Recuerdo vívidamente aquella ocasión en que regresaba de la escuela.
Había llovido copiosamente a lo largo del día, y las calles anegadas referían un espectáculo poco común en esta tierra árida y tropical.
Serían quince después de las nueve, cuando Marvel y yo decidimos ¡por fin! en medio de aquella lluvia torrencial y cerrada oscuridad (porque habían cortado el suministro eléctrico) arriesgarnos a dar un paso fuera del plantel y mínimo empaparnos todas, amén de que nos cayera un rayo, Dios no lo quisiera.
Ella odiaba los autobuses –apestan- decía, pero en momentos como este debería ser más flexible y adaptarse a la situación, en taxis, ni pensar, ninguno se arriesgaba a quedarse varado, así que haciendo acopio de todo nuestro valor emprendimos el camino hacia nuestras casas.
Teniendo por entendido que las distancias se acortan con la plática, discurríamos animadamente sobre los sucesos del día, sin sospechar eventualidad alguna, digo, no tendríamos por qué.
A mitad del trayecto Marvel insistió en que camináramos por el arroyo vehicular y no sobre la acera, ya que los desniveles en ellas, podrían exponernos a algún peligro.
No sé si por herencia o valemadrismo suelo ser muy reacia a acatar órdenes pero con tal de no contrariarla y debido a las circunstancias accedí a hacer lo que pedía.
Y, entre la no menos ordinaria penumbra, mi momentánea distracción ante el peculiar paisaje y nuestra plática, no me percaté, sino segundos después de que aquella figura que caminaba junto a mí y a la que de vez en cuando miraba de reojo, había desaparecido.
A escasos centímetros, unos pasos atrás, yacía, atrapada en una de esas enormes alcantarillas que abundan en las ciudades.
Al principio, presa del pánico, quedé inmóvil, sin saber que hacer, después ese estado adrenalínico a que te somete el instinto de supervivencia, me hizo reaccionar, toda clase de aspavientos y gritos, salieron de mí, una chica generalmente tímida, logrando su cometido: llamar la atención de las pocas personas, que como nosotras, se habían aventurado a cruzar las calles así.
No solo nos costó trabajo sacarla, por el hecho obvio de la apremiante situación, sino por su actitud quejumbrosa e infantil, pues seguro era que no le dolían tanto los raspones y magulladuras como el amor propio.
Marvel resultaba ser, no solo mi mejor amiga, sino la chica más popular de la escuela, de belleza casi irreal y encanto etéreo, que bajo el ajetreo habían sucumbido, dejándola hecha sopa…
Después del susto reí todo el camino que restaba, y aunque ciertamente era mi mejor amiga… solo esperaba que después de burlarme hasta el cansancio lo siguiera siendo.
Comentarios
La puesta en escena es impecable.
Un abrazo
Mi gratitud por el tiempo invertido en leerme
Un abrazo fraterno desde México
Nery