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LISTA forodeliteratura (5ª edición) ¡Qué sabrán ellos!

GadesGades Garcilaso de la Vega XVI


    ¡QUÉ SABRÁN ELLOS!



─ Matías, la Rubia tiene que irse de tu casa.

─ Y eso ¿quién demonios lo dice?

─ ¡El pueblo entero lo dice! ─exclamó Miguel al otro lado de la mesa estirando los brazos hacia la ventana.

─ Tonterías ─rechazó el viejo negando con la cabeza─. A mí no han venido a decirme nada.

─ Ya sabes como es la gente. Vienen aquí, me llaman, hablan...

─ ¡Cobardes! Hablar a mis espaldas se les da muy bien. ¡Que vengan a mi casa a quejarse si tanto les molesta! ¡Ella no les ha hecho nada a ninguno!

 

Matías, sentado en la pequeña silla de madera al otro lado del enorme escritorio, había elevado el tono irritado y gesticulaba con el bastón. El alcalde se irguió en el sillón, más por prepararse en caso de tener que salir corriendo, que por parecer digno ante aquel anciano que ni siquiera le miraba. Bajo el sombrero de paño, sus ojos estaban clavados en la fotografía del Rey que había en la pared. Le parecía más digno de respeto que aquel mequetrefe que tenían por alcalde. Sobre todo, desde que se había dejado la barba permanente. Aquello le imprimía un aire de seriedad. No como a este jovenzuelo barbilampiño que pretendía decirle lo que tenía que hacer con su vida.

El alcalde tomó aire y siguió intentando convencerlo.

─ Entiende que a la gente no le guste. Que la Rubia esté contigo, en tu misma casa... no les parece muy... conveniente. Y luego están las ordenanzas que...

─ Me paso yo las ordenanzas y las conveniencias de esos vecinos que ni conozco por...

─ ¡Matías, por favor! ─ cortó en seco el alcalde.

─ Solo son ganas de fastidiarme ─continuó más tranquilo el anciano, ahora sí, mirando a Miguel a los ojos, con cierto deseo de ser comprendido─. Ella no se mete con nadie, a nadie molesta.

─ Claro que molesta, Matías, pero tú no quieres verlo. Te has metido con ella en una especie de... locura ─dijo con temor a la reacción del viejo─. Esto no es bueno para ti, ni siquiera para ella, ni...

─ ¿Para el pueblo? ─concluyó el viejo aferrándose al bastón y volviendo a mirar a don Felipe─. Que nos dejen en paz y sigan metiditos en sus vidas de casas cuadriculadas, coches cuadriculados, pantallas cuadriculadas y mentes cuadriculadas. La Rubia no estará en ningún sitio mejor que conmigo, y yo estoy muy bien con ella.

─ Pero eso no es sano, Matías.

─ ¡Tú qué sabrás lo que es sano, niñato!

─ ¡Eres un viejo carcamal! ─espetó el alcalde perdiendo la paciencia─ Si al menos sacases algún provecho... pero a tu edad...

─ Sí, sí, yo estoy muy mayor y la Rubia también, pero eso ¿en qué perjudica a nadie?

─ ¿No ves que no es normal? Deberías llevarla donde Prudencio.

─ ¡Eso jamás! ─grito Matías golpeando la pesa con el bastón─ ¿Lo oyes? ¡Jamás! Vosotros sois los ciegos, vosotros los enfermos y no os dais cuenta. La Rubia se queda conmigo y para apartarla de mi lado tendréis que encerrarme a mí primero.

«No es mala idea» pensó Miguel apretando la espalda contra el respaldo de su sillón. Aquel bastonazo en la mesa le había dejado sin aire por un instante.

El viejo salía renqueando, usando el bastón para aporrear el suelo, más que para apoyarse en él. «¡Qué sabrán ellos!» iba mascullando al cruzar la puerta.

Resoplaba el alcalde con una gota de sudor resbalando por su frente. Siempre era difícil el trato con aquel hombre. Si por él fuera, dejaría estar el asunto de la Rubia, pero los vecinos cada vez le presionaban más, con cierta preocupación por el bienestar de aquel anciano, o eso era lo que aparentaban. Cargaban la responsabilidad en él y no le quedaba otra que intentarlo. Sin embargo, como las ocasiones anteriores, había resultado inútil.

Matías regresaba a casa con prisas: era tarde. El pintamonas del alcalde, que no hacía otra cosa que meterse en la vida de los demás, le había entretenido demasiado, y solo para repetirle la misma cantinela de siempre. Un tiempo precioso perdido. Ella debía estar esperándolo con impaciencia porque ya pasaba la hora de su paseo diario. Estaba siempre deseosa de salir y notaba mucho los pequeños cambios, se ponía nerviosa.

Solo unos minutos más tarde recorrían juntos la calle principal del pueblo. Caminaban despacio por el centro de la avenida, sin importarles si estorbaban el paso de algún vehículo. «¡Que se aguanten! Yo tengo que aguantar sus ruidos y no me quejo» solía repetir por lo bajini. El iba estirado como un pavo real, muy consciente de las miradas que se escondían tras las cortinillas de las ventanas. Levantaba la cabeza altivo, luciendo ese orgullo que da el convencimiento de lo que se hace, eso que algunos llamaban locura. No se iba a detener por cuatro metomentodo sin vida propia. Caminaba sin apoyarse en el bastón, balanceándolo ligeramente con cada paso, marcando el ritmo con el sonido del golpecito de la madera al caer contra el asfalto. Más parecía querer lucirlo que usarlo como sus cansadas piernas reclamaban. Pero es que Matías, cuando caminaba junto a su Rubia, se sentía más joven y lozano, y presumía de ella sin la vergüenza que debía darle, según la opinión de sus vecinos.



Comentarios

  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI

    ─ Que no les gusta, pues a darles quina. Tú no te preocupes que nadie va a separarnos.

    La Rubia pocas veces contestaba a estos alardes de Matías. Ella no daba tanta importancia a las cosas. Caminaba en silencio a su lado, a veces un pasito por detrás. Siempre iba contenta de salir al sol y al aire, de disfrutar con él de una tarde de paseo en libertad. En la vieja casa, por mucho que él se había esforzado en arreglarla para ella, el frío y la humedad se colaban por la noche entre las piedras, y añoraba una buena cama, una bien hecha. Pero a él no le reprochaba nada. Sin duda estaba mucho mejor allí de lo que hubiera estado donde Prudencio.

    Ya no tenía el aspecto de sus años mozos ni sus tetas se veían tan hermosas ni su caminar era tan ágil, pero eso a él no le importó nunca. Tampoco a ella, que parecía un poco inconsciente de sí misma y de cuanto pasaba a su alrededor. Tenía techo, comida, un hombre que la cuidaba y un paseo diario al campo, ¿qué más podía pedir? Nada quería saber de lo que hablaba la gente del pueblo a la que sencillamente no hacía ni caso, y nada entendía de las continuas reuniones de Matías con el alcalde. Prefería dar por bueno lo que algunos decían sobre las que son como ella, un poco ignorantes. Se limitaba a seguirlo con verdadera devoción.

    Al viejo, los años y la soledad le habían agriado el carácter. Vivía aislado sin relacionarse con nadie desde que una mala neumonía se llevó a la Rosa, hacía ya quince años. Desde entonces, sin hijos ni obligaciones, todo había dejado de importarle. Incluso cuando el Prudencio pidió permiso para poner su negocio y se convirtió en tema de disputa entre los vecinos, miraba el asunto desde lejos, no iba con él. Si era bueno o malo para el pueblo y lo que sucediese en aquel rincón de las afueras, no le importaba lo más mínimo.

    Matías llevaba una vida austera apartado de todo. Permanecía encerrado en casa con sus recuerdos, limitándose a dejar pasar los días en espera del que se lo llevase al otro barrio. Como mucho salía a estirar las piernas un rato para que le diera el aire, sin prestar atención a lo que pasaba a su alrededor. Hasta que un día llegaron ellas.

    Había salido a caminar y los pensamientos enmarañados en su cabeza no le dejaron ver que el sol se ponía. Avanzaba, sin más, de forma automática, como si le hubieran dado cuerda. Ni siquiera levantaba la cabeza. Así nada le distraía de su empeño en pulir recuerdos. Las voces fueron las que le sacaron de su ensimismamiento. Levantó la mirada y pudo verlas a pesar de que la penumbra ya le estaba ganando terreno al día. Afinó la vista entrecerrando los ojos para enfocar mejor. Allí estaba el Prudencio, orondo y satisfecho a la puerta de aquel edificio grotesco que llamaba negocio. Allí entraban ellas, reticentes pero sumisas, asustadas, apremiadas por los malos modos de los hombres que las llevaban.

    La escena le provocó cierta tristeza. Movió la cabeza con gesto resignado y se disponía a volver al pueblo cuando un rifirrafe llamó su atención de nuevo. Entonces la vio, tan distinta a las demás, rebelde. Se negaba a cruzar aquella puerta intentando zafarse de aquellos brutos. Matías sonrió. Esa tenía carácter. Observaba aun así simplemente divertido. Pero uno de esos animales le propino a aquella rubia un fuerte golpe en la cabeza cuando intentaba escapar dejándola aturdida. El corazón de Matías dio un brinco.

    Aún se le aceleraba un poco la patata recordando aquello. Miró a la Rubia que caminaba alegre a su lado y se sintió de nuevo feliz por lo que hizo. Sí, pagó. ¿Qué iba a hacer si no? Esa era la única vía para salvarla de lo que la esperaba allí dentro. Se la llevó a casa y al principio estuvieron un poco incómodos, hasta que se fueron adaptando. Lo que la gente opinase le importaba un bledo. Ellos eran felices y no se metían con nadie.

    Compró un terrenito cruzado por un arroyo con unos cuantos árboles junto a él. Lo cercó y lo convirtió en su lugar de recreo. Allí iban cada tarde cuando hacía buen tiempo, cruzando el pueblo ante la crítica mirada de los vecinos. «¡Qué sabrán ellos!» solía decir acariciándola. En aquel pequeño paraíso, Matías olvidaba por un momento su apariencia orgullosa y se dejaba caer a la sombra de un fresno. Se tapaba la cara con el sombrero y se echaba a dormir, o pasaba largo rato mirándola, observando cómo retozaba libre y feliz junto a él.

    Desde allí veía los campos yermos, ennegrecidos y desiertos. No había más almas que los cruzasen. Todo daba la apariencia de abandono. También veían lo de Prudencio, aquella mole de hormigón gris cerrada a cal y canto. A veces un camión llegaba a sus puertas y surgían entre sus paredes de nuevo los gritos. Prudencio y los suyos hacían subir a unas cuantas de ellas al camión de malos modos, entre golpes sin medida. La Rubia levantaba entonces la cabeza y miraba la escena con ese aire suyo de impasividad ante la vida, rumiando tranquilamente, sacudiéndose las moscas con la cola con elegancia. Y, como si aquello no fuese con ella, volvía a rapar la hierba del prado ante la atenta mirada de Matías que pensaba para sus adentros «¡Qué sabrán ellos!»


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2022


    ¡Ni ellos sabrán, ni leche que les importa saber!

    Ni un solo pero a lo impecable de tu redacción, como siempre. Pero esta tuya es una historia en una España retrógrada, quizás la franquista regida por el enano dictador, y más retrógrada aún en un pueblo, donde se habla mal de todo el mundo sin motivo ni razón, y contra más encumbrado (o ricachón, o las dos cosas a la vez) sea el mengano pueblerino... más largan. Y siempre largan, ¡mira por dónde!, gratuitamente.

    El pobre Matías solo quería compañía y se sentía a gusto al lado de la Rubia, y la Rubia solo quería Sol, aire y pasear por con él. No refieres en tu relato ninguna otra clase de relaciones, digamos "más intimas", aun vejete el tal Matías. 

    ------------------------------------------

    Perdona este paréntesis, pero viene a cuento.

    Desde principio de la pandemia Covid tengo un caso con algunas similitudes como el de tu relato. Yo vivo (o vivía, porque desde septiembre pasado estoy en York con dos de mis hijas casadas y con hijos, aunque no he llegado a adaptarme y seguramente optaré por regresar) en un caserío en una finca de campo, a pocos km de mi ciudad, Sevilla, y di acogida a una mujer de 55 años, la cual es hija de un viejo y gran amigo de la infancia y compañero de la universidad, ya fallecido. Pues a esta chica la vi nacer y la apadriné y el cariño que nos profesamos es honesto y puro, "sin más", pero ella ha tenido mala suerte, con un ex marido irascible, medio tirano, y estaba casi abandonada, hasta que hace tres años se divorció, y menos mal que no tiene hijos, que siempre son los que padecen las secuelas del desentendimientos de los padres. Bueno... pues los comentarios de algunas personas, y no precisamente de mi entorno, eran... "pues eso". Pero yo, ni caso, como mi amigacho Matías. Lo único que preocupaba un poco era la opinión de mis hijos, que, como yo esperaba, todos ellos ven con buenos ojos mi decisión, digamos altruista.

    ----------------------------

    En la España actual, ni en ciudades ni en pueblos, casi que no pasan estas cosas, y digo "casi" por si las moscas.

    Ahora, el machismo (que tiene que ver mucho con el quid de tu relato) es universal, pero tanto en los hombres como en las mujeres, y como los mandatarios de todos los países del globo siempre suspendieron en la asignatura de "Ética", así va el mundo, y Dios, si es verdad que existe, vuelve a cara.

    Un gustazo leerte, flamante correctora Ana.

     :) 


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2022


    Quise decir Nueva York, en cuya mole he estado ya cinco veces con esta, pero las anteriores cuatro, o eran por asuntos profesionales o por vacaciones. Pero, muy evidente para mí, no es lo mismo estar en estos pagos 15 o 20 días como turista, que vivir permanentemente. "Aquí no hay quién viva", como la graciosa y famosa serie española de la tele. Quizá por esto, todos los neoyorquinos, y los yanquis en general necesitan un psiquiatra. Mis hijas y sus maridos viven y trabajan aquí  hace ya más de una década.

     :)

     
  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI

     No refieres en tu relato ninguna otra clase de relaciones, digamos "más intimas", aun vejete el tal Matías. 

    Antonio, quizá se te escapó algún detallito del último párrafo. De lo contrario creo que tu comentario sería diferente, sobre todo en este punto. No te lo aclaro por no estropeárselo a los que aún no llegaron  ;)
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    Gades dijo:

     No refieres en tu relato ninguna otra clase de relaciones, digamos "más intimas", aun vejete el tal Matías. 

    Antonio, quizá se te escapó algún detallito del último párrafo. De lo contrario creo que tu comentario sería diferente, sobre todo en este punto. No te lo aclaro por no estropeárselo a los que aún no llegaron  ;)

    Sí, a mi coco se le pasó, pasa que narras esa parte tan "catequistamente" (no sé si ese adverbio es correcto), que no lo capté o no lo leí bien. "Mi escritora sobre esos términos es más salvaje".

    :)

     
  • Hola, hola almitas.

    Lo intuí desde el principio.
    Es un relato fresco y muy realista sobre el entrometido, aquel que no se ocupa de su vida pero se preocupa de otros.
    Relato coherente y perfecto en tiempos, también en redacción.
    Con una practica enseñanza sobre el amor, ese que no tiene forma, color, ni mucho menos raza; aunque la soledad tampoco.

    Felicidades, @Gades. Me atrapo con las palabras coloquiales de un pueblo tradicional.

    Saludos, almitas.
  • GadesGades Garcilaso de la Vega XVI
    @Geraldinediazoficial, no sé si te he dicho que me encanta ese saludo tuyo. 
    Muchas gracias por tu comentario.
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