Cómo romper
la cáscara del tiempo,
enredada en la entraña
del pasado...
Cómo salir, soltar la amarra
de ese espacio compacto
del recuerdo...
Soy la misma
que refleja su imagen
en la memoria ajada
de los días.
La que adopta
una máscara idéntica
y repite el vestuario
de la escena.
La que viaja y regresa
por el mismo camino
hasta la orilla.
La que al cerrar los párpados
refleja sus sueños
en la pupila inerte
de la noche.
La que vive el amor y el desamor
y repite por siempre
la historia circular
del laberinto.
En mí te pierdo, aparición nocturna,
En este bosque de engaños, en esta ausencia,
En la neblina gris de la distancia,
En el largo pasillo de puertas falsas.
De todo se hace nada, y esa nada
De un cuerpo vivo enseguida se puebla,
Como islas del sueño que entre la bruma
Flotan, en la memoria que regresa.
En mí te pierdo, digo, cuando la noche
Sobre la boca viene a colocar el sello
Del enigma que, dicho, resucita
Y se envuelve en los humos del secreto.
En vueltas y revueltas que me ensombrecen,
En el ciego palpar con los ojos abiertos,
¿Cuál es del laberinto la gran puerta,
Dónde el haz de sol, los pasos justos?
En mí te pierdo, insisto, en mí te huyo,
En mí el cristal se funde, se hace pedazos,
Mas cuando el cuerpo cansado se quiebra
En ti me venzo y salvo, en ti me encuentro.
¿Te acuerdas del laberinto?
Circunstancias, condiciones,
murallas de verde mirto,
a la izquierda, a la derecha,
tristemente regulares,
encauzaban nuestra ansia
con sus rectas inflexibles,
nos quitaban lo infinito.
¡Qué ir y qué venir tan torpes!
Las sendas del laberinto
nos parecían caminos
y todo era andar, doblar
esquinas sin horizonte
para encontrarnos, llorando,
otra senda como aquella
de que habíamos salido.
Yo buscaba, tú buscabas.
Yo corría por delante,
te decía: “¡Por aquí!”,
creyendo que había hallado
en mi corazón el hilo.
Y tú me mirabas triste,
te soltabas de mi mano
y tu sueño de salir
nos separaba, aunque estábamos
tan cerca, allí, tan unidos.
¿Unidos? Nunca estarás
unida, junta, conmigo,
en un laberinto: sólo
puedes estar junto a mí
cuando sientes muy abiertos,
para irte, para quedarte,
los rumbos y los caminos.
¡Cómo me dolió la vida
cuando te vi en la mirada
que ya te estaba pesando
en andar así conmigo:
que ya no eras mía, no!
Que a mi lado te tenía
no tu alegría gozosa,
no, ni tu alegre albedrío,
sino un penoso buscarle
salidas al laberinto.
Pero de pronto cantó
libre pájaro invisible,
por allá arriba. ¡Qué grito
di al ver lo que nos decía!
No andando, no, no con pies
se le encuentra su misterio
al amor o al laberinto.
Se le encuentra con el vuelo,
hacia arriba, con las alas.
Y ahora estamos escapados
de los sinos rectilíneos.
Libres, sueltos. Tú te vas,
volando, alegre. Te miro
te pierdo de vista. Espero.
¿Volverás, no volverás?
¿No podemos estar juntos
como están juntos dos pájaros,
en el azul voluntario,
mejor que en el laberinto?
Lo que yo te ofrezco ahora
no son caminos trazados
entre murallas de mirtos:
es un ámbito sin límites,
un cielo de amanecer
por donde tus vuelos tracen
libres, sueltos, jubilosos
tu destino. Mi destino.
Perdido en un laberinto
con paredes llenas de libros,
leer de aquí y de allá
tranquilamente, y entretenerse
un rato con los amigos, ir de copas, beber,
fumar, enamorarse…
es agradable, y placentero
y si no fuera
por ese mínimo hilillo de cordura
que procuramos acallar, suavizar
bajo la onda de una música
amortiguada, y si no fuera
por lo que hemos entrevisto en
destellos y por esa constante inquietud
que nos acompaña
asomándose de vez en cuando
hola! y que nos deja
como un niño con sus juguetes
por el suelo, absurdos, desarmados
y pregunta en el metro
cuando vuelves del curro
iluminado
y contestas que vale,
que es aquí.
Me encanta cómo suena en mis oídos esa historia de amor que regresa como en espiral a un laberinto circular, es muy visual ese pasaje, así como el inicio: "romper la cáscara del tiempo"... me imagino la evolución de una idea, así embalsamada.
Miente el vino como mienten los besos nacidos después de la lluvia que ejerció su oficio de cuchillo durante este mes de abril tan bipolar. Miente, la noche miente cuando se despide de tu maldito vientre cruel para devorarme con su lengua de fuego inexistente. Miente como miente la sal cuando se cae al suelo. Miente la muerte, miente. Miente la vida, miente. Mienten. Miente mi preferencia de vino, el reflejo de otro que pudo haber sido aquél pero terminó siendo vos, miente mi preferencia de aquel ante la obscenidad de la televisión. Miente la veracidad del fraude y la irreversibilidad de la competencia desleal. Yo miento porque digo que miento cuando no miento y porque digo que no miento cuando miento o porque digo que no miento cuando no miento (sí, eso es una mentira) o porque digo que miento cuando miento (sí, eso es otra mentira).
El baile de las máscaras comenzó con el desgarro adentro, justo debajo del pecho izquierdo. Desde allí la herida danza el sentido marcado por un ritmo anterior a los siglos diluidos por la nada. Una bomba de tiempo había activado la necesidad de demostrar el ser que no soy. Una broma del tiempo iniciaba mi búsqueda hacia la locura ya imposible como imposible cualquier salida de la realidad circular que nos planteó por allá Jorge Luis. El laberinto, qué bronca. -El final.
Ninguna fuerza tengo
para alzarte sobre tantos infiernos.
Tampoco puedo dar las coordenadas
que desde la oscura trastienda
a que aboca la noche,
escapado del fuego,
han de ponerte a salvo.
Laberintos te ofrezco.
Laberintos que habrás de transitar
sin guía, sin padrinos,
desnudo, desarmado.
Laberintos tan solo
donde habita esa música
y de ronda se cuela
esa inquilina ingrata y descarada:
la poesía.
Dentro del aparente
sinsentido de calles
que enmarañan mis pasos indecisos,
permanezco ligado
todavía a la externa realidad
por un fino, invisible, leve hilo.
¿O he de decir, mejor,
que la oscura, huidiza irrealidad
me conduce a su antojo en su guarida,
y envuelve mi destino
con su tela de araña más sutil?
Ariadna, no me obligues
a matar el misterio. Si lo hago
y regreso a tu lado, victorioso,
¿qué quedará de ti?
¿qué quedará de mí?
Ella estaba detrás del laberinto.
Lo supe al conocerla.
Aunque al principio, al relumbrar su cuello
en la puerta fugaz de aquel hotel
(creo que podía ser el Miguel Ángel,
y había un piano-bar), jamás me habría creído
que era posible entrar con tanta suerte
ni en ningún otro hotel, ni en cualquier otra parte.
Tenías que haberla visto. Tenías que habernos visto.
Era casi imposible imaginar
a dos seres tan frágiles,
con un fulgor tan raramente humano.
Y el brillo se quedó dentro del pecho,
como un tibio dolor del corazón.
Poco después moriste, pero ya pude ver
que había una hebra invisible, un deseo capilar,
en ti y en ella,
de no tener más freno que la muerte.
Y se lo dije entonces, quizá hasta un poco antes:
eres como un cachorro de león asustada.
Tú sólo tienes miedo de tener
ese miedo más grande que la vida.
Eres como un cachorro de león asustada,
porque un león no se rinde,
no cesa ni claudica,
se encrespa en la batalla,
apenas retrocede
y muere de un impulso o ruge y toma aliento
y vence a dentelladas.
Me gustaría decirte que fue fácil.
Me gustaría decirte que aún es fácil.
Pero ella está detrás del laberinto
y no hay salida fuera de sí misma:
es un hotel costero abandonado
donde todas las puertas nos llevan hasta el mar.
Broca y otros estudiosos,
anatomistas, alquimistas,
buscadores de sueños, quirománticos,
nigromantes y uno que otro necrofílico
(porque para entrarle a la disección de un cadáver se necesita sangre fría…), se encontraron con que el corazón, la pasión
y la vasa vasorum por la que ésta trascurre,
eran algo así como un laberinto,
pero en cuarta dimensión.
Obsesivos como si los persiguiera la mismísima muerte,
estaban afanados en saber que era el amor,
de donde viene,
a donde va,
porqué duele,
porqué a veces se convierte en silencio,
después en escarcha y luego en olvido,
o sea ¿qué carajos era el amor?
¡Había que entrar al interior de las entrañas de tan extraordinaria víscera!
No, no a liberar al minotauro o a hacerle la malagueña a Dédalo.
Había que develar el misterio del amor y por lo tanto del enamoramiento.
Y entraron. A la fecha no tenemos razón de si lograron salir…
Lo que hace a un laberinto, es el muro que delimita lo externo de lo interno.
El amor, como el laberinto,
no es tal si se está afuera;
la acción se da dentro,
el laberinto invita a la acción, a su recorrido,
un recorrido que implica descubrimientos, pero también temor.
Está lleno de vericuetos,
de pasillos ciegos,
de alternativas,
de dudas y de posibilidades.
Es una sierpe que nos guía, nos seduce,
nos amedrenta, nos acompaña o nos deja solos.
O tal vez el amor es ella misma,
la laberíntica Ariadna que nos lanza el hilo y lo tensa,
transformándose a sí misma en ese lugar de donde no se puede escapar…
Cuando aquellos dedos sensibles
toquen frágiles músicas
y lentamente vacilen
cambiantes luces de cirios,
sal de la fiesta. Mira
cuánta noche, qué extrema
soledad se te lleva,
por la risa, al hombre
justificado y libre
que nace de tu silencio.
La casa está perdida en un jardín
o un jardín esconde en su garganta el hogar que
vivimos,
lenguaje elemental,
laberinto de piedra,
las ramas de los árboles que abrazan
a ese mundo herido en el costado.
A veces el jardín respira y deja ver
esas paredes que alguna vez fueron de luz.
A veces inventan un mundo sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de la Historia.
La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré.
La casa está perdida en esa misma casa.
La casa es una pérdida constante
en cualquier jardín.
La casa es un jardín perdido
en el lugar de la memoria.
En el centro del oscuro laberinto, yace apesadumbrado un monstruo, olfateando inútilmente el aire, escuchando sus propios latidos, ansiando a ese ser diáfano y mortal que lo libere de sí mismo. Oculto en su prisión pide la muerte o, lo que es lo mismo, una callada libertad.
Llegas a cualquier sitio
a través de un poema:
el mundo viaja solo, y tú también
en su infinita red de vanidades
te dejas arrastrar
por símbolos, deseos,
buscando su sabor
con recuerdos gastados.
No te canses. Tampoco insistas.
Para qué preocuparse.
Quien más quiere avanzar más retrocede
en este laberinto donde olvidas
el único color de los matices,
su frágil soledad difuminada,
y arrojas sus palabras al vacío
y al caos.
Quiero crear un mundo clandestino
de innombradas palabras.
Y me dirás amor de una forma tan nueva
que estrenaré primicias
cuando tus manos sabias
se estremezcan convulsas
entre la suave tela de mis vestidos blancos.
Y nombrarás mi cuerpo
acariciando con tus dedos de dios
rincones...laberintos
hasta crearlo todo.
Y al son de tus palabras
y el perfil de tus labios
aparecerán lugares y confines
que nunca fueron amados
por hombre alguno
pues son desconocidos
por no existir nombrados
en ningún manual de anatomía.
No me acuerdo de las calles, de los primeros fuegos.
Tú me esperabas silencioso y azul como una ofrenda.
Tu mano me retenía tardes enteras,
con la claridad de los pájaros,
recorrías la monotonía de tejados y alamedas.
He reconocido con sorpresa y piedad
el frío sonámbulo de una tregua.
Reconstruyo con extrañeza
tu delgadez de pequeño elfo.
Tengo tierra y sangre hasta mi tranquilidad más recóndita.
Hace tiempo que he renunciado a vaciar mi buzón,
a recorrer los jardines invisibles de tu sexo,
y me cubro de escalofríos desde el principio de los tiempos.
Andante
La noche del eclipse de luna
bebías el cobrizo reflejo de la bruma en la marisma.
Mil incendios palpitan en la penumbra.
Penitencia oculta en una piel de lirio,
albero y negro de silencio.
Cabalgo al ritmo de mi temor,
ruido seco de tambores,
-el tiempo humilla con laureles-.
En los pantanos suaves el barro
cruje como las sienes sin luz de una muchacha.
Lento
Un bosque de cuchillos ciñe un traje de novia.
Es la patria del fuego y la ignominia
que habita en los suburbios calcáreos de la memoria.
Los pájaros siempre son una despedida,
silente y pálida,
como ciertos atardeceres en el mar.
Crece un muro con la lumbre del abandono,
con las palabras del fango,
-tinta de la sangre o de la piedra-.
Las manos viven dentro del espejo,
desatan sin asombros la crueldad del estigma
negro, de mares de furia estéril.
El velo está roto y en silencio.
Los puentes se extienden como tigres
en el ocaso.
Pálidos musgos y pianos enredan un aire antiguo.
En la selva cantan los muslos tristes de una muchacha.
Vivo
Una luna de alfanje corta el valle de Morna.
La húmeda niebla envuelve
el asiento trasero del destino.
Una hoguera de almendros
esclarecía el desamor.
El viento se acerca,
como una presencia
infinita.
La carretera serpea en la distancia,
como los cuerpos olvidados que van a dar al mar.
El fósforo de la tarde se dilata en los campos,
y el mar hace creer en otra vida.
Suenan, a lo lejos,
los tambores de la playa,
una pavana ausente,
el agua desamparada.
Las palabras comen de tu mano,
como gaviotas de fuego,
como úlceras de la madera.
Tañedor de cuerpos,
tu tez se ilumina en la brisa y en la pena,
aldaba de la lluvia.
Pero la isla se cierra, como un amante,
sobre sí misma.
Recordó la noche en que casi perdió la razón.
De todos los laberintos el mejor
es el que no conduce a nada
y ni siquiera va sembrando indicios
ya que aquellos otros
esos pocos que llevan a alguna parte
siempre terminan en la fosa común
así que lo mejor es continuar vagando
entre ángulos rectos y mixtilíneos
pasadizos curvos o sinuosos
meandros existenciales / doctrinas en zigzag
remansos del amor / veredas del desquite
en obstinada búsqueda de lo inhallable
y si en algún momento se avizora
la salida prevista o imprevista
lo más aconsejable es retroceder
y meterse de nuevo y de lleno
en el dédalo que es nuestro refugio
después de todo el laberinto es
una forma relativamente amena
de aplazar cualquier postrimería
el laberinto / además de trillada metáfora
frecuentada por borges y otros aventajados
discípulos y acólitos del rey minos
es simplemente eso / un laberinto /
cortázar se quejaba / entre otras cosas /
de que ya no hubiera laberintos
pero qué sino un laberinto
es su rayuela descreída y fértil
forzado a elegir entre los más renombrados
digamos los laberintos de creta samos y fayum
me quedo con el de los cuentos de mi abuela
que no dejaba vislumbrar ninguna escapatoria
en verdad en verdad os digo que la única fórmula
para arrendar la esquiva eternidad
es no salir jamás del laberinto
o sea seguir dudando y bifurcándose y titubeando
o más bien simulando dudas bifurcaciones y titubeos
a fin de que los leviatanes se confundan
así y todo el laberinto es tabla de salvación
para aquellos que tienen vocación de inmortales
el único inconveniente es que la eternidad /
como bien deben saberlo el padre eterno
y su cohorte de canonizados /
suele ser mortalmente aburrida
1
¿Dónde estamos? En ningún lado. En las palabras. Ni siquiera
en su casa. Pronto cada poema es inhabitable.
Y no se narra nada y ni uno lo pone por escrito
a sabiendas del héroe.
2
El relato se sitúa en el tiempo. La fábula
toma el hilo en el momento de la verdad, imagina
cómo encontrar el camino en el laberinto,
cómo engañar al monstruo.
3
¡Y la moraleja del relato
incendia la fábula!
Entramos en imagen, sobreexpuestos.
El monstruo instruye.
Contemplar los minutos para el final aturde los pasos,
sigue recto y, así el pasado,
se manchará de nuevas huellas
para perderse, otra vez, en el horizonte.
Anda, no pienses más, el día marcará el tiempo
que nunca es el que esperabas.
Ponte una corbata roja por los ideales,
no dudes el color de los zapatos
el negro pega con todo;
se mezcla con el blanco para hacerse noche
penetra en la pupila y hace ojos de bitácora
creando mil combinaciones únicas.
El café te espera en las esquinas, en las plazas
en las calles de estelaberinto,
que mueve sus aceras
y traslada gente de un lado para otro
mientras tú caminas por la compleja
estructura de una ciudad fantástica.
Alguien te saluda desde la cúspide
y tú sueñas llegar rápido.
Durante dos horas irreparables
una fuente de luz modificó
tus ojos delicadamente tarde.
Sobre la mesa amontonada
restan excusas entre nosotros.
Hace dos horas
el tiempo leudaba inexorable.
..... tres veces.
Ahora, éste resumen de instantes;
el de tu labio inferior
que consecuente interroga
la posibilidad
y mi decisión.
El teléfono insiste.
Tu mano leve presiona
mis líneas de vida y fortuna.
Imperturbable
acepto:
cinco minutos luego al silencio
del repique, el timbre será la muralla
final de este laberinto.
Debes hundirte los dedos
en el ombligo, con las dos manos
agrietarte,
derramar los lagartos y los sapos
las orquídeas y los girasoles,
virar al revés el laberinto.
Sacudirlo.
Sin embargo, no te vacías del todo.
Quizás una flema verde
se esconde en tu tos.
Tal vez no sabes que la tienes
hasta que un nudo
te crece en la garganta
y se convierte en rana.
Te cosquillea una sonrisa secreta
en el paladar
lleno de orgasmos diminutos.
Pero tarde o temprano
se revela.
La rana verde croa sin discreción.
Todos miran.
No basta con abrirte
una sola vez.
De nuevo debes hundirte los dedos
en el ombligo, con las dos manos
desgarrarte,
dejar caer ratas muertas y cucarachas
lluvia de primavera, mazorcas en capullo.
Virar al revés el laberinto.
Sacudirlo.
Esta vez debes soltarlo todo.
Enfrentar el rostro abierto del dragón
y dejar que el terror te trague.
—Te disuelves en su saliva
—nadie te reconoce hecha charco
—nadie te extraña
—ni siquiera te recuerdan
y el laberinto
tampoco es creación tuya.
Y has cruzado.
Y a tu alrededor espacio.
Sola. Con la nada.
Nadie te va a salvar.
Nadie te va a cortar la soga,
a cortar las gruesas espinas que te rodean.
Nadie vendrá a asaltar
los muros del castillo ni
a despertar con un beso tu nacimiento,
a bajar por tu pelo,
ni a montarte
en el caballo blanco.
No hay nadie que
te alimente el anhelo.
Acéptalo. Tendrás que
hacerlo, hacerlo tú misma.
Y a tu alrededor un vasto terreno.
Sola. Con la noche.
Tendrás que hacerte amiga de lo oscuro
si quieres dormir por las noches.
No basta con
soltar dos, tres veces,
cien. Pronto todo es
tedioso, insuficiente.
El rostro abierto de la noche
ya no te interesa.
Y pronto, otra vez, regresas
a tu elemento y
como un pez al aire
sales al descubierto
sólo entre respiros.
Pero ya tienes agallas
creciéndote en los senos.
Gloria Anzaldúa(Valle del Río Grande, Texas, EE.UU, 1942-2004)
Ser fecha y clave y laberinto,
todo se desliza por sus ojos mágicos,
los nombres son efímeros,
los niños demasiado trasparentes
y el tiempo se repite
como una sucesión de nidos de agua.
Aquella infancia tuya y mía,
el ancho espacio para la última lágrima
y sorprende el verano
como un viejo testigo de las cosas,
sobre ese punto de lluvia y de campana,
de fruto y de desierto,
somos un episodio,
cierta historia,
un escalón de espejos,
donde nos inventamos.
Comentarios
Cómo romper
la cáscara del tiempo,
enredada en la entraña
del pasado...
Cómo salir, soltar la amarra
de ese espacio compacto
del recuerdo...
Soy la misma
que refleja su imagen
en la memoria ajada
de los días.
La que adopta
una máscara idéntica
y repite el vestuario
de la escena.
La que viaja y regresa
por el mismo camino
hasta la orilla.
La que al cerrar los párpados
refleja sus sueños
en la pupila inerte
de la noche.
La que vive el amor y el desamor
y repite por siempre
la historia circular
del laberinto.
Cristina Maya
Mi laberinto es circular
voy cavando en el aire
con los ojos clavados
en la muerte
que me bebe
y me bebe
en cada vuelta.
Claribel Alegría
"Dentro del laberinto" de Enrique García Trinidad
En mí te pierdo, aparición nocturna,
En este bosque de engaños, en esta ausencia,
En la neblina gris de la distancia,
En el largo pasillo de puertas falsas.
De todo se hace nada, y esa nada
De un cuerpo vivo enseguida se puebla,
Como islas del sueño que entre la bruma
Flotan, en la memoria que regresa.
En mí te pierdo, digo, cuando la noche
Sobre la boca viene a colocar el sello
Del enigma que, dicho, resucita
Y se envuelve en los humos del secreto.
En vueltas y revueltas que me ensombrecen,
En el ciego palpar con los ojos abiertos,
¿Cuál es del laberinto la gran puerta,
Dónde el haz de sol, los pasos justos?
En mí te pierdo, insisto, en mí te huyo,
En mí el cristal se funde, se hace pedazos,
Mas cuando el cuerpo cansado se quiebra
En ti me venzo y salvo, en ti me encuentro.
José Saramago
¿Te acuerdas del laberinto?
Circunstancias, condiciones,
murallas de verde mirto,
a la izquierda, a la derecha,
tristemente regulares,
encauzaban nuestra ansia
con sus rectas inflexibles,
nos quitaban lo infinito.
¡Qué ir y qué venir tan torpes!
Las sendas del laberinto
nos parecían caminos
y todo era andar, doblar
esquinas sin horizonte
para encontrarnos, llorando,
otra senda como aquella
de que habíamos salido.
Yo buscaba, tú buscabas.
Yo corría por delante,
te decía: “¡Por aquí!”,
creyendo que había hallado
en mi corazón el hilo.
Y tú me mirabas triste,
te soltabas de mi mano
y tu sueño de salir
nos separaba, aunque estábamos
tan cerca, allí, tan unidos.
¿Unidos? Nunca estarás
unida, junta, conmigo,
en un laberinto: sólo
puedes estar junto a mí
cuando sientes muy abiertos,
para irte, para quedarte,
los rumbos y los caminos.
¡Cómo me dolió la vida
cuando te vi en la mirada
que ya te estaba pesando
en andar así conmigo:
que ya no eras mía, no!
Que a mi lado te tenía
no tu alegría gozosa,
no, ni tu alegre albedrío,
sino un penoso buscarle
salidas al laberinto.
Pero de pronto cantó
libre pájaro invisible,
por allá arriba. ¡Qué grito
di al ver lo que nos decía!
No andando, no, no con pies
se le encuentra su misterio
al amor o al laberinto.
Se le encuentra con el vuelo,
hacia arriba, con las alas.
Y ahora estamos escapados
de los sinos rectilíneos.
Libres, sueltos. Tú te vas,
volando, alegre. Te miro
te pierdo de vista. Espero.
¿Volverás, no volverás?
¿No podemos estar juntos
como están juntos dos pájaros,
en el azul voluntario,
mejor que en el laberinto?
Lo que yo te ofrezco ahora
no son caminos trazados
entre murallas de mirtos:
es un ámbito sin límites,
un cielo de amanecer
por donde tus vuelos tracen
libres, sueltos, jubilosos
tu destino. Mi destino.
Pedro Salinas
Nunca entendí lo que es un laberinto
hasta que cara a cara con mi mismo
perfil hurgara en el espejo matutino
con que me lavo el polvo y me preciso.
Porque así somos más de lo que fuimos
a la orilla del sol alado y fino:
de sangre reja y muro bien vestidos
de moho y vaho y rata amados hijos.
Roque Dalton
Perdido en un laberinto
con paredes llenas de libros,
leer de aquí y de allá
tranquilamente, y entretenerse
un rato con los amigos, ir de copas, beber,
fumar, enamorarse…
es agradable, y placentero
y si no fuera
por ese mínimo hilillo de cordura
que procuramos acallar, suavizar
bajo la onda de una música
amortiguada, y si no fuera
por lo que hemos entrevisto en
destellos y por esa constante inquietud
que nos acompaña
asomándose de vez en cuando
hola! y que nos deja
como un niño con sus juguetes
por el suelo, absurdos, desarmados
y pregunta en el metro
cuando vuelves del curro
iluminado
y contestas que vale,
que es aquí.
Jorge Díaz es poeta cordobés (1977-)
.
.
.
Sigo caminando por este inmenso pasillo
¿hacia dónde me dirijo? ¡estoy perdido!
los pasillos no dirigen a ningún lugar
tengo mucho frío, sin embargo mi sangre...
Mi sangre hierve, fluyendo por mis venas
siento que van a explotar...
Ya desesperado sin hallar la salida de este eterno
laberinto. Las bestias me persiguen y ya comencé
a desangrar, por aquellos zarpazos que
desfiguraron mi rostro y mutilaron parte
de mi cuerpo, con todas mis últimas fuerzas hallé
una puerta, agitado, desesperado, intento llegar
antes que ellos, con el último aliento abro la
puerta. Sí, ya estoy fuera! Tan solitaria la inmensa
habitación frente a mí y sin vacilar me introduje
dentro de ella... ¡ahora sí que estoy fuera!!!
Maximiliano Kosteki
Me encanta cómo suena en mis oídos esa historia de amor que regresa como en espiral a un laberinto circular, es muy visual ese pasaje, así como el inicio: "romper la cáscara del tiempo"... me imagino la evolución de una idea, así embalsamada.
Saludos
“La verdad está en el vino”
Alexander Blok
Miente el vino como mienten los besos nacidos después de la lluvia que ejerció su oficio de cuchillo durante este mes de abril tan bipolar. Miente, la noche miente cuando se despide de tu maldito vientre cruel para devorarme con su lengua de fuego inexistente. Miente como miente la sal cuando se cae al suelo. Miente la muerte, miente. Miente la vida, miente. Mienten. Miente mi preferencia de vino, el reflejo de otro que pudo haber sido aquél pero terminó siendo vos, miente mi preferencia de aquel ante la obscenidad de la televisión. Miente la veracidad del fraude y la irreversibilidad de la competencia desleal. Yo miento porque digo que miento cuando no miento y porque digo que no miento cuando miento o porque digo que no miento cuando no miento (sí, eso es una mentira) o porque digo que miento cuando miento (sí, eso es otra mentira).
El baile de las máscaras comenzó con el desgarro adentro, justo debajo del pecho izquierdo. Desde allí la herida danza el sentido marcado por un ritmo anterior a los siglos diluidos por la nada. Una bomba de tiempo había activado la necesidad de demostrar el ser que no soy. Una broma del tiempo iniciaba mi búsqueda hacia la locura ya imposible como imposible cualquier salida de la realidad circular que nos planteó por allá Jorge Luis. El laberinto, qué bronca. -El final.
AMALIA GIESCHEN (1982-)
.
.
.
He llegado al inicio,
como quien se extravía
bajo la rotación laberíntica
de un bosque sin raíces.
Y doy vueltas
tras la única gasa
que macera el silencio y su drenaje,
la dársena del tiempo.
He llegado al inicio
y mi cuerpo sin nombre
se llenaba de lámparas
sin reservar la hierba.
Y mi arena se oía
crepitar hasta el fondo
sobre el granizo muerto.
He llegado al inicio
sin saber hacia dónde desvivirme,
sin creer en la muerte de las olas,
habitando la ausencia de mí misma
Y no encuentro
el reloj
que repare mi arena.
Rosana Acquaroni
Ninguna fuerza tengo
para alzarte sobre tantos infiernos.
Tampoco puedo dar las coordenadas
que desde la oscura trastienda
a que aboca la noche,
escapado del fuego,
han de ponerte a salvo.
Laberintos te ofrezco.
Laberintos que habrás de transitar
sin guía, sin padrinos,
desnudo, desarmado.
Laberintos tan solo
donde habita esa música
y de ronda se cuela
esa inquilina ingrata y descarada:
la poesía.
TRINIDAD GAN (1960-)
.
.
.
Dentro del aparente
sinsentido de calles
que enmarañan mis pasos indecisos,
permanezco ligado
todavía a la externa realidad
por un fino, invisible, leve hilo.
¿O he de decir, mejor,
que la oscura, huidiza irrealidad
me conduce a su antojo en su guarida,
y envuelve mi destino
con su tela de araña más sutil?
Ariadna, no me obligues
a matar el misterio. Si lo hago
y regreso a tu lado, victorioso,
¿qué quedará de ti?
¿qué quedará de mí?
Lorenzo Oliván
Ella estaba detrás del laberinto.
Lo supe al conocerla.
Aunque al principio, al relumbrar su cuello
en la puerta fugaz de aquel hotel
(creo que podía ser el Miguel Ángel,
y había un piano-bar), jamás me habría creído
que era posible entrar con tanta suerte
ni en ningún otro hotel, ni en cualquier otra parte.
Tenías que haberla visto. Tenías que habernos visto.
Era casi imposible imaginar
a dos seres tan frágiles,
con un fulgor tan raramente humano.
Y el brillo se quedó dentro del pecho,
como un tibio dolor del corazón.
Poco después moriste, pero ya pude ver
que había una hebra invisible, un deseo capilar,
en ti y en ella,
de no tener más freno que la muerte.
Y se lo dije entonces, quizá hasta un poco antes:
eres como un cachorro de león asustada.
Tú sólo tienes miedo de tener
ese miedo más grande que la vida.
Eres como un cachorro de león asustada,
porque un león no se rinde,
no cesa ni claudica,
se encrespa en la batalla,
apenas retrocede
y muere de un impulso o ruge y toma aliento
y vence a dentelladas.
Me gustaría decirte que fue fácil.
Me gustaría decirte que aún es fácil.
Pero ella está detrás del laberinto
y no hay salida fuera de sí misma:
es un hotel costero abandonado
donde todas las puertas nos llevan hasta el mar.
Joaquín Pérez Azaústre
Broca y otros estudiosos,
anatomistas, alquimistas,
buscadores de sueños, quirománticos,
nigromantes y uno que otro necrofílico
(porque para entrarle a la disección de un cadáver se necesita sangre fría…), se encontraron con que el corazón, la pasión
y la vasa vasorum por la que ésta trascurre,
eran algo así como un laberinto,
pero en cuarta dimensión.
Obsesivos como si los persiguiera la mismísima muerte,
estaban afanados en saber que era el amor,
de donde viene,
a donde va,
porqué duele,
porqué a veces se convierte en silencio,
después en escarcha y luego en olvido,
o sea ¿qué carajos era el amor?
¡Había que entrar al interior de las entrañas de tan extraordinaria víscera!
No, no a liberar al minotauro o a hacerle la malagueña a Dédalo.
Había que develar el misterio del amor y por lo tanto del enamoramiento.
Y entraron. A la fecha no tenemos razón de si lograron salir…
Lo que hace a un laberinto, es el muro que delimita lo externo de lo interno.
El amor, como el laberinto,
no es tal si se está afuera;
la acción se da dentro,
el laberinto invita a la acción, a su recorrido,
un recorrido que implica descubrimientos, pero también temor.
Está lleno de vericuetos,
de pasillos ciegos,
de alternativas,
de dudas y de posibilidades.
Es una sierpe que nos guía, nos seduce,
nos amedrenta, nos acompaña o nos deja solos.
O tal vez el amor es ella misma,
la laberíntica Ariadna que nos lanza el hilo y lo tensa,
transformándose a sí misma en ese lugar de donde no se puede escapar…
Lucas Matus
Cuando aquellos dedos sensibles
toquen frágiles músicas
y lentamente vacilen
cambiantes luces de cirios,
sal de la fiesta. Mira
cuánta noche, qué extrema
soledad se te lleva,
por la risa, al hombre
justificado y libre
que nace de tu silencio.
Salvador Espriu
La casa está perdida en un jardín
o un jardín esconde en su garganta el hogar que
vivimos,
lenguaje elemental,
a ese mundo herido en el costado.
A veces el jardín respira y deja ver
esas paredes que alguna vez fueron de luz.
A veces inventan un mundo sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de la Historia.
La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré.
La casa está perdida en esa misma casa.
La casa es una pérdida constante
en cualquier jardín.
La casa es un jardín perdido
en el lugar de la memoria.
Enrique Molina
la nieve echa raíces, aposenta
sus zapatos de vidrio y muerde
con sus afilados dientes
al frío terciopelo de la tarde.
Protegidos bajo el palio del sol
viaja un colegio de pájaros de invierno;
sus sombras, carbones liberados
del oscuro silencio de la tierra,
quedan petrificadas sobre el hielo
y se graban, en el marmóreo cuerpo del estanque,
las huellas dactilares de la noche.
Se doblega la tarde cediendo territorio
al enemigo y el viento
va afilando el cuchillo vidrioso
de sus labios, borrando lentamente
el débil maquillaje en el rostro del sol.
Perdido en la maleza
siente la puñalada de la noche sembrando confusión
en el itinerario de su sangre,
se sabe herido al sentir el cuchillo
y se apresura a abandonar el laberinto.
Bien sabe él que hace tiempo se cerró la salida.
Laberinto - Hilario Barrero
En el centro del oscuro laberinto, yace apesadumbrado un monstruo, olfateando inútilmente el aire, escuchando sus propios latidos, ansiando a ese ser diáfano y mortal que lo libere de sí mismo. Oculto en su prisión pide la muerte o, lo que es lo mismo, una callada libertad.
Silvia Elena Bastasini
Llegas a cualquier sitio
a través de un poema:
el mundo viaja solo, y tú también
en su infinita red de vanidades
te dejas arrastrar
por símbolos, deseos,
buscando su sabor
con recuerdos gastados.
No te canses. Tampoco insistas.
Para qué preocuparse.
Quien más quiere avanzar más retrocede
en este laberinto donde olvidas
el único color de los matices,
su frágil soledad difuminada,
y arrojas sus palabras al vacío
y al caos.
Juan Carlos Abril
Quiero crear un mundo clandestino
de innombradas palabras.
Y me dirás amor de una forma tan nueva
que estrenaré primicias
cuando tus manos sabias
se estremezcan convulsas
entre la suave tela de mis vestidos blancos.
Y nombrarás mi cuerpo
acariciando con tus dedos de dios
rincones...laberintos
hasta crearlo todo.
Y al son de tus palabras
y el perfil de tus labios
aparecerán lugares y confines
que nunca fueron amados
por hombre alguno
pues son desconocidos
por no existir nombrados
en ningún manual de anatomía.
Juana Vázquez Marín
.
.
.
De "La epopeya del laberinto"
Adagio
No me acuerdo de las calles, de los primeros fuegos.
Tú me esperabas silencioso y azul como una ofrenda.
Tu mano me retenía tardes enteras,
con la claridad de los pájaros,
recorrías la monotonía de tejados y alamedas.
He reconocido con sorpresa y piedad
el frío sonámbulo de una tregua.
Reconstruyo con extrañeza
tu delgadez de pequeño elfo.
Tengo tierra y sangre hasta mi tranquilidad más recóndita.
Hace tiempo que he renunciado a vaciar mi buzón,
a recorrer los jardines invisibles de tu sexo,
y me cubro de escalofríos desde el principio de los tiempos.
Andante
La noche del eclipse de luna
bebías el cobrizo reflejo de la bruma en la marisma.
Mil incendios palpitan en la penumbra.
Penitencia oculta en una piel de lirio,
albero y negro de silencio.
Cabalgo al ritmo de mi temor,
ruido seco de tambores,
-el tiempo humilla con laureles-.
En los pantanos suaves el barro
cruje como las sienes sin luz de una muchacha.
Lento
Un bosque de cuchillos ciñe un traje de novia.
Es la patria del fuego y la ignominia
que habita en los suburbios calcáreos de la memoria.
Los pájaros siempre son una despedida,
silente y pálida,
como ciertos atardeceres en el mar.
Crece un muro con la lumbre del abandono,
con las palabras del fango,
-tinta de la sangre o de la piedra-.
Las manos viven dentro del espejo,
desatan sin asombros la crueldad del estigma
negro, de mares de furia estéril.
El velo está roto y en silencio.
Los puentes se extienden como tigres
en el ocaso.
Pálidos musgos y pianos enredan un aire antiguo.
En la selva cantan los muslos tristes de una muchacha.
Vivo
Una luna de alfanje corta el valle de Morna.
La húmeda niebla envuelve
el asiento trasero del destino.
Una hoguera de almendros
esclarecía el desamor.
El viento se acerca,
como una presencia
infinita.
La carretera serpea en la distancia,
como los cuerpos olvidados que van a dar al mar.
El fósforo de la tarde se dilata en los campos,
y el mar hace creer en otra vida.
Suenan, a lo lejos,
los tambores de la playa,
una pavana ausente,
el agua desamparada.
Las palabras comen de tu mano,
como gaviotas de fuego,
como úlceras de la madera.
Tañedor de cuerpos,
tu tez se ilumina en la brisa y en la pena,
aldaba de la lluvia.
Pero la isla se cierra, como un amante,
sobre sí misma.
Recordó la noche en que casi perdió la razón.
Beatriz Hernanz Angulo
De todos los laberintos el mejor
es el que no conduce a nada
y ni siquiera va sembrando indicios
ya que aquellos otros
esos pocos que llevan a alguna parte
siempre terminan en la fosa común
así que lo mejor es continuar vagando
entre ángulos rectos y mixtilíneos
pasadizos curvos o sinuosos
meandros existenciales / doctrinas en zigzag
remansos del amor / veredas del desquite
en obstinada búsqueda de lo inhallable
y si en algún momento se avizora
la salida prevista o imprevista
lo más aconsejable es retroceder
y meterse de nuevo y de lleno
en el dédalo que es nuestro refugio
después de todo el laberinto es
una forma relativamente amena
de aplazar cualquier postrimería
el laberinto / además de trillada metáfora
frecuentada por borges y otros aventajados
discípulos y acólitos del rey minos
es simplemente eso / un laberinto /
cortázar se quejaba / entre otras cosas /
de que ya no hubiera laberintos
pero qué sino un laberinto
es su rayuela descreída y fértil
forzado a elegir entre los más renombrados
digamos los laberintos de creta samos y fayum
me quedo con el de los cuentos de mi abuela
que no dejaba vislumbrar ninguna escapatoria
en verdad en verdad os digo que la única fórmula
para arrendar la esquiva eternidad
es no salir jamás del laberinto
o sea seguir dudando y bifurcándose y titubeando
o más bien simulando dudas bifurcaciones y titubeos
a fin de que los leviatanes se confundan
así y todo el laberinto es tabla de salvación
para aquellos que tienen vocación de inmortales
el único inconveniente es que la eternidad /
como bien deben saberlo el padre eterno
y su cohorte de canonizados /
suele ser mortalmente aburrida
Mario Benedetti
1
¿Dónde estamos? En ningún lado. En las palabras. Ni siquiera
en su casa. Pronto cada poema es inhabitable.
Y no se narra nada y ni uno lo pone por escrito
a sabiendas del héroe.
2
El relato se sitúa en el tiempo. La fábula
toma el hilo en el momento de la verdad, imagina
cómo encontrar el camino en el laberinto,
cómo engañar al monstruo.
3
¡Y la moraleja del relato
incendia la fábula!
Entramos en imagen, sobreexpuestos.
El monstruo instruye.
Stefaan Van Den Bremt, (Bélgica, 1941-)
.
.
.
Contemplar los minutos para el final aturde los pasos,
sigue recto y, así el pasado,
se manchará de nuevas huellas
para perderse, otra vez, en el horizonte.
Anda, no pienses más, el día marcará el tiempo
que nunca es el que esperabas.
Ponte una corbata roja por los ideales,
no dudes el color de los zapatos
el negro pega con todo;
se mezcla con el blanco para hacerse noche
penetra en la pupila y hace ojos de bitácora
creando mil combinaciones únicas.
El café te espera en las esquinas, en las plazas
en las calles de este laberinto,
que mueve sus aceras
y traslada gente de un lado para otro
mientras tú caminas por la compleja
estructura de una ciudad fantástica.
Alguien te saluda desde la cúspide
y tú sueñas llegar rápido.
Magdalena Salamanca es poeta madrileña (1973-)
.
.
.
La campanilla repica tres veces.
Durante dos horas irreparables
una fuente de luz modificó
tus ojos delicadamente tarde.
Sobre la mesa amontonada
restan excusas entre nosotros.
Hace dos horas
el tiempo leudaba inexorable.
..... tres veces.
Ahora, éste resumen de instantes;
el de tu labio inferior
que consecuente interroga
la posibilidad
y mi decisión.
El teléfono insiste.
Tu mano leve presiona
mis líneas de vida y fortuna.
Imperturbable
acepto:
cinco minutos luego al silencio
del repique, el timbre será la muralla
final de este laberinto.
(O el principio).
Gonzalo José Bartha (1972)
No basta con
decidir abrirte.
Debes hundirte los dedos
en el ombligo, con las dos manos
agrietarte,
derramar los lagartos y los sapos
las orquídeas y los girasoles,
virar al revés el laberinto.
Sacudirlo.
Sin embargo, no te vacías del todo.
Quizás una flema verde
se esconde en tu tos.
Tal vez no sabes que la tienes
hasta que un nudo
te crece en la garganta
y se convierte en rana.
Te cosquillea una sonrisa secreta
en el paladar
lleno de orgasmos diminutos.
Pero tarde o temprano
se revela.
La rana verde croa sin discreción.
Todos miran.
No basta con abrirte
una sola vez.
De nuevo debes hundirte los dedos
en el ombligo, con las dos manos
desgarrarte,
dejar caer ratas muertas y cucarachas
lluvia de primavera, mazorcas en capullo.
Virar al revés el laberinto.
Sacudirlo.
Esta vez debes soltarlo todo.
Enfrentar el rostro abierto del dragón
y dejar que el terror te trague.
—Te disuelves en su saliva
—nadie te reconoce hecha charco
—nadie te extraña
—ni siquiera te recuerdan
y el laberinto
tampoco es creación tuya.
Y has cruzado.
Y a tu alrededor espacio.
Sola. Con la nada.
Nadie te va a salvar.
Nadie te va a cortar la soga,
a cortar las gruesas espinas que te rodean.
Nadie vendrá a asaltar
los muros del castillo ni
a despertar con un beso tu nacimiento,
a bajar por tu pelo,
ni a montarte
en el caballo blanco.
No hay nadie que
te alimente el anhelo.
Acéptalo. Tendrás que
hacerlo, hacerlo tú misma.
Y a tu alrededor un vasto terreno.
Sola. Con la noche.
Tendrás que hacerte amiga de lo oscuro
si quieres dormir por las noches.
No basta con
soltar dos, tres veces,
cien. Pronto todo es
tedioso, insuficiente.
El rostro abierto de la noche
ya no te interesa.
Y pronto, otra vez, regresas
a tu elemento y
como un pez al aire
sales al descubierto
sólo entre respiros.
Pero ya tienes agallas
creciéndote en los senos.
Gloria Anzaldúa (Valle del Río Grande, Texas, EE.UU, 1942-2004)
Ser fecha y clave y laberinto,
todo se desliza por sus ojos mágicos,
los nombres son efímeros,
los niños demasiado trasparentes
y el tiempo se repite
como una sucesión de nidos de agua.
Aquella infancia tuya y mía,
el ancho espacio para la última lágrima
y sorprende el verano
como un viejo testigo de las cosas,
sobre ese punto de lluvia y de campana,
de fruto y de desierto,
somos un episodio,
cierta historia,
un escalón de espejos,
donde nos inventamos.
Beatriz Arias