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PAN DULCE CON SABOR AMARGO IV (FRAGMENTO)

            Joaquín y Lourdes comienzan a moverse con suavidad, deslizándose de atrás hacia adelante, abrazándose cada vez que los pechos de Lourdes se acercaban a los labios de Joaquín y, al separarse un poco, las manos de Lourdes lo atraían de nuevo hacia ella. Era una conexión profunda y llena de sentimiento. Cada caricia, cada beso, era una expresión de amor y deseo. Era una danza lenta y sensual. Joaquín besaba a Lourdes en las mejillas, en sus ojos cerrados, en su cuello, en sus hombros, dejando un rastro de cariño y pasión en su piel. Toda la escena era un tributo al amor, un regalo que Joaquín le ofrecía a Lourdes para la eternidad.

 

            Era como si su propio ser se desdoblara en el tiempo, recordando aquella ocasión en la que hizo el amor por primera vez. Joaquín se perdía en la suavidad de la piel de Lourdes, explorando cada centímetro con sus labios y sus manos. Sentía la calidez de su cuerpo, la textura de su piel, y se dejaba llevar por el fervor. Cada beso era como una promesa de amor eterno, y cada caricia, un juramento de devoción.

 

            A medida que la pasión crecía, Joaquín no pudo evitar que algunas lágrimas rodaran por sus mejillas. Estas lágrimas no eran de tristeza ni de dolor, sino más bien de una emoción abrumadora que se apoderaba de él. Eran un recordatorio de la profundidad de su conexión, un eco de todas las experiencias compartidas en el pasado en contraste con lo que estaba viviendo con Lourdes.

 

            Cada lágrima que caía era una prueba de la intensidad de sus emociones. Lourdes, sintiendo el sabor salado y húmedo de sus sentimientos en sus besos y en su piel, lo abrazaba con ternura, comprendiendo que eran la manifestación pura de su amor. Continuaron moviéndose juntos, como dos almas fusionadas en un acto de amor y pasión que trascendía lo físico y se convertía en una experiencia espiritual.

 

            Lourdes, antes de llegar al climax y desbordar su simiente en Joaquín, sintió un atisbo de culpa y remordimiento. Lo abrazó con fuerza y luego se alejó unos centímetros, aún con Joaquín dentro de ella. Observó cómo Joaquín se sumía en una realidad que ella no podía experimentar ni comprender. Sus ojos estaban cerrados, su cabeza echada hacia atrás, y se le veía suspirar profundamente. Su virilidad en vez de haber disminuido, estaba más firme que segundos antes, un desprendimiento contenido era el final de ese instante, y Joaquín deseaba que durara siempre, que nunca acabara.

 

            Lourdes nunca había experimentado “hacer el amor” como lo habían hecho. Sentía que, de alguna forma muy extraña, estaba en deuda con Joaquín. Había vivido sentimientos, emociones, deseos, pero no de la forma que lo veía a Joaquín gozar. Percibía que había tenido una experiencia sexual diferente, pero no la había vivido igual que él. Y se preguntaba: - ¿por qué? ¿Por qué no había sentido lo mismo?.

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