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Lo
que si recordó fue el llegar al puerto de este país, que le ofreció
amparo, en el barco que lo trajo desde la lejana Europa; después de
recibir el salario por el trabajo de peón de cubierta, empezó a
caminar por el muelle, enfilando hacia las casuchas debajo de las
inmensas grúas. Allí estaban, según le informaron, los que daban
trabajo en el puerto.
La
cola de necesitados era larga. Recordó también que escuchó
infinidades de idiomas raros y gente aun más. Cuando llegó su turno
no entendió lo que le decían o preguntaban quizás.
Por suerte uno de los encargados, así lo entendió aparentemente por las ropas que vestía, traje y corbata, interrumpió el inútil interrogatorio y tomándolo de un brazo le indicó seguirlo.
Entró en una oficina en la parte trasera, y él detrás. Se le ofreció un vaso de agua, y siempre con ademanes, lo invitó a sentarse. Por las muecas, movimientos y palabras inentendibles, quiso comprender lo que el patrón pedía… su pasaporte rojo, el mismo que tanto le costó conseguirlo.
Mirando
la foto y comparándola con su cara, anotó en un papel algunas
palabras y lo guardó en una carpeta. Escribió algo en otro papel,
se lo entregó y siempre con ademanes le indicó donde
dirigirse.
Trabajó
allí, en el puerto, más de un año. El trabajo era pesado,
inclusive para un joven fortachón. La paga le alcanzaba para comer,
comprar algunas ropas, y con esfuerzos ahorrarse unos pesitos que los
guardaba como si fueran oro.
Un
mediodía, cuando estaba en la hora del descanso, apareció el
patrón. Ese que lo había ayudado en el día de su desembarco.
-¿Como anda mi muchacho? Preguntó sonriente.
-Yo…muy bien - alcanzó a balbucear en un castellano mediocre-Gracias, señor.
-Como he visto que la mayoría de ustedes casi siempre comen asado, ¿me imaginó que ya aprendiste como hacerlo, verdad? consultó el patrón y esperaba respuesta.
-¿Asado? ¿Yo? ¡Seguro! ¡Claro! - se apresuró a contestar con tal de quedar bien con el que manda.
-Bueno, bueno, así lo esperaba - continuó explicándose el patrón. –Mañana sábado te me estás listo a eso de las nueve, pues te vendré a buscar. Iremos a mi casa y te ocuparás del asado para el mediodía. A la tarde te devolveré al puerto, ¿De acuerdo?- preguntó medio dudoso.
-¿Mañana? ¿A las 9?- Lo pensó rápido y sin titubear contestó – ¡Aquí lo espero, patroncito!
-Ah! quedáte tranquilo, unos pesos te vas a ligar aparte del almuerzo, já, já-
Y con la sonrisa en la boca lo dejó ahí plantado. Recordó, como si el día anterior hubiera sido, ese primer sábado que tanto lo espero la noche anterior.
...........
CONTINUARÁ
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REGISTR@DO/BROMBETO