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el hombre de los cartones

beethovenbeethoven Anónimo s.XI
editado julio 2016 en Narrativa
El hombre de los cartones

Pasaba por esa misma calle de la capital todos los días camino de la oficina y siempre le veía recostado sobre cartones contra la pared en el hueco de unas escaleras, arrebujado en una ajada manta, con la botella de coñac que le ayudaba a sobrellevar el rigor del crudo invierno, ajeno al ajetreo de las aceras. Junto a él, sus exiguas pertenencias: la carretilla con que cargaba periódicos, cartones, chatarra, trastos viejos, que luego vendería en la chamarilería cercana, y una abultada mochila roja. Me era difícil calcular su edad por la barba cerrada que le comía la cara, y no quería dejarme engañar por las arrugas que le surcaban la frente, labradas una a una por la pétrea vida a la intemperie. Se hacía llamar “El Madriles”, según le pude escuchar al camarero del café en que yo desayunaba por casualidad una mañana de enero cuando entró a recoger el montón de periódicos que le tenía reservado.
–¿Un carajillo, Madriles? –Inquirió el camarero.
–Antes el negocio que el ocio –sentenció, rechazando la invitación, y salió a buen paso, con la energía que da el frío de la noche pasada a la intemperie.
Tenía trabajo, era evidente, y disciplina, pensé.
Desde ese día me hice asiduo del café, y sus esporádicas apariciones en vez de sosegar mi interés por conocerle lo acrecentaron más si cabe: a cada invitación del camarero sentenciaba otra ocurrente y consonante máxima:
–Si he dejado el fornicio lo mismo haré con el vicio –dijo a sovoz para que sólo le oyera el camarero, y tropezándose conmigo me pidió un cigarrillo. Me asombré del empaque y de la enjundia que mostraba tal personaje. Cara a cara, vi unos ojos marrones y vivaces y unos labios agrietados del color del coñac.
Acabó el invierno y con él las ocasionales visitas de Madriles. Le extrañé. Habría ampliado su ruta, manteniendo ese método que yo imaginaba que seguiría: una vez al mes recogería periódicos y cartones, pues con esta periodicidad aparecía por el café, sin días fijos, y a diario la chatarra y trastos viejos; entre unos y otros su merecido descanso. La familiaridad con la que me trataba el camarero permitió que le preguntara qué sabía de Madriles, más por curiosidad mía, por pensar que como yo, a las puertas de mi jubilación, él se habría retirado ya: la calle come tanto... Desayuno a desayuno, me refirió lo que sabía de Madriles. Una aciaga suerte concatenada a otra: viudez repentina con el rescoldo del amor aún latente, sin hijos que mantener; figurar en la lista de regulación de plantilla al cerrar la empresa donde trabajaba bien entrado en canas; desahucio violento al acabársele los recursos y refugio en la bebida que le apartó de su familia.
Salí consternado, cavilando qué hubiera hecho yo de dárseme no esas circunstancias por completo sino alguna de ellas. Lo dejé estar, como dejé de frecuentar el café al jubilarme.
Nueva vida y nuevas rutinas me hicieron pasear por el parque de la capital, una mañana luminosa de verano, disfrutando de la compañía de mi mujer. Olvidada la oficina, olvidé también a Madriles, hasta que esa mañana lo vi sentado en un banco de la pérgola. Me pareció indecoroso hacia su persona pasar de largo sin saludarle para que mi mujer no se percatara de ello, seguro de que no se acordaba de mí. Me equivoqué. A diez pasos soltó otra típica ocurrencia tras pedirme un cigarrillo:
–Es de buena condición, por lo que veo, poder gozar de la jubilación.
Saqué el cigarrillo, ante la atónita mirada de mi mujer que me preguntó por lo bajines de qué conocía yo a ese mendigo, mirándolo de soslayo, y me arrimé a él preguntándole si había dejado de chamarilear. Me respondió sencillamente que estaba de vacaciones. Después de despedirnos hablé con mi mujer.

Comentarios

  • PerplejoPerplejo Fernando de Rojas s.XV
    editado julio 2016
    Tengo la sensación de que describes un mendigo "mental", como un promedio de todos los mendigos que hemos visto en las series y las películas. No sé si por el tipo de lenguaje que empleas o por qué. Puede que necesite datos propios de esa persona, datos insólitos o realmente únicos, que lo convierta en algo más que un "mendigo" genérico. Quizás haya un problema en el punto de vista pues tú, como narrador, estás tan presente como el objeto del interés que se supone que es ese hombre.

    Creo que el lenguaje ganaría si se puliera algo menos el lenguaje y se emplearan palabras más sencillas.

    saludos, espero te sirva
  • Ocos TagonOcos Tagon Anónimo s.XI
    editado julio 2016
    Me gustó mucho. Gracias por compartirlo. Está bien estructurado, la idea es fresca y me parece que encontraste una linea muy certera para contar esta imagen. En mi lectura final de tu texto entendí esto: la miseria existe solo ante una mirada externa. ¿será que pensabas en eso cuando escribiste?
    No importa, los diálogos del hombre de los cartones son además buenísimos. Ahora bien, a diferencia del comentario anterior, para mi gusto directamente sobran algunos adjetivos por acá y por allá, palabras que pueden ser suprimidas sin que afecte para nada el sentido o la atmósfera de lo que decís y cuya extracción haría al texto mas eficiente. (decir, por ejemplo: sobrellevar el invierno, o labradas por la intemperie, sería, a mi entender, preferible) Por último hay dos o tres aliteraciones que chirrian bastante al principio. (arrebujado en una ajada, ajeno al ajetreo, y alguna otra pero ya mucho menos importante)

    Un gusto leerte.
    Saludos
  • DinoDino Fernando de Rojas s.XV
    editado julio 2016
    Me ha gustado. Al protagonista del relato yo lo veo más como un trapero o un buhonero que como un mendigo, siendo dos tipos de persona distintos aunque tengan algunas cosas en común.

    Choca la constancia y la disciplina en la tarea de comerciar con la chatarra y demás objetos como si estuviera realizando una actividad económica más (incluso se toma vacaciones). Puede que sea la manera que tiene de sentirse aún parte del sistema que le ha expulsado.
  • pinkipinki Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado julio 2016
    Me parece muy bien encuadrado en nuestra actual realidad socio económica, para mí ahí reside su interés, pues nos hace ver cómo la exclusión social es algo mucho más generalizado que hace un tiempo. Y hay gente empujada a la calle, no tanto por alcoholismo o enfermedad mental latente, sino por las circunstancias económicas con las que tropiezan.

    Saludos
  • editado agosto 2016
    Leí tu relato. Gusté del lenguaje directo y sin tener en cuenta reglas pre-establecidas.
    Un caso más de esos personajes ambulantes, que sólo algunos los ven, y que se arriesgan inclusive, a entablar conversación con ellos.

    Shalom, amigazo
  • muy bueno  amigo
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    Hola, beethoven

    Felicitaciones. Me ha gustado. Aunque el texto lo veo demasiado escueto.

    A mí, tan de ordinario de miel romántica, me hubiese gustado un final más feliz para el pobre "Madriles". No sé... un cambio radical para bien de su existencia, un golpe de suerte que le hubiese cambiado la vida, habidas cuentas de que no relatas ningún hecho o dicho malos en la vida del desdichado vagabundo.

    Saludos cordiales
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