¡Bienvenido/a!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!

El destino evitó las ataduras

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


El destino evitó las ataduras

Un viernes de septiembre a las siete y veinte de la tarde llegó el final de ella. Él no se lo podía creer.

Estaban en una habitación de un hospital, sosteniendo él la mano fría de ella entre las suyas. No paraba de preguntarse los porqué de aquello:
 
“¿Por qué de esta forma?”.
“¿Por qué me habrá llamado en su último aliento?”.’
“¿Por qué se ha refugiado en mí si soy uno de sus amigos que no he tenido muchos contacto con ella?”.

No podía dejar de mirarla. Si no fuese por la palidez de su piel, se podría decir que dormía. En su rostro se veía tranquilidad, paz, felicidad. Parecía que de un momento a otro iba a abrir los ojos y obsequiarle con una de sus preciosas sonrisas. Pero sabía que eso no iba a ocurrir. Caprichoso era el destino que después de tanto tiempo los había vuelto a unir, y ahora se la arrebataba de esta forma tan cruel y despiadada.

Pensaba en el día en el que la había conocido, nueve años atrás. Era casi una niña, con sólo 16 años. Como muchas otras chicas de las que había allí, nada había que la hiciese diferente a las demás, o al menos eso era lo que parecía a simple vista. La química empezaba a funcionar en el laboratorio de cada uno desde el primer segundo en el que se conocieron.
 
Al principio, él no pensaba que pudiese llegar a tener con ella algo más que amistad, pero fruto del tiempo que pasaban juntos, o por el alcohol ingerido en una fiesta, aquella noche la besaba. Y la besaba en la boca, con las lenguas como reinas invitadas. Y las dos lenguas se saludaban, se gustaban y se explayaban.
 
Recordó que yendo él vestido de una animadora había hecho lo imposible por acercarse a ella, e incluso se lo contó a una amiga en común para que la advirtiese, pero no se fijaba en él; ella estaba entregada a la fiesta, hablando y bailando con unos y otros, sin detenerse en quien fuese, pero siempre varón. Aunque en sus adentros había una atracción por alguien, y él se erigía como el alguien.
 
Con más frecuencia de lo normal en desconocidos, cruzaban miradas insinuantes, y ella siempre sonreía al mirarlo. Era entonces que ella se percataba de que él sonreía también mientras la miraba. Hacía tiempo que no experimentaba esta sensación y por eso se lanzaba. Los amigos los dejaban solos, pero él temía que ella se fuese sin haber tenido la ocasión de hablarle; pero, se armaba de valor y se iba hasta donde se encontraba. La música estaba muy alta para hablar en voz normal, por lo que decidían irse hacia una ventana, alejada del jolgorio.
 
Ya en la ventana, la brisa hacía que su olor inundase sus sentidos. Conversaban sobre cosas intrascendentes, pero continuaban cruzando miradas, y cada vez la atracción era mayor entre ellos.
 
Por un momento pensaba que la iba a besar allí mismo, pero no la besaba. Uno de los amigos se acercaba para intentar ligar con una chica que había en la ventana, pero al percatarse de que era un chico, se iba avergonzado. Entonces, él caía en la cuenta de que seguía vestido de animadora, de ahí la confusión del otro.
 
Le pedía a ella que le esperase un minuto mientras subía a cambiarse en su cuarto. Aunque la fiesta estaba acabando, buscarían otro lugar donde seguir divirtiéndose. Era para ella el minuto más largo de su vida.
 
Subía él y seleccionaba de su armario una ropa adecuada para la ocasión. No quería vestirse con cualquier trapo, quería que ella sólo tuviese ojos para él; así que se decidía por un jersey verde y un pantalón y un abrigo negros. Recordó que cuando se vieron por primera vez en una parada de autobús, ella le había comentado que le gustaba muchísimo la combinación del verde con el negro en la ropa.
 
Cuando volvía a recepción, donde ella lo esperaba, se encontraba con que había otros dos amigos que, durante su ausencia, al verla sola le proponían seguir la fiesta en otro lugar, y ella no pudo negarse; y,, aunque lo que en realidad le hubiese gustado era estar con ella a solas, accedía a ir en grupo a algún otro coto y así continuar la fiesta.
Por una experiencia anterior, él sabía que eso no iba a ser posible. Eran casi las tres de la mañana y por aquel sector de la ciudad sólo había garitos nocturnos, a los que no quería que ella entrase. Así que andaban en la búsqueda de una discoteca. Durante el trayecto conversaban, y él se cercioraba de que el color de los ojos de ella conseguía hechizarlo.
 
Luego de caminar dos horas, se daban por vencidos. Aunque por ser sábado tenían permiso de la dirección, debían regresar a la residencia porque era tarde. En el camino de vuelta, el grupo se dispersaba, quedando ellos dos y un chico rezagado. Pero él sólo quería estar con ella; besarla y perderse en sus ojos del color del castaño, pero no se atrevía a dar ese paso porque pensaba que ella podía incomodarse, así que se resignaba y seguía caminando a su lado, y hechizado seguía con sus ojos.
 
Antes de lo que les hubiese gustado, llegaban a la residencia de ella. Era el momento del despido. El amigo no estaba dispuesto a dejarlos ni un instante a solas, así que él se lanzaba, la cogía del mentón, lo desviaba a su boca y la besaba de la forma más tierna que se pueda besar.
 
Veía cómo le brillaban los ojos, pero no le sorprendía. Al contrario. Le corroboraba que también ella estaba loca por besarlo de la misma forma que la había besado él. Se despedían. Él miraba, contrariado, cómo ella se iba alejando hacia la residencia femenina de estudiantes, a tres manzanas de la suya, la masculina.

Mientras iba subiendo a su cuarto, rulaba en su cabeza una extraña sensación de no haber hecho lo correcto. Ella le atraía, pero sus padres le encarecían que no buscase novia hasta no terminar sus estudios. Pero, por otro lado, su corazón le empujaba a salir con ella, para conocerse mejor, para seguir descubriendo lo que se podían ofrecer.
 
Por el momento, desechaba darle vueltas al asunto. Pensaba que lo mejor era que la sabiduría del tiempo decidiese. Convencido estaba de no perderla de pista, pero sin ataduras, sin ponerle nombre a su relación, que no fuese el de amistad.
 
Pero la amistad se rompía con la ida de ella que, en su lecho de muerte, acudía a la última oportunidad que da la vida de hablar antes de morir y ella la aprovechaba para decirle, en un tono débil pero audible, que desde que se habían visto por primera vez, sabía que era el Amor de su vida.
 
Estas dos fotos de ahí abajo (montaje por separado), fueron hechas a las siete y media de la tarde de un viernes. Ella estaba en la sección de libros románticos de una biblioteca pública de la ciudad, y él en la puerta de salida de esa misma biblioteca, hasta que ambos coincidían más tarde en la parada 47 del autobús, empezando entonces todo lo narrado anteriormente.
 
¿A qué podrían haber formado una bonita pareja?
 


A Chávez López
Sevilla dic 2025

 :)
 

Accede o Regístrate para comentar.


Para entrar en contacto con nosotros escríbenos a informa (arroba) forodeliteratura.com