¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

Porque Murio Juan

madeiromadeiro Gonzalo de Berceo s.XIII
editado diciembre 2008 en Narrativa
PORQUE MURIO JUAN

Miriam estaba de visita en la casa de Roxana, su mejor amiga.
Tanto habían charlado que no advirtieron que las horas pasaron mucho más rápido que su ansiedad de estar juntas. Lo bueno dura poco, se dice por ahí. Quizá también pueda durar mucho. Como sea, lo cierto es que hay valores muy relativos cuando tratamos de sensaciones afectivas y, en tal caso, se puede dar que mucho no sea sinónimo de suficiente.
Lo concreto es que era tarde.
“Me voy”, dijo Miriam, y Roxana se ofreció a acompañarla hasta la entrada al subte.
Caminaron juntas esas cuadras, aprovechando para seguir la charla.
Un cartel informaba sobre el servicio momentáneamente interrumpido.
“¡Bueno!, Tendré que tomar el colectivo”, lamentó Miriam y fueron hasta la parada.
Vino el micro, se despidieron y ella subió.
Con mucha dificultad logró llegar hasta la mitad en el interior repleto.
No era su costumbre descuidar la cartera, pero para todo hay excepciones y un día en el que se cumplen.
Sigilosamente, alguien se le acercó y comenzó a apretujarla.
Ella estaba muy abstraída en sus pensamientos tras la confidencia a Roxana sobre el fin de su noviazgo. Tres años saliendo con Tulio habían sido suficientes para colmarla de recuerdos y, ahora, de una mezcla de angustia, miedo y deseos de libertad.
En ese estado, no advirtió la extraña maniobra de robo del individuo a su lado.
Gerardo, que era alto, corpulento y cinturón negro de aikido, sí.
Se acercó al hombre y con un golpe preciso en su costado derecho, le hizo brotar un cerrado quejido.
Miriam y varios de los pasajeros, observaron al sospechoso. Gerardo también pero con la mirada cargada de una dureza aun mayor que su golpe. El caco recibió un instantáneo aviso en su mente que decía: “Es hora de retirarse”.
El mismo impulso cerebral lo empujó con rapidez hasta la puerta trasera y descendió en la primera parada.
“Era un carterista” comentó Gerardo. “Intentaba abrirte la cartera para robarte”.
“¡Gracias!”, contestó ella. "Estaba distraída y no me di cuenta; la verdad te lo agradezco”.
“Me llamo Gerardo”.
“Miriam, ¡Mucho gusto!”.
Ambos se quedaron en silencio pensando por un breve instante el uno en el otro, observándose, disfrutándose en secreto.
Detrás de las ventanillas del autobús el cielo recordaba que hay conjunciones de formas y colores en las nubes que pueden ser presagio de lluvia.
Ella tomó una decisión encubierta: “Yo bajo en Congreso”, dijo.
“Bajamos juntos entonces” contestó él.

En aquella línea del subte que Miriam no pudo tomar, se encontraba retenido Tulio, su ex-novio.
Habían roto definitivamente una semana atrás. Cuando digo “definitivamente”, estoy refiriendo un hecho que ni Tulio ni Miriam conocen; se trata de una circunstancia más, dentro de la complejidad de eventos de este relato que, como autor, tengo potestad de prescribir.
La desunión se produjo porque un día ella se dio cuenta que lo que desde el primer momento en que lo conoció no sintió, era lo que aun seguía sintiendo: no lo amaba.
Fue duro para él aceptar esa realidad. En Tulio había angustia. No había miedo, pero sí tristeza. Y la libertad poco le importaba por el momento. En las relaciones de pareja, el que dice “se acabó” se siente como un pájaro libre, pero para el receptor se cortan todas las posibilidades de seguir volando.
Como en los túneles del subte, no era su destino muy luminoso y, del mismo modo que el servicio allí, su felicidad se encontraba momentáneamente interrumpida.
Iba camino a la clínica y pasó cerca de media hora hasta que el viejo subte reanudó su marcha.
En la primera estación, llamó para avisar que se encontraba indispuesto y que esa tarde no iría.
Su espíritu estaba lo bastante abatido como para sumarle las dolencias ajenas que a diario vivía en el trabajo. No hay persona sabia que vea prudente ejercer tareas solidarias con el corazón roto. Puede que no fuera la sabiduría la consejera de Tulio, pero tenia el corazón suficientemente destrozado y pensó en él.
Minutos después del llamado de Tulio, sonó el teléfono en la casa de Juan. Era joven, recién recibido y exageradamente responsable. Había pasado varias horas mirando unos documentales sobre medicina que tenía postergados desde largo tiempo atrás, y estaba agotado. Pensaba acostarse a descansar.
El contestador automático emitió su recitado: “Usted está comunicado con el número...”-.
Tras la señal llegó el mensaje del otro lado: “Doctor, le hablamos desde la clínica. Nos avisó el Doctor Peña que hoy no vendrá. Necesitaríamos contar con su presencia para la guardia. Por favor, llámenos a la brevedad para confirmar”.
“¿Qué hago?” pensó.
No era su obligación estar en su casa y haber escuchado el llamado. Bien podía no haber estado allí y regresado muy tarde. Además, estaba muy cansado y, por tanto, más encuadrado en el mundo de lo onírico que en el entorno propio de la vigilia. Esto atestiguaba a favor de su ausencia transitoria del domicilio.
Tampoco tenía ganas de ir porque no le correspondía y no era asunto de su competencia resolverle una ausencia a la clínica.
Todos esos elementos de juicio sirvieron para fortalecer su innata responsabilidad, que lo obligó a dejar de pensar así y llamar para confirmar que iría.
Al llegar a Congreso un hombre lo llevó por delante, sin detenerse ni disculparse. Era Gerardo que, con voz muy fuerte y gestos ampulosos, caminaba junto a Miriam por la avenida Rivadavia.
Juan, pensó molesto: “¡Cómo puede haber tipos como este!”.
Al llegar el autobús subió y en camino a la clínica lo consoló la idea de llegar a tener una noche tranquila que le permitiera dormir al menos algunas horas.
Alrededor de las seis, estaba en su puesto.

Sentados en un café de la esquina de Rodríguez Peña y Sarmiento, Miriam observó la alianza de Gerardo. Al advertirlo, él le confesó que era casado. Como se acostumbra en estos casos, le dijo que su matrimonio no andaba bien y, con la garganta apretada, que estaba evaluando seriamente divorciarse.
Con cara de afligida y comprensiva, y sin más deseos de simular que le creía, Miriam cambió de tema en forma sorpresiva: “Vos, ¿escuchaste que hayan anunciado lluvia hoy a la mañana?”.
El galanteo duró varios minutos, un par de cafés, para terminar con un tácito acuerdo de ambos en salir de allí y terminar por entrar en el albergue transitorio más cercano.
Para Gerardo la cacería marchaba sobre ruedas. Miriam disfrutaba dejándose seducir.
Pero, ¡Cómo se complican las cosas a veces!.
Puestos en su justo tiempo y lugar todos los escenarios y sucesos para brindar el marco apropiado a un desenlace vulgar, lógico, algo se cruza.
Entrando ellos al hotel, simultáneamente, salía una pareja. Eran Olga y su novio. Eso iba a complicarlo todo.
Al ver, desde lejos y protegida por la tenue luz del hotel, a Gerardo, el esposo de su amiga, con otra mujer, Olga se acurrucó más a su novio ocultándose el rostro.
“¿Cómo puede ser?” pensó. “Susana ya lo perdonó antes por su constante infidelidad, y él todavía no se corrige. ¡Cómo puede haber tipos como este!”.
Presa de indignación por lo que le hacían a su amiga y de miedo por ella, rogaba que no le pasara lo mismo con su novio y deseaba salir corriendo hasta la casa de Susana para referirle la desgarradora novedad.
En la clínica, Juan conversaba muy animadamente con una enfermera que, sin ningún disimulo, mostraba un marcado interés en él. Él también tenía interés en ella pero lo disimulaba.
A las siete, un timbre sonaba en un tercero “A”.
“’¿Quién es?” , se escuchó por el portero eléctrico.
“Olga. Abrí, por favor”.
Instaladas en los sillones del living, Olga le contó a Susana lo que había visto.
Fue terrible. No era agradable escucharlo; causaba impotencia no poder hacer algo para cambiar lo sucedido. Ambas se abrazaron a llorar, a reclamar con lágrimas que se acabe de una vez tanta inmadurez, tanta falta de hombría.
Juan, en la clínica, atendía a un delgado muchachito que presentaba un corte en la frente. No era nada serio y supo transmitir a los padres del niño la tranquilidad que ellos anhelaban.
También Olga ayudó a Susana a serenarse, a asumir que las cosas eran así. No se puede cambiar toda la realidad, podemos ajustarnos a ella pero siempre habrá algo que aplazar; la esperanza de que una persona cambie, por ejemplo. Tras unos consejos adicionales, se marchó.
Había comenzado a llover. Parece que era cierto el anuncio de lluvias.
A la salida del hotel, Miriam y Gerardo se despidieron y él regresó a su casa.
Olga, dentro del taxi, seguía preocupada por su amiga.

Los vecinos de Susana y Gerardo nunca habían escuchado una discusión tan fuerte como la de aquella noche. No importaba el partido transmitido en directo ni el estreno de esa película record de taquilla. Gerardo versus Susana superaba todas las expectativas. Muchos productores televisivos hubieran empeñado sus bienes para poder reproducir en vivo esas escenas, tanto o más desgarradoras que los relatos infernales del Dante.
Ella gritaba enfurecida, fuera de sí; agitada por un torrente de dolor y deseos de justicia.
Se escuchaban golpes de puertas y resonancias de platos y vasos estrellándose sobre las paredes.
Él trataba de darle una explicación, mil disculpas, cientos de promesas. Todo era inútil. ¿Estarías dispuesto a creerle a una persona con repetidos antecedentes de fraude?. No creo. Lo harías si incumbe a la vida arruinada de otro; pero si arruinó “tu” vida, no creo. No existen muchas personas con esa predisposición al perdón y me parece saludable que así sea.
En el edificio se oyó un último portazo. Gerardo se había ido.
Un rostro desencajado recorrió el pasillo y las escaleras, con la velocidad de un demonio huyendo del juicio final.
Bajó a la cochera, tomó su auto y salió como un torbellino hacia la calle.
Algunas personas que no saben como resolver sus conflictos tienen por costumbre entrar en un bar para embriagarse y así dejar de pensar en el tema. Gerardo manejó durante cinco minutos y luego entró a un bar para embriagarse.
Olga no dejaba de pensar en Susana. Sentía temor por su seguridad; que hubiera sido víctima de una golpiza por parte de Gerardo o de algo peor. Decidió llamarla.
Una voz totalmente perdida atendió el teléfono.
“Susana, ¿sos vos?”.
“Si... Soy Susana, soy...”, y se escuchó el ruido del auricular cayendo sobre el piso. Se había desvanecido. No era la primera vez que pasaba.
Por su lado, Gerardo había bebido lo suficiente como para perder todo sentido del equilibrio que, vale decirlo, no era su característica sobresaliente.
Regresó al auto y comenzó a manejar fuera de todo control.
Comenzaba a llover torrencialmente. Se confirmaba el pronóstico de lluvias para la jornada. Aunque por la intensidad, quizá debió agregarse una alerta meteorológica.
Olga llamó a la clínica pidiendo una ambulancia para Susana y partió rumbo al tercero “A”.
A Juan le avisaron sobre la emergencia y salió con premura para el lugar.
La lluvia entorpecía la ya dificultosa circulación del tránsito: Semáforos que dejan de funcionar, calles anegadas, vehículos detenidos, conductores sólo aptos para días de sol, etcétera.
No obstante, en poco más de veinte minutos, Juan ya estaba frente al edificio de Susana.
Atendiendo a su exagerado sentido de la responsabilidad, bajó presuroso de la ambulancia y corrió rápidamente por la calle.
Pero, aunque ya lo dije antes, ¡Cómo se complican las cosas a veces!.
Puestos en su justo tiempo y lugar todos los escenarios y sucesos para brindar el marco apropiado a un desenlace vulgar, lógico, algo se cruza.
A punto de llegar a la vereda, resbaló y cayó con toda su humanidad joven, solidaria y responsable, sobre un asfalto duro y empapado que lo dejó indefenso.
En ese preciso instante, sobre ese exacto lugar, las cuatro ruedas de un Torino pasaban a toda velocidad para aplastar ese débil manojo de carne y huesos depositado sobre el cemento.
Ni tiempo de malhumorarse y decir: “¡Cómo puede haber tipos como este!”.
Era la segunda y última vez que Gerardo se llevaba por delante a alguien que se llamaba Juan.

Comentarios

  • leoleoleoleoleoleo Pedro Abad s.XII
    editado diciembre 2008
    sabes que sería interesante? que no menciones cuando va a haber diálogos, que sólo lo descubramos nosotros mismos, que estén mezclados con la prosa.
Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com