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Carlos Martins, así se llamaba este intrépido arqueólogo. Se podría decir que en aquel año, el 2059 para ser más exactos, no existía mejor buceador que él sobre la faz de la tierra.
—10000 metros de profundidad y sigo descendiendo.
Dijo Carlos a través del intercomunicador, el cual estaba adosado en un lateral de la escafandra.
Carlos continuaba la peligrosa inmersión en La Fosa de las Marianas junto a su equipo, el cual estaba compuesto por tres personas más. Todos ellos iban equipados con escafandras robóticas de última generación. Estos trajes les proporcionaban oxígeno, alimento, agua y protección en contra de las altas presiones. Encima del casco de cristal, el cual estaba hecho del escaso y valiosísimo dionimio, un enorme foco led emisor de tonos azulinos iluminaba el camino de cada buzo.
—Recibido Carlos.
Respondió su fiel escudero de aventuras, Michael. Éste se encontraba rodeado de la tripulación del Poseidón, el pequeño buque encargado de dar apoyo al arqueólogo. Los nervios y la tensión se podían palpar en el ambiente de aquella pequeña sala de operaciones. La expedición Megalodón no era una excursión ni mucho menos.
—Calamares gigantes, peces duende, demonios marinos.... lo de siempre.
Señalaba con resignación el buzo a traves de su radio de última generación.
—Lo vemos Carlos, tu cámara frontal funciona a la perfección. Mira esa cueva, no aparece en el mapa.
—La veo. Voy para allí, aunque es probable que se corten las comunicaciones.
—No Carlos, ¡ni se te ocurra!
Mas las advertencias de Michael fueron en vano, ya que las comunicaciones con el equipo de buzos se cortaron a los pocos segundos.
El equipo de expedición se aventuró por la penumbra de aquel túnel, cuya amplitud se estrechaba y se agrandaba por tramos. No obstante y cuando el arqueólogo estaba a punto de dar la orden de retorno, un destello de luz iba a bloquear dicho deseo.
—¿Una medusa bioluminiscente?
Señaló Braulio, el cual estaba mirando con asombro el gesto ido de su jefe de equipo.
—No hay medusas en las cuevas Braulio... continuamos.
A medida que se iban acercando al fulgor de luz, éste se iba haciendo cada vez más y más intenso. Entonces Carlos miró hacia la pantalla de control, la cual estaba situada en su brazo robótico. Ésta le aviso, mediante sus parpadeos intermitentes y carmesís, de que había alcanzado el punto de seguridad, es decir, que sino daba media vuelta corría el riesgo de quedarse sin oxígeno, ya que el programa calculaba la media de consumo del individuo y la distancia real de inmersión. No obstante Carlos obvió aquellos destellos rojizos, su intuición se apoderó de su sentido común... allí había algo gordo y no podía dejarlo escapar.
Así mismo decidió aumentar la potencia de sus impulsores traseros, y los cañones de aire comprimido respondieron como no podía ser de otra forma. El equipo alcanzó los 50 kilómetros por hora en menos de cinco segundos, cortando el agua con la aleta de dionimio situada en la parte superior del casco, y acercándose con celeridad al extraño fulgor de luz.
—¡Cortad propulsores, se termina el túnel!
Exclamó el arqueólogo, mas ya era demasiado tarde, y todos ellos salieron disparados de la penumbra del túnel.
Tras recuperar la percepción del entorno, lo que allí contemplaron fue algo increíble. Aquel fulgor iridiscente inundó las mentes de los buzos, produciéndoles tal éxtasis que hasta llegó a hipnotizarlos. Ninguno de ellos pudo pronunciar palabra alguna.
Allí, en frente de sus narices, se alzaba grandiosa e imponente una especie de ciudad oculta. Los numerosos edificios no se parecían en nada a los que se construían en la superficie terrestre. Aquella ciudad estaba conformada por millares de construcciones con forma de burbuja, y cada cual emitía una serie de tonos luminiscentes, los cuales eran los únicos culpables de aquella hechizante y atrayente sinfonía de luz y de color.
—¡Carlos! ¡Carlos! ¿Me recibes?
Dijo Michael con un tono de voz visiblemente alterado a la par que preocupado. Se habían recuperado las comunicaciones al salir del túnel.
—Mai, mai, Michael. Aquí el equipo Megalodón. No vais a creer lo que están viendo mis ojos... hemos encontrado una ciudad oculta en La Fosa...
¡Creo que acabamos de descubrir la Atlántida!
Comentarios
Quizá, es solo una sugerencia, en vez de afirmar el arqueólogo podría preguntar en voz alta, ¿será posible que por fin hayamos encontrado a la Atlántida? (aunque releyendo veo que pusiste "creo" pero a primera lectura igual me pareció como muy forzado)
Y no es nada, es realmente un gusto leer las cosas que compartes con nosotros.
Igualmente compañero, y que siga la maquinaria ¡ah tope! @c@chclau
Esto podría usarse como la introducción a una historia más grande. ¿Piensas dejarla hasta ahí o le quieres dar una continuación?
—Recibido, (coma) Carlos.
Respondió su fiel escudero de aventuras, Michael. Éste se encontraba rodeado de la tripulación del Poseidón, el pequeño buque encargado de dar apoyo al arqueólogo. Los nervios y la tensión se podían palpar en el ambiente de aquella pequeña sala de operaciones. La expedición Megalodón no era una excursión, (coma) ni mucho menos.
Señalaba con resignación (yo cambiaría "resignación" por "suficiencia") el buzo a traves de su radio de última generación.
—Lo vemos, (coma) Carlos, tu cámara frontal funciona a la perfección. Mira esa cueva, no aparece en el mapa.
No, (coma) Carlos, ¡ni se te ocurra! (quizás mejor abril el signo de exclamación o admiración antes de "no"). ¡No, Carlos, ni se te ocurra!
—No hay medusas en las cuevas, (coma) Braulio... continuamos.
A medida que se iban acercando al fulgor de luz, éste se iba haciendo cada vez más y más intenso. Entonces, (coma) Carlos miró hacia la pantalla de control, la cual estaba situada en su brazo robótico. Ésta le aviso, mediante sus parpadeos intermitentes y carmesís, de que había alcanzado el punto de seguridad; (punto y coma) es decir, que sino (si no, separado) se daba media vuelta corría el riesgo de quedarse sin oxígeno, ya que el programa calculaba la media de consumo del individuo y la distancia real de inmersión. No obstante, (coma) Carlos obvió aquellos destellos rojizos, su intuición se apoderó de su sentido común... allí había algo gordo y no podía dejarlo escapar.
Así mismo decidió aumentar la potencia de sus impulsores traseros, y los cañones de aire comprimido respondieron, (coma) como no podía ser de otra forma. El equipo alcanzó los 50 kilómetros por hora en menos de cinco segundos, cortando el agua con la aleta de dionimio situada en la parte superior del casco, y acercándose con celeridad al extraño fulgor de luz.
Allí, en frente de sus narices, se alzaba, (coma) grandiosa e imponente, (coma) una especie de ciudad oculta. Los numerosos edificios no se parecían en nada a los que se construían en la superficie terrestre. Aquella ciudad estaba conformada por millares de construcciones con forma de burbuja, y cada cual emitía una serie de tonos luminiscentes, los cuales eran los únicos culpables de aquella hechizante y atrayente sinfonía de luz y de color.
Nacho, me he permitido incluir algunas comas y rectificar esa conjunción adversativa "sino" que no debe confundirse con si no.
"A Nacho, el galleguiño de Coruña, se le escabullen las comas entre las uñas"
Parece que has estado toda tu vida sumergido en el mar a 10.000 metros de profundidad. Magnífico relato
El punto y coma lo considero más subjetivo, no obstante, en los ejemplos que me has puesto encaja a la perfección.
La palabra “suficiencia” encaja mucho mejor que la palabra “resignación”; te la compro.
A 10000 metros no, porque aún no hemos descubierto el dionimio; pero la última vez, que yo recuerde, llegué a 40 metros... igualito jajaja
Gracias por hacerme mejorar 💪
Rompo una lanza a tu favor con respecto a los signos coma (,). A veces resulta más fácil encajarlas correctamente por la forma de leer el lector que por la forma de escribir el escritor. Yo también me las como, y hasta a pares como escritor, empero, no tanto como lector. La coma, que puede ser prescindible en determinadas partes de un texto, es un signo a interpretar. Me explico. La entonación que le da a la escritura el escritor, no siempre va en consonancia con la del lector; por consiguiente, se puede considerar como una visión subjetiva, lógicamente en función de lo que acabo de acabo de explicar. No sé si me he explicado bien.
En cuanto a tu derroche a tutiplén constante de comprarme ideas, se me hace necesario hablar con mis abogados, para que ellos averigüen tu solvencia económica, ya que se va acumulando demasiada pasta, y, la verdad, la vida está muy mala :
Un saludo afectuoso, Nacho
¡Tengo decidido que te voy a arruinar!