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Dark Shines

Vampyrus ViruxVampyrus Virux Anónimo s.XI
editado enero 2008 en Ciencia Ficción
Bueno, quizás no os gusta, ya que mis relatos cortos suelen ser casi siempre de ciencia ficción, pero aquí os dejo uno que escribí hace poco, espero que os guste, acepto critica y halagos^^ No todos mis textos son iguales ni están escritos igual, pero quería que leyeseis algo escrito por mí =$




El sol se ponía a lo lejos, escondiendo sus rayos tras las montañas vestidas de verde, privándome de su luz, como desde hacía dos años, desde que era un monstruo cruel y vanidoso. Caminaba bajo el crepúsculo, sin rumbo fijo, a kilómetros de casa, donde no podía escuchar el constante gorgojeo de Alice, ni las peleas de Jasper y Edward, en broma, claro. Carlisle debía de estar en su hospital, que era su segunda esposa y su segunda familia, y Esme estaría entretenida con sus cuadros viejos. Nadie sabía donde me encontraba, ellos solo pensarían que estaba de compras, o conquistando a algún humano. Estúpidos.

El calor del verano era sofocante en Agosto, y más en pleno bosque, donde el aire corría limpio, pero mucho más concentrado. Los árboles paraban la continua corriente de aire, y eso provocaba un efecto invernadero bastante sofocante, pero en aquella profundidad del bosque no solían haber viandantes. Estaba prohibido estar por allí, había osos peligrosos y lobos. Cualquier sucio humano que se arriesgase a caminar por allí estaba cien por ciento demente.

Mientras el sol terminaba de ponerse tras las colinas, dejando paso a una luna completamente llena, lo vi. Parecía un fantasma de dos metros caminando en medio de tanto verde oscurecido, con su sonrisa alegre y su escopeta al hombro, así como una gran mochila de cuero curtido a sus espaldas. Si mi corazón hubiese podido latir, lo hubiese hecho con furia y descontrol. En ese momento, aquel rostro juvenil y angelical tapó la luna, eclipsándola por completo, y su radiante sonrisa alumbró la oscura noche.

Me escondí sigilosamente detrás de unos árboles mohosos, intentando no hacer ruido, no quería asustarlo. Aquel chico se paró para beber agua de una cantimplora que sacó de su mochila. Entonces, enfocando y mirándole de frente, vi su rostro por completo. Pero no podía ser cierto, debía ser una broma de muy mal gusto. Aquel humano era idéntico al hijo pequeño de Vera, mi mejor amiga. Tenía el pelo rizado y negro, mofletes y hoyuelos, así como los dientes perfectamente rectos y blancos, y una mirada llena de inocencia. Pero habían pasado demasiados años, aquel chico no podía ser él en absoluto, pero a mí me lo pareció en aquel momento.

En ese momento en que le vi, tuve el impulso de acercarme a él para verle más de cerca. Aunque mi visión era mucho más aguda y amplia que la de los humanos, un impulso que crecía dentro de mí por momentos me estaba arrojando a acercarme a aquel humano que caminaba por un sendero prohibido y lleno de peligros. Seguramente no se había dado cuenta, o se habría extraviado de su camino, y había terminado en la boca del lobo.

Sigilosamente me acerqué unos metros más, hasta que el olor de su sangre golpeó mi olfato, olía deliciosamente bien. Ahora que estaba mucho más cerca de él podía escuchar los latidos de su corazón, fuertes y continuos, pero a mí me sonaba como a un vals. Sus latidos llenaban mis oídos de música, y su sangre caliente corriendo por sus venas olían mucho mejor que la comida para alguien que lleve semanas sin probar bocado. ¿Qué era aquello? Sentía la necesidad de materializarme delante de él, oír su voz, quería cerciorarme de que era tan adulzada y melodiosa como la estaba imaginando.

El chico en cuestión se levantó de la piedra donde había descansado aquellos minutos, y guardando su cantimplora de nuevo en la mochila, emprendió el camino por la senda pedregosa. Llevaba unas botas bastante caras y abrigadas, y su ropa, típica para montañas, le sobraba como un par de tallas. Seguramente alguien se la habría prestado, eso demostraba que era la primera vez que caminaba por aquel bosque.

Le seguí unos metros por detrás, siempre con el cuidado de que no me viese, pero él iba perdido mirando el paisaje que se levantaba a su alrededor. Tenía un aire extraño, nunca había sentido tanta curiosidad por un humano, era sabido que para mí no eran más que objetos destinados a admirar mi belleza, pero solo eso. En cambio, aquel chico alto y musculoso, con el rostro juvenil, como el del hijo de Vera, atraía mi curiosidad.

El chico siguió caminando unos cien metros, hasta que a lo lejos, a unos metros del bosque, se escuchó un ruido ensordecedor. Me tapé los oídos al oír semejante berrido, pero el chico sacó un par de balas, cargó la escopeta, y sonriendo, empuñó el arma para mirar por la mirilla, apuntando a un objetivo invisible. Caminó pasos lentos pero firmes mientras apuntaba entre los árboles, justo de donde había provenido el ruido de antes. El chico era un cazador y había llegado hasta allí solo para cazar a alguna especie de animal. ¿Es qué no se había dado cuenta de que allí habitaban osos?

Entonces, como si alguien hubiese alumbrando el bosque encendiendo un interruptor, la idea invadió mi mente. Osos. El chico había venido a casar osos. ¡Pero aquello era una completa locura! Un oso pesaba más de cuatrocientos kilos, tenían una fuerza que sobrepasaba cien veces la humana, y además eran rápidos y ágiles a pesar de sus kilos de más y de su espeso pelaje. Aquel chico estaba demasiado mal de la cabeza, eso o que su madre le había dejado caer de cabeza cuando pequeño.

Me acerqué hasta quedar a unos metros de distancia de él, y me agazapé sobre unos troncos de árboles derrumbados que yacían en el suelo, cubiertos de verdín y otros hongos. Allí olía realmente mal, pero no era el momento más apropiado para ser remilgada, la vida de aquel pequeño -de edad, de tamaño era obvio que no- peligraba notablemente.

Un segundo rugido azotó el silencio, cortándolo en pedazos, y el chico, eufórico por haber dado con su trofeo, avanzó algunos pasos más hacia la negrura. No me hubiese resultado difícil coger al chico y alejarlo de allí unos kilómetros, pero entonces estaría revelando lo que era, y eso pondría a la familia en un serio aprieto, y a pera de que Alice me ponía nerviosa con su continuo revoloteo y su vocecilla aguda, no podía permitir tal cosa, y menos por un humano desconocido que nada tenía que ver conmigo.

Había una cosa que nunca podía mostrar, algo que ninguna persona ajena a mi clan conocería, y eso era mi naturaleza sobre humana. Nadie podía saber que yo y mi familia éramos vampiros, porque entonces más que acusarnos de creernos seres mitológicos, nos acusarían de brujería y arderíamos en la hoguera, por blasfemos. Era una nueva moda que se extendía sobre la ciudad en esos días, y quemaban a inocentes a diestro y siniestro, pero solo nosotros sabíamos que lo eran, el resto solo se dejaban llevar por los políticos del lugar. Aunque ya hacía cien años que se decretó una ley contra el uso de la hoguera contra personas sin ser haber sido jugadas justamente.

Pero entonces algo cortó el hilo de mis pensamientos a ras, sin darme tiempo a reaccionar. Incluso antes de que parpadease sorprendida y pegase un grito, un oso pardo salió de entre la oscuridad que apuntaba aquel chico, y le embistió, tirándole al suelo. Y de un solo zarpazo, rasgó su camisa y su chaqueta, provocándole serios cortes en el pecho, que recorrían desde su hombro izquierdo hasta la zona de la ingle.

Corrí hacia el oso, y de un golpe lo tiré al suelo, donde este rugió, enfadado. Se acercó a mí, pero antes de que pudiese golpearme con su zarpa de ciento veinte kilos, la sujeté con fuerza y se la rompí. El gran oso marrón rugió, herido y enfadado, antes de que le golpease para dejarle inconsciente, se alejó, con la derrota a sus espaldas y gruñendo. No me quedaba mucho tiempo para sacar a aquel chico de allí, antes de que su sangre atrajese a criaturas mucho más sangrientas que yo.

Evitando pensar en como su sangre, que brotaba de sus heridas, recorriendo unos pectorales perfectamente musculosos, cogí su cuerpo y me lo eché a las espaldas. El olor a sangre caliente me mareaba y me quemaba la nariz y la garganta, y la ponzoña ya bañaba mi lengua y mi paladar. Pero no era el momento de pensar en la cena, para eso aún quedaba, y aquel chico necesitaba mi ayuda antes de que su corazón dejase de latir por completo.

-No te fallaré.-Murmuré mientras corría veloz entre los árboles, sin chocarme con ellos.

Podía sentir detrás de mí las pisadas de los lobos y las hienas, hambrientos y expectantes por el enorme aperitivo que llevaba a mis espaldas, por lo que me di mucha más prisa en llegar a la mansión. Albergaba la esperanza de que Carlisle no tuviese que trabajar aquella noche también, y grité con todas mis fuerzas en mi mente, por si Edward podía escucharme, tenía entendido que su poder actuaba a varios kilómetros a la redonda.

Cuando ya casi estaba llegando al borde de la carretera, un lobo blanco apareció delante de mí, cortándome el paso. Era una hembra, y acababa de ser madre, podía olerlo y verlo en su mirada maternal. No quería hacerla daño, ella tenía que proteger a sus lobeznos, y yo tenía que proteger a mi sol, que a cada segundo que pasaba su corazón iba mucho más lento. Cuando estaba a unos metros de la loba emití un rugido que salió de mi pecho vacío, y la loba, asustada, huyó por entre unos arbustos.

Corrí los kilómetros que quedaban hasta la casa de los Cullen, donde solo habría una oportunidad de salvar a aquel chico que se agitaba entre mi espalda. Podía escuchar su corazón latiendo muy lentamente, y sus gemidos de dolor, al igual que su sangre, que me tentaba a dejarlo en el suelo y beberla antes de que se enfriase. Pero entonces sus rizos negros, sus hoyuelos, su sonrisa de dientes perfectos y su mirada inocente me motivaron para seguir corriendo, quemando el asfalto bajo mis tacones.

No pasó ningún coche mientras corría con un medio muerto a mis espaldas, y mientras corría, la noche se nos echó encima por completo, pero la luna parecía apagada, como si el sol apenas la alumbrase. Y el cielo tenía muchas menos estrellas. Aquella noche, mi cielo me descubrió que si aquel chico moría, mi cielo sería oscuro para toda la eternidad, y nunca más habría un sol o una luna acompañada de estrellas que me alumbrasen. Aceleré aún más el paso, hasta divisar la mansión, con toda la familia al completo esperándome en la puerta. Edward había escuchado mi llamada.

Carlisle fue el primero en correr hacia donde estaba, y quitándome a aquel chico de la espalda, corrió hacia la casa, donde Esme ya lo estaría preparando todo. Edward y Alice vinieron a mi encuentro, y rendida, caí en los brazos de Edward, que ahora me llevaba dentro de la casa.

-Hueles deliciosamente a sangre.-Comentó olisqueando mi pelo y mi ropa, impregnada con la sangre de mi sol.

-Cállate.-Repliqué.

-Me siento orgulloso de ti.-Sonrió, y entró dentro de casa.

Carlisle estaba desinfectando las heridas del chico al que acababa de salvar la vida, estaba muy concentrado en su tarea. Jasper estaba en el jardín de atrás, con Alice; él era el más propenso a la sangre humana, y podría llegar a peder el sentido común al oler la sangre de aquel muchacho moribundo. Edward parecía sediento, pero no perdió la cabeza en ningún momento, y permaneció de pie, a mi lado, pero no dijo nada. Se lo agradecí mentalmente.

Esme tenía una mano tapando la mitad de su rostro, ella también era propensa a la sangre humana, seguramente lo estaría pasando mal al oler aquella dulce sangre y no poder tomarla. Intenté persuadirla de que se marchara con Jasper y Alice, pero tozuda, se quedó donde estaba, ayudando a Carlisle. Pero todos los que habíamos allí presentes sabíamos que para aquel ricitos de carbón no había salvación, pero me costaba aceptarla.

Carlisle se levantó del suelo, donde yacía aquel grandullón de mirada inocente, y con la mirada llena de lástima y flaqueza, se acercó a mí para decirme algo que yo ya conocía.

-Rose, solo hay una forma de salvarle, si es lo que quieres.-Me dijo con voz grave.

-Será mejor que lo dejes para el postre.-Bromeó Edward, pero se calló en cuanto le fulminé con mi mirada.

-¿No hay otra forma?-Pregunté a Carlisle, que ya me negaba con la cabeza.

Sopesé la posibilidad de convertir a aquel chico en un personaje de Bram Stocker, y en mi infinito egoísmo, decidí que era la única forma de conseguir aquello que siempre había deseado, con lo que siempre había soñado. Cuando los latidos de aquel chico latían débiles y su sangre cubría mi piel y mis ropas entendí que solo aquel chico lograría hacerme feliz, solo él podría llenar el vacío de mi pecho, el hueco en negro que había en mi vida. Él era para mí, y yo para él.

Además, se parecía tanto al hijo de Vera que ese sentimiento que habitaba en mi pecho me empujaba al lado egoísta por completo. Quería que aquel chico viviese eternamente a mi lado, le necesitaba como un humano necesita el aire para no morir, como un pez necesita el agua para nadar, como el sol necesita a la luna para vivir. Eso era yo, el sol, y aquel chico, la luna. Incompatibles, pero los dos se necesitaban para vivir.

-Carlisle, por favor, conviértele.-Supliqué.

-¿Estás segura? Sabes que luego no habrá marcha atrás.

-Lo sé, y es lo que deseo. Por favor...

Carlisle me dedicó una última mirada, confuso y dubitativo, pero mi determinación y mi repentina esperanza de vida debió de ayudarle a decidirse, pues con una sonrisa, pidió a Esme que sujetase los miembros superiores de aquel grandullón, mientras el desinfectaba una pequeña zona de piel al lado de la cintura de su pantalón sucio. Allí sería donde Carlisle clavaría sus colmillos, perforando la piel, infectándola de ponzoña.

No pude ver aquella escena, así que Edward me abrazó, hundiendo mi rostro en su pecho de piedra, y me besó la frente. "Gracias". Edward no dijo nada, pero sabía que lo había escuchado. En cuestión de segundos la paz fue rota por los gritos del pequeño ricitos de carbón, y Edward me abrazó aún más fuerte.

-Tranquila, -Susurró en mi pelo- todo irá bien.

Cuando Carlisle terminó mi petición, le suministró algo de morfina, y luego mandó desalojar la sala, dejándome a mí dentro, completamente sola. En aquel momento hubiese necesitado que alguien me abrazara, Alice, Esme, Jasper... Alguno de ellos. Pero aquel era deber mío y no de nadie de mi familia, tenía que enfrentarme yo sola, aunque mi fortaleza se derrumbase cada vez que escuchaba alguno de sus lamentos, con una voz exacta a la que le había atribuido, cuando aún vivía.

Aquellos tres día fueron mi infierno. Me recordaron los agonizantes días en los que era yo la que se agitaba de dolor, notando la quemazón dentro de mí, pensando que me estaba muriendo, y que el diablo me torturaba para toda la eternidad. Pero había sido mucho más duro aceptar la realidad, que no era otra que ser vampiro, vivir toda la eternidad, ser eternamente joven y bella, pero no poder tener hijos y fundar una familia, envejecer en una casa, en medio del campo, y morir abrazada a la persona que hubiese amado. Vida o muerte. Aquello no era ni lo uno ni lo otro, sencillamente no era.

Pero al tercer día, cuando aquel grandullón dejó de gemir, y los latidos de su corazón ya no se escuchaban, sentí una mezcla de alegría y compasión dentro de mí. Me acerqué a él inmediatamente, esperando a que abriese los ojos, necesitaba ver su mirada una vez más, albergaba la esperanza de que no hubiese perdido la inocencia que navegaba en ellos.

El chico parpadeó algunas veces hasta que logró enfocar su alrededor. Primero miró al techo emblanquecido, y después dirigió sus pequeños ojos hacia mí. Pudo haber gritado, pudo haber salido corriendo, gritarme, insultarme, avasallarme con millones de preguntas, pero tan solo hizo una cosa, sonreírme. Aquel pequeño me sonrió, y su sonrisa me recordó aún más al hijo de Vera. También descubrí que sus ojos, ahora de un color negro azabache con manchas rojizas, todavía guardaban la inocencia humana de su espíritu.

-Hola.-Saludó con su voz angelical, llenando mis oídos con ella.

-¿Cómo te encuentras?-Acaricié su pelo rizado y negro.

-Algo... confuso, y hambriento. No sé por qué, pero me apetece comerme un oso pardo.-Reconoció confuso.

No evité sonreír, aunque hubiese sido mejor si le pudiera abrazar, pero no era el momento ni el lugar apropiado.

-¿Qué soy?-Me preguntó, mientras miraba las cicatrices de su pecho desnudo.

-Un vampiro.

-Mola...-Susurró.

-¿De verdad? Pensé que te lo ibas a tomar como una broma, luego me acusarías de bruja y correrías hacia el pueblo, gritando a todo el mundo que habías descubierto una, entonces vendrían por mí, me arrestarían y me quemarían en la hoguera.

-Para, para.-Pidió-Me estás mareando.

-Como desees.

-¿Cómo te llamas?-Aquel chico iba siempre al grano.

-Rosalie, Rosalie Hale.

-Anda, pero si eres la chica a la que secuestraron en Rochester.

-Sí, pero nadie me secuestró.-Era curioso lo famoso que se había vuelto mi desaparición.

-Comprendo. Yo soy Emmett McCarty.

-Encantada.-Susurré mientras enredaba uno de mis dedos en uno de sus rizos.

-¿Por qué me salvaste?-Me preguntó, su mirada era penetrante.

-No lo sé.-Confesé-Me recordaste al hijo de mi mejor amiga, así que ello impidió que dejase que aquel oso te matara. Y sin saber la respuesta, te traje a casa, para que mi padre te salvase de la muerte, no soportaba la idea de verte sin vida, tu mirada y tu sonrisa me habían cautivado, y pensar que nunca más la vería me dolía. Así que, egoísta de mí misma, pedí a mi padre que te trasformase en un vil monstruo, solo porque no podía ver un horizonte si tu no estabas en él.

Mis palabras sonaron como en el cine, una declaración de amor, o más bien una declaración de dependencia. Pero a mí no me importaba a que sonase, ni si quiera me importaba si era real o no, solo quería que Emmett se quedase a mi lado, y si se iba, yo me marcharía con él. Y es que cuando la vida te ofrece algo que buscabas sin saber el qué o por qué, no puedes desperdiciarlo, lo coges y te lo quedas. Y es lo que haría con Emmett, lo cogería para mí y no lo soltaría jamás.

-Pensé que solían ser los hombres los que se declaraban.-Sonrió-Pero mola más que lo haga un ángel como tú.

-O un monstruo.

-Un ángel, el más bello de todos.-Me corrigió.

Emmett sujetó mi mano con fuerza, y me acercó a él, pero no me besó, eso solo pasa en las películas. En la vida real, en una época marcada y machista como aquella, había que esperar a que naciera el amor entre dos personas, o en nuestro caso, despertarlo. Y luego ya llegaban cosas como aquellas, un beso perfecto, de un chico perfecto, con la mirada más perfecta. Era como morir en el infierno y renacer en el cielo. Emmett era y sería siempre eso, mi vida y mi muerte, el cielo y el infierno, el sol y la luna.

Comentarios

  • JavincyJavincy Fernando de Rojas s.XV
    editado enero 2008
    Hola Vampyrus, no pienses que tu relato por ser de ciencia ficción no tiene cabida en este foro, todo lo contrario, muchisimas gracias por dejarnos leerlo.

    La historia te deja pegado a la silla.

    Me he quedado con la sensación de querer saber más de ese mundo que nos dejas entrever, de haber visto un trocito de algo mucho más rico.
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