Nunca pude establecer con exactitud cuándo fue la última vez que estuve frente a Pablo, el verdadero Pablo. Desde el día en que descubrí aquello, cada minuto he vivido temiendo por mi vida y por la de mi hijo. Pablo había muerto y aquel impostor ocupaba el cuerpo de mi antiguo marido. Solo Dios sabe cuánto valor tuve que reunir para no enloquecer en aquellos días.
Afortunadamente me mantuve en silencio y supe llorar a mi esposo sin que el intruso lo note. Gracias a Dios enseguida comprendí que mi supervivencia dependía de actuar normalmente, como si nada hubiera pasado. Parecía imposible lograrlo, pero la cosa que me miraba desde los ojos de Pablo no debía sospechar ni por un instante que yo sabía lo que era.
Desde entonces no he vuelto a rezar en voz alta. Me vi obligada a disimular y a comportarme de acuerdo a las expectativas de un matrimonio normal durante todos este tiempo. Debía interpretar mi rol de esposa y de madre a la perfección. Tuve que dominar a diario las ganas de huir al escuchar su llegada, y ahogar el grito en mi garganta cuando lo sorprendía observándome en silencio con aquella mirada nueva y extraña.
Noche tras noche, disfrazando la repulsión y el espanto que me provocaba, tuve que consentir que aquel falso Pablo me penetrase en la cama. Cientos de veces tuve que sentir el tacto de sus manos húmedas en todo mi cuerpo, y soportar las lamidas tibias de su enorme lengua deslizándose por mi piel como una serpiente. En aquellos momentos rezaba en silencio sin que un solo gesto evidenciase mi horror. Estoy segura que de haber hablado yo, que de haber actuado precipitadamente, me hubieran matado o encerrado por loca en algún manicomio. Si aquello pasaba, hubiera tenido que dejar a mi hijo a merced del intruso.
Estaba sola. No podía huir ni confiarme con nadie. ¿Quién de entre todos los amigos y familiares que me rodeaban me hubiera creído? El invasor no solo poseía el cuerpo de mi antiguo marido sino también sus recuerdos. El demonio interpretaba su personaje hasta en las cosas mas simples y cotidianas, al punto en que ni siquiera mi hijo, pequeño aún, fue capaz de notarlo.
A medida que pasó el tiempo aumentó mi fe en Dios. El fue mi apoyo. Sin Su ayuda, una simple mujer sola y aterrorizada como yo, jamás hubiera tenido las fuerzas para resistir tanto tiempo. Resistí sin embargo, y lo hice sin que ese rostro provocase en mí ni siquiera un vago sentimiento de familiaridad.
Nadie puede imaginar lo que viví estos tres años, vigilando al ser sin que lo notase, estudiándolo y obteniendo información, inventando pretextos para no dejarlo a solas con mi hijo pequeño, atenta siempre al menor gesto o señal de amenaza y dispuesta a luchar por nuestras vidas en cualquier instante.
Al fin estuve segura de que aquella entidad invasora, fuera cual fuera su naturaleza, al usurpar el cuerpo de mi marido había tenido que asumir también las debilidades humanas. Entonces empecé a prepararme.
Una noche...
Continúa...
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Y el día finalmente llegó, era aquella una gélida y tormentosa mañana de invierno. Aún cuando había estado despierta toda la noche me mantuve en la cama. Me fingí dormir y esperé a que el impostor se marchase a su fábrica según mis proyectos. Luego, una vez que se hubo marchado y me encontré a solas, con el objeto de establecer mi coartada para la noche, dejé a mi bebé durmiendo en su cuna y me fui hacia el mercado. Procuraba pasar inadvertida, así que me dirigí a un supermercado en la otra punta de la ciudad. Hice las compras, las guardé en el baúl de mi coche y volví rápidamente a mi casa. Nadie supo de mi viaje de compras de aquella mañana. Mantuve las compras escondidas entonces en el baúl de mi auto y guardé allí también una bolsa con ropas de hombre que había preparado. Quemé las boletas y me dispuse a esperar.
La mañana transcurrió normalmente. Mi falso marido volvió para almorzar como siempre lo hacía, y luego regresó a su fábrica sin sospechar nada.
Durante el resto de la tarde me dediqué a la oración. A eso de las seis, siendo ya de noche, le di el biberón a mi hijo y lo llevé a visitar a su falso padre al trabajo. A veces lo hacía porque aquello formaba parte de mi personaje de esposa.
Como dueño de su empresa, el falso Pablo solía quedarse allí solo hasta dos horas después de las seis, horario en que todo el personal de su fábrica se retiraba. Esa noche también lo encontré, según yo esperaba, encerrado en su pequeña oficina y absorto en el monitor de su computadora. El impostor fingió como siempre que se alegraba de vernos. Le dije que iría de compras y le ofrecí acompañarnos. Sabía de antemano que su respuesta sería negativa y lo fue. El falso Pablo se excusaba siempre. Alegó esta vez que tenía varios pedidos de fertilizantes de última hora y que quería dejar el papeleo listo para entregarlos a la mañana siguiente. Amablemente nos despedimos entonces hasta la cena y fingí retirarme.
Como me sabía observada por las cámaras de seguridad, atravesé la fábrica y salí como siempre por el portón de la entrada, pero esta vez tuve la precaución de dejarlo sin llave. Una vez fuera tomé el coche y lo estacioné a resguardo, a solo dos cuadras de allí. Oculté a mi bebé dormido entre algunas mantas detrás del asiento. Lo dejé allí sabiendo que solo dos comprimidos previamente disueltos en su biberón, eran suficientes para mantenerlo durmiendo a salvo durante unas horas. Dentro del auto cambié mi apariencia. Me puse entonces los guantes, las botas, la gabardina y el gorro de lana que llevaba en la bolsa y volví hacia la empresa. Volví caminando, cuidándome mucho de no ser vista por nadie y cubriendo por completo mi cabello y mi rostro.
Una vez en la fábrica, abrí sigilosamente el portón e ingresé nuevamente. Al otro día, quien examinara las cámaras de seguridad, solo vería a un desconocido moviéndose a tientas entre la penumbra e ingresando al recinto en la noche, minutos después de que la buena y descuidada señora se hubiese marchado.
Al entrar comprobé que la luz en la oficina de mi marido continuase encendida, tomé entonces una pesada herramienta con la que contaba de antemano y me dirigí hacia allí. Me movía lentamente por la fábrica a oscuras, paso por paso, consciente de que el menor ruido me traicionaría, caminaba e intentaba no especular ni por un momento en las consecuencias de ser descubierta en aquellas instancias.
Al llegar a la puerta de la oficina me detuve. Debía esperar a que el falso Pablo apagara las luces y saliera de la habitación para así derribarlo por la espalda sin dificultades. Ese era mi plan. Solo hacía falta que el impostor perdiera el sentido con el primer golpe, si aún así no había muerto, rematarlo luego sería mas sencillo.
Estaba también en mis planes que luego de acabar con mi pretendido esposo, violentaría la caja fuerte e incendiaría la fábrica. Obraría así solo para alentar la teoría de un vándalo desconocido ante las autoridades, pero aquello nunca llegaría a suceder.
Me encontraba escondida solo a unos metros del impostor. Lo sentía moverse y teclear allí dentro. El falso Pablo no daba señales de haberme escuchado y todo parecía ir marchando de acuerdo a mis planes. No sé cómo pasó, permanecía oculta esperando para atacarlo, cuando en un determinado momento lo vi frente a mí.
Aún hoy ignoro si me reconoció en ese entonces. Ambos quedamos paralizados durante un segundo y sin embargo reaccioné antes que él, y le di el primer golpe con la llave inglesa. Solo logré enfurecerlo. De inmediato el falso Pablo me tomó por el cuello con ambas manos y me arrastró a la oficina. Forcejeamos. Sentía sus manos afianzándose sobre mi cuello. Y comprendí que me estrangularía de un momento a otro si no lo apartaba. Así que espantada, haciendo acopio de todas mis fuerzas le di nuevamente otro golpe. Esta vez logré darle de lleno en la base del cráneo y lo sentí quebrarse. El golpe hizo que me soltase y que retrocediese unos pasos pero no que cayera. Aunque tambaleándose y cubierto de sangre, el maldito demonio se mantenía erguido. En cuestión de un segundo se abalanzó nuevamente sobre mí y me vi proyectada súbitamente contra la pared dándome de lleno contra unos estantes. Caí al piso sin poder evitarlo. Mientras tanto, aprovechando la oportunidad que se le brindaba, el falso Pablo había logrado extraer la pistola que guardaba en su escritorio y cuando logré incorporarme me apuntaba a la frente. Estaba perdida. Por sus ojos supe que iba a matarme en cuestión de un segundo. Y lo hubiera hecho de no haber vacilado solo un instante mas de lo necesario. En ese momento, sabiéndome acorralada le lancé una botella que arranqué de un estante sobre la pared. La suerte quiso que se estrellara violentamente contra su rostro. El balazo finalmente se disparó, pero no llegó a darme.
Estoy segura que fue la providencia la que puso esa botella a mi alcance. El líquido resultó ser una muestra de ácido sulfúrico que dejó finalmente al demonio fuera de combate, deformando su rostro y dejándolo ciego a partir de ese día.
Pero todo esto lo sabría después. En aquel momento escapaba aturdida y horrorizada, sin saber lo que había sucedido y dejando a mi falso marido chillando y retorciéndose de dolor contra el piso. Recuerdo que enajenada atravesé la fábrica y corrí hacia el portón. Todo había salido mal, pero a pesar de ello tuve la frialdad necesaria para culminar con la última etapa del plan programado.
Como pude llegué hasta el auto y comprobé que mi hijo dormía aún. Debía huir de inmediato, los gritos no tardarían en atraer a la gente. Enseguida me puse en marcha y me alejé del sitio. En el lugar previamente elegido me deshice de las ropas cubiertas en sangre y dejé que la corriente las arrastrara. Reparé mi apariencia y procuré controlarme. Recuerdo que di varios rodeos por la ciudad en el auto antes de volver a casa. Al detenerme, ya en la vereda frente a mi garaje hice sonar la alarma de mi auto como por error. Me aseguraba así de que mis vecinos me vieran volver del supermercado, descargar las compras del baúl de mi auto, cargar a mi hijo en brazos y entrar a la casa.
Como una esposa ejemplar acosté a mi hijo en su cuna, puse las compras en la cocina y me dispuse a aguardar a mi esposo preparando la cena. En aquellos momentos lo ignoraba todo, no sabía si mi marido estaba muerto o vivo, ni si me habría reconocido en algún momento. Aún en aquella terrible incertidumbre debía seguir desarrollando mi plan hasta el último instante. Si estaba perdida, mantener las apariencias no me haría mas daño. Decidí que lo haría hasta que ya no fuera posible. El teléfono ya sonaría y yo, mientras tanto, debía continuar actuando como si nada ocurriera. Por si acaso, escondí entre mis ropas un pequeño cuchillo y aseguré las ventanas. Por el momento, y a pesar de todo, mi plan continuaba.
Algún catalán podría confirmarlo, o tú mismo que has elegido esa palabra.
Como dice Amparo, la historia es espeluznante.
Saludos.
Muchísimas gracias a las dos por pasarse, leer y por comentar, nos estamos leyendo. Abrazote.
Sospechaba lo de la esquizofrenia, no lo hubieses mencionado hasta el final, para mantener el suspenso.
Tu narración crea expectativa, espero la continuación.
Un abrazo.
¿Me explico? ¿Será? Todavía no la escribí... Muchas gracias Juancho por leer y por comentar. Un abrazo.
Espero a que siga el relato. Igual nos das alguna sorpresa, a pesar del título ¿verdad?:D:D
Vengaaaaaaaa, que estoy impacienteeeeeeee.
jejejeje
Un cordial saludo.
Yo también estoy impaciente por conocer la continuación.Has sabido crear expectacióncon lo escrito hasta ahora.
Oye "capgras",es verdad que recuerda una palabra catalana. Traducido literalmente sería:cabeza-grande o cabeza-grasa.Se dice de una persona boba, tonta. Pero es solo una casualidad lingüística.
Saludos.
Ya estás tardando con el final o con la continuación. :D
Es bromita ¿eh?;)
Un cordial saludo
Ponerse trucha es entonces......¿vaguear?
Juan Humbleby, ni se te ocurra dejarnos a medias, que te la cargas, no se como, pero te la cargas.:D:D
Un afectusoso saludo.
¡Ah!, qué bueno lo de incorporar "un guiño" al significado en catalán.Teniendo en cuenta el personaje, no le iría mal.
Bueno, espero que no solo te lleves bien con la lengua catalana, sino conmigo. Hasta ahora sí.Por lo que he leído tuyo,creo que eres de los que distinguen entre "lo divertido" y lo agresivo. Gracias.
Un saludo.
Supongo que la tercera parte está muy trucha Salvador. (Y tampoco estoy muy seguro de lo que estoy afirmando) El caso es que por cuestiones ajenas a mi voluntad no me he podido sentar a escribir estos días. Casi pongo un pedazo inacabado de texto pero preferí no hacerlo, la próxima parte será la final. Agradezco con el corazón todas las intimidaciones y amenazas. No es mi intención demorarlo. Dos o tres días.
Divertido, SinRima, no hay dudas que si. De todos modos es cierto que no lo había notado. Siempre prefiero mil veces la amistad humana a la de la lengua. (Eso último sonó raro y degenerado, pero tu me entiendes...)
Amparo, Kundry, Arroyo, Juancho, Salvador, SinRima: por lo pronto el amigo unilateral de todos ustedes. Nos estamos leyendo. Un placer conocerlos...