Le miró con disimulo mientras saludaba a su tía. El tiempo le había tratado bien, casi demasiado bien. Era cierto que tenía canas donde ella recordaba pelo castaño oscuro; y también era cierto que ese mismo pelo ahora canoso antaño era más espeso, y que había ciertas arrugas en torno a los ojos que antes no estaban. Pero su boca seguía siendo la misma, su mandíbula firme y cuadrada también era la misma, y conservaba la misma dulzura en sus ojos, a veces marrones y casi verdes cuando les daba el sol; aunque esa dulzura se solapaba de vez en cuando con cierta ironía mezclada con desdén cuando los entornaba. Sus manos también eran las mismas, esas manos de uñas siempre perfectamente recortadas que tantas veces la habían acariciado. Fue al mirarle las manos cuando se dio cuenta de que llevaba una alianza. ¿Qué querría decir? Tal vez no había conseguido olvidarse del todo de su esposa; al fin y al cabo era la madre de sus hijos y habían pasado juntos toda una vida. O quizá fuese la señal de que había un compromiso con esta mujer que ahora compartía su vida; incluso puede que tuviese la idea de casarse con ella y la alianza fuese un símbolo de ese compromiso. O puede que ya se hubiese casado. De ser así ella no tendría por qué haberse enterado. Si la boda era reciente…Sacudió la cabeza inconscientemente para espantar esos pensamientos; su fértil imaginación siempre le jugaba malas pasadas. Si se hubiera casado, lo lógico sería que su nueva esposa le acompañase en esta visita; que por otra parte sería bastante ilógica. ¿A qué venía? ¿Acaso querría restregarle que él si había sido capaz de rehacer su vida?
La voz de su hija saludando al recién llegado la sacó de sus pensamientos. Y no pudo evitar burlarse de ella cuando le llamó Pablito. Ese era el diminutivo por el que le llamaba toda la familia, ya que su padre también se había llamado Pablo; pero ahora lo encontraba fuera de lugar. Cayetana se justificó diciendo que la abuela y la tía Amelia siempre que hablaban de él le llamaban Pablito.
-Bueno, quizá Mamá tenga razón-adujo él. Ahora que soy abuelo…
Ana le miró, incrédula. Abuelo…la palabra la dejó sin aliento. Aunque en realidad ambos tenían edad suficiente para ser abuelos, y sus respectivos hijos también podían ser ya padres perfectamente.
-¿Nieto o nieta?-le preguntó.
-Una niña-dijo él sonriendo. Preciosa. Se llama Elena, aunque todos le llamamos Lena.
Ana recordó cuando vio por vez primera al hijo mayor de Pablo. Era un bebé de unos ocho meses; y ella misma estaba embarazada de su hijo. Los pies del bebé cuando le tuvo en brazos reposaban sobre su vientre, en el que gestaba una nueva vida. Dos seres que empezaban a vivir; y ellos mismos que llevaban caminos separados. Todavía le dolía, a pesar del tiempo transcurrido, todo lo que había pasado. Pero era absurdo llorar por la leche derramada.
Pablo se cambió de sitio, alegando que le daba demasiado el sol, y se colocó enfrente de ella; pero tan cerca que sus rodillas casi se rozaban debajo de la mesa. La miró y alargó la mano, pidiendo permiso para sacarle las gafas de sol. Ella asintió.
-Quería verte los ojitos. Necesitaba saber que siguen siendo azules.
-Azules si lo son. Aunque ahora hay arrugas.
-No digas tonterías. No has cambiado nada.
Pero Pablo no estaba siendo totalmente sincero. Era verdad que se conservaba muy bien; estaba delgada y tenía la piel cuidada. Pero… en su mirada y en toda ella había una inmensa tristeza. Y ella de niña y adolescente había sido alegre. La recordaba siempre a su lado, riendo, reclamando su atención constantemente, llamándole, pidiéndole que le ayudase con los deberes o que le escuchase porque quería leerle algo que había escrito para la profesora de Literatura. En ese momento la percibió como una mujer distante y un tanto fría. Se había calado de nuevo las gafas de sol y tenía los brazos cruzados sobre el pecho, en un claro intento de protección. ¿De qué tenía que protegerse? Aunque hacía calor, llevaba una chaqueta sobre los hombros. Y sobre todo, no se la había imaginado con el pelo tan corto. En su memoria ella siempre llevaba la melena con la que la recordaba de niña y luego cuando era una jovencita. Algo había cambiado. Le habían hecho daño, él podía percibirlo. Los dos habían sufrido. Sólo esperaba que las respuestas que necesitaba y que había venido a buscar no fuesen demasiado amargas. Pero se dijo a sí mismo que este es un riesgo que se corre cuando se quiere saber. Y el no saber es de cobardes. Él no quería serlo.
Comentarios
Muchas gracias por detenerte a leer. Es un honor. Saludos
Uy...me parece que ahí hay un montón de cosas que están pendientes de arreglar