Algo no iba bien. Cuánto tiempo tardaron en darse cuenta quizá sea lo de menos. El mismo tiempo era lo de menos, o probablemente lo más importante. Paradójico, sí, pero cierto. En aquella pequeña y tranquila ciudad todo se volvió incoherente, de una forma repentina e insospechada, y cuando alguien dio la voz de alarma, ya era demasiado tarde, o demasiado pronto…
-Lo ves, Mary?
- ¿El qué, Jack?
-¡La hora: las once y cuarenta y tres minutos de la mañana!
- Sí, ya lo veo –respondió, eludiendo la mirada de su novio-, pero baja un poco la voz, nos está mirando todo el mundo.
-¿Pero no ves que es la misma hora todo el puto tiempo? ¿No te das cuenta de que siempre es la misma hora?
- Jack, por el amor de Dios, se te habrá estropeado el reloj.
-¡No es mi reloj! ¡Pregúntale a quién quieras! ¡Oiga, señor, oiga! ¿Tiene hora?
- Jack, estás montando un espectáculo…
- Sí, son las doce menos veinte –contestó un anciano, entre contrariado y temeroso por la expresión de quien le hablaba a voces.
- ¿Lo ves, lo ves? Me di cuenta hace mucho tiempo, bueno, aunque en realidad no ha pasado el tiempo. Siempre este momento, este día soleado. Siempre igual. Es como si esta ciudad se hubiera atascado y nadie quisiera darse cuenta, ¿o es que todos tenéis miedo de que os tomen por locos?
- Jack…
- Lo sabes, Mary. Todos lo sabéis. Aquí pasa algo. Mira ese reloj, el de la farmacia, el que marca la temperatura. Llevamos aquí un buen rato, ¿y qué hora pone? Las once y cuarenta y tres.
- No tiene sentido nada de lo que dices. Es imposible –dijo, a la vez que retomaba la marcha. Aquellos que antes los miraban con curiosidad, volvieron a su rutina. Jack se adelantó, puso la mirada suplicante que tanto éxito tenía con ella y le dijo:
- Mary, si no me crees, tengo la prueba definitiva. Sólo te pido que tengas fe en mí. Si con esto no te convenzo, me rendiré y aceptaré que estoy loco.
- Estás loco, mi amor. Eso ya lo sé –bromeó-.
Caminaron por un “tiempo”, durante el cual Jack mostró su reloj varias veces, evidenciando en cada ocasión la misma hora. Se dirigían a un mirador, ubicado en lo alto de la ciudad. El día era magnífico, soleado, con una temperatura agradable, pero Mary notaba una inquietud creciente. Jack, sin embargo, sonreía.
Llegaron a su destino. El mirador ofrecía una vista embriagadora. La ciudad a los pies de la pareja, una llanura inmensa y en el horizonte las montañas lejanas. Al principio, Mary no sabía a dónde tenía que mirar. Jack la apremiaba, sonriendo, a que buscara lo extraño.
- ¿Qué es? No veo nada raro.
- Mira al cielo, cariño.
- Ya miro. Sólo veo muchos pájaros, volando lejos de aquí. ¡Qué curioso! ¿Has visto lo ordenados que vuelan, como si estuvieran en una carretera?
- No son pájaros. Son naves.
- ¿Cómo?
- Naves, coches voladores…no lo sé exactamente.
Mary permanecía con una expresión de asombro cercana a lo cómico. Algo le decía que había cierta verdad en semejante locura. Siguió con la mirada una de las filas de aquellos objetos voladores, que surcaban el cielo a gran velocidad, para comprobar que circulaban evitando su ciudad, mediante un rodeo de kilómetros de radio.
- Nos evitan. No quieren acercarse…-afirmó, presa de un miedo indefinible.
- Así es.
- ¿Qué ocurre, Jack?
- Ojalá lo supiera. Hace…-pensó largamente sus palabras- tiempo que observé algo raro. Siempre era la misma hora, el mismo día. Intenté salir de la ciudad, cada vez más confundido, y no pude. Las carreteras están vacías y el cielo repleto de coches voladores. Es una locura, un absurdo, pero puede que estemos atrapados en este día desde hace muchos años.
Mary observó entonces su reloj. Marcaba la hora maldita. Prestó atención al segundero, el cual avanzaba en apariencia con normalidad, pero si se fijaba bien, podía percatarse de la singularidad. Pensó en una rueda que se doblaba sobre sí misma, en una puerta abriéndose hacia dos sitios al mismo tiempo. La aguja del reloj se movía hacia dentro, como a otra dimensión, provocando una sensación de vértigo. Sintió la extrañeza en el interior del objeto.
- Jack-imploró-, tengo miedo.
- Y yo –aseguró, abarcándola con sus brazos.
- ¿Qué podemos hacer?
- Esperar, cariño, esperar.
Y así, abrazados, esperaron a que llegaran las once y cuarenta y cuatro.
Comentarios
Cosas como: <<todo se volvió incoherente...>>
E inmediatamente después: <<ya era demasiado tarde, o demasiado pronto…>>, queda muy bien.
Una pregunta: ¿Por qué esa hora?
Un saludo.
Es sólo una opinión.
Walter
Me ha gustado mucho .... Me ha dado la sensación de leer una de esas historias fantásticas de televisión de la serie "Dimensión desconocida" :eek: de una pareja en la trentena con sus trajes paseando por la calle, donde toda la acción pasa como si se tratara de un melodrama.
Muy bueno.