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Comentarios

  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado noviembre 2015
    Si quieres, no sé, si puedes, encender de nuevo la mecha
    terriblemente fría (algodón hidrófilo en el cielo
    también una perla) aunque entristezca, apuntar al cielo
    las manos llenas de fango.

    Intentar una solución, aunque sea tan sólo la muerte
    indivisa de tu surgir, sol.

    Amelia Rosselli
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015


    Los alimentos corporales

    Llamar amor a lo que tú y yo hacemos
    es cometer una sensiblería
    indigna de nosotros, que aún somos amantes.
    Eso es mejor que lo hagan los demás,
    aquéllos que precisan aguar un vino fuerte.
    Lo nuestro es un fenómeno distinto,
    sin ningún circunloquio, sin grumos literarios.
    Se manifiesta en el arrastramiento
    recíproco. Consiste en una prospección
    para obtener placer y para darlo,
    un hurto generoso que se ofrece egoísta.
    Es un duro trabajo en las calderas
    de nuestra intimidad, un primitivo
    cerco en torno al castillo de la vida.
    La carne se alimenta de la carne,
    de su mutuo veneno jubiloso.
    Lo que hacemos tú y yo no es el amor.
    A no ser que se entienda por ello un sacrificio
    donde nos ofrecemos a los dioses suicidas
    que habitan en el pozo de nuestra propia sangre.
    Para nombrarlo habría que incurrir
    en palabras que algunos consideran obscenas,
    aunque la obscenidad tampoco lo define,
    porque no pretendemos aleccionar a nadie
    ni sobre el impudor, ni sobre la virtud.
    Lo que mejor explica, sin agotarla nunca,
    la bárbara pureza del deseo recíproco
    es una cacería de animales
    y el hartazgo feliz en que se sacian,
    con los ojos cerrados contra el tiempo,
    en el avaro éxtasis de su feroz banquete.
    Para la bestia octópoda que engendramos tú y yo,
    son una estupidez los términos pacíficos,
    un triste deshonor en la batalla.
    No hacemos el amor, desvalijamos
    con codicia nocturna en la casa del cuerpo.

    Carlos Marzal


  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015


    SATCHMO LIROFORO

    ¿Te acuerdas, Louis Armstrong,
    del día en que viajamos por un corredor de sonidos
    que amábamos hasta la muerte?
    ¿Recuerdas la onomatopeya que no salió al paso
    y que nos dio un trono de un solo golpe?
    Parece mentira, Louis, amor mío,
    que hayamos compartido tantas cosas,
    tantas ramas
    y tan gran número de espumas.
    Parece imposible, Louis,
    que entre nosotros se deshagan
    las formas del azul que nos acompañaban;
    que tú, dardo, arma del ángel vivo,
    te lances a donde nadie podrá reconocerte sino por tu alegría,
    por tu voz de durazno,
    por tu manera de prolongarte en la luz
    y crecer en el aire.
    No creo que haya desaparecido del mundo
    la manada de resplandores que nos seguía.
    Más bien creo que se ocultan en el tiempo
    y que no será consumidos.

    Tú, continuación del fuego,
    pedestal de la nube,
    desinencia de mariposa,
    andas hoy al garete entre harinas
    y entre otras materias incorruptibles que te guardan
    como guardan a todos los justos,
    a todos los hermosos
    cuya hermosura viene de lejos y no se va nunca,
    y se incendia cada día
    igual que la altura.

    Satchmo, querido hasta la música,
    soñado hasta el arpegio,
    las arpas de David y sus graves de cobre
    te están tocando el alma
    y los clavicémbalos el cabello sin fin.

    Ricardo Wagner está de pie, aguardándote en una azotea tetralógica,
    lleno de flores que andan y crecen continuamente.
    Ricardo Wagner está en sí mismo
    viendo que llegas al dominio de los cristales,
    armado de la trompeta bastarda y de la baja
    tocando un son del viento,
    sonando como un trueno
    recién nacido, y húmedo y perfecto.

    Y yo, sombra sonora del futuro
    también estoy allí,
    soñada por dos cuerpos transparentes
    que se besan y funden y confunden
    en la gran azotea tetralógica
    donde todo es tan claro como Dios
    y el amor
    y los árboles.

    Sábado 10 de Julio de 1971,
    al día siguiente de su muerte,
    México.


    Eunice Odio



  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015


    Que nadie se acerque a la cocina si no tiene un secreto

    Todo vale

    Un ingrediente, una muerte, una pasión opaca deslumbrante, una tensión, una memoria, una voz, un planeta guardado, un robo, un asalto, una canción, una historia aberrante, un silencio, un escondite, un plato o un amor

    La masa lo percibe

    Quien no tenga un secreto que ni apile la leña, ni corra las cortinas, ni se acerque al calor

    Gabo Ferro (Buenos Aires, 1965)


  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015


    Ésa es tu pena

    Ésa es tu pena.
    Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
    y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
    Colócala a la altura de tus ojos
    y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
    o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
    o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
    Si observas a trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
    Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
    un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
    Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
    y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
    No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
    sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
    Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
    No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
    aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
    No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre,
    no la gastes con nadie.
    Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
    sepúltala en tu pecho hasta el final,
    hasta la empuñadura.

    Olga Orozco


  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015


    Lady Sings the Blues

    Who's prepare to pay the
    price for a trip to paradise?
    Billie Holiday, Love for sale

    Gorrión triste que anida entre el piano y el humo, esta garganta
    inventa la sustancia más oscura de la noche.
    Revelación de lo que existe detrás de la ingrávida tiniebla de
    los predestinados,
    carne inútil e intensa como este canto de embriaguez,
    lámpara votiva de las alucinaciones, luna sembrada de alcohol,
    muchacha que flota, muchacha que vuela, alambre vivo,
    ella nombra el sustrato profundo de los cuerpos,
    aguja que teje un sol líquido a la sangre,
    oh baby,
    quiero dormir.

    Darío Jaramillo Agudelo


  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015
    Me gusta la poesía de Mario Meléndez. Toda.




    Vuelo subterráneo

    Soy el objeto que soy
    y a veces también soy otro y estoy lejos
    sentado en agua y tierra
    y en el eco de las lenguas ardientes
    Y duermo, sí, duermo la colosal aventura
    de la palabra humana acuchillada y ebria
    sangrante en el recuerdo de los muertos
    que parecieran venir de adentro
    y sollozaran al verme escribir sus nombres
    Y ahora, cuando sale de mi boca
    esa tonada de lluvia y sol mojado
    me recuesto por todas partes y respiro cicatrices
    y recojo las migajas que le sobran a mi alma
    y tengo frío
    y me despierto en medio de las rosas
    sin entender quien vive o ama todavía
    Por eso es que mi ombligo no tiene edad
    y sigo esperando el día de los besos perdidos
    aún cuando mis uñas no tienen ganas
    y mi cabeza está más triste y oscura que nunca
    aún cuando mis sueños son anónimos
    y mis huesos ya no encuentran
    el murmullo de los siglos
    Y vuelvo a deletrear cenizas
    y vuelvo a perseguir mi sombra
    y a este árbol que agoniza entre mis dedos
    lo enterraré conmigo
    y volaremos en espiral
    como los dientes de algún resorte
    y moriremos juntos, sin ataúd
    como las cuerdas de una guitarra olvidada
    y moriremos por siempre y será un premio
    un premio a nuestros pies y a nuestra médula
    un premio a nuestra antología de vidrio
    Y lloraremos gusanos y lloraremos ratas
    y lloraremos hormigas sin fecha y gatos de luto
    y lloraremos sonrisas en los ojos ajenos
    y negros bosques
    donde una flor se arrancará los cabellos
    Porque este cielo aún no me conoce
    aún no oye el acorde que llevo en los sesos
    no me conoce, y soy el objeto que soy
    y a veces también soy otro y estoy lejos
    y me extiendo por muros y calles
    y pueblo estrellas
    y dejo la luna en la mesa, sin avisar
    y me emborracho a la salud de nadie
    y me despierto en medio de las cruces
    con una vigilia de araña
    y con un beso dedicado a cada muerto
    y a cada muerto un abrazo y un latido de tumba
    y a cada muerto un suspiro
    un trozo de mi antiguo corazón
    que se derrama como un río de gemidos

    Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971)




  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015


    Tango para "Irma la dulce"

    Aquí estuvo
    sacudida por el manoseo de las habladurías
    y los despertadores
    Aquí estuvo demasiado triste en el final
    Las palmas bajo la nuca y el pelo desparramado
    agreste como barba de coco
    mirándolo todo con simpleza y admiración
    "cómo se ve que tú eres escritor"
    me dice
    a mediavoz en la tiniebla de un cuarto con ginebra estéreo
    y flores de plástico de todos los colores
    Allí figuraban y no podían faltar
    claro está
    Sosa Beny Moré Gardel
    los clásicos del tango y del bolero
    y los otros
    los Mozart y los Beethoven de siempre
    en fin todo eso que uno no ha aprendido a sentir
    pero que sí parece
    lo único verdaderamente pulcro
    adecuado
    para evadir la brutalidad de los sucesos
    Yo estaba lejano triste tratando de animar
    falazmente
    la cansada sangre en las venas
    y ella ancha casi tapando la cama
    funcionando soberbiamente
    con lo que se podría llamar su belleza
    o sea "su verdad"
    una cosa hecha de calor-poder-y-fuerza
    un desbordamiento
    como una yegua blanca con sus patas traseras
    bien abiertas
    que se vuelven plateadas y empiezan a brillar
    en un cabrilleo de luces
    inestable
    una rendija de luz en la persiana
    que sube por sus piernas e impone a su cuerpo una lividez
    de avena
    y todo todo perdiendo la certeza y la eternidad
    como si la luz estuviera de veras inventando
    una forma nueva
    ya en la noche se había acabado
    ella puso su mano en mi cara y dijo "soy una mujer cansada"
    tan grata su mirada que me sentí ablandado
    sin luchas
    quise adelantarme empujar la persiana
    admitir la franqueza del día
    la circuntristeza
    romper el espejismo el sortilegio engañoso
    "por qué hablas así gatita esas son las cosas que dicen
    las intelectuales neuróticas"
    "lo sé pero créeme que hablo completamente en serio"
    y luego como la cosa más natural del mundo
    "sé que el error está en mí misma"
    llama "error" a su vida
    y me contó de su marido músico
    maffioso
    chupando la trompeta como si fuera marihuana
    hasta la madrugada
    "no, no es un programa estar sola todas las noches no creas"
    y continuó hablando y vistiéndose un sostén modelo
    televisión y un liguero negro
    y diciendo que "qué barbaridad" y que "qué tontería"
    como respuesta a una pregunta conocida
    a una inquisición cifrada
    "sí creo que así es lo mejor"
    agrega
    "no hay complicaciones ni números de teléfonos, ni cartas
    de amor ni nada"
    "me gusta la vida libre el cambio"
    le digo
    "le tengo un horror sagrado a las posesiones
    y ahora ya sabes mi nombre y donde vivo para que se
    empiecen a amarrar los nudos
    para que todo se empiece a terminar"
    Y le invento una historia mediocre
    profundamente provinciana
    o de la literatura considerada como la coartada perfecta
    ella no lloró ni se rió
    miró melancólicamente
    frente a sí como si hubiera un vacío
    evidentemente no conocía ni a yago ni a Otelo ni a
    "Chéspier"
    y ni siquiera a maupassant
    y esta ignorancia la conducía hacia la niñez
    dulcemente
    "El mundo es así" concluyo
    como si ya me estuviese yendo lejos
    de un modo gentil y frío
    y termino con un instantáneo "la gente"...
    es la vaga indecisa palabra
    en la que le he decretado
    de pronto
    su fin

    Afuera en la tiembla-luz
    las casas cerradas envueltas en un vapor esmerilado
    un postigo
    que se abre como un párpado y que luego se cierra
    intenta tocar de nuevo
    su ombligo oloroso sus teticas apretadas forradas
    bajo un dique
    de botones y flecos
    tratando de inventar el gesto la actitud la palabra
    que diluya en un aire amable casual
    la tristeza largalargalarga
    de pozo ciego
    el encantamiento muerto
    Pero hay que irse no podemos esperar demasiado
    se cubrió con los vidrios oscuros alta lejana
    ya yéndose
    con su olor ruda-y-sal bajo las axilas del suéter
    con su carne viva templada bajo la piel
    con el amor...
    "Llámame cuando quieras" me dijo a modo de despedida
    sobre los árboles con hojas de pelusa plateada
    comenzaba un cielo azul-bandera...

    Mario Rivero



  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015


    Contadme un sueño

    Ahora estoy de regreso, he llegado hace poco,
    soy nuevo en la ciudad... Y esto quiere decir:
    Me durmieron con un cuento...
    y me he despertado con un sueño.
    Voy a contar mi sueño, narradores de cuentos.
    Voy a contar mi sueño.
    Es un sueño sin lazos,
    sin espejos,
    sin anillos,
    sin redes,
    sin trampas y sin miedo.

    Oíd:
    Soñé... ¡sueño!
    No soy un cuento.
    Vengo de más lejos...
    Soy y vengo del sueño.
    Y digo que soñar es querer, querer, querer...
    Querer escaparse del espejo,
    querer desenvolverse del ovillo,
    querer descoyuntarse de la dulce rosquilla de los cuentos,
    querer desenvolverse... prolongarse.
    Soñar es decir 4 veces,
    o 44 veces,
    o 4.444 veces, por ejemplo:
    yo no quiero,
    yo no quiero,
    yo no quiero,
    yo no quiero
    verme en el tiempo
    ni en la tierra
    ni en el agua sujeto...
    Quiero verme en el viento.
    Quiero verme en el viento.
    Quiero verme en el viento.
    Quiero verme en el viento.

    León Felipe


  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado diciembre 2015
    Una imagen divina

    La crueldad tiene corazón humano
    y rostro humano la envidia;
    el terror reviste divina forma humana
    y el secreto lleva ropas humanas.

    Las ropas humanas son de hierro forjado,
    la forma humana es fragua llameante,
    el rostro humano es caldera sellada
    y el corazón humano, su gola hambrienta.

    William Blake
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado diciembre 2015



    XXIII

    No es algo muy seguro que digamos,
    pero hay una historia
    que se cuentan entre sí los poetas surrealistas
    cada vez que muere un patriarca
    o salen del cine solos
    enfundados en ridículas bufandas.
    En uno de sus viajes –atestiguan–
    el señor Pound entró de noche
    al cementerio de Charleville con una pala
    y buscó exhaustivamente
    la tumba de Rimbaud.
    Cuando dio con ella
    hizo callar a los grillos,
    a los sapos y a los pájaros nocturnos,
    y empezó a cavar la tumba
    hasta que dio con el féretro.
    En ese momento hizo una breve pausa,
    invocó a los cuatro puntos cardinales
    y escupió la madera.
    Ahí dio con el cráneo de Rimbaud
    como un niño que ríe sin saber lo que pasa,
    y guardó la osamenta en un bolso de cuero.
    Antes de irse ordenó a los grillos,
    a los sapos y a los pájaros nocturnos
    que no dijeran nada;
    pero algunos poetas surrealistas
    lo vieron todo, o casi todo
    porque la luna esa noche
    emanaba el licor de alguna hierba aromática
    y se acercaba la hora en que las muchachas
    salían de la iglesia a pecar.
    Por eso nadie detuvo al señor Pound en las aduanas,
    ni sospecharon de aquel bolso de cuero
    que se abultaba más allá de lo que podía contener.
    Lo que pasó después es todo un misterio
    incluso para los poetas surrealistas;
    pero algunos se imaginan
    que obtuvo unas monedas por el cráneo
    en un mercado negro de Florencia,
    otros que con él adornó su biblioteca,
    y otros que de él bebe absenta
    y aúlla versos en latín toda la noche
    hasta que los vecinos llaman a la policía.
    Mientras tanto, amigos míos,
    la gente sigue visitando el cementerio de Charleville,
    lleva flores a la tumba de Rimbaud
    y se toma fotos junto a ella.
    Las muchachas ya no van a las iglesias
    y los poetas surrealistas han pasado de moda.
    Y recuerden, amigos,
    si alguien les pregunta
    sean discretos.
    Ustedes nada saben.

    Juan Carlos Olivas (Turrialba, Costa Rica, 1986)



  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado enero 2016
    Poema

    Nuestro amor no está en nuestros respectivos
    y castos genitales, nuestro amor
    tampoco en nuestra boca ni en las manos:
    todo nuestro amor guárdase con pálpito
    bajo la sangre pura de los ojos.
    Mi amor, tu amor esperan que la muerte
    se robe los huesos, el diente y la uña,
    esperan que en el valle solamente
    tus ojos y mis ojos queden juntos,
    mirándose ya fuera de sus órbitas,
    más bien como dos astros, como uno.

    Asir la forma que se va

    Hay quienes creen en la Divinidad, únicamente acosados por el pavor ante la posible nada.
    Igualmente hay quienes adoran la forma artística ante el temor de que termine por
    desintegrarse para siempre. Pero en este caso la angustia no es la única causa, sino que
    a la vez hay una tácita devoción, tan antigua como los propios objetos estéticos. Es la
    fe en la forma, no por el riesgo del vacío, sino por el puro placer de disfrutarla.
    Igualmente como cuando se adora a la Divinidad por sí misma, y aun si no existiera. En
    realidad, ni espuria ni imputable a barrocos o parnasianos decadentes. No hay que
    avergonzarse de ella. No hay que reducirla a la postración. Obrar así no es otra cosa
    que renegar de nuestro continente. Porque los cuerpos en que moramos también poseen un
    contorno, también una estructura donde se encuentran en perfecto orden y concierto los
    secretos órganos vitales. Aferrémonos a ella, como nos aferramos a nuestra forma corporal,
    ante el embate del tiempo, ante la aproximación de la ineludible muerte.

    Carlos Germán Belli
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado enero 2016



    El arte de amar
    (La danza del péndulo)



    Celestino amaba a Leticia, la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con entusiasmo y sin entusiasmo a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis Alberto, el que observaba las estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del Carmen, la que no amaba a nadie, casi loca en su amor platónico.

    Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño de 1960. Leticia tuvo una crisis religiosa y se enamoró de Maimónides, un poco antes de ingresar al convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo se volvió loco sin saber por qué, luego de amar con entusiasmo y sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte de la Soledad en su casa llena de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto a la sombra de Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua muerta: una especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque ustedes no lo crean.

    Luis Alberto se suicidó en una noche de verano, no muy lejos del cerro San Cristóbal, cerca del principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con un calor insuperable, más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con Hernán Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia, pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu.

    Psicosomáticamente, Lavín Cerdus lo sospechaba todo.

    Hernán Lavín Cerda



  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado enero 2016
    Crecida

    Con la sangre hasta la cintura, algunas veces
    con la sangre hasta el borde de la boca,
    voy
    avanzando
    lentamente, con la sangre hasta el borde de los labios
    algunas veces,
    voy
    avanzando sobre este viejo suelo, sobre
    la tierra hundida en sangre,
    voy
    avanzando lentamente, hundiendo los brazos
    en sangre,
    algunas
    veces tragando sangre,
    voy sobre Europa
    como en la proa de un barco desmantelado
    que hace sangre,
    voy
    mirando, algunas veces,
    al cielo
    bajo,
    que refleja
    la luz de la sangre roja derramada,
    avanzo
    muy
    penosamente, hundidos los brazos en espesa
    sangre,
    es
    como una esperma roja represada,
    mis pies
    pisan sangre de hombres vivos
    muertos,
    cortados de repente, heridos súbitos,
    niños
    con el pequeño corazón volcado, voy
    sumido en sangre
    salida,
    algunas veces
    sube hasta los ojos y no me deja ver,
    no
    veo más que sangre,
    siempre
    sangre,
    sobre Europa no hay más que
    sangre.

    Traigo una rosa en sangre entre las manos
    ensangrentadas. Porque es que no hay más
    que sangre,

    y una horrorosa sed
    dando gritos en medio de la sangre,
    y una horrorosa sed
    dando gritos en medio de la sangre.

    Blas de Otero
  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado febrero 2016
    Hay hombres

    Hay hombres
    que deberían tener montañas
    para eternizar sus nombres en el tiempo.

    Las lápidas de los sepulcros no son lo suficientemente altas
    ni verdes,
    y los hijos se alejan
    para perder el puño
    que la mano de sus padres parecerá siempre.

    Yo tuve un amigo:
    vivió y murió en absoluto silencio
    y con dignidad,
    no dejó libro, ni hijo, ni una amante que le llorara.

    Tampoco es esto una canción fúnebre,
    sino sólo el nombre de esta montaña
    sobre la que camino,
    fragante, oscura y delicadamente blanca
    bajo la pálida niebla.
    A esta montaña le impongo su nombre.

    Leonard Cohen
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado febrero 2016


    ¡Todo era amor!

    ¡Todo era amor... amor!
    No había nada más que amor.
    En todas partes se encontraba amor.
    No se podía hablar más que de amor.
    Amor pasado por agua, a la vainilla,
    amor al portador, amor a plazos.
    Amor analizable, analizado.
    Amor ultramarino.
    Amor ecuestre.
    Amor de cartón piedra, amor con leche...
    lleno de prevenciones, de preventivos;
    lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
    Amor con una gran M,
    con una M mayúscula,
    chorreado de merengue,
    cubierto de flores blancas...
    Amor espermatozoico, esperantista.
    Amor desinfectado, amor untuoso...
    Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
    con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
    con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
    Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
    de los bomberos.
    Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
    que arranca los botones de los botines,
    que se alimenta de encelo y de ensalada.
    Amor impostergable y amor impuesto.
    Amor incandescente y amor incauto.
    Amor indeformable. Amor desnudo.
    Amor-amor que es, simplemente, amor.
    Amor y amor... ¡y nada más que amor!

    Oliverio Girondo


  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado marzo 2016
    ¿Y cuánto vive?

    ¿Cuánto vive el hombre, por fin?

    ¿Vive mil días o uno solo?

    ¿Una semana o varios siglos?

    ¿Por cuánto tiempo muere un hombre?

    ¿Qué quiere decir "Para siempre"?

    Preocupado por este asunto
    me dediqué a aclarar las cosas.

    Busqué a los sabios sacerdotes,
    los esperé después del rito,
    los aceché cuando salían
    a visitar a Dios y al Diablo.

    Se aburrieron con mis preguntas.
    Ellos tampoco sabían mucho,
    eran sólo administradores.

    Los médicos me recibieron,
    entre una consulta y otra,
    con un bisturí en cada mano,
    saturados a aureomicina,
    más ocupados cada día.
    Según supe por lo que hablaban
    el problema era como sigue:
    nunca murió tanto microbio,
    toneladas de ellos caían,
    pero los pocos que quedaron
    se manifestaban perversos.

    Me dejaron tan asustado
    que busqué a los enterradores.
    Me fui a los ríos donde queman
    grandes cadáveres pintados,
    pequeños muertos huesudos,
    emperadores recubiertos
    por escamas aterradoras,
    mujeres aplastadas de pronto
    por una ráfaga de cólera.
    Eran riberas de difuntos
    y especialistas cenicientos.

    Cuando llegó mi oportunidad
    les largué unas cuantas preguntas,
    ellos me ofrecieron quemarme:
    era todo lo que sabían.

    En mi país los enterradores
    me contestaron, entre copas:
    "-Búscate una moza robusta,
    y déjate de tonterías".

    Nunca vi gentes tan alegres.
    Cantaban levantando el vino
    por la salud y la muerte.
    Eran grandes fornicadores.

    Regresé a mi casa más viejo
    después de recorrer el mundo.

    No le pregunto a nadie nada.

    Pero sé cada día menos.

    Pablo Neruda
  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado marzo 2016
    Tú que eres mi herida

    Tú que eres mi herida
    y que no volverás
    y no nacerás de nuevo.

    Tú que eres claro como la nieve
    con una piel que lo experimentó todo,
    tú que naciste con una herida en el costado,
    tú que resististe sin anestesia.

    Yo te coso la herida
    una y otra vez.

    Tú te abres la herida
    una y otra vez.

    Pero si eres tú la que blande el cuchillo, murmuras.
    Estás desesperado.
    Tu cara está hecha de nieve.
    Tus lágrimas, nieve derretida.
    De esas lágrimas salen narcisos y lirios.

    ¿Puedo entrar en el cuarto?, gritas.
    Yo digo que sí.

    Cuando entras lo haces muy despacito
    como si ya no desearas nada.

    Eva Ström
  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado abril 2016
    La canción del indio Crow

    No hay animales ya ni estrellas
    y el matorral de los recuerdos
    la vida es una línea recta,
    qué larga es la ribera de la noche
    qué larga es.
    El mar, al lado, tan oscuro
    ya ni la luna quiere verme
    y allá en el pozo sepultada
    la miel aquella de esos labios
    que de algo como amor me hablaron,
    luego en silencio se quedaron:
    qué larga es la ribera de la noche,
    qué larga es.
    Flotan cabellos en el agua
    de una mujer que no existió
    y en la cabeza hay unas letras
    la A, la V más dos Os:
    qué larga es la ribera de la noche
    qué larga es.
    Tal vez sea un oso lo que anda
    con una pierna y luego otra,
    las huellas son como de oso,
    no de yo.
    Qué larga es la ribera de la noche,
    qué larga es.
    No se terminará nunca la playa
    con esa sombra que recorre
    ese desierto tal un péndulo:
    qué larga es la ribera de la noche,
    qué larga es.
    Cómo saber si ya estoy muerto
    o si aún vivo como dicen
    si allá en la playa sólo hay playa
    atrás, delante sólo hay playa
    cómo saber si yo soy indio
    si yo soy Crow o yo soy Cuervo,
    si ni la Luna quiere verme
    y Padre Sol nunca aparece:
    qué larga es la ribera de la noche,
    qué larga es.
    No es que esté solo, es que no existo
    es que no hay nadie en esta playa
    y ya ni yo aun me acompaño
    son estos ojos cual dos cuevas
    y en mi cabeza sopla el viento:
    será la muerte como un vino?
    habrá mujeres en la tumba?
    Qué larga es la ribera de la noche,
    qué larga es.
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado mayo 2016
    Nocturno eterno

    Cuando los hombres alzan los hombros y pasan
    o cuando dejan caer sus nombres
    hasta que la sombra se asombra

    cuando un polvo más fino aún que el humo
    se adhiere a los cristales de la voz
    y a la piel de los rostros y las cosas

    cuando los ojos cierran sus ventanas
    al rayo del sol pródigo y prefieren
    la ceguera al perdón y el silencio al sollozo

    cuando la vida o lo que así llamamos inútilmente
    y que no llega sino con un nombre innombrable
    se desnuda para saltar al lecho
    y ahogarse en el alcohol o quemarse en la nieve

    cuando la vi cuando la vid cuando la vida
    quiere entregarse cobardemente y a oscuras
    sin decirnos siquiera el precio de su nombre

    cuando en la soledad de un cielo muerto
    brillan unas estrellas olvidadas
    y es tan grande el silencio del silencio
    que de pronto quisiéramos que hablara

    o cuando de una boca que no existe
    sale un grito inaudito
    que nos echa a la cara su luz viva
    y se apaga y nos deja una ciega sordera

    o cuando todo ha muerto
    tan dura y lentamente que da miedo
    alzar la voz y preguntar "quién vive"

    dudo si responder
    a la muda pregunta con un grito
    por temor de saber que ya no existo

    porque acaso la voz tampoco vive
    sino como un recuerdo en la garganta
    y no es la noche sino la ceguera
    lo que llena de sombra nuestros ojos

    y porque acaso el grito es la presencia
    de una palabra antigua
    opaca y muda que de pronto grita

    porque vida silencio piel y boca
    y soledad recuerdo cielo y humo
    nada son sino sombras de palabras
    que nos salen al paso de la noche

    Xavier Villaurrutia



  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado mayo 2016
    Llévenme al agua clara

    Llévenme al agua, al agua clara que me limpie de sus ojos —que me miran de no sé dónde—, al agua que estoy buscando para que me lave en la carne y el alma la quemadura de sus labios, que no me tocaron, de su sed que no me alcanzó.

    Dulce María Loynaz
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado mayo 2016


    Qué hay en el espacio en blanco que separa la letra a de la b? Qué hay entre dos fotogramas que se suceden, casi idénticos? Y entre esta gota, y la siguiente, y la otra, tan unidas que dirías que avanzan cogidas de la cintura? Y entre el pensamiento viejo que muere y el pensamiento nuevo que nace? A veces la vida se calla, contiene silencios minúsculos, cicatrices casi inaudibles, pequeñas grietas donde se acumula el no ser, el no nombre, la no gota, el no pensamiento. Hasta que el vacío se derrama, de tan lleno.


    Gemma Gorga (Barcelona,1968)



  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado mayo 2016
    ¿Qué harás?

    ¿Qué harás? ¿En que momento
    tus ojos pensarán en mis caricias?
    ¿Y frente a cuales cosas, de repente,
    dejarás, en silencio, una sonrisa?
    Y si en la calle
    hallas mi boca triste en otra gente,
    ¿la seguirás?
    ¿Que harás si en los comercios --semejanzas--
    algo de mi encuentras?
    ¿Qué harás?
    ¿Y si en el campo un grupo de palmeras
    o un grupo de palomas o uno de figuras
    vieras?
    (Las estrofas brillan en sus aventuras
    de desnudas imágenes primeras.)

    ¿Y si al pasa frente a la casa abierta,
    alguien adentro grita: ¡Carlos!?
    ¿Habrá en tu corazón el buen latido?
    ¿Cómo será el acento de tu paso?

    Tu carta trae el perfume predilecto.
    Yo la beso y la aspiro.
    En el rápido drama de un suspiro
    la alcoba se encamina hacia otro aspecto.
    ¿Qué harás?
    Los versos tienen ya los ojos fijos.
    La actitud se prolonga. De las manos
    caen papel y lápiz. Infinito
    es el recuerdo. Se oyen en el campo
    las cosas de la noche. --Una vez
    te hallé en el tranvía y no me viste.
    --Atravesando un bosque ambos lloramos.
    --Hay dos sitios malditos en la ciudad. ¿Me diste
    tu dirección la noche del infierno?
    --...Y yo creí morirme mirándote llorar.
    Yo soy...
    Y me sacude el viento.
    ¿Qué harás?

    Carlos Pellicer
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado mayo 2016


    Vuelvo a la noche

    De pronto vuelvo
    a la noche
    con mis zapatos de agua.

    Me desnudo
    en el lento
    ejercicio de mis manos
    y busco
    solamente
    un objeto mío,
    un pequeño barco,
    un cometa,
    un circo de inventadas cosas,
    figuras cotidianas,
    tuyas y mías,
    que amo.

    Pero sé
    que de pronto
    me vuelvo inaccesible
    y vuelvo a ser silencio
    y llama oscura,
    donde mi barco
    se escapa de tu orilla.

    Mia Gallegos


  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado junio 2016
    (Odio y amor -a partes iguales- por Efraín Huerta.)


    Expliquemos al viento nuestros besos

    Expliquemos al viento nuestros besos.
    Piensa que el alba nos entiende:
    ella sabe lo bien que saboreamos
    el rumor a limones de sus ojos,
    el agua blanca de sus brazos.

    (Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
    El frío es grande y siempre adolescente.
    El frío, el frío: ausencia sin olvido.)

    Cantemos a las flores cerradas,
    a las mujeres sin senos
    y a los niños que no miran la luna.
    Cantemos sin mirarnos.

    Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
    Nosotros no nos amamos ya.
    Realmente nunca nos amamos.

    Llegamos con el deseo y seguimos con él.
    Estamos en el ruido del alba,
    en el umbral de la sabiduría,
    en el seno de la locura.

    Dos columnas en el atrio
    donde mendigan las pasiones.

    Perduramos, gozamos simplemente.

    Expliquemos al viento nuestros besos
    y el amargo sentido de lo que cantamos.

    No es el amor de fuego ni de mármol.

    El amor es la piedad que nos tenemos.

    Efraín Huerta
  • thejokerthejoker Anónimo s.XI
    editado junio 2016
    Voy a dormir.

    Dientes de flores, cofia de rocío,
    manos de hierbas, tú, nodriza fina,
    tenme prestas las sábanas terrosas
    y el edredón de musgos escardados.

    Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
    Ponme una lámpara a la cabecera;
    una constelación; la que te guste;
    todas son buenas; bájala un poquito.

    Déjame sola: oyes romper los brotes...
    te acuna un pie celeste desde arriba
    y un pájaro te traza unos compases

    para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
    si él llama nuevamente por teléfono
    le dices que no insista, que he salido...

    Alfonsina Storni.
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado junio 2016


    En este día de lluvia

    Un gris limpio, monótono, inasible,
    en este día de lluvia
    y cielo enfermo,
    el corazón del agua está soñando
    con bandadas de pájaros
    de vidrio,
    y en la rama otoñal, junta la ausencia,
    luces mojadas, y voces
    de aluminio.
    Hay como un gato gris
    rondando en torno,
    así de blando,
    así
    de ojo amarillo.
    Es casi tarde, mi niñez descalza,
    viene a buscarme por un largo río,
    bajo un mar vertical
    deshilachado,
    y un silencio de océano dormido.
    Salgo a su encuentro, quedo de su mano,
    me desnudo en su piel, líquida cuna,
    vuelvo a mi antiguo manantial,
    deshago,
    gota a gota, pausada, mansa,
    muerta.
    Bajo un llanto de techos castigados,
    somnolientos, reencarno,
    soy de lluvia.

    Matilde Alba Swann



  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado junio 2016
    Desocupado lector

    Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida:
    la muchacha
    es herida, el olor
    a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
    de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
    gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos números de la danza es
    herida, la barca
    del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol
    es herida, Nuestro Señor
    sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es herida, el
    Quijote
    a secas es herida, el ventarrón
    abierto del Golfo contra la roca alta es
    herida, serpiente
    horadante del Principio, mar
    y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y
    más Kierkegaard, taladro
    y por añadidura herida; la
    preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
    herida, el ocio
    del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
    velocísimos es
    herida, la Poesía
    grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
    de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
    de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este
    pensamiento de
    nieve es
    herida, la evaporación
    de la fecha de mármol con el padre adentro
    bajo los claveles es
    herida, el carrusel
    pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
    máscaras
    que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta-lá
    cuya identidad de 2.500 años de drogas y ataúdes rientes
    no se discute, es
    herida; la cama en fin
    que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida,
    la
    perversión
    de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo
    antes y después de los Urales es
    herida, la hilera
    de líneas sin ocurrencia de esta visión
    sin resurrección es herida. Cumplo
    entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.

    Gonzalo Rojas
  • estrofaestrofa Garcilaso de la Vega XVI
    editado junio 2016
    Al final


    "Los ojos ven, el corazón presiente."
    Octavio Paz


    Que pocas cosas duelen. Digamos, por ejemplo,
    que se puede no amar de repente y no duele.


    Duele el amor si pasa
    hirviendo por las venas.
    Duele la soledad,
    latigazo de hielo.


    El desamor no duele. Es visita esperada.
    No duele el desencanto. Es tan sólo algo incómodo.


    Somos así, mortales
    irremediablemente,
    sin duda acostumbrados
    a que todo termine.


    Irene Sánchez Carrón
  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado junio 2016
    ¿Por qué miras a otro lado?

    ¿Por qué miras a otro lado?
    ¿A dónde arrastras tu mirada?
    El campanario de papel en la noche...
    ¿Tú lo hiciste?
    ¿Tú lloraste?

    La mujer azul

    Se mojó la mano en el mar.
    Se volvió azul, la mano.
    Le gustó.
    Se zambulló desnudar en el mar.
    Se volvió azul.
    Azules también
    su voz y su silencio.
    La mujer azul.
    Todos la admiraron.
    Nadie la amó.

    Yannis Ritsos
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