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Yo juego mis cartas

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII





Yo juego mis cartas

Jugo de limón. Siempre quiero esto de postre, cuando en mi pensamiento está meterme dentro de la sonrisa de la mujer que se siente a mi lado en una cena. Y mientras sonríe, trazo mis planes, y mientras le hablo de lo que sea y le ofrezco amistad para que baje la guardia, pienso en todas las cosas que le voy a decir y a hacer cuando se quede indefensa.

Es que después del postre sé qué botones desabrocharé, qué oreja morderé con mis dientes y acariciaré con mi lengua, cuál será la ruta de mis labios por su cuello y dónde se detendrá mi boca en el recorrido entre sus pechos y su vulva.

Le hablaré de locuras, en los intervalos en que sus labios se separen de los míos. Le guiñaré un ojo, con la complicidad del que sabe que sonreirá frente a ello, para después apartar mis labios mientras me acerque los suyos. Y que ponga una cara de enojo, para que tuerza su cariz y quiera protestar, sin saber exactamente si por el desengaño de la boca no alcanzada o por la inseguridad del momento en el que, aunque con una sonrisa, se sienta rechazada.

Le susurraré al oído los actos que voy a llevar a cabo, como avisándola antes de lo inevitable. Le diré cómo atacará mi boca mientras la devora, le diré cómo mis dientes serán guerreros por sus orejas, o cómo mi lengua lamerá una a una las marcas rojas que se van originando a mi paso.

Usaré mis dedos para acariciar la aureola de sus pechos. Suavemente primero, con unos movimientos crecientes, hasta que mi boca se apodere de ellos, los muerda y les succione los mamelones, y en un punto de salvaje goce, tire de ellos como si quisiera arrancarlos de su cuerpo.

Le sobaré el ombligo y sus alrededores y respiraré de él, para robar el aroma de su interior. Cubriré de besos su tripa; besos que, poco a poco, se colarán a escondidas por debajo de su tanga, hasta que se conviertan en una barrera molesta que será derribada deslizándolas por los muslos.

Mi boca irá bajando más lenta de lo que desee hasta que la punta de mi lengua alcance los primeros pliegues de su húmeda entrepiernas. Su pelvis se tensará y se arqueará buscando ofrecerme una abertura hacía su intimidad. Mis labios rodearán su mirto, mientras mi lengua lo buscará hurgando furtiva por entre la piel caliente al contacto. Las lamidas las haré más fuertes y más profundas, buscando que su respiración se entrecorte, hasta que sus gemidos no los pueda contener su garganta, y que su mano atenace, cual garra, las sábanas de la cama.

Y volveré a jugar frente a la inminencia de su primer orgasmo. Me apartaré y morderé la parte interior de sus muslos. Sus manos irán a mi cabeza, me estirarán de los pelos, para volverme a guiar hacía donde quiera. Y entonces sujetaré con mis manos sus muñecas fuertemente contra la cama. Daré un lametón más a su vagina, quizás como castigo y también como pretendiendo entrar en ella.

No me importa que me llame cabrón o hijo de puta, que me grite, que se enoje conmigo, que me ruegue, que su cuerpo se estremezca, o que su pelvis se levante. Volveré a lamerle el mirto las veces que quiera y cuanto quiera. Y lo haré con igual violencia que sujeto sus muñecas. Le soltaré una mano para que la lleve a mi pene, mientras la uso para meter dos de mis dedos en su cueva, hasta que grite, hasta que sienta un intenso espasmo, desde la cabeza hasta los pies.

Le daré la vuelta y la pondré de lado. Mientras su orgasmo se mantiene, le morderé las nalgas. Y no admitiré eso de: “no me toques”, porque en cuanto me apetezca la pondré a cuatro patas y la penetraré por retaguardia. Cerraré mis manos sobre sus caderas y la embestiré salvajemente.

Buscaré un orgasmo simultáneo y una vez logrado me echaré en la cama y la miraré. Y cuando se relaje, soltaré una sonrisa sarcástica para arrancarle su mirada de curiosidad, y quizás de odio.

Entonces me sonreiré y acariciaré su cara con mi mano, hasta retirarle el pelo por detrás de la oreja, y me introduciré en sus ojos brillantes, hasta llegar al fondo y apropiarme de lo que me entre en ganas.

Mientras, sentados a la mesa del restaurante, la miro, sonrío, y mi mirada le propone todo esto. Porque yo no he venido aquí con ella para un simple polvo; he venido para jugar, para jugar a ganar, porque en cuanto a la derrota, soy tan mal perdedor que lucharé para que eso no ocurra.

Cojo el vaso y el sorbete. Intento que junto con al líquido aspire también un poco de sólido, y después saboreo la acidez del limón.





Antonio Chávez López
Sevilla febrero 1999



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