No lo encontraron, tropezaron con él, el sucio blanco del uniforme se confundía con el blanco sucio del terreno. Estaba como había caído, a lo largo, no tenía señales de estar vivo y, solo cuando lo movieron para ponerlo boca arriba, se quejó débilmente demostrando que a pesar de todo estaba vivo.
--Amigo, venimos a buscarlo, le dijo, pero no hubo respuesta. Le levantaron la cabeza y le vertieron un poco de agua en los labios resecos, agrietados. –Vamos, compañero, beba un poco.
El soldado pareció despertar y comenzó a beber ávidamente. –Pare compadre, no le de mucha agua de golpe, tiene que ser de a poquito.
Lo pensó un poco pero decidió que valía la pena y, lentamente, casi con ternura, le vertió un poco de agua en la cara, para lavarle el polvo que le cubría los ojos.
El soldado entreabrió los párpados y dijo con dificultad –gracias… gracias, amigo, y los volvió a cerrar.
--Es Benitez, pensó, no lo había reconocido, es difícil reconocer a alguien con una costra de salitre en el rostro. Le dio otro poco de agua y pareció reanimarse un poco. --¿Qué paramos a descansar? preguntó, ni siquiera se había dado cuenta de lo que había sucedido, seguramente ya estaba dormido antes de caer.
--No, amigo, se quedó rezagado y nosotros regresamos a buscarlo, llegamos al agua, allá estamos acampados ahora, tiene que levantarse, entre los dos le ayudaremos a caminar, vamos.
--El agua, dijo Benitez, si la escucho, se nota que el río trae agua, llovió harto este año, ¿ven como verdean los cerros?
Se miraron desconcertados, --está desvariando el amigo, dijo, ni siquiera sabe dónde estamos, a mil leguas de algo verde.
--Ya estamos llegando a mi rancho, ¿ven esos tres álamos?, está allí detrás, cerquita del río. Vengan conmigo, descansaremos y mi mujer nos hará una cazuela de gallina.
--Claro, amigo, aquí vamos, ¿cierto compadre?
Se miraron en silencio ¿qué otra cosa podían hacer? En voz baja dijo
-–tendremos que cargarlo, no creo que pueda caminar, el otro asintió.
Quiso darle otro sorbo de agua pero esta cayó al suelo, Benitez no la recibió. No necesitaron comprobar si aun respiraba, el curtido rostro ya mostraba esa paz que solo una muerte tranquila es capaz de dar.
--Venir a morir tan lejos, dijo.
--No compadre, no murió lejos, murió en su casa…
Jenofonte
Comentarios
Esta segunda parte es tan magnífica como la otra. Narras ,con un realismo estremecedor, los últimos momentos del soldado; la tragedia de muchos en tiempos de guerra, en las agotadoras marchas en las que quienes no pueden seguir y caen extenuados, allí se quedan esperando la muerte.
Muy emotivo el final: "ha muerto en casa"; alucinando de dolor, su mente se traslada a la casa familiar y a los verdes prados.
Jeno, tienes una gran capacidad para describir situaciones extremas y trasmitir emoción. Espero que sigas escribiendo.
Un abrazo.
Quiero darte mis felicitaciones, Jenofonte. Es una escena tan sutil, tan delicada y sin embargo la acabas con tan buen gusto. Muchos otros se hubieran desviado en describir desfiguraciones, heridas y demás. Y en lugar de eso nos describes la incomodidad del último respiro de un compañero, algo por otro lado tan difícil de capturar.
Honestamente, no tengo palabras, es evidente que me faltan.
Se miraron desconcertados, --está desvariando el amigo, dijo, ni siquiera sabe dónde estamos, a mil leguas de algo verde.
--Ya estamos llegando a mi rancho, ¿ven esos tres álamos?, está allí detrás, cerquita del río. Vengan conmigo, descansaremos y mi mujer nos hará una cazuela de gallina.
--Claro, amigo, aquí vamos, ¿cierto compadre?
Estremecedor, delicado y emotivo. En su brevedad la narración encierra una eternidad y lo complejo de la muerte: el final de la existencia regala a cambio el florecer de las fragancias más queridas.
Me gustan tus relatos de soldados y la elegancia de tu escritura.
Me recuerdas a uno de mis escritores favoritos, Mario Vargas Llosa, intenso, certero, preciso, real, una prosa estupenda...
Un cordial saludo.
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¡¡Excelente!!. Espero que sigas escribiendo. Me gusta tu estilo.
Un cordial saludo.