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El anhelo humano de querer destacar (Claudio Cuesta)

Uno de los mitos más rememorados es la Ilíada, y su personaje principal, Aquiles, podría considerarse como el primer portador del tropo de «El elegido» en la historia de la narrativa. Las características fundamentales de estos personajes son: 1) Vínculo con lo divino o un linaje especial. Aquiles es un semidiós. 2) Tiene habilidades que superan con creces a las de un humano promedio. La fuerza física, en este caso. 3) Sus ambiciones se cumplirán sin importar qué. Es decir, su camino y motivaciones, desde un inicio, ya se instauraron. En Aquiles fue morir en la guerra de Troya y adquirir la gloria que pronosticó su madre ninfa. 

Ahora bien, «El elegido» es el tropo más utilizado en la narrativa, ya sea en el cine o en la escritura. ¿Qué nos quiere decir esto? Mejor dicho, ¿qué dice de la psique humana el uso de estas características para la creación de personajes? No cabe otra posibilidad, sino la de manifestar el deseo y la necesidad humana de diferenciarse del resto, esa fantasía infantil de ser especial —destacar en un ámbito/entorno— y ser único —no tener un igual en el mundo—. Por tanto, los autores plasman ese deseo en sus obras y los lectores se identifican porque, en el fondo, todos vivimos también con ese anhelo de ser exclusivos. 

 

Estas características de ser especial y único son individuales, pero en pos del reconocimiento social. Según Lacan, «El deseo del ser humano encuentra sentido en el deseo del otro». Esto explica por qué razón es tan común el anhelo a la unicidad, puesto que la sociedad mitifica a las figuras distintivas, y nosotros buscamos también el reconocimiento. No es por nada que Jesús sea el símbolo más importante en occidente, hijo de una divinidad, con el don de curar y con un destino trágico, casi como si siguiera los pasos arquetípicos de Aquiles. En otras palabras, Jesús se ausenta de lo cotidiano, desde su nacimiento se convierte en mito, siendo el hijo de Dios, y sus enseñas de hombre sabio y caritativo le añaden mayor profundidad, pero lo más importante es su trágico final y, al mismo tiempo, su prevalencia en sus ideales espirituales. Atributos que la sociedad reconoce como sanos en una persona: bondad, calma, compasión, claridad emocional y el buen obrar.  

Eso es lo que somos, al fin de cuentas, animales sociales que buscan distinguirse de los otros. Es paradójico, este anhelo de destacar es universal, es decir, todos los humanos poseemos esas ansias. De ahí que Lacan piense que los deseos se crean de las aspiraciones de los otros. Además, «El elegido» se le atribuye la virtud de la esperanza en un mundo en caos; la resiliencia y el sacrificio, lo que lo hace un icono emocional inmenso. Véase el simbólico final de Jesús en purificación de los pecadores humanos y la esperanza que tienen en un mundo mejor. Todos ellos virtudes que estima la sociedad. 

Otras de las características que comparte «El elegido» es el talento innato en el área en la que se desenvuelve, esto justifica los avances rápidos del personaje a diferencia de los otros y, al mismo tiempo, hace que el espectador se identifique. Y es que no hay mayor satisfacción que lograr cosas grandes con el mínimo esfuerzo, casi como si se tratara de un determinante, algo que eventualmente sucederá por razones destinatarias. Esta virtud de talento es premiada por la sociedad, podría pensarse que hasta por la naturaleza, puesto que nuestra supervivencia depende, en gran medida, de las habilidades que poseemos. Lo que es la «selección natural» darwinista; existen múltiples ejemplos en el cine que desarrolla esta noción. Sin embargo, la película de ciencia ficción Cuando los mundos chocan une ambos conceptos, las virtudes del «El elegido» y la supervivencia de los más «cualificados» en la sociedad.  

En el largometraje de serie B, la humanidad se ve acorralada a la extinción por el choque de la tierra y una estrella errante. La única vía —esperanza— que encuentran los científicos es crear una nave espacial que aloje a un grupo reducido de humanos en un planeta que gravita alrededor de esta estrella. El protagonista es un hombre ordinario, un mensajero que descubre la catástrofe y atiende al conocimiento con prudencia —calma, claridad mental—, lo único que lo hace especial es su talento para pilotar aviones. En su antítesis, encontramos al principal financiador del proyecto espacial, un anciano que reacciona con imprudencia a la catástrofe, cuya única ventaja es su riqueza. El protagonista recoge las virtudes que la sociedad ve como buenas: cooperativo, heroico y altruista. En cuanto al financiero, tiene un afán individualista de sobrevivir, incluso pasando por encima de los ingenieros y el artífice del proyecto, lo que como sociedad vemos negativo. Al final, «El elegido» salva al pequeño grupo de tripulantes y el financiero muere en tierra, limitado por su incapacidad y vejez. La narrativa premia no al más rico, sino al más útil en momentos de gran tensión.

Se puede pensar que el anhelo a destacar se halla en las motivaciones de supervivencia, en otras palabras, buscamos sobresalir porque es un medio que ampara la subsistencia en la sociedad, los mejores, o los que mejor se adaptan, tienen más posibilidades de sobrevivir.        

 

Habrá que preguntarse, cada quien, de dónde surgen estas ansias de querer destacar, de abandonar el promedio y ubicarse en la unicidad. ¿Será acaso un deseo narcisista? La prolongación del anhelo adolescente de querer diferenciarse de los demás, que a su vez es un grito de inseguridad y carencia de identidad ¿O será acaso un atributo social/histórico que buscamos debido a la formación de cultos alrededor de Aquiles o Jesús? Que también podría explicarse como un deseo natural, casi biológico. Puesto que son más las ventajas que trae destacar: cortejo social, poder y, en palabras mayores, más posibilidades de vivir. Solo uno puede contestar esa pregunta.

Por otra parte, los seres humanos ya somos únicos, incluso si no somos «El elegido». Tanto en lo biológico, cognitivo y social tenemos diferencias. Nuestros genes son singulares, el desarrollo de habilidades cambia o se adaptan dependiendo de los aprendizajes, la perspectiva del mundo de cada persona se transforma obedeciendo las relaciones sociales en su entorno. En otras palabras, no existe nadie igual a nosotros en ninguno de nuestros componentes físicos y mentales.

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