Estábamos acodados en el bar disfrutando de uno de los derechos que nos otorgaba nuestra recién adquirida mayoría de edad, es decir, beber.
Además practicábamos nuestro deporte favorito que era, en ese momento, reírnos del ridículo que hacían los hombres y desnudar imaginariamente a las mujeres. Claro, si no podíamos bailar, una mala caída en el último partido de basquetbol nos había dejado, a mí con una rodilla en la miseria y a Bernardo con un esguince de tobillo.
Había sido todo un problema, porque lo que sucedió es que ambos chocamos con violencia y cada uno culpó al otro. Como no quedamos en condiciones de darnos de puñetazos, que era lo que deseábamos, decidimos curar nuestras heridas físicas y morales lavándolas con alcohol. Así es que ahí estábamos, en la fiesta, después de todo habíamos comprado las entradas y no era cuestión de perderlas.
Las muchachas que habíamos invitado pusieron mala cara y soltaron unas expresiones impropias de quienes venían de un colegio de monjas, pero por lo que vimos después, no tuvieron ninguna dificultad en encontrar reemplazantes.
No resultó muy halagador lo poco que demoraron eso sí, y ahí estaban abrazando demasiado apretadamente a un par de cretinos que, lo reconocíamos hidalgamente, bailaban mucho mejor que nosotros.
En vista de la situación, decidimos que tan desagradable espectáculo requería de un aumento en la dosis de medicina.
En eso estábamos cuando llegó el “Corto-de-vista” más brevemente “Corto”, venía acompañado por un personaje desastrado que en un principio no reconocí. Dio una mirada alrededor, al parecer no encontró lo que andaba buscando y se nos acercó. Bueno, en realidad su nombre era Casimiro pero como apenas llegó al colegio en el que estuvimos prometió una paliza a quienes lo llamaran por su nombre, y dado que un atrevido nos demostró, con una profusa hemorragia nasal, que no era una falsa promesa, un ingenioso le puso un apodo sinónimo y listo, todo solucionado.
No hacía mucho que al “Corto” lo habían mandado a la punta del cerro, así es que seguramente había venido al baile por si encontraba a su ex con su nuevo amor. No los encontró, al parecer el nuevo incluía la prudencia entre sus cualidades. Así es que se arrimó al bar tal vez con la intención de unirse al Club de los Alcohólicos Solitarios, que casi sin darnos cuenta acabábamos de fundar el “Berna” y yo.
—Miren a quién traigo —nos dijo—, al “Rembrán” en persona.
El “Rembrán” era un profesor, bueno, lo había sido. Una confusa historia en la que participaron él, la esposa del director, un auto y un accidente que descubrió el pastel, resultó en desgracia. No, nadie salió herido en el accidente, pero la noticia salió en el diario y después que el director intentó apagar el incendio con gasolina, nos quedamos sin director y sin profesor de Arte, el director, sin colegio y sin esposa, el profesor, sin amante y sin trabajo.
Lo que le sucediera al director nos tenía sin cuidado, por el contrario, pensábamos, sin saber lo equivocados que estábamos, que no podría haber uno peor.
Pero al profesor sí que lo sentimos, jamás aprendimos a manejar un pincel, pero cuando nos hablaba de historia del arte las moscas podían pasearse por nuestras bocas.
Ahora, por lo que sabíamos, sobrevivía siempre a medio filo con lo que podía lograr vendiendo acuarelas con vistas de la ciudad. Con lo de la bebida no tenía problemas, todos los que fuimos sus alumnos lo recordábamos con cariño y nadie se iba a negar a invitarlo, excepto claro cuando ya no podía tenerse en pie, que entonces se le llevaba a su casa donde su anciana y sufrida madre nos recibía con una mezcla de gratitud y reproche.
Y ahí lo teníamos, en el baile, ¿Qué hacía allí? De seguro los de la puerta lo dejaron pasar, si fueron sus alumnos no lo echarían por nada del mundo.
—Hola niños —nos saludó, —hola profe —respondimos en coro, como si estuviésemos en clases.
—¿Sabían ustedes que mientras muchas personas escriben su autobiografía, Rembrandt pintó la suya propia?, entre pinturas y grabados se hizo unos cien autorretratos…
Así era, por algo se había ganado el apodo, era una biblioteca de anécdotas de pintores, su único tema de conversación era la Historia de la Pintura y de Rembrandt se las sabía todas.
A veces, cuando nos juntábamos tres o cuatro en una fuente de soda por ahí, y aparecía el “Rembrán”, dejábamos de hablar del último partido o de las tonterías de siempre, si hay o no vida en otros planetas y lo invitábamos a la mesa, le poníamos un vaso en la mano y nos disponíamos a escuchar, porque el profe, con dos o tres muchachos enfrente, se sentía en clases y nos daba una conferencia acerca de algún pintor de esos antiguos.
Y nosotros nos quedábamos ahí, con la boca abierta, como si los últimos cinco o seis años no hubieran pasado y estuviéramos todavía en la sala, dispuestos a escuchar una nueva historia.
La clase de Arte era considerada por todos como el más inútil de los ramos, después de religión, por supuesto, pero que para nosotros, los alumnos del “Rembrán” era la más entretenida, más aun cuando las anécdotas contenían esos detalles picantes, que a nuestros quince años tenían el misterio de lo desconocido y el dulce sabor de lo prohibido.
Entonces, sin pensarlo, sin decirnos nada, pedimos otra ronda, pusimos un vaso en la mano del profe y nos dispusimos a escuchar. Porque podía tener la garganta estropeada por la bebida, podía ser que olvidara hasta donde vivía, pero cuando comenzaba a hablar del Durero, el Bosco, Bruegel o de su amado Rembrandt, el profe se transformaba, enderezaba la espalda, le brillaban sus normalmente apagados ojos y volvía a su memoria su interminable repertorio de anécdotas.
Pasado un momento nos dimos cuenta de que ya no éramos tres, sino cinco o seis los que rodeábamos al profe, que la música estridente de la olvidada fiesta no era suficiente para apagar su voz y que nosotros volvíamos a estar, entre interesados y conmovidos, en la inolvidable Clase de Arte del viejo “Rembrán”.
Jenofonte
Comentarios
Un texto muy cercano pero bien tratado.
Saludos, Jeno.
Un abrazo.
Gracias por leer mis historias y, además, animarme.
Saludos
No es ya la manera de ser narrado, sino lo que ha transmitido, pues, para mi, ha tenido un significado especial. Tuve una situación similar con un profesor. De conmovedor he visto que lo han calificado otros foreros, a los cuales por lo que veo también les ha gustado. Desgraciadamente mi historia, acabó en tragedia
Tuve un profesor, curiosamente no de arte pero si de dibujo técnico, aunque no fue cuando estaba en el instituto, fue ya en mis años de universidad. El hombre, al igual que el protagonista de tu relato, estaba alcoholizado, pero este por ello no dejó de dar clase. En ocasión llegó a animarnos a algunos que nos fuésemos con él a los bares, y hubo quien lo hacía. Me atrevería a decir que alguna vez llegó a clase, si bien no ebrio, tampoco muy sobrio. Terminaba las clases antes para ir a bares, se inventaba excusas para no dar clase algunos días; decía que no podía ir a clase porque tenía algún entierro, o ir al médico, o algún otro compromiso,...¡no sé cuantos tuvo! ¡Una barbaridad de eventos a los que, según él, nunca podía faltar! Luego, en hora de clase, como nosotros estábamos libres ese rato, lo vimos en bares bebiendo Era una adicción incorregible.
Nos dio dos asignaturas, una en el primer cuatrimestre y otra en el segundo. Fui matrícula de honor en su asignatura del primer cuatrimestre. La única que saqué en toda la carrera, y la única matrícula que puso aquel curso este hombre. En su asignatura del segundo cuatrimestre, apuntaba también a matrícula, él mismo lo decía, me lo decía Llegué a tener amistad con él podríamos decir. Que un profesor te conozca por el nombre, cuando en clase hay más de centenar y medio de alumnos, es algo extraño. Aquella segunda matrícula nunca llegó. En mayo y junio, por el alcoholismo, empezó a sufrir hemorragias internas, por alguna enfermedad o causa que desconozco. Unos días antes del examen falleció.
Este tipo de experiencia ayudan en la vida, tal vez ello haya hecho que no sienta un especial interés por el alcohol. Es tremendo ver como personas como este señor, de unas aptitudes intelectuales altísimas (profesor de universidad), y una gran calidad humana, al menos en lo que tuve ocasión de conocer, caigan en una tan vieja adicción como el alcoholismo.
Pero en esta historia no se señala que el el profesor sea alcohólico, ¿no?
Saludos.