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No

provincianitaprovincianita Pedro Abad s.XII
editado noviembre 2009 en Narrativa



No



Esta mañana, al correr las persianas, el sol no me cegó los ojos. No llovía, no había nubes y sin embargo no estaba soleado, así que abrí la ventana, saqué medio cuerpo por fuera y busqué al astro por el cielo. Y en efecto, descubrí lo que pasaba: era que simplemente no estaba.


Pero antes de que pudiera empezar a preguntarme dónde había podido meterse, algo que noté de distinto en el paisaje captó mi atención.


Durante la noche, los árboles se habían ajado horriblemente. Ayer no eran unos árboles magníficos pero hoy daban lástima. Las casas vecinas habían ganado cincuenta años de golpe y la hierba recién salida se había vuelto ya parda y fea. Me fijé bien, en la puerta de la pajarería de Toño faltaban las jaulas colgadas a la entrada.


¿Y yo? —me interrogué—, ¿por qué no me sorprendía yo de aquello? Ah, sí, la noche había sido larga y tormentosa.


Decidí salir. El aire, despoblado de olores, permanecía. Ni una brizna de aire que meneara una hoja, nada. No hacía frío, tampoco calor, y no obstante había una temperatura desagradable.


El chihuahua de Claudio se guardó su ladrido al verme pasar por la portería y los gatos de doña María no se levantaron cuando salí del portal. No se enredaron entre mis piernas, ni casi consiguen que me caiga, y hasta puede que ni siquiera me vieran.


Pues así mismo me sentía yo, fantasmal. Sin cuerpo, aunque no ligera. Mis brazos y piernas ausentes me pesaban como hechas de plomo y mi cabeza, ida, me estaba rompiendo el cuello.


Decidí seguir haciendo como que ya me había olvidado de ti e ir a sentarme en el café de siempre y leer un rato el periódico. Pero desistí. Iba para allá cuando no me tropecé con todos esos chiquillos que convierten el parque en un campo de batalla donde uno puede caer derribado de un balonazo o morir atropellado por una bicicleta o un monopatín, ni tampoco estaba ese montón de gente haciendo tai chi o lo que diablos hagan, ni los habituales que pasean a su perro y no recogen sus mierdas. La fuente, sin mosquitos y sin palomas, era la viva imagen del silencio y los únicos pájaros que podían verse eran las crías pelonas que se habían escurrido del nido y despanzurrado contra la tierra.


Me senté en un banco hediondo de los que todavía sobreviven y no cedí al impulso de volver a repasar nuestra discusión de arriba a abajo, buscando no se sabe qué. No quería ver otra vez cómo cerrabas la puerta, escuchar cómo subía el ascensor y cómo descendía al momento llevándote dentro.


Y yo igual que él, llevándote dentro, sólo que yo descendiendo más rápido. ¿Quiero dormir? No. ¿Quiero comer? No ¿Quiero que vuelvas? No ¿Quiero olvidarte? No ¿Quiero morir? No. ¿Vivir? No. ¿Amar? No ¿Esperar? No. ¿No? No.

Comentarios

  • Ariel GarcíaAriel García Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado noviembre 2009
    Tu buen relato, provincianita, me ha llegado como un jirón del desamparo.

    Me gusta el estilo que empleas al narrar y el modo en que nos has mostrado cómo, en algunas ocasiones, la turbación que aturde al alma bien puede trasladarse al exterior y transformar cada detalle del ambiente que nos rodea, dejándonos en un mundo de perplejidades que ha cambiado de armadura.

    Hasta pronto.
  • ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
    editado noviembre 2009
    Muy interesante la translación que empezando por el paisaje externo (el final) y lo cotidiano, termina luego entrando y descendiendo hasta el fondo de tu ser (el principio).
    Saludos,
    Shai
  • SuinaSuina Garcilaso de la Vega XVI
    editado noviembre 2009
    Todo cambia cuando se está así de esa manera que cuentas ¿eh paisana?
    ¡Ay esos saudades alquímicos transformadores de realidades, que enmudecen perros y apartan de nuestras piernas a los gatos enrredadores!
    Te he entendido.
  • provincianitaprovincianita Pedro Abad s.XII
    editado noviembre 2009
    Qué bien que les gustara, gente, muchas gracias.

    Ariel, Shai, Suina, besos¡¡
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