El día estaba encantador, el sol brillaba y los pajarillos, volando de rama en rama,
gorjeaban anunciando la primavera...
--Pero, ¿cómo puedo encajar aquí un semáforo? ¡Esta vez no participo! --dijo, disgustado,
y lanzó lejos el bolígrafo.
Él se creía la última coca-cola del desierto y al ver a alguna chica bonita se le caía la baba por ella.
Por eso en el semáforo le escribió con su bolígrafo de oro: te espero en el encantador motel, donde siempre nos encontramos...no vio que una tracto mula iba a su encuentro.
Parece que no estamos muy inspirados esta semana, de momento sólo hay dos micros publicados. Os recuerdo que mañana es el último día para dejar nuestros textos en el subforo. Estaría bien que los fuéramos publicando.
Nunca olvidaría su primer encuentro. El esperaba en el semáforo y ella se acercó. Cuando se puso en verde, se sorprendió de que la mujer no cruzara la calle, fue entonces cuando se percató del nervioso bastoncillo blanco delante de ella. Encantador, le ofreció su brazo y charlaron mientras cruzaban la ancha avenida. Cuando llegaron a la otra acera, ella, a falta de bolígrafo, escribía números lentamente con la yema de su índice sobre la palma de la mano varonil, mientras él los memorizaba sonriente.
Llevaban veinte años casados y en cada aniversario se hacían un regalo.Él nunca quedaba satisfecho pero disimulaba; le parecía que su mujer carecía de imaginación mientras que él le hacía siempre un regalo encantador.
En el veinte aniversario ella le regaló un libro y un bolígrafo que parecía un semáforo: escribía en verde y cambiaba al rojo si detectaba un error.
-¡Por fin un regalo original! –exclamó para sus adentros-, y tendiéndole el libro le pidió que se lo dedicara.
Abrió el libro y escribió: “Al amor de mi vida”.
Una palabra quedó en rojo y él exclamó: ¡Esto no funciona!
Aquel hombre parecía encantador; se acercó a una jovencita, que estaba de pie junto a un semáforo, y le dedicó su mejor sonrisa.
Ella no regresó a su casa por la noche. Los padres, alarmados, llamaron a la policía. Sobre la mesa del ordenador de la chica, había un bolígrafo y una nota donde figuraban la dirección de una calle y un nick masculino.
Dudó un poco lo observó, era tan encantador. Sin embargo la decisión estaba tomada, sacó discretamente el bolígrafo de su bolsillo, pasó suavemente el dedo por la punta. El semáforo cambió el auto se detuvo, sin pensarlo hundió el bolígrafo en el cuello de ese ser despreciable. Sintió la sangre caliente salir a borbotones. Es increíble lo que puede hacer un simple bolígrafo.
Es emocionante encontrarme en el hospital con Manolete, que cansado de apuñalar toros decidió salvar vidas, lo veo con rostro de satisfacción y alegría con el alma liberada de tanto paseíllo, orejas, rabos y aplausos sangrientos. Le pregunto con curiosidad: "¿doctor ya no es matador?"
El con su cara de niño bueno me contesta:"cuando encontré a Tolstoi aquí a dos calles decidí cambiar de vida".
Voy en busca de Tolstoi, lo encuentro tirado en la calle pensativo.
-Maestro –le pregunto- ¿En qué piensa?
Tolstoi sin mirarme me responde: “en Islero”.
El vagabundo jugueteaba con la pulsera del hospital entre los dedos. Pensaba en el médico que le había tratado en urgencias; la edad y el nombre coincidían. Trató de recordar el rostro del hijo que le había arrebatado años atrás su vida bohemia. Quizás debería haberle preguntado al joven si había recibido una acuarela el mes pasado, por su cumpleaños. El doctor había examinado sus dedos manchados de colores, para después mirarlo a la cara con detenimiento. Tal vez, la próxima vez que su corazón le fallara, podría entregarle otra de sus obras, con una explicación tardía.
Como todos los días lo ve pasar, se acuerda de los sacrificios que hizo para verlo convertido en todo un doctor, el orgullo de su hogar.
Solo que al morir la madre, los hijos se fueron, nadie se acuerda de que él existe; por lo tanto no le queda sino su botella, eterna compañera, a la que le puede contar sus sueños.
Y en sueños pasa la vida, así se ve delante de su hijo el doctor, convertido en alcohólico, en una piltrafa humana, él apenas lo mira sin reconocerlo...
Aquel indigente acudió al hospital más cercano aquejado de un fuerte dolor en el pecho. Lo llevaron a un antiguo pabellón, algo alejado del principal, cuyo nombre no estaba escrito en la fachada, pero era comúnmente conocido por unos pocos trabajadores como el pabellón de pruebas.
Cuando el cirujano fue avisado de la llegada del mendigo, le dijo a su ayudante:
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gorjeaban anunciando la primavera...
--Pero, ¿cómo puedo encajar aquí un semáforo? ¡Esta vez no participo! --dijo, disgustado,
y lanzó lejos el bolígrafo.
Por eso en el semáforo le escribió con su bolígrafo de oro: te espero en el encantador motel, donde siempre nos encontramos...no vio que una tracto mula iba a su encuentro.
http://www.forodeliteratura.com/show...520#post214520
Llevaban veinte años casados y en cada aniversario se hacían un regalo.Él nunca quedaba satisfecho pero disimulaba; le parecía que su mujer carecía de imaginación mientras que él le hacía siempre un regalo encantador.
En el veinte aniversario ella le regaló un libro y un bolígrafo que parecía un semáforo: escribía en verde y cambiaba al rojo si detectaba un error.
-¡Por fin un regalo original! –exclamó para sus adentros-, y tendiéndole el libro le pidió que se lo dedicara.
Abrió el libro y escribió: “Al amor de mi vida”.
Una palabra quedó en rojo y él exclamó: ¡Esto no funciona!
Aquel hombre parecía encantador; se acercó a una jovencita, que estaba de pie junto a un semáforo, y le dedicó su mejor sonrisa.
Ella no regresó a su casa por la noche. Los padres, alarmados, llamaron a la policía. Sobre la mesa del ordenador de la chica, había un bolígrafo y una nota donde figuraban la dirección de una calle y un nick masculino.
Os copio el enlace del contenido de la propuesta:
http://www.forodeliteratura.com/showthread.php?p=215043#post215043
El con su cara de niño bueno me contesta:"cuando encontré a Tolstoi aquí a dos calles decidí cambiar de vida".
Voy en busca de Tolstoi, lo encuentro tirado en la calle pensativo.
-Maestro –le pregunto- ¿En qué piensa?
Tolstoi sin mirarme me responde: “en Islero”.
El vagabundo jugueteaba con la pulsera del hospital entre los dedos. Pensaba en el médico que le había tratado en urgencias; la edad y el nombre coincidían. Trató de recordar el rostro del hijo que le había arrebatado años atrás su vida bohemia. Quizás debería haberle preguntado al joven si había recibido una acuarela el mes pasado, por su cumpleaños. El doctor había examinado sus dedos manchados de colores, para después mirarlo a la cara con detenimiento. Tal vez, la próxima vez que su corazón le fallara, podría entregarle otra de sus obras, con una explicación tardía.
Como todos los días lo ve pasar, se acuerda de los sacrificios que hizo para verlo convertido en todo un doctor, el orgullo de su hogar.
Solo que al morir la madre, los hijos se fueron, nadie se acuerda de que él existe; por lo tanto no le queda sino su botella, eterna compañera, a la que le puede contar sus sueños.
Y en sueños pasa la vida, así se ve delante de su hijo el doctor, convertido en alcohólico, en una piltrafa humana, él apenas lo mira sin reconocerlo...
Aquel indigente acudió al hospital más cercano aquejado de un fuerte dolor en el pecho. Lo llevaron a un antiguo pabellón, algo alejado del principal, cuyo nombre no estaba escrito en la fachada, pero era comúnmente conocido por unos pocos trabajadores como el pabellón de pruebas.
Cuando el cirujano fue avisado de la llegada del mendigo, le dijo a su ayudante:
-Pónganle la anestesia y llévenmelo al quirófano.