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Final de Erachicha

Nicholas FlamelNicholas Flamel Pedro Abad s.XII
editado enero 2008 en Ciencia Ficción
Finalmente el grupo llegó a donde deseaba, fue mucho lo que caminaron para lograrlo, demoraron 5 días en realizar completo su trayecto. En los límites del reino, imperaba el caos. Se efectuaba una batalla sin tregua, por los Tarascos, peleaban mayoritariamente Otomís, los cuales eran usados por los éstos para resguardar la frontera. También luchaban bastantes guerreros P’urépechas y en cada momento se sumaban más. Al parecer las fuerzas enemigas eran mayores y los guerreros Tarascos ya no resistían.
El hombre quedó absorto ante lo que vio, ese espectáculo lo cautivaba, le producía una extraña sensación que combinaba el miedo con la diversión. Durante algunos minutos no hizo más que observar, hasta que un guerrero lo tomó del hombro y le dijo: “Empieza ya tu trabajo, necesitamos triunfar, las tropas se agotan”. El hombre estaba atrapado, no sabía que hacer, ni siquiera había desmentido los poderes que le adjudicaban. Finalmente se paró, vio como las sirvientas dejaban el lugar, ellas terminaban su trabajo y comenzaban el viaje de regreso al palacio imperial. Caminó algunos pasos hacía los guerreros, sin saber realmente lo que hacía, les pidió una arma, le dieron una fuerte lanza.
Ya decidido, corrió al campo de batalla, los guerreros lo siguieron. Peleó fieramente contra el enemigo, nunca antes había luchado, pero parecía que había dedicado su vida a ello.
En medio de la batalla, cuando el hombre había perdido todos los posibles miedos, se escuchó una voz, una hermosa voz. Una persona realizaba un intenso llamado, en el cual, repetía sólo una palabra, ésta era: “Erachi”. El hombre, sin pensarlo, reaccionó, tenía que impedir que Atziri fuera dañada a causa de aquella batalla. Corrió hacía la niña, la que velozmente se acercaba a él. Cuando el hombre iba a tomar a la P’urépecha, sintió un fuerte dolor, le habían dado en el hombro con un Atlatl, un arco y flecha Azteca. Apenas soportando el dolor, intentó tomar a la niña, pero antes que lo hiciera, lo inmovilizaron los enemigos, era convertido en un prisionero de los aztecas. Entonces fuertemente gritó: “Corre Atziri, aléjate de aquí”. Sin percibir del todo lo sucedido, la niña intentó correr, pero al poco correr, ya había caído en manos de los guerreros enemigos.
Los P’urépechas finalmente triunfaron, pero los Aztecas sobrevivientes lograron llevarse a varios prisioneros, entre ellos al hombre y Atziri.
Un desesperante sufrimiento invadía al hombre, ya comenzaba a anochecer y lo habían hecho caminar desde que lo capturaron. Su herida le producía dolores infernales y no lo dejaban descansar por ni siquiera un minuto. Aún así trataba de mostrar lo positivo de éste suplicio, lo hacía para lograr calmar a la niña. Ésta estaba muy asustada y no hacía más que pedirle disculpas al hombre diciéndole: “Perdóname, todo es mi culpa, no debí seguirte hasta los límites del reino”, tranquilo el hombre le contestaba: “No es tu culpa, fue mi culpa por no protegerte de forma efectiva, por favor perdóname”. Así pasaron la mayoría del camino, apoyándose mutuamente. Largo fue el trayecto por el cual los llevaron los guerreros Aztecas y poco fue el descanso y alimento que le prestaron. El hombre apenas aguantaba esta horrible situación, pero solía decirle a la niña: “No te preocupes, en cualquier momento lograremos escaparnos y nos liberaremos de este suplicio”. Pero el hombre sabía que eso era casi imposible y las esperanzas de que ello ocurriera eran mínimas.
Después de varios días el grupo llegaba a una ciudad Azteca. Llevaron a los prisioneros a un templo donde tendrían que esperar que sus enemigos decidieran su destino. Los prisioneros se encontraban en pésimas condiciones y la mayoría ya sabia que le deparaba el futuro. El hombre, aunque no conocía exactamente lo que pasaría, sabia que no seria nada bueno y hacía todos los esfuerzos posibles por calmar a la niña, la que ya no hacía más que llorar.
Un día, el cual, el hombre, nunca lograría olvidar, un grupo de guerreros se llevó a todos prisioneros, al parecer se iba realizar una importante celebración. A los P’urépechas los condujeron al templo más importante de la ciudad. Ahí se encontraban otros grupos de prisioneros, más grandes que el de los ellos. En ese gran templo se lograban observar varios sacerdotes en un altar, el cual estaba perfectamente arreglado y ordenado. El hombre descubrió lo que pasaría, iban a hacer sacrificados como tributo a los dioses Aztecas. Quedó completamente perturbado, no había forma de escapar y sólo se podía esperar el inminente final. Miró a la niña y lo invadió una horrible sensación de culpa, no le podía decir lo que pasaría, pero tampoco era capaz de mirarla a los ojos y no romper en llanto. Finalmente, los sacerdotes, dijeron algunas palabras, al escuchar, los P’urépecas, exclamaron con angustia: “Sacrificaran a todos los niños”. El hombre, desesperadamente abrazó a la niña y las lágrimas comenzaron a caer por sus ojos. Se aferró a la niña fuertemente y le dijo: “Recuerdas que prometí contarte como es el palacio Imperial, es bello, es maravilloso y en él todo posee majestad.” Y luego dijo: “Pero las apariencias engañan y no todo en ese lugar es maravilloso, ahí habitan seres horribles, que son capaces de destruir vidas ajenas con tal de conseguir lo que desean”. La abrazó con completo frenesí, la niña, extrañamente serena, solo dijo: “Te quiero, Erachi y aunque no estemos juntos siempre te querré”. Un guerrero intentó llevarse a Atziri, pero el hombre no se lo permitía y gritaba entre el llanto: “Te quiero Atziri, no dejare que te lleven”. Entonces el guerrero golpeó fuertemente al hombre y logro llevarse a la niña. Un fuerte grito se escuchó, entre un desesperante y estremecedor llanto, el hombre gritó: “No Atziri, no te vayas”, a lo que la niña solo respondió: “Te quiero Erachi, adiós”. El hombre fue inmovilizado por un grupo de guerreros y sólo su llanto se escuchó, un llanto horrible, un llanto angustioso, que habría desesperado al más paciente de los humanos. Con objetivo de callarlo, los guerreros, lo golpearon una y otra vez hasta que perdió la conciencia.
En el altar reunieron a los niños de los diferentes grupos de prisioneros. Se dio inicio a la ceremonia, uno en uno los niños fueron sacrificados, a cada niño lo sostenían algunos sacerdotes mientras otro con un puñal les abría el pecho y, todavía vivos, les arrancaba el corazón. Luego el órgano era depositado en un recipiente llamado “Cuauxicalli” para ser ofrecido a los dioses. Durante aquella ceremonia se escucharon desesperantes gritos de parte de aquellos infortunados niños, pero Atziri nunca perdió la calma, por alguna desconocida razón se sentía completamente tranquila.
El hombre no logró ver la horrible muerte de la niña, pero nunca volvió a ser el mismo. Luego de la ceremonia, los prisioneros fueron regresados donde eran mantenidos en cautiverio, el hombre, junto a los otros P’urépechas, fue llevado al templo, el mismo en el que estuvieron hasta aquella mañana.
Cuando el hombre despertó fue perturbado por la angustia, no lloro, ni rió. Ya no era capaz de demostrar expresión alguna.
Durante los próximos días no hizo más que sentarse, bajar la cabeza y mantener su triste semblante. Dejó de alimentarse, ya no tenía interés en alargar su miserable vida.
En no más de 5 días los prisioneros nuevamente fueron llevados al templo en donde fueron sacrificados los niños. Esta vez, todos morirían. Uno por uno fueron llevados al altar, el hombre no puso resistencia alguna, no le importaba morir. Un grupo de guardias llevo al hombre hasta el lugar de sacrificio, cuando lo hacían algunos P’urépechas gritaron: “No sacrificaran al enviado de Curicaueri”. Los sacerdotes Aztecas los escucharon y murmuraron unas palabras entre ellos. Cuando llegó al altar el hombre fue tomado por sus cuatros extremidades, 4 sacerdotes fueron quienes lo sostuvieron. Un quinto sacerdote dijo: “Así que eres enviado de Curicaueri, entonces tu sangre es más valiosa”. Segundos después la daga empuñada por el sacerdote abría con un certero golpe el pecho del hombre. Luego el sacerdote retiró su corazón, en el cuerpo del hombre la vida se extinguió. Los más importantes sacerdotes comieron de la carne del hombre y probaron la sangre escurrida de su cuerpo.
Ese día todos los prisioneros murieron, fue un día manchado por sangre, un día en el que se destruyeron sueños y destinos, un día imposible de olvidar. Al atardecer el cielo era rojo, rojo como la sangre que fue derramada y los corazones destruidos. Luego al anochecer el cielo se tornó de un color negro, de un negro absoluto, un negro que no permitía la mínima intervención de la luz, un negro que hacía recordar el fuerte odio cultivado por los ahora muertos prisioneros. La negra noche cambió con la esperada llegada de la luna, la que radiante destruía la impenetrable oscuridad. Aquella luna irradiaba una fuerte luz, tan fuerte como el lazo que unía al hombre con Atziri, aquel lazo irrompible, el cual perduraría por siempre.

Pequeños y revoltosos rayos de sol penetraban en la extraña habitación, una habitación de paredes blancas y baldosas opacas, donde la tranquilidad y un silencio ensordecedor imperaban. Cerca de la ventana, por la cual entraban intrépidos los rayos de sol, se posicionaba una simple cama, con una notoria falta de arreglo y ventilación, sobre ésta yacía un cuerpo inerte, sumido en un monótono sueño.


Fuera de la habitación había una pequeña ficha, en aquella ficha se lograba leer lo siguiente:

Nombre del Paciente : Desconocido
Edad : 22 Años
Enfermedad : Esquizofrenia

En el aquella ficha se mencionaban más datos, los cuales son, para nosotros, irrelevantes.
Dentro de la habitación despertaba el hombre, la sorpresa lo invadió, como era posible que estuviera nuevamente en aquel lugar. En ese momento entró alguien, por la puerta ingresó una enfermera, que sin aviso previo dijo: “Ya despertaste, dormiste casi un día entero, estábamos preocupadas”. El hombre la interrumpió y dijo: “¿Qué es este lugar?, se que estuve aquí, pero no logro recordar el por que”, la enfermera, tristemente, dijo: “Veo que no lo recuerdas, pero desde hace 7 años estas en este lugar, este sitio es una clínica mental, llegaste aquí a causa de que tus padres, al enterarse de tu enfermedad, te abandonaron, nosotros te acogimos y te prestamos tratamiento”, sin permitir interrupción la mujer continuó: “Nunca hemos conocido tu nombre y siempre que te lo preguntamos dices no recordarlo”. Después de escuchar aquello, el hombre recordó una vida. Conocía a aquella mujer y sabía la enfermedad que padecía, éste lugar lo conocía muy bien. Pero entonces realmente estuvó junto a Atziri, a los niños, al Cazonci, los Sacerdotes. Todo apuntaba que su aventura en Michoacán prehispánico no era más que un fantasioso producto de su enfermedad. Esto lo desesperó, se levantó y trató de abrir la puerta, pero ésta estaba cerrada. Fuera de aquella puerta se encontraba un pasillo, un pasillo lleno de gente y bullicio. Más allá del pasillo, fuera del recinto, había una gran ciudad, en aquella ciudad la belleza se había extinto y el ruido era tan común como la gris contaminación que la adornaba.
El hombre se resignó, y triste volvió a su cama. Cuando se acostaba, observó su muñeca derecha, algo en ella lo cautivo y cambió su triste rostro por una resplandeciente sonrisa. La enfermera, luego de ver lo sucedido, dejó el lugar llevando un angustioso semblante.
Cuando el hombre estuvo absolutamente solo, revisó una removible baldosa. Ésta era usada para esconder objetos de forma clandestina, en esta ocasión ocultaba un cuchillo, el cual se había guardado con el fin de ser usado en el momento adecuado. Ya con en él en la mano, el hombre, sin previo aviso cortó su cuello, terminó con su vida. Finalmente el hombre era libre, libre de todo el sufrimiento padecido en su vida, libre de su horrible enfermedad, libre de su triste existencia.
Ese mismo día, un par de horas después, volvió la enfermera y contempló la desagradable escena. Observó el cuerpo por largo tiempo, algunas lágrimas cayeron por su mejilla, aunque sabia que aquel hombre nunca logro ser feliz, era inevitable la tristeza. Antes de dejar el lugar y dar aviso de lo sucedido, la enfermera notó algo, algo nunca antes visto. Ésta descubrió algo en la mano derecha del hombre, observó que está llevaba sujeta por la muñeca una pulsera, la cual llevaba tallado pequeños animales, entre ellos un águila, un toro y una mula.
El hombre ahora era feliz, en el horizonte visualizaba una enorme y hermosa pradera, más allá podía ver unas hermosas e imponentes montañas, y coronando esa absoluta belleza, se hallaba el más majestuoso de los lagos. En ese momento, eufóricos gritos, interrumpieron el memorable momento. Alguien gritaba con todas sus fuerzas: “Erachi”.
El corazón del hombre se exaltó, la felicidad invadía hasta el ultimo rincón de su ser. Giro su cabeza, buscando al responsable de los gritos, vio una pequeña niña de no más de 7 años, ésta poseía unos hermosos y penetrantes ojos, capaces de ablandar hasta la más dura de las almas y un cabello largo y libre, de un intenso color azabache.


FIN

Comentarios

  • JavincyJavincy Fernando de Rojas s.XV
    editado enero 2008
    Hola Nicholas.

    La moraleja de que no hace falta tener un palacio y sirvientes para ser feliz es bonita. La manera en la que Echari va descubriendo lo que le rodea me ha gustado mucho pero el final inesperado me ha resultado demasiado largo.

    Un abrazo.
  • rocinanterocinante Garcilaso de la Vega XVI
    editado enero 2008
    Hola NIcholas:

    La verdad es que he intentado acabar tu relato, pero no he podido. Y eso es que la historia está muy bien y el mensaje que conlleva también, pero me ha parecido largo, pero además de eso, muy "espeso" y disculparme pero como escritor aficionado, entiendo, y siempre bajo mi humilde punto de vista es que con la escritura hay que darle al lector momentos de "reposo", hacer un "alto" en la narración y explayarse en la contemplación del entorno y los rasgos de los personajes.

    Como en la pintura a los textos hay que darle "paisaje", contemplación de los escenarios, algo de poesía, porque así resulta mas ameno y distraido.

    No sé,......... eso es lo que así al pronto se me ocurre decirte sobre tu relato.

    Sigue escribiendo pero hazlo desde el lado poético de la narración, descriptivo y contemplativo a la vez de lo que imaginas, así gustarás más.

    Saludos cordiales.

    Rocinante
  • Nicholas FlamelNicholas Flamel Pedro Abad s.XII
    editado enero 2008
    Gracias por los comentarios ^^.
    Rocinante:
    Entiendo y comparto completamente tus criticas.
    Vuelvo a aclarar que fue uno de mis primeros intentos en la escritura extensa y seria. Y he intentado enmendar mis errores en cada uno de mis futuros escritos.
    Y Javincy eres uno de los pocos a los que le ha gustado este relato, gracias nuevamente por tu comentario.
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