¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

Un examen muy revelador

Carlos AlbertoCarlos Alberto Gonzalo de Berceo s.XIII
editado mayo 2011 en Ciencia Ficción
Faltaban apenas unos minutos. Otra vez tendría que enfrentarse al examen cuya reválida no se acababa ni se aliviaba nunca. Intuía que las oportunidades para aprobar no eran infinitas, pero también que no se podía conocer cuántas le restaban. Lo que era evidente es que, año tras año, la Sala del Examen iba quedándose vacía. Pensó con amargura que a este paso iba a ser el único que suspendiera siempre. Algunos de sus amigos (los menos) ya habían superado el examen en sus años de instituto. Otros lo lograron durante su periplo universitario o de formación superior, y los más rezagados lo consiguieron con posterioridad a sus estudios.

Entró en la Sala del Examen guiado por unas flechas dibujadas en el suelo. Esta vez se encontraba en un parvulario. La Sala del Examen tenía siempre el mismo aspecto, pero nunca estaba en el mismo sitio. Su ubicación no se conocía hasta unas horas antes de la prueba. Cómo se trasladaba de un lugar a otro, no se sabía: formaba parte del misticismo de la evaluación.

La Sala del Examen era un espacio cerrado de paredes blancas, lisas, con carteles marrones que ponían “prohibido tocar”. Sin embargo el techo de la estancia era rojo carmesí, con dibujos negros de geometría absurda, figuras cuadradas coronadas por un triángulo, o rectángulos que se iban cerrando sobre sí mismos hasta replegarse en un círculo. El suelo asomaba color carne, como una piscina inocente.

Comprobó que estaba solo. El silencio que se respiraba era inaguantable, como si todo el ruido de la ciudad se hubiese comprimido, licuado, esfumado, y todas las voces, los coches e incluso el aire se hubieran detenido para observarle. Suspiró y empezó a avanzar con precaución hacia el folio que habían dejado sobre una mesa añil, sin silla que la acompañase, en el centro de la sala. Antes de coger el papel trató de serenarse. Aquello no podía resultar tan difícil, si lo analizaba bien. La pregunta del examen siempre era la misma y, además, las respuestas correctas eran infinitas. ¿Cómo demonios no podía hallar siquiera una contestación salvadora?

Suspiró de nuevo, sacó un bolígrafo del bolsillo del pantalón con los dedos temblorosos y agarró el papel. El folio amarillento de papel mal reciclado tenía un tacto áspero y un vago tufillo a sudor. Pensó que esa misma hoja se habría empleado antes para otros examinados que no pudieron responder. Él mismo empezó a sudar y el bolígrafo se le escapó de entre los dedos. Sin recuperarlo, leyó la pregunta del examen y dejó el folio en el suelo con la suavidad de la derrota. Una vez más, no tenía respuesta.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado mayo 2011
    Muy revelador, se dió cuenta que nada sabia:D:D:D:p;):)
  • Carlos AlbertoCarlos Alberto Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado mayo 2011
    En efecto, un folio en blanco a veces dice más que mil escritos.
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com