HIMNO: Por ti las madrugadas y el estiércol, la mentira en la boca y la amenaza. Por ti agachar la cabeza, vender mi nombre y renunciar a los sueños. Por ti el desvelo y la espalda quebrada. Por ti colgar el teléfono, marcar de nuevo y decir, está bien, lo que usted diga. Por ti cosas sucias de las que no me arrepiento. Porque tú me mantienes con vida. La boca que se dibuja cuando estoy a punto de abandonar. Tú, la belleza y el sentido.
Los muertos pocas veces libertad
alcanzáis a tener, pero la noche
que regresáis es vuestra,
vuestra completamente.
Amada mía, remordimiento mío,
la nuit c’est toi cuando estoy solo
y vuelves tú, comienzas
en tus retratos a reconocerme.
¿Qué daño me recuerda tu sonrisa?
¿Y cuál dureza mía está en tus ojos?
¿Me tranquilizas porque estuve cerca
de ti en algún momento?
La parte de tu muerte que me doy,
la parte de tu muerte que yo puse
de mi cosecha, cómo poder pagártela...
Ni la parte de vida que tuvimos juntos.
Cómo poder saber que has perdonado,
conmigo sola en el lugar del crimen?
Cómo poder dormir, mientras que tú tiritas
en el rincón más triste de mi cuarto?
Te espero cuando la noche se haga día,
suspiros de esperanzas ya perdidas.
No creo que vengas, lo sé,
sé que no vendrás.
Sé que la distancia te hiere,
sé que las noches son más frías,
sé que ya no estás.
Creo saber todo de ti.
Sé que el día de pronto se te hace noche:
sé que sueñas con mi amor, pero no lo dices,
sé que soy un idiota al esperarte,
pues sé que no vendrás.
Te espero cuando miremos al cielo de noche:
tu allá, yo aquí, añorando aquellos días
en los que un beso marcó la despedida,
quizás por el resto de nuestras vidas.
Es triste hablar así.
Cuando el día se me hace de noche,
y la luna oculta ese sol tan radiante,
me siento sólo, lo sé;
nunca supe de nada tanto en mi vida,
solo sé que me encuentro muy sólo,
Y que no estoy allí.
Mis disculpas por sentir así,
nunca mi intención ha sido ofenderte.
Nunca soñé con quererte,
ni con sentirme así.
Mi aire se acaba como agua en el desierto,
mi vida se acorta pues no te llevo dentro.
Mi esperanza de vivir eres tu,
y no estoy allí.
¿Por qué no estoy allí?, te preguntarás...
¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti?
Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí,
porque todas las noches me torturo pensando en ti.
¿Por qué no sólo me olvido de ti?
¿Por qué no vivo sólo así?
¿Por qué no sólo...?
Andaban los gorriones,
entre las mesas
de la terraza del bar,
dedicados
a esa diaria
y concienzuda tarea
de colectar migajas de pan
o cualquier cosa
comestible
que caiga al suelo.
Pero les bastó
un gesto sencillo
-batir sus pequeñas alas,
alzar el vuelo-
para hacerse
poesía.
Qué abismal diferencia
con este esfuerzo ímprobo
que supone ahora, aquí,
dedicarse a fabricar
este artefacto,
que apenas si levanta
sus pesados y metafóricos
pies del firme.
Rosa de tiniebla para apagar el llanto
o para volverlo llanto
mariposa cegada no sé si por la luz o la lluvia
mariposa que, tras de la lluvia
arde como el sol en mi mano.
Por las mañanas acostumbro
a pasar por la cafetería,
me tomo dos cafés –uno contra mi espalda–
entre las limpiadoras que se duermen
sobre su propio desayuno.
Al otro lado de la barra
conversan las señoras,
las dueñas de las tiendas de mi barrio;
se llaman por teléfono,
son admiradas por ejecutivos,
hacen planes para pintarse las uñas.
Sus ojos no contienen desamparo,
sus cerebros no se deshacen
enhebrando palabras, ni átomos, ni perlas.
Las sigo y compro el Marie Claire,
las imito, finjo que soy respetable
en la cola del supermercado.
Te han condenado.
Una oración,
como limosna insuficiente,
ha caído
sobre la tapa de tu féretro.
Te han condenado, Edith,
por no querer ser
la excepción que confirma
la regla. Porque
querías,
tú, gorrión
de la calle, ser
la regla. Porque
intentabas salirte de la calle.
Te han condenado como
si Dios no fuese amor. El dedo
ejemplar
-una uña sucia, como
si lo viera- se alzó
sobre tu frente
y mostró al mundo
que sólo esa limosna- por sí acaso…-
merecías.
De nuevo a la intemperie.
Esta vez ” a la calle”
te han dicho.
A la calle amarilla
de los muertos, sin Senas,
sin flores, sin guitarras.
Pero tú, Edith, sonreirás.
Tuviste ya tu infierno
al borde de la cuna: sabes
lo que un niño criado con alcohol.
Edith, mystère Piaf, rezabas
no al morir, al cantar;
y sin saber por qué,
por quién acaso. Ahora
es cuando cantas en la inmensa calle
de Dios, alegremente,
Edith, mystére Piaf.
Bésale las piernas a la poesía
aunque diga que no que aquí nos pueden ver.
Bésale las palabras, hurga su lengua hasta
que abra los brazos y diga ¡Santo Dios!
o hasta que santodios abra los brazos de escándalo.
Bésale a la poesía a la loba
aunque diga que no que hay mucha gente que aquí
nos pueden ver. Bésale las piernas las palabras
hasta que no de más, hasta que pida más
hasta que cante.
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo:
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
intervalo: un hombre viejo, viejo
aferrado a un papel
repasa su letra
la punta del zapato
se acerca y se aleja del piso
marca el ritmo, ya no marca
insinúa, en parte ha perdido
el control del cuerpo, lo que queda
entre el piso y su pie
¿es ese el espacio entre las cosas
que Cage pedía no olvidar?
el hombre viejo avanza
lento en su estar
un poco desprendido del entorno
se aferra al micrófono, sonríe
hasta que encuentra
el compás del canto
a veces se le va una frase o la voz,
nosotros con pies firmes sobre el suelo firme de la taberna
en cada silencio le soplamos la letra,
todavía creemos en la necesidad de completar.
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedicta
Mater Unigeniti.
Entra un hombre en el claustro. Otro más
escoge el hábito de monje austero
para mirar a Dios desde su celda,
o para huir del orbe y sus horrores;
para verle de frente, cara a cara,
o no enfrentarse al rostro que reprocha el espejo.
Viene con humildad, que le conviene,
pues busque lo que busque, la soledad es honda
y hondo daña, si no halla pronto algún
sentido. Entra un hombre y en el claustro
un silencio recoge su llegada
con respeto y recelo, obligada cautela:
trae consigo el barro de la ciénaga,
lodos de callejuelas tenebrosas,
fangos de su flaqueza y de su culpa
aunque en su pecho habite un hombre bueno.
Se despojó de harapos y pecados
al franquear el patio, su mugriento vestido,
como si aquello que nos cubre fuera
la verdadera piel de nuestra carne
y no el disfraz, igual que el perfil es tan sólo
la mitad de una máscara. Aun desnudo,
en su mirada hay tormento y mácula,
brasas de su pasado, cicatrices recientes.
Estos son los pilares que sustentan
el convento, los árboles del patio,
sus lustrosos manzanos condenados,
igual que los arriates mimados de verónicas
se abonaron de estiércol. Los leones
rugen en las arcadas mientras gorjean aves
coronando los ábacos, hambrientos
corazones, gargantas lastimadas
de voces serafines que no pueden vivir
aquí en la tierra, y se alzan en un coro
que si merece el cielo, no le mueve a piedad.
Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.
Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.
Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,
del tiempo, que es uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
Primero la inquietud y el lenguaje, el enigma como punto de partida y llegada.
Está luego el testimonio de lo que se ve, el horror de lo visto,
la repetición del tiempo del crimen,
el sucio lenguaje estratégico del capitán loco, la nave a la deriva,
y el otra vez cómo narrar la pequeña calavera que rueda bajo la ventana,
la sonrisa del verdugo.
Escribir este funesto tiempo que ya fue antes es enloquecer.
Golpéate el rostro con tu pequeño puño y despierta,
el mar devuelve a la playa las cabezas cortadas de las palabras,
las vísceras de animales desconocidos, cuadros rotos, hachas.
Donde estuvimos otra vez estamos, la nuestra es una historia de fantasmas.
II
El tiempo, como un instante de musgo,
húmeda la tierra dentro de las bocas de los comensales,
como si fueran gruesos topos excavando en la noche,
exponiendo su ceguera como garantía dialéctica de su nada.
Y siempre, siempre, el desconocido muerto sobre la mesa,
su desamparo en medio de las viandas, los licores y el humo de los puros.
El testimonio de los forenses parece un pequeño tratado surrealista
al estilo Marcel Duchamps.
La invisibilidad del muerto se firma ante notario, los diccionarios callan.
La vida sigue indigna escribiendo la sacrosanta historia a nivel de los establos.
Veo el futuro reflejado en los asnos mi querido Sherlock Holmes,
el tiempo es un rebuzno pero no me rindo,
yo al muerto le conozco y gritaré su nombre,
tendrán que ver los comensales el cadáver ahí, despojado de todo
junto a nuestros platos, nuestras cucharas, y nuestra falta de misericordia.
Ha crecido la hierba
en las piedras de esponja del viejo cementerio,
y el olvido,
que levanta sus flores por las enredaderas,
todo lo nombra, en todo se incorpora.
La gente que corría se esconde en los portales
y un silencio de plástico
golpea los carteles y los lápidas.
Las torres grises, agujas de ceniza,
son también la advertencia,
el barro de los ríos,
todo lo que dejé,
las traiciones que ahora me condenan
a esta ciudad de esquinas invisibles,
de llantos que no pueden contenerse,
ya todo el mundo llora el amor que perdí
y el humo que se dispersa
y el viento sopla a ráfagas
arrastrando el otoño,
llevándose lo último que quedaba de ti.
DE cuando en cuando y a lo lejos
hay que darse un baño de tumba.
Sin duda todo está muy bien
y todo está muy mal, sin duda.
Van y vienen los pasajeros,
crecen los niños y las calles,
por fin compramos la guitarra
que lloraba sola en la tienda.
Todo está bien, todo está mal.
Las copas se llenan y vuelven
naturalmente a estar vacías
y a veces en la madrugada,
se mueren misteriosamente.
Las copas y los que bebieron.
Hemos crecido tanto que ahora
no saludamos al vecino
y tantas mujeres nos aman
que no sabemos cómo hacerlo.
Qué ropas hermosas llevamos!
Y qué importantes opiniones!
Conocí a un hombre amarillo
que se creía anaranjado
y a un negro vestido de rubio.
Se ven y se ven tantas cosas.
Vi festejados los ladrones
por caballeros impecables
y esto se pasaba en inglés.
Y vi a los honrados, hambrientos,
buscando pan en la basura.
Yo sé que no me cree nadie.
Pero lo he visto con mis ojos.
Hay que darse un baño de tumba
y desde la tierra cerrada
mirar hacia arriba el orgullo.
Entonces se aprende a medir.
Se aprende a hablar, se aprende a ser.
Tal vez no seremos tan locos,
tal vez no seremos tan cuerdos.
Aprenderemos a morir.
A ser barro, a no tener ojos.
A ser apellido olvidado.
Hay unos poetas tan grandes
que no caben en una puerta
y unos negociantes veloces
que no recuerdan la pobreza.
Hay mujeres que no entrarán
por el ojo de una cebolla
y hay tantas cosas, tantas cosas,
y así son, y así no seran.
Si quieren no me crean nada.
Sólo quise enseñarles algo.
Yo soy profesor de la vida,
vago estudiante de la muerte
y si lo que sé no les sirve
no he dicho nada, sino todo.
Pablo Neruda
Pasan años y no crecen. ¿Quién dijo que eran siete? Son cientos, miles, tal vez millones; no logro verlos a todos. Nuestro rey dijo: "Creced y multiplicaos." Pero ellos escucharon sólo la segunda parte del mandamiento: sus oídos son también pequeños. De nada sirve que les eche agua, no logran más que ser semillas. Nos miramos pasar como seres que pertenecen a mundos distintos, o más bien los miro yo, porque ellos tienen que alzar la cabeza y eso es, quién lo duda, más difícil que inclinarla. A veces alguno me llama: "¡Blanca Nieves, Blanca Nieves!" y yo lo subo encima de un árbol y conversamos. Pero terminan por pedirme que los ponga en la tierra: se sienten extraños fuera de su ámbito. En otras ocasiones, yo me agacho y permanezco con ellos un rato, mas acabo por cansarme. ¡Ah, si supiera un conjuro, una palabra mágica que hiciera que aumentaran de tamaño! Pero en el bosque sólo las brujas conocen los hechizos y yo no soy más que una princesa del montón. Últimamente, he pedido a la luna que me convierta en hormiguita. Pero de ella ha salido una voz que me decía: “Blanca Nieves, Blanca Nieves, muchacha ingrata, soy la soledad. ¿Por qué te empeñas en dejarme si en este tiempo soy la única, la única, Blanca Nieves, que se ha puesto a crecer día tras día con tal de estar siempre a tu altura?”.
LA MEGALÓMANA vivir en tu arriba
vecina cíclope de ojo mirilla
inscribiendo cuadrados en el círculo
qué coreografía la de tu planta
distorsionados vecinos de cabezas inmensas
lanzados cada día de sus casas
por la ley de la simple monotonía
tras ellos tu ojo de inventar conjeturas
vivir en tu arriba
gestando agujeros para mirar siempre
a qué horas de sencillas preferencias
de hipótesis empíricas de tercer piso
te lleva la tierna megalomanía
mirarte en tu arriba
más allá
grúas bestiales destrozando bloques que no sabes
con la silueta todavía
de escaleras subiendo por la pared intacta
y una puerta magritte por la que se ve el todo
ese que nunca percibieron
tus ojos sin estéreo
porque más allá del tercero
el mundo no existía
Un poco antes de morir
un pájaro sobre una rama me sedujo. Narimi me rozó su pluma me rodeó por completo
con una placenta de mar.
Mi viudo por las noches disuelve su lecho, adónde se ha ido
el amor de su vida. Mi huérfano se ha marchado lejos
a descifrar enigmas.
Esposa niña, tú eres la mujer de los dos, tuyo es mi camisón
tuyo es su amor. Mi carne se ha consumido.
Ponedme como sello.
Algunas veces llego
presuroso, rodeo
tus rodillas, toco
tu pelo. ¡Ay Dios, quisiera
decirte tantas cosas!
Te compraré un pañuelo,
seré buen chico, haremos
un viaje....No sé,
no sé lo que me pasa.
Quiero morir así,
así en tus brazos.
Hay una monja en mí, muy silenciosa,
y una puta también y una maestra,
y soy rara princesa sin su sapo,
y a ratos la borracha que en la noche,
y la madre de todos, la olvidada,
la abuela a la que nunca se visita.
Hay una idiota en mí, mala persona,
una celosa infiel, una lagarta,
y una actriz sin estrella y una diva,
y hay también una niña que en la noche,
y hasta una institutriz muy de otro siglo
y una musa desnuda que posara.
“Después de la primera muerte ya no hay otra”
Dylan Thomas
Nuestra generación fue un puñado de hombres solos,
una pizca de mujeres destruidas,
un manojo de nadas sin zapatos,
el racimo de las viñas de la ira.
Yo que agonizo
me permito evocarte aunque mi recuerdo
te cause asco, nena, asco profundo,
como causa asco la inmunda mermelada que transpiran
los siempre equivocados porque aman demasiado,
aunque el credo y el miserere que rezamos siempre
tú y yo solos en dos noches separadas a sabiendas por nosotros
-tuyo el creo solo en mí y mío entero el miserable de mí-
desde entonces dicen
que nunca nunca se ama demasiado:
¿o no será acaso, en lo profundo, lo que nadie puede ver,
al revés el oscuro latín de lo real?
Concentrado todo da pavor en el urgente fin de siglo,
hay que terminarlo de un modo o de otro
y éste es el fúnebre galán de la fiesta,
vestido para la fecha que ya
un cuarto de centuria arranca.
Lástima, en september love,
que no fue aquélla ni ésta mi noche de septiembre.
Una sangrienta primavera baja sobre la noche del suicida
y la náusea habita desde entonces cada esponsal.
Creo ver a tu padre muerto con su dedo
hundir la hondura a donde dio la noche,
a la loca de tu madre pegándote en la cara
el monograma indeleble de otra loca en su progenie.
Creo ver a unos muertos celebrar la boda,
mi ojo derecho -el que mira al olvido-
arranca del olvido precoz
la sonrisa que perfora la vergüenza.
Mi ojo izquierdo, el que mira a la vejez,
arruga del futuro, verruga de lo que fue terso,
se complace en las vísperas anticipando
tu rostro y el mío entre las llamas
arder como dos fotografías viejas.
¿Fui el fantasma de la noche
y de las noches luego felices,
las noches y las tardes
en que engendraste a tus hijos?
¿No fui acaso el olvido y lo reído por los esposos,
cuando la burla a los que pasaban raudos en el tren,
un rostro tiznado de furia asomándose
desde la locomotora, el primero de los que veían
desnuda a la virgen loca bailar con el idiota?
Dame al menos ese miserable papel en tu vida,
el del diario arrugado que se aleja por la ruta
que lleva a un pueblo de cobardes
la noticia titular que yo lamento.
Dime, hoy muda calavera de lo que amé
hasta la esquina misma del infortunio,
si yo, que albergo esta pecera de imágenes
donde hasta cabe Virgilio, no era entonces,
en la riente oscuridad, entre los labios
de la muerte que en la florida edad
todas las señas tienen de la vida,
sino lo ridículo y eterno donde lo llorado
llora lo que no ve de sí, ese sí mismo.
Mátame. Pero no
de a poco, como la vida.
De una palabra mátame.
De una mirada sola.
Hoy, una vez más, te he hecho café,
como todos los días.
Café intenso, aromático y penetrante.
Y con gesto habitual
le has dado la bienvenida,
oliéndolo con los ojos cerrados
y cuando con satisfacción
has exhalado el aliento
me has regalado una sonrisa,
como todos los días.
A veces lo quieres dulce, dos cucharadas.
Otras menos, una única cucharada.
Muy de vez en cuando amargo, sin azúcar.
Pero siempre caliente,
como todos los días.
Paladeas el sabor del café ayudado
por una tostada, galleta o pan,
al final los salpicas todos ellos con aceite
y la fuerza del café con la vivacidad del aceite
reafirma el saber estar de tu ser,
como todos los días.
Las mañanas pueden empezar
tristes, apagadas o incluso perezosas,
y nuestro humor se puede despertar
con resentimiento o alegre,
según los acontecimientos de la víspera.
Pero el café lo tendrás siempre ahí
igual de intenso, aromático y penetrante,
del mismo modo que
se despierta mi amor hacia ti con esa taza.
Como todos los días.
Comentarios
Debí decir te amo.
Pero estaba el otoño haciendo señas,
clavándome sus puertas en el alma.
Amada, tú, recíbelo.
Vete por él, transporta tu dulzura
por su dulzura madre.
Vete por él, por él, otoño duro,
otoño suave en quien reclino mi aire.
Vete por él, amada.
No soy yo él que te ama este minuto.
Es él en mí, su invento.
Un lento asesinato de ternura.
Juan Gelman
alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va
Raíz, la siempre voz de mi develo;
A ti la siempre luz, el siempre cielo,
Abierto a dura piedra y verde oliva.
A ti la siempre sangre fugitiva
De cuanto en ti no halló razón y celo;
A ti mi siempre verso, el siempre vuelo
Del torpe corazón y ala cautiva.
A ti mis pensamientos aguardando
Antes de amanecer a que amanezca,
Para montar su guardia a la memoria;
A ti mis dulces sueños entonando
Puertas al alba porque no amanezca,
Y se pierda en la luz tu tierna historia.
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Los muertos pocas veces libertad
alcanzáis a tener, pero la noche
que regresáis es vuestra,
vuestra completamente.
Amada mía, remordimiento mío,
la nuit c’est toi cuando estoy solo
y vuelves tú, comienzas
en tus retratos a reconocerme.
¿Qué daño me recuerda tu sonrisa?
¿Y cuál dureza mía está en tus ojos?
¿Me tranquilizas porque estuve cerca
de ti en algún momento?
La parte de tu muerte que me doy,
la parte de tu muerte que yo puse
de mi cosecha, cómo poder pagártela...
Ni la parte de vida que tuvimos juntos.
Cómo poder saber que has perdonado,
conmigo sola en el lugar del crimen?
Cómo poder dormir, mientras que tú tiritas
en el rincón más triste de mi cuarto?
Jaime Gil de Biedma
suspiros de esperanzas ya perdidas.
No creo que vengas, lo sé,
sé que no vendrás.
Sé que la distancia te hiere,
sé que las noches son más frías,
sé que ya no estás.
Creo saber todo de ti.
Sé que el día de pronto se te hace noche:
sé que sueñas con mi amor, pero no lo dices,
sé que soy un idiota al esperarte,
pues sé que no vendrás.
Te espero cuando miremos al cielo de noche:
tu allá, yo aquí, añorando aquellos días
en los que un beso marcó la despedida,
quizás por el resto de nuestras vidas.
Es triste hablar así.
Cuando el día se me hace de noche,
y la luna oculta ese sol tan radiante,
me siento sólo, lo sé;
nunca supe de nada tanto en mi vida,
solo sé que me encuentro muy sólo,
Y que no estoy allí.
Mis disculpas por sentir así,
nunca mi intención ha sido ofenderte.
Nunca soñé con quererte,
ni con sentirme así.
Mi aire se acaba como agua en el desierto,
mi vida se acorta pues no te llevo dentro.
Mi esperanza de vivir eres tu,
y no estoy allí.
¿Por qué no estoy allí?, te preguntarás...
¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti?
Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí,
porque todas las noches me torturo pensando en ti.
¿Por qué no sólo me olvido de ti?
¿Por qué no vivo sólo así?
¿Por qué no sólo...?
Mario Benedetti
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LOS GORRIONES
Andaban los gorriones,
entre las mesas
de la terraza del bar,
dedicados
a esa diaria
y concienzuda tarea
de colectar migajas de pan
o cualquier cosa
comestible
que caiga al suelo.
Pero les bastó
un gesto sencillo
-batir sus pequeñas alas,
alzar el vuelo-
para hacerse
poesía.
Qué abismal diferencia
con este esfuerzo ímprobo
que supone ahora, aquí,
dedicarse a fabricar
este artefacto,
que apenas si levanta
sus pesados y metafóricos
pies del firme.
Qué diablos
habremos hecho
con la vida.
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Rosa de tiniebla para apagar el llanto
o para volverlo llanto
mariposa cegada no sé si por la luz o la lluvia
mariposa que, tras de la lluvia
arde como el sol en mi mano.
Leopoldo María Panero
Señoras
Por las mañanas acostumbro
a pasar por la cafetería,
me tomo dos cafés –uno contra mi espalda–
entre las limpiadoras que se duermen
sobre su propio desayuno.
Al otro lado de la barra
conversan las señoras,
las dueñas de las tiendas de mi barrio;
se llaman por teléfono,
son admiradas por ejecutivos,
hacen planes para pintarse las uñas.
Sus ojos no contienen desamparo,
sus cerebros no se deshacen
enhebrando palabras, ni átomos, ni perlas.
Las sigo y compro el Marie Claire,
las imito, finjo que soy respetable
en la cola del supermercado.
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Te han condenado.
Una oración,
como limosna insuficiente,
ha caído
sobre la tapa de tu féretro.
Te han condenado, Edith,
por no querer ser
la excepción que confirma
la regla. Porque
querías,
tú, gorrión
de la calle, ser
la regla. Porque
intentabas salirte de la calle.
Te han condenado como
si Dios no fuese amor. El dedo
ejemplar
-una uña sucia, como
si lo viera- se alzó
sobre tu frente
y mostró al mundo
que sólo esa limosna- por sí acaso…-
merecías.
De nuevo a la intemperie.
Esta vez ” a la calle”
te han dicho.
A la calle amarilla
de los muertos, sin Senas,
sin flores, sin guitarras.
Pero tú, Edith, sonreirás.
Tuviste ya tu infierno
al borde de la cuna: sabes
lo que un niño criado con alcohol.
Edith, mystère Piaf, rezabas
no al morir, al cantar;
y sin saber por qué,
por quién acaso. Ahora
es cuando cantas en la inmensa calle
de Dios, alegremente,
Edith, mystére Piaf.
Julia Uceda
Bésale las piernas a la poesía
aunque diga que no que aquí nos pueden ver.
Bésale las palabras, hurga su lengua hasta
que abra los brazos y diga ¡Santo Dios!
o hasta que santodios abra los brazos de escándalo.
Bésale a la poesía a la loba
aunque diga que no que hay mucha gente que aquí
nos pueden ver. Bésale las piernas las palabras
hasta que no de más, hasta que pida más
hasta que cante.
Jorge Boccanera
El comediante
Un sudario manchado, un traje de segunda mano
de harapos y de sedas, un disfraz
(The Velvet Underground)
Es cierto que los hombres se disfrazan
para acercarse más a la verdad.
Vi la piel del incendio derramarse
como un río de algas,
y supe que los cuerpos calcinados
conservan su sonrisa en la ceniza.
Siempre recuerdo las miradas huecas,
los gestos delatores, el perfume
que renuncia a los párpados
para volverse sólido y antiguo.
La condición humana es una mueca.
Yo vi cómo unas manos escarbaron la tierra
para encontrar un agua del color de su alma,
y vi cómo se hundían bajo su propia arena.
Soporté la mirada de este mundo
y rompí a carcajadas cada velo.
Había comprendido la broma de la vida.
Raúl Quinto (Cartagena, 1978-)
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AMO, AMAS...
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo:
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
Rubén Darío
Otro abrazo para ti estimadísima amiga Negu :-O
intervalo: un hombre viejo, viejo
aferrado a un papel
repasa su letra
la punta del zapato
se acerca y se aleja del piso
marca el ritmo, ya no marca
insinúa, en parte ha perdido
el control del cuerpo, lo que queda
entre el piso y su pie
¿es ese el espacio entre las cosas
que Cage pedía no olvidar?
el hombre viejo avanza
lento en su estar
un poco desprendido del entorno
se aferra al micrófono, sonríe
hasta que encuentra
el compás del canto
a veces se le va una frase o la voz,
nosotros con pies firmes sobre el suelo firme de la taberna
en cada silencio le soplamos la letra,
todavía creemos en la necesidad de completar.
Silvina López Medin
DESNUDO
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedicta
Mater Unigeniti.
Entra un hombre en el claustro. Otro más
escoge el hábito de monje austero
para mirar a Dios desde su celda,
o para huir del orbe y sus horrores;
para verle de frente, cara a cara,
o no enfrentarse al rostro que reprocha el espejo.
Viene con humildad, que le conviene,
pues busque lo que busque, la soledad es honda
y hondo daña, si no halla pronto algún
sentido. Entra un hombre y en el claustro
un silencio recoge su llegada
con respeto y recelo, obligada cautela:
trae consigo el barro de la ciénaga,
lodos de callejuelas tenebrosas,
fangos de su flaqueza y de su culpa
aunque en su pecho habite un hombre bueno.
Se despojó de harapos y pecados
al franquear el patio, su mugriento vestido,
como si aquello que nos cubre fuera
la verdadera piel de nuestra carne
y no el disfraz, igual que el perfil es tan sólo
la mitad de una máscara. Aun desnudo,
en su mirada hay tormento y mácula,
brasas de su pasado, cicatrices recientes.
Estos son los pilares que sustentan
el convento, los árboles del patio,
sus lustrosos manzanos condenados,
igual que los arriates mimados de verónicas
se abonaron de estiércol. Los leones
rugen en las arcadas mientras gorjean aves
coronando los ábacos, hambrientos
corazones, gargantas lastimadas
de voces serafines que no pueden vivir
aquí en la tierra, y se alzan en un coro
que si merece el cielo, no le mueve a piedad.
Juan Carlos Friebe (Granada, 1968-)
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Jorge Luis Borges
Soy el que sabe que no es menos vano
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.
Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.
Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,
del tiempo, que es uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
I
Primero la inquietud y el lenguaje, el enigma como punto de partida y llegada.
Está luego el testimonio de lo que se ve, el horror de lo visto,
la repetición del tiempo del crimen,
el sucio lenguaje estratégico del capitán loco, la nave a la deriva,
y el otra vez cómo narrar la pequeña calavera que rueda bajo la ventana,
la sonrisa del verdugo.
Escribir este funesto tiempo que ya fue antes es enloquecer.
Golpéate el rostro con tu pequeño puño y despierta,
el mar devuelve a la playa las cabezas cortadas de las palabras,
las vísceras de animales desconocidos, cuadros rotos, hachas.
Donde estuvimos otra vez estamos, la nuestra es una historia de fantasmas.
II
El tiempo, como un instante de musgo,
húmeda la tierra dentro de las bocas de los comensales,
como si fueran gruesos topos excavando en la noche,
exponiendo su ceguera como garantía dialéctica de su nada.
Y siempre, siempre, el desconocido muerto sobre la mesa,
su desamparo en medio de las viandas, los licores y el humo de los puros.
El testimonio de los forenses parece un pequeño tratado surrealista
al estilo Marcel Duchamps.
La invisibilidad del muerto se firma ante notario, los diccionarios callan.
La vida sigue indigna escribiendo la sacrosanta historia a nivel de los establos.
Veo el futuro reflejado en los asnos mi querido Sherlock Holmes,
el tiempo es un rebuzno pero no me rindo,
yo al muerto le conozco y gritaré su nombre,
tendrán que ver los comensales el cadáver ahí, despojado de todo
junto a nuestros platos, nuestras cucharas, y nuestra falta de misericordia.
Julia Otxoa (San Sebastián–Guipúzcoa, 1953-)
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Ha crecido la hierba
en las piedras de esponja del viejo cementerio,
y el olvido,
que levanta sus flores por las enredaderas,
todo lo nombra, en todo se incorpora.
La gente que corría se esconde en los portales
y un silencio de plástico
golpea los carteles y los lápidas.
Las torres grises, agujas de ceniza,
son también la advertencia,
el barro de los ríos,
todo lo que dejé,
las traiciones que ahora me condenan
a esta ciudad de esquinas invisibles,
de llantos que no pueden contenerse,
ya todo el mundo llora el amor que perdí
y el humo que se dispersa
y el viento sopla a ráfagas
arrastrando el otoño,
llevándose lo último que quedaba de ti.
Fernando Valverde
NO TAN ALTO
DE cuando en cuando y a lo lejos
hay que darse un baño de tumba.
Sin duda todo está muy bien
y todo está muy mal, sin duda.
Van y vienen los pasajeros,
crecen los niños y las calles,
por fin compramos la guitarra
que lloraba sola en la tienda.
Todo está bien, todo está mal.
Las copas se llenan y vuelven
naturalmente a estar vacías
y a veces en la madrugada,
se mueren misteriosamente.
Las copas y los que bebieron.
Hemos crecido tanto que ahora
no saludamos al vecino
y tantas mujeres nos aman
que no sabemos cómo hacerlo.
Qué ropas hermosas llevamos!
Y qué importantes opiniones!
Conocí a un hombre amarillo
que se creía anaranjado
y a un negro vestido de rubio.
Se ven y se ven tantas cosas.
Vi festejados los ladrones
por caballeros impecables
y esto se pasaba en inglés.
Y vi a los honrados, hambrientos,
buscando pan en la basura.
Yo sé que no me cree nadie.
Pero lo he visto con mis ojos.
Hay que darse un baño de tumba
y desde la tierra cerrada
mirar hacia arriba el orgullo.
Entonces se aprende a medir.
Se aprende a hablar, se aprende a ser.
Tal vez no seremos tan locos,
tal vez no seremos tan cuerdos.
Aprenderemos a morir.
A ser barro, a no tener ojos.
A ser apellido olvidado.
Hay unos poetas tan grandes
que no caben en una puerta
y unos negociantes veloces
que no recuerdan la pobreza.
Hay mujeres que no entrarán
por el ojo de una cebolla
y hay tantas cosas, tantas cosas,
y así son, y así no seran.
Si quieren no me crean nada.
Sólo quise enseñarles algo.
Yo soy profesor de la vida,
vago estudiante de la muerte
y si lo que sé no les sirve
no he dicho nada, sino todo.
Pablo Neruda
Pasan años y no crecen. ¿Quién dijo que eran siete? Son cientos, miles, tal vez millones; no logro verlos a todos. Nuestro rey dijo: "Creced y multiplicaos." Pero ellos escucharon sólo la segunda parte del mandamiento: sus oídos son también pequeños. De nada sirve que les eche agua, no logran más que ser semillas. Nos miramos pasar como seres que pertenecen a mundos distintos, o más bien los miro yo, porque ellos tienen que alzar la cabeza y eso es, quién lo duda, más difícil que inclinarla. A veces alguno me llama: "¡Blanca Nieves, Blanca Nieves!" y yo lo subo encima de un árbol y conversamos. Pero terminan por pedirme que los ponga en la tierra: se sienten extraños fuera de su ámbito. En otras ocasiones, yo me agacho y permanezco con ellos un rato, mas acabo por cansarme. ¡Ah, si supiera un conjuro, una palabra mágica que hiciera que aumentaran de tamaño! Pero en el bosque sólo las brujas conocen los hechizos y yo no soy más que una princesa del montón. Últimamente, he pedido a la luna que me convierta en hormiguita. Pero de ella ha salido una voz que me decía: “Blanca Nieves, Blanca Nieves, muchacha ingrata, soy la soledad. ¿Por qué te empeñas en dejarme si en este tiempo soy la única, la única, Blanca Nieves, que se ha puesto a crecer día tras día con tal de estar siempre a tu altura?”.
Milena Rodríguez Gutiérrez (La Habana, 1971-)
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vecina cíclope de ojo mirilla
inscribiendo cuadrados en el círculo
qué coreografía la de tu planta
distorsionados vecinos de cabezas inmensas
lanzados cada día de sus casas
por la ley de la simple monotonía
tras ellos tu ojo de inventar conjeturas
vivir en tu arriba
gestando agujeros para mirar siempre
a qué horas de sencillas preferencias
de hipótesis empíricas de tercer piso
te lleva la tierna megalomanía
mirarte en tu arriba
más allá
grúas bestiales destrozando bloques que no sabes
con la silueta todavía
de escaleras subiendo por la pared intacta
y una puerta magritte por la que se ve el todo
ese que nunca percibieron
tus ojos sin estéreo
porque más allá del tercero
el mundo no existía
MARÍA ELOY-GARCÍA (1972-)
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Un poco antes de morir
un pájaro sobre una rama me sedujo.
Narimi me rozó su pluma me rodeó por completo
con una placenta de mar.
Mi viudo por las noches disuelve su lecho, adónde se ha ido
el amor de su vida. Mi huérfano se ha marchado lejos
a descifrar enigmas.
Esposa niña, tú eres la mujer de los dos, tuyo es mi camisón
tuyo es su amor. Mi carne se ha consumido.
Ponedme como sello.
Amos Oz
En la zona se encharca el color, púrpura sin brillo.
El resto del cuerpo queda desteñido por completo,
color perla.
En un foso de roca
el mar sorbe obsesivo,
eje del mar entero un solo hueco.
No mayor que una mosca,
la marca del destino
trepa por la pared.
El corazón se cierra,
el mar se desliza en retirada,
los espejos están amortajados.
Sylvia Plath
He de volver a la extensión callada
donde siempre moré, como una yedra
crispada, sin raíz, con una piedra
como base y también como almohada.
Espera. Mi cintura encadenada
tiene un nardo amarillo que no medra.
Tengo tan dentro ya de mí la piedra
que no siento la carne lastimada.
Espera, espera. Por mi sien doblada
un niño iba durmiendo y ha varado
su sueño por las playas de la muerte.
Como el de una paloma lanceada,
su grito me salió por el costado,
trémulo y triste y apretado y fuerte.
Julia Uceda
Bajo un sol de manadas de gacelas
observo a los barberos a la sombra
de un inmenso pipal y el rostro enjuto
del vendedor de lichis y los ojos
casi cegados de la niña albina.
El ocio se asemeja a los almuerzos
a principios de abril en una calle
con puestos de fritura y a la ropa
que tiende una muchacha desgarbada.
Ayuna al sur mi soledad expuesta,
en el lugar exacto donde embisten los búfalos.
VERÓNICA ARANDA (Madrid, 1982-)
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presuroso, rodeo
tus rodillas, toco
tu pelo. ¡Ay Dios, quisiera
decirte tantas cosas!
Te compraré un pañuelo,
seré buen chico, haremos
un viaje....No sé,
no sé lo que me pasa.
Quiero morir así,
así en tus brazos.
Jose Agustín Goytisolo
Felicidades, poeta
y una puta también y una maestra,
y soy rara princesa sin su sapo,
y a ratos la borracha que en la noche,
y la madre de todos, la olvidada,
la abuela a la que nunca se visita.
Hay una idiota en mí, mala persona,
una celosa infiel, una lagarta,
y una actriz sin estrella y una diva,
y hay también una niña que en la noche,
y hasta una institutriz muy de otro siglo
y una musa desnuda que posara.
Macarena Trigo
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“Después de la primera muerte ya no hay otra”
Dylan Thomas
Nuestra generación fue un puñado de hombres solos,
una pizca de mujeres destruidas,
un manojo de nadas sin zapatos,
el racimo de las viñas de la ira.
Yo que agonizo
me permito evocarte aunque mi recuerdo
te cause asco, nena, asco profundo,
como causa asco la inmunda mermelada que transpiran
los siempre equivocados porque aman demasiado,
aunque el credo y el miserere que rezamos siempre
tú y yo solos en dos noches separadas a sabiendas por nosotros
-tuyo el creo solo en mí y mío entero el miserable de mí-
desde entonces dicen
que nunca nunca se ama demasiado:
¿o no será acaso, en lo profundo, lo que nadie puede ver,
al revés el oscuro latín de lo real?
Concentrado todo da pavor en el urgente fin de siglo,
hay que terminarlo de un modo o de otro
y éste es el fúnebre galán de la fiesta,
vestido para la fecha que ya
un cuarto de centuria arranca.
Lástima, en september love,
que no fue aquélla ni ésta mi noche de septiembre.
Una sangrienta primavera baja sobre la noche del suicida
y la náusea habita desde entonces cada esponsal.
Creo ver a tu padre muerto con su dedo
hundir la hondura a donde dio la noche,
a la loca de tu madre pegándote en la cara
el monograma indeleble de otra loca en su progenie.
Creo ver a unos muertos celebrar la boda,
mi ojo derecho -el que mira al olvido-
arranca del olvido precoz
la sonrisa que perfora la vergüenza.
Mi ojo izquierdo, el que mira a la vejez,
arruga del futuro, verruga de lo que fue terso,
se complace en las vísperas anticipando
tu rostro y el mío entre las llamas
arder como dos fotografías viejas.
¿Fui el fantasma de la noche
y de las noches luego felices,
las noches y las tardes
en que engendraste a tus hijos?
¿No fui acaso el olvido y lo reído por los esposos,
cuando la burla a los que pasaban raudos en el tren,
un rostro tiznado de furia asomándose
desde la locomotora, el primero de los que veían
desnuda a la virgen loca bailar con el idiota?
Dame al menos ese miserable papel en tu vida,
el del diario arrugado que se aleja por la ruta
que lleva a un pueblo de cobardes
la noticia titular que yo lamento.
Dime, hoy muda calavera de lo que amé
hasta la esquina misma del infortunio,
si yo, que albergo esta pecera de imágenes
donde hasta cabe Virgilio, no era entonces,
en la riente oscuridad, entre los labios
de la muerte que en la florida edad
todas las señas tienen de la vida,
sino lo ridículo y eterno donde lo llorado
llora lo que no ve de sí, ese sí mismo.
Mátame. Pero no
de a poco, como la vida.
De una palabra mátame.
De una mirada sola.
LUIS BENÍTEZ es poeta argentino (1956-)
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Hoy, una vez más, te he hecho café,
como todos los días.
Café intenso, aromático y penetrante.
Y con gesto habitual
le has dado la bienvenida,
oliéndolo con los ojos cerrados
y cuando con satisfacción
has exhalado el aliento
me has regalado una sonrisa,
como todos los días.
A veces lo quieres dulce, dos cucharadas.
Otras menos, una única cucharada.
Muy de vez en cuando amargo, sin azúcar.
Pero siempre caliente,
como todos los días.
Paladeas el sabor del café ayudado
por una tostada, galleta o pan,
al final los salpicas todos ellos con aceite
y la fuerza del café con la vivacidad del aceite
reafirma el saber estar de tu ser,
como todos los días.
Las mañanas pueden empezar
tristes, apagadas o incluso perezosas,
y nuestro humor se puede despertar
con resentimiento o alegre,
según los acontecimientos de la víspera.
Pero el café lo tendrás siempre ahí
igual de intenso, aromático y penetrante,
del mismo modo que
se despierta mi amor hacia ti con esa taza.
Como todos los días.
Pello Otxoteko Vaquero
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la cita a la que acaso vas llegando
cuando ya no te espero. Hemos perdido
otra ocasión para morirnos juntos.
Rubén Bonifaz Nuño