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Al desdichado viajero trans-espacial - (I)

Al desdichado viajero trans-espacial:


Con la finalidad de que puedas entenderme, me he devanado los sesos para contarte toda esta historia en el orden cronológico preciso. O por lo menos en un orden decente. He pasado dos semanas enteras dándole vueltas a todo lo ocurrido, tratando sin éxito de encontrar el punto exacto donde se desató el caos, y al final he desistido. Mi cabeza vuelve una y otra vez al momento en que secuestré a S-andro, aunque lo cierto es que todo se torció muchísimo antes. Así que, para bien o para mal, tomaré el secuestro como punto de partida en esta locura. Espero, por el bien tuyo y mío, que hacerme entender en la manera en que ambos necesitamos no me tome demasiado tiempo.





                                                       I: SOUL ANDROID 



Me llevé a casa a Sandro después del trabajo. Viendo cómo había terminado la pobre tras la última sesión de pruebas y sabiendo que ya estaba sentenciada a muerte, creo que llevármela no podría considerarse robo. Por suerte o por desgracia, ya no iban a hacer nada más con ella después de haberla catalogado de tarada… o más bien de fracaso en toda regla, imposible de reparar en sus conexiones sutiles. Qué lástima.


Debido a mi nulo conocimiento en leyes, aún no sé si “robo” y “apropiación indebida” es lo mismo, o si existe una delgada línea susceptible de diluirse separando los términos. Así que, por si acaso, esperé hasta asegurarme de que no quedaba ni un alma viva en el edificio —o por lo menos despierta— para salir. Porque la verdad es que Sandro abultaba bastante y, bueno, aunque soy un gran aficionado a los rompecabezas de todo tipo, desde luego no estaba dispuesto a desmontarla y llevármela por piezas.


Miralles fue el último empleado en marcharse, el muy asqueroso. Siempre se quedaba hasta tarde para ganar puntos y satisfacer quién sabía qué tipo de megalómana fantasía. Yo ya había terminado mi tarea hacía eones, pero claro, fingí que bailoteaba con la mopa y luchaba contra manchas de mierda invisible en el suelo hasta que se fue.


 “Trabajas demasiado, Any”, me dijo en la puerta, frente al lector de tarjetas, con una sonrisa hipócrita esculpida en su jodida cara de alabastro. Se pone cremas de nanotecnia, el hijoputa, para parecer eternamente joven. Alguien debería decirle que parece un cadáver parlante, o el novio camello de la barbie al cual una sobredosis letal de bótox le hubiera llegado al cerebro. Me tragué un buen chorro de bilis y correspondí con otra sonrisa, apretando los dientes: “no te atrevas a llamarme como lo hace la poca gente que me quiere”, mascullé hacia dentro, en total silencio, porque, mierda, el imbécil este siempre ha tenido esta manía: me llama Any en plan paternalista cuando ni me conoce, cuando sé perfectamente que lo único que quiere es, de una manera extraña y retorcida, subrayar que está por encima de mí en la escala jerárquica de la empresa. “Any, yo soy mecánico y tú no”. “Any”, así suena mi nombre, exactamente como todo eso que no dice, cuando lo pronuncia con ese tonito musical, engolado y condescendiente. Hay gente en la compañía que me ha llamado cosas muy chungas, no te digo que no, pero fíjate que ni me afecta y, sin embargo, no puedo con el gilipollas este canturreando mi nombre.


“La verdad es que has dejado todo como los chorros del oro. Te darán un premio por tu dedicación”, había añadido el desgraciado, antes de pasar la tarjeta de ADN por el lector y desaparecer por fin. 


Una vez le vi por la ventana abandonar las instalaciones, con su cochino Farade Innove saliendo como un tiro por la verja principal, lancé la mopa a un lado y recorrí el pasillo a la carrera hasta la sala de espera del mueredero. Ahí estaba Sandro, con sus preciosos ojos abiertos sin vida, apoyada contra la pared de cemento desnudo, junto a unos frascos de lo que parecía el antiguo formol. 


El cabello gris plata reaccionó con un leve movimiento ondulatorio cuando lo acaricié. Aproximadamente en el ochenta por ciento de su composición era orgánico… e inteligente, de modo que se trataba de materia viva diseñada para responder a estímulos, como casi todo en el prototipo.


—Dios, ¿cómo es posible que a alguien se le ocurra desahuciar algo tan perfecto…? —murmuré. Si su cabello reaccionaba, quién me decía que Sandro no podría oírme. Soy un tonto con fe, ¿verdad?—. Seguro que tú no quieres morir. 


Ahora lo pienso y creo que fue muy arrojado de mi parte decirle aquello último. Porque quién era yo para sacar conclusiones al respecto, cómo sabía yo si Sandro quería vivir o morir. De hecho, desconocía si ella estaría capacitada para responder a esa pregunta una vez yo consiguiera despertarla. Pero en fin, ni pensé, porque supongo que me urgía salir de las instalaciones de Metalas cuanto antes con ella, a pesar de haber constatado rigurosamente que nadie me vería y a pesar de haber engañado al circuito inteligente de cámaras —una mierda inteligente, hasta un niño podría trastear ahí sin dejar huella alguna—, antes de que Miralles saliera.


Metí al prototipo en un sudario aislante de su tamaño (aproximadamente metro sesenta y cinco de estatura y cincuenta kilos de peso), cerré el sudario en la máquina de vacío y me dispuse a arrastrar el peso muerto hasta el sótano. A diferencia de los mecánicos, de los investigadores y de los jefes de departamento, los empleados de la limpieza tenemos nuestros vehículos aparcados en el garaje del edificio y no bajo las bóvedas aislantes en el exterior. 


No sabes la pena que sentí al meter a Sandro en la parte trasera de la furgoneta. En verdad parecía que llevaba a un ser querido muerto dentro de aquel sudario, circunstancia que, más allá de ser perturbadora, sentía que me arrugaba el alma y la disolvía como  papel bajo la lluvia. Y esto, incluso sabiendo a ciencia cierta que no había sido precisamente yo quien la dejó morir.


“Está viva aún”, me dije, viéndome en la necesidad plena de autoconvencerme. Y le seguí hablando cuando me senté al volante:


—No te preocupes, pronto estarás bien. No te dolerá nada, te lo prometo.


No le mentía en lo último, y de eso estaba seguro. Era verdad que no iba a dolerle nada de lo que yo le hiciera, porque, contra lo que se dice de mí, no iba a ser tan salvaje de toquetearla a pelo con los sensores álgicos abiertos en conexión. Eso sí, que volviese a la vida o no, ya no estaba del todo en mis manos… Entiéndeme, soy bueno, muy bueno (aunque sea socialmente inaceptable que yo mismo lo diga), pero tengo mis límites. A lo mejor, en los laboratorios de pruebas le habían hecho un daño irreparable a Sandro en su CAP o en el CEE y todo lo más que obtendría yo al empalmar conexiones sería un cachivache, un androide muerto. Un cadáver mecánico viviente. El hecho es que no tenía ni idea de lo que al abrirla me iba a encontrar, pero eso no iba a frenarme.



(continúa) 

Comentarios

  • Excelente avance, con ganas de seguir leyendo.
    Se me está haciendo imprescindible leerte, amiga.
  • Estoy a la espera de esta... Te leo.
  • Todo esto hará una muy buena obra. Esperamos leerla completa

  • Hola <3
    Estamos colocando esta historia por entregas en una sección nueva de sagas que ha puesto Nacho en Literanoicos.

    Os paso el enlace directo para encontrarla: Alien tú - Literanoicos

    La sección "sagas" aparece cuando despliegas la pestaña "obras", junto a "relatos" y las demás.

    Abrazos!
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