,
soy nuevo en la ciudad... Y esto quiere decir:
Me durmieron con un cuento...
y me he despertado con un sueño.
Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos.
Voy a contar mi sueño.
Es un sueño sin lazos,
sin espejos,
sin anillos,
sin redes,
sin trampas y sin miedo.
Oíd:
Soñé... ¡sueño!
No soy un cuento.
Vengo de más lejos...
Soy y vengo del sueño.
Y digo que soñar es querer, querer, querer...
Querer escaparse del espejo,
querer desenvolverse del ovillo,
querer descoyuntarse de la dulce rosquilla de los cuentos,
querer desenvolverse... prolongarse.
Soñar es decir 4 veces,
o 44 veces,
o 4.444 veces, por ejemplo:
yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero,
yo no quiero
verme en el tiempo
ni en la tierra
ni en el agua sujeto...
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
Quiero verme en el viento.
León Felipe
La crueldad tiene corazón humano
y rostro humano la envidia;
el terror reviste divina forma humana
y el secreto lleva ropas humanas.
Las ropas humanas son de hierro forjado,
la forma humana es fragua llameante,
el rostro humano es caldera sellada
y el corazón humano, su gola hambrienta.
William Blake
XXIII
No es algo muy seguro que digamos,
pero hay una historia
que se cuentan entre sí los poetas surrealistas
cada vez que muere un patriarca
o salen del cine solos
enfundados en ridículas bufandas.
En uno de sus viajes –atestiguan–
el señor Pound entró de noche
al cementerio de Charleville con una pala
y buscó exhaustivamente
la tumba de Rimbaud.
Cuando dio con ella
hizo callar a los grillos,
a los sapos y a los pájaros nocturnos,
y empezó a cavar la tumba
hasta que dio con el féretro.
En ese momento hizo una breve pausa,
invocó a los cuatro puntos cardinales
y escupió la madera.
Ahí dio con el cráneo de Rimbaud
como un niño que ríe sin saber lo que pasa,
y guardó la osamenta en un bolso de cuero.
Antes de irse ordenó a los grillos,
a los sapos y a los pájaros nocturnos
que no dijeran nada;
pero algunos poetas surrealistas
lo vieron todo, o casi todo
porque la luna esa noche
emanaba el licor de alguna hierba aromática
y se acercaba la hora en que las muchachas
salían de la iglesia a pecar.
Por eso nadie detuvo al señor Pound en las aduanas,
ni sospecharon de aquel bolso de cuero
que se abultaba más allá de lo que podía contener.
Lo que pasó después es todo un misterio
incluso para los poetas surrealistas;
pero algunos se imaginan
que obtuvo unas monedas por el cráneo
en un mercado negro de Florencia,
otros que con él adornó su biblioteca,
y otros que de él bebe absenta
y aúlla versos en latín toda la noche
hasta que los vecinos llaman a la policía.
Mientras tanto, amigos míos,
la gente sigue visitando el cementerio de Charleville,
lleva flores a la tumba de Rimbaud
y se toma fotos junto a ella.
Las muchachas ya no van a las iglesias
y los poetas surrealistas han pasado de moda.
Y recuerden, amigos,
si alguien les pregunta
sean discretos.
Ustedes nada saben.
Juan Carlos Olivas (Turrialba, Costa Rica, 1986)
Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.
Asir la forma que se va
Hay quienes creen en la Divinidad, únicamente acosados por el pavor ante la posible nada.
Igualmente hay quienes adoran la forma artística ante el temor de que termine por
desintegrarse para siempre. Pero en este caso la angustia no es la única causa, sino que
a la vez hay una tácita devoción, tan antigua como los propios objetos estéticos. Es la
fe en la forma, no por el riesgo del vacío, sino por el puro placer de disfrutarla.
Igualmente como cuando se adora a la Divinidad por sí misma, y aun si no existiera. En
realidad, ni espuria ni imputable a barrocos o parnasianos decadentes. No hay que
avergonzarse de ella. No hay que reducirla a la postración. Obrar así no es otra cosa
que renegar de nuestro continente. Porque los cuerpos en que moramos también poseen un
contorno, también una estructura donde se encuentran en perfecto orden y concierto los
secretos órganos vitales. Aferrémonos a ella, como nos aferramos a nuestra forma corporal,
ante el embate del tiempo, ante la aproximación de la ineludible muerte.
Carlos Germán Belli
El arte de amar
(La danza del péndulo)
Celestino amaba a Leticia, la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con entusiasmo y sin entusiasmo a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis Alberto, el que observaba las estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del Carmen, la que no amaba a nadie, casi loca en su amor platónico.
Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño de 1960. Leticia tuvo una crisis religiosa y se enamoró de Maimónides, un poco antes de ingresar al convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo se volvió loco sin saber por qué, luego de amar con entusiasmo y sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte de la Soledad en su casa llena de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto a la sombra de Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua muerta: una especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque ustedes no lo crean.
Luis Alberto se suicidó en una noche de verano, no muy lejos del cerro San Cristóbal, cerca del principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con un calor insuperable, más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con Hernán Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia, pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu.
Psicosomáticamente, Lavín Cerdus lo sospechaba todo.
Hernán Lavín Cerda
Con la sangre hasta la cintura, algunas veces
con la sangre hasta el borde de la boca,
voy
avanzando
lentamente, con la sangre hasta el borde de los labios
algunas veces,
voy
avanzando sobre este viejo suelo, sobre
la tierra hundida en sangre,
voy
avanzando lentamente, hundiendo los brazos
en sangre,
algunas
veces tragando sangre,
voy sobre Europa
como en la proa de un barco desmantelado
que hace sangre,
voy
mirando, algunas veces,
al cielo
bajo,
que refleja
la luz de la sangre roja derramada,
avanzo
muy
penosamente, hundidos los brazos en espesa
sangre,
es
como una esperma roja represada,
mis pies
pisan sangre de hombres vivos
muertos,
cortados de repente, heridos súbitos,
niños
con el pequeño corazón volcado, voy
sumido en sangre
salida,
algunas veces
sube hasta los ojos y no me deja ver,
no
veo más que sangre,
siempre
sangre,
sobre Europa no hay más que
sangre.
Traigo una rosa en sangre entre las manos
ensangrentadas. Porque es que no hay más
que sangre,
y una horrorosa sed
dando gritos en medio de la sangre,
y una horrorosa sed
dando gritos en medio de la sangre.
Blas de Otero
Hay hombres
que deberían tener montañas
para eternizar sus nombres en el tiempo.
Las lápidas de los sepulcros no son lo suficientemente altas
ni verdes,
y los hijos se alejan
para perder el puño
que la mano de sus padres parecerá siempre.
Yo tuve un amigo:
vivió y murió en absoluto silencio
y con dignidad,
no dejó libro, ni hijo, ni una amante que le llorara.
Tampoco es esto una canción fúnebre,
sino sólo el nombre de esta montaña
sobre la que camino,
fragante, oscura y delicadamente blanca
bajo la pálida niebla.
A esta montaña le impongo su nombre.
Leonard Cohen
¡Todo era amor!
¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M,
con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor-amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!
Oliverio Girondo
¿Cuánto vive el hombre, por fin?
¿Vive mil días o uno solo?
¿Una semana o varios siglos?
¿Por cuánto tiempo muere un hombre?
¿Qué quiere decir "Para siempre"?
Preocupado por este asunto
me dediqué a aclarar las cosas.
Busqué a los sabios sacerdotes,
los esperé después del rito,
los aceché cuando salían
a visitar a Dios y al Diablo.
Se aburrieron con mis preguntas.
Ellos tampoco sabían mucho,
eran sólo administradores.
Los médicos me recibieron,
entre una consulta y otra,
con un bisturí en cada mano,
saturados a aureomicina,
más ocupados cada día.
Según supe por lo que hablaban
el problema era como sigue:
nunca murió tanto microbio,
toneladas de ellos caían,
pero los pocos que quedaron
se manifestaban perversos.
Me dejaron tan asustado
que busqué a los enterradores.
Me fui a los ríos donde queman
grandes cadáveres pintados,
pequeños muertos huesudos,
emperadores recubiertos
por escamas aterradoras,
mujeres aplastadas de pronto
por una ráfaga de cólera.
Eran riberas de difuntos
y especialistas cenicientos.
Cuando llegó mi oportunidad
les largué unas cuantas preguntas,
ellos me ofrecieron quemarme:
era todo lo que sabían.
En mi país los enterradores
me contestaron, entre copas:
"-Búscate una moza robusta,
y déjate de tonterías".
Nunca vi gentes tan alegres.
Cantaban levantando el vino
por la salud y la muerte.
Eran grandes fornicadores.
Regresé a mi casa más viejo
después de recorrer el mundo.
No le pregunto a nadie nada.
Pero sé cada día menos.
Pablo Neruda
Tú que eres mi herida
y que no volverás
y no nacerás de nuevo.
Tú que eres claro como la nieve
con una piel que lo experimentó todo,
tú que naciste con una herida en el costado,
tú que resististe sin anestesia.
Yo te coso la herida
una y otra vez.
Tú te abres la herida
una y otra vez.
Pero si eres tú la que blande el cuchillo, murmuras.
Estás desesperado.
Tu cara está hecha de nieve.
Tus lágrimas, nieve derretida.
De esas lágrimas salen narcisos y lirios.
¿Puedo entrar en el cuarto?, gritas.
Yo digo que sí.
Cuando entras lo haces muy despacito
como si ya no desearas nada.
Eva Ström
No hay animales ya ni estrellas
y el matorral de los recuerdos
la vida es una línea recta,
qué larga es la ribera de la noche
qué larga es.
El mar, al lado, tan oscuro
ya ni la luna quiere verme
y allá en el pozo sepultada
la miel aquella de esos labios
que de algo como amor me hablaron,
luego en silencio se quedaron:
qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
Flotan cabellos en el agua
de una mujer que no existió
y en la cabeza hay unas letras
la A, la V más dos Os:
qué larga es la ribera de la noche
qué larga es.
Tal vez sea un oso lo que anda
con una pierna y luego otra,
las huellas son como de oso,
no de yo.
Qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
No se terminará nunca la playa
con esa sombra que recorre
ese desierto tal un péndulo:
qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
Cómo saber si ya estoy muerto
o si aún vivo como dicen
si allá en la playa sólo hay playa
atrás, delante sólo hay playa
cómo saber si yo soy indio
si yo soy Crow o yo soy Cuervo,
si ni la Luna quiere verme
y Padre Sol nunca aparece:
qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
No es que esté solo, es que no existo
es que no hay nadie en esta playa
y ya ni yo aun me acompaño
son estos ojos cual dos cuevas
y en mi cabeza sopla el viento:
será la muerte como un vino?
habrá mujeres en la tumba?
Qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
Cuando los hombres alzan los hombros y pasan
o cuando dejan caer sus nombres
hasta que la sombra se asombra
cuando un polvo más fino aún que el humo
se adhiere a los cristales de la voz
y a la piel de los rostros y las cosas
cuando los ojos cierran sus ventanas
al rayo del sol pródigo y prefieren
la ceguera al perdón y el silencio al sollozo
cuando la vida o lo que así llamamos inútilmente
y que no llega sino con un nombre innombrable
se desnuda para saltar al lecho
y ahogarse en el alcohol o quemarse en la nieve
cuando la vi cuando la vid cuando la vida
quiere entregarse cobardemente y a oscuras
sin decirnos siquiera el precio de su nombre
cuando en la soledad de un cielo muerto
brillan unas estrellas olvidadas
y es tan grande el silencio del silencio
que de pronto quisiéramos que hablara
o cuando de una boca que no existe
sale un grito inaudito
que nos echa a la cara su luz viva
y se apaga y nos deja una ciega sordera
o cuando todo ha muerto
tan dura y lentamente que da miedo
alzar la voz y preguntar "quién vive"
dudo si responder
a la muda pregunta con un grito
por temor de saber que ya no existo
porque acaso la voz tampoco vive
sino como un recuerdo en la garganta
y no es la noche sino la ceguera
lo que llena de sombra nuestros ojos
y porque acaso el grito es la presencia
de una palabra antigua
opaca y muda que de pronto grita
porque vida silencio piel y boca
y soledad recuerdo cielo y humo
nada son sino sombras de palabras
que nos salen al paso de la noche
Xavier Villaurrutia
Llévenme al agua, al agua clara que me limpie de sus ojos —que me miran de no sé dónde—, al agua que estoy buscando para que me lave en la carne y el alma la quemadura de sus labios, que no me tocaron, de su sed que no me alcanzó.
Dulce María Loynaz
Qué hay en el espacio en blanco que separa la letra a de la b? Qué hay entre dos fotogramas que se suceden, casi idénticos? Y entre esta gota, y la siguiente, y la otra, tan unidas que dirías que avanzan cogidas de la cintura? Y entre el pensamiento viejo que muere y el pensamiento nuevo que nace? A veces la vida se calla, contiene silencios minúsculos, cicatrices casi inaudibles, pequeñas grietas donde se acumula el no ser, el no nombre, la no gota, el no pensamiento. Hasta que el vacío se derrama, de tan lleno.
Gemma Gorga (Barcelona,1968)
¿Qué harás? ¿En que momento
tus ojos pensarán en mis caricias?
¿Y frente a cuales cosas, de repente,
dejarás, en silencio, una sonrisa?
Y si en la calle
hallas mi boca triste en otra gente,
¿la seguirás?
¿Que harás si en los comercios --semejanzas--
algo de mi encuentras?
¿Qué harás?
¿Y si en el campo un grupo de palmeras
o un grupo de palomas o uno de figuras
vieras?
(Las estrofas brillan en sus aventuras
de desnudas imágenes primeras.)
¿Y si al pasa frente a la casa abierta,
alguien adentro grita: ¡Carlos!?
¿Habrá en tu corazón el buen latido?
¿Cómo será el acento de tu paso?
Tu carta trae el perfume predilecto.
Yo la beso y la aspiro.
En el rápido drama de un suspiro
la alcoba se encamina hacia otro aspecto.
¿Qué harás?
Los versos tienen ya los ojos fijos.
La actitud se prolonga. De las manos
caen papel y lápiz. Infinito
es el recuerdo. Se oyen en el campo
las cosas de la noche. --Una vez
te hallé en el tranvía y no me viste.
--Atravesando un bosque ambos lloramos.
--Hay dos sitios malditos en la ciudad. ¿Me diste
tu dirección la noche del infierno?
--...Y yo creí morirme mirándote llorar.
Yo soy...
Y me sacude el viento.
¿Qué harás?
Carlos Pellicer
Vuelvo a la noche
De pronto vuelvo
a la noche
con mis zapatos de agua.
Me desnudo
en el lento
ejercicio de mis manos
y busco
solamente
un objeto mío,
un pequeño barco,
un cometa,
un circo de inventadas cosas,
figuras cotidianas,
tuyas y mías,
que amo.
Pero sé
que de pronto
me vuelvo inaccesible
y vuelvo a ser silencio
y llama oscura,
donde mi barco
se escapa de tu orilla.
Mia Gallegos
Expliquemos al viento nuestros besos
Expliquemos al viento nuestros besos.
Piensa que el alba nos entiende:
ella sabe lo bien que saboreamos
el rumor a limones de sus ojos,
el agua blanca de sus brazos.
(Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
El frío es grande y siempre adolescente.
El frío, el frío: ausencia sin olvido.)
Cantemos a las flores cerradas,
a las mujeres sin senos
y a los niños que no miran la luna.
Cantemos sin mirarnos.
Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
Nosotros no nos amamos ya.
Realmente nunca nos amamos.
Llegamos con el deseo y seguimos con él.
Estamos en el ruido del alba,
en el umbral de la sabiduría,
en el seno de la locura.
Dos columnas en el atrio
donde mendigan las pasiones.
Perduramos, gozamos simplemente.
Expliquemos al viento nuestros besos
y el amargo sentido de lo que cantamos.
No es el amor de fuego ni de mármol.
El amor es la piedad que nos tenemos.
Efraín Huerta
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
Alfonsina Storni.
En este día de lluvia
Un gris limpio, monótono, inasible,
en este día de lluvia
y cielo enfermo,
el corazón del agua está soñando
con bandadas de pájaros
de vidrio,
y en la rama otoñal, junta la ausencia,
luces mojadas, y voces
de aluminio.
Hay como un gato gris
rondando en torno,
así de blando,
así
de ojo amarillo.
Es casi tarde, mi niñez descalza,
viene a buscarme por un largo río,
bajo un mar vertical
deshilachado,
y un silencio de océano dormido.
Salgo a su encuentro, quedo de su mano,
me desnudo en su piel, líquida cuna,
vuelvo a mi antiguo manantial,
deshago,
gota a gota, pausada, mansa,
muerta.
Bajo un llanto de techos castigados,
somnolientos, reencarno,
soy de lluvia.
Matilde Alba Swann
Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida:
la muchacha
es herida, el olor
a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos números de la danza es
herida, la barca
del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol
es herida, Nuestro Señor
sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es herida, el
Quijote
a secas es herida, el ventarrón
abierto del Golfo contra la roca alta es
herida, serpiente
horadante del Principio, mar
y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y
más Kierkegaard, taladro
y por añadidura herida; la
preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
herida, el ocio
del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
velocísimos es
herida, la Poesía
grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este
pensamiento de
nieve es
herida, la evaporación
de la fecha de mármol con el padre adentro
bajo los claveles es
herida, el carrusel
pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
máscaras
que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta-lá
cuya identidad de 2.500 años de drogas y ataúdes rientes
no se discute, es
herida; la cama en fin
que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida,
la
perversión
de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo
antes y después de los Urales es
herida, la hilera
de líneas sin ocurrencia de esta visión
sin resurrección es herida. Cumplo
entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.
Gonzalo Rojas
"Los ojos ven, el corazón presiente."
Octavio Paz
Que pocas cosas duelen. Digamos, por ejemplo,
que se puede no amar de repente y no duele.
Duele el amor si pasa
hirviendo por las venas.
Duele la soledad,
latigazo de hielo.
El desamor no duele. Es visita esperada.
No duele el desencanto. Es tan sólo algo incómodo.
Somos así, mortales
irremediablemente,
sin duda acostumbrados
a que todo termine.
Irene Sánchez Carrón
¿Por qué miras a otro lado?
¿A dónde arrastras tu mirada?
El campanario de papel en la noche...
¿Tú lo hiciste?
¿Tú lloraste?
La mujer azul
Se mojó la mano en el mar.
Se volvió azul, la mano.
Le gustó.
Se zambulló desnudar en el mar.
Se volvió azul.
Azules también
su voz y su silencio.
La mujer azul.
Todos la admiraron.
Nadie la amó.
Yannis Ritsos