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La estudiante de arquitectura

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

La estudiante de arquitectura

Era una fría y lluviosa tarde de un viernes de invierno y, como otro día cualquiera, terminaba de llegar de la universidad a mi humilde piso. Vivía sola. Tuve  que salir de mi pueblo y venirme a la ciudad, Sevilla, con la idea de poder estudiar la carrera de arquitectura, y hacía ya seis meses de eso.

Bueno, antes de seguir mi historia me presento:

Me llamo Nuria y tengo 20 años, alta, pelo moreno. Creo que simpática, atractiva y con un buen cuerpo. Pero a pesar de eso no he conseguido amistad con ningún chico de la universidad; sólo se fijan en mis grandes pero bien puestas tetas, y esto me tiene acomplejada, hasta el punto de que me he planteado dejar de salir con el grupo de ellos.

Nada más llegar a Sevilla conocí a un mujer de más edad que yo, tendría 37 años y Sara de nombre. Nos conocimos por casualidad en una sala de mi facultad, donde se iba a celebrar una reunión y terminamos sentándonos juntas. Ambas compartíamos aficiones y gustos. La veía como mi hermana mayor. Me sentía muy a gusto con ella, y según ella sentía lo mismo conmigo.

Quedábamos algunas tardes después que salía de la universidad y ella de su trabajo, e íbamos a tomar algo y a hablar. Nos contábamos todo con confianza. Ella sabía mi vida y yo la suya. Era perito aparejador y disfrutaba de una buena remuneración económica. Vivía sola en un ático en el centro de la ciudad. Había tenido novio, pero las cosas no iban bien y lo dejaron. Y desde entonces no había vuelto a estar con nadie más.

Como he dicho antes era un viernes por la tarde y hacía frío y llovía, y la noche ya estaba próxima. Esa noche mi grupo de colegas iba a salir. Me invitaron a ir con ellos, pero rechacé la invitación, poniendo como excusa que no me sentía bien, pero no era eso lo que me ocurría. Todos iban en pareja, y yo estaba cansada de estar siempre sola y pasaba de sentirme como una molestia. Lo que me causaba tristeza.

Mientras caminaba con mi paraguas hacia la parada del autobús que me llevase a mi casa, saqué mi móvil del bolso y llamé a Sara. Necesitaba contarle mis penas a alguien, y a quien mejor que a mi única amiga en la ciudad. Me dijo que por qué no nos veíamos y así no me iría tan temprano a casa, máxime viernes siendo. Acepté.

Como era costumbre, quedamos en la cafetería que lo hacíamos. Apresuré los pasos para no hacerla esperar, pero el autobús había pasado ya y no me apetecía quedarme en la parada con el frío que hacía, así que presurosa me fui caminando. Una vez allí, Sara me estaba esperando, sentada en una silla de una de las mesas que daba a una cristalera de la cafetería. Me saludó mano en alto y fui hacía ella. Ya a su lado, me fijé en el modelito que vestía. Tengo que decir que Sara es una mujer guapísima y cuerpazo, y aparenta menos edad de la que tiene. Se maquilla poco, sólo rímel en ojos y carmín rojo en labios. Siempre viste elegante; zapatos de tacón y ropa selecta. El gusto por la ropa era algo que compartíamos. Pero ese día iba más maquillada de lo normal: llevaba un vestido verde, diez centímetros por encima de las rodillas, y una chaquetilla negra del mismo estilo. Estaba deslumbrante.  Y como veía que la miraba con detenimiento, me sonrió y me dijo:

—¡Pero siéntate, pequeña! No sé si me miras embobada porque me ves guapa o porque me queda fatal esta ropa.

Le gustaba llamarme "pequeña". Sonreí y le dije:

—Tu ropa te queda genial. ¿Pero a qué se debe este look de hoy? -la piropeé y le pregunté, sonriéndome.
—Pues se debe a que he tenido una comida con mi equipo de trabajo para hablar de un tema importante para nuestro gabinete, y por esto me he arreglado un poco más.

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Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado 18 de julio

    Después de haber tomado un café, de haber conversado un buen rato y haberle contado mis penas, me propuso que me fuese a su casa a cenar con ella y no quedarme sola. No sabía qué decir. Había estado en su casa una vez, pero no de noche, y me preocupaba cómo volver a mi casa a altas horas y con el tiempo que hacía. Me dijo que no me preocupase por eso, que ella me llevaría en su coche. Bromeó sobre si podía quedarme a dormir en su casa. Y no era mala idea. Su piso era mucho más acogedor que mi humilde de estudiante.

    Al rato de llegar a su casa, preparó algo rápido para cenar y nos sentamos a la mesa. Se esmeró, alegando que era su "pequeña invitada". Y la verdad es que le había cogido cariño, sobre todo por su amabilidad. Una mujer con la que era difícil llevarse mal. Durante casi toda la velada, no sabía por qué, no podía dejar de alabar su belleza. Pero una belleza natural, marcada no sólo por su físico, del cual destacaba sus grandes ojos grises, su pelo rubio, siempre con trenza, y su despampanante figura, sino por su buen carácter, capaz de sacar una sonrisa hasta a un muerto.

    Después de la cena nos sentamos en el sofá. Estaba yo pensativa y seguía deprimida por verme alejada de mi familia, a la que veía sólo una vez al mes porque mi pueblo era el más apartado de Sevilla y mi situación económica no era boyante. No pude evitar derramar unas lágrimas. Al ver que me venía abajo, me consolaba. Me rodeaba con su brazo y me dio un cálido beso en la frente.

    —No voy a dejarte sola nunca. Recuerda que eres mi pequeña.
    —Gracias que te tengo a ti. No sé qué haría si no estuvieras a mi lado.

    No quería que acabase la noche. Me sentía protegida mientras estaba entre sus brazos. No comprendía qué me estaba ocurriendo. De repente, Sara había pasado a ser para mí algo más que una amiga.

    Cuando dejó de abrazarme la miré a los ojos. Me sonrió y clavé mi mirada en la suya. Tenían esa noche sus ojos un brillo especial. Me sentía confusa, dudando si la situación era real o si estaba soñando. Sin saber cómo, llevé mi rostro hacía el suyo e hice rozar nuestros labios un segundo, pero un segundo que sentí como si el tiempo se parase. Un pensamiento cruzó mi cabeza.

    Volví en mí y llevé mi boca a la suya, temiendo a su reacción. Me miró y sonrió, pero pensé que me iba a pedir que me fuese de su casa. Pero no fue esto lo que sucedió.

    Pasó su mano derecha por detrás de mi cabeza, me acercó más a ella y empezó a besarme. Al principio, suave, pero poco después llevó su boca a la mía y sus dientes mordieron mis labios, acabando en un apasionado beso, en el que nuestras lenguas se conocieron, se saludaron y bailaron a su aire de una forma espectacular.

    Pasamos así unos cuantos minutos, besándonos y acariciándonos como si no hubiese un mañana. No decíamos nada, la palabra no estaba invitada. Cada vez más cerca la una de la otra, cuerpo sobre cuerpo buscando pasión. De pronto me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio. Y ya en él deduje que la cosa iba a llegar más lejos. Pero quizás era eso lo que deseábamos las dos.

    Me echó sobre la cama y se puso a mi lado mientras iba desabrochándose el vestido. Me quitó la blusa y nos quedamos las dos en bragas y sujetador. Seguíamos con nuestro juego de besos y caricias, y ahora con menos ropa. Puse mi mano en su cintura, para subirla hasta sus tetas. Estaba deseosa por acariciarlas. Entonces nos desabrochamos los sujetadores la una a la otra, para sentirnos de una forma más directa.

    Mientras nos besábamos, nuestras tetas se rozaban, pudiendo sentir sus pezones sobre los míos. Después de semejante delicia, empezó a besarme en el cuello, y lentamente fue bajando hasta llegar a mis hermosas tetas. Las besó y las lamió todo el tiempo que quiso, mordisqueando mis erectos pezones. Esta era la mayor sensación sexual que había sentido hasta ahora.

    Tomé protagonismo y empecé a lamer sus tetas con mi lengua, que alternaba con sus labios besándolos. Sara estaba como loca con mis lamidas y besos. Amplié a su ombligo con la puntita de la lengua, para terminar devorándonos, y entonces, mi despampanante amiga Sara empezó a gemir.

    Entre besos, mordisquitos y caricias nos quitamos lo que nos quedaba de ropa, hasta acabar completamente desnudas. Entonces pude admirar su increíble anatomía. Si con ropa era espectacular, sin ropa más aún. Acaricié todas y cada una de sus curvas, y ella hacía lo mismo conmigo. Por un impulso, bajé mi mano hasta su coño, alzando de vez en cuando la cabeza para mirarla a los ojos. Con dos dedos de mi mano derecha removí su clítoris. Eso hacía que soltase un rugido, y esto me gustó. No podía creerme que lo que estaba ocurriendo era real, que lo que a veces había pensado, sin querer reconocerlo, estaba sucediendo.

    Sara bajó también una de sus manos a mi coño, y se dispuso a hacerme lo mismo. Sólo con el roce de sus dedos sobre mi clítoris, mi excitación aumentaba a una fuerte temperatura vaginal, y tuve el primer orgasmo y solté un gemido, y ella lo oyó y le gustó. Me miró a los ojos y seguimos masturbándonos la una a la otra, hasta que entre besos, suspiros, gemidos e incluso rugidos, llegué a otra corrida, y esta vez ella también. Pude ver cómo se humedecía mi mano con sus jugos, lo que poco antes me hubiese sido repugnante, ahora era un rico brebaje.

    Nos mirábamos intercambiando risas febriles, besándonos y entrelazando nuestras lenguas. Se puso encima mía y me abrió las piernas. Sabía lo que iba a hacer. Estaba nerviosa y sentía una mezcla de morbo y vergüenza, que en el fondo me causaba un placer indescriptible. Con miradas pícaras, acercó su boca a mi coño y lo lamió furiosamente. Y lo hacía con sabiduría. Subió sus manos y cogió las mías, y eso me gustó sobremanera. Así me sentía más segura.

    -sigue y termina en página siguiente-



  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Siguió lamiéndome el coño con la lengua y a la vez lametones en todo su interior. Apenas subía el ritmo, paralelamente crecían mis gemidos. Recorría todo mi coño con su boca, lo besaba, lo lamía y metía su lengua lo más dentro que podía. Y yo iba a explotar con el tercer orgasmo, pero me daba vergüenza correrme en su boca. Aunque no pude evitarlo y mis jugos acabaron en su boca, y después, mi cuerpo temblaba. Y mi coño seguía en su boca. Me cubrí la cara con las manos por pudor. Pero ella las separó y las retiró.

    —No te sientas mal, pequeña -y chupó lascivamente mis labios.

    Ahora tenía que devolverle el favor; abrió las muslos. Era la primera vez que me comía un coño, pero la pasión me pudo. Me aproximé a su vagina, saqué la lengua y, con la puntita, empecé a chupar su clítoris y a intervalos clavaba mis ojos en los suyos. Me excitaba comprobar que estaba así por mí. Lamiéndole el coño terminé por devorarlo, pasando mi lengua por donde quería haciéndola gemir cada vez más hasta que dio un grito y sus jugos terminaron en mi boca. Los saboreé y me los tragué.

    Recuperado el aliento, me puse encima de ella, de tal modo que nuestros coños se rozaban, y empecé a moverme hasta ir subiendo el ritmo y follármela. Me incliné hacia adelante para que nuestras tetas se enamorasen. Mientras ella gritaba, yo podía percibir su olor, así que ambas logramos una sublime corrida, la cuarta para mí. Pero quería más. Se incorporó y entrelazó sus piernas con las mías, haciendo tijeras.

    Nuestros coños toparon de nuevo, húmedos y sensibles, pero esta vez de un modo más directo. Comenzó a moverse sin parar y yo la seguía. Podía sentir dentro de mí su calor. Esa sensación era increíblemente excitante. Nos movíamos cada vez más rápidas, rugíamos. Nuestro pudor se había ido de paseo. En ese momento, éramos una.

    —¡No pares, puta mía! ¡Ah! -rugía Sara.

    Jamás había oído a Sara decir tacos. Pero lo cierto es que eso de "puta" me espoleaba y  me movía como nunca lo había hecho con mi ex novio de mi pueblo. Me abalancé sobre ella y empecé a besarla, a lamerla entera, a jugar con su lengua dentro de mi boca. Estábamos abrazadas y frotando nuestros coños sin parar.

    —¡No se te ocurra parar! -exclamé en un grito.

    Tanto placer junto era insostenible. Nos fundimos en intensos momentos de placer. Después, normal, caímos rendidas en la cama y nos quedamos dormidas, casi sin darnos cuenta.

    Al día siguiente desperté feliz entre sus brazos. Sara estaba despierta. La miré largamente, y ella simplemente me sonrió. Pero, una morosidad curiosa moraba en mi mente. A pesar de mi timidez, me atreví a preguntarle:

    —¿Es la primera vez que has follado con una chica? Me inclina a hacerte este pregunta porque he visto que eres una experta en este menester.

    Y me respondió:

    —Sí, es la primera vez, pero no será la última. Vendrán más, sólo contigo. Yo soy una mujer convencional y hasta anoche siempre fui heterosexual, pero mi Amor hacia ti me ha convertido en bisexual. Pero creo ya no me interesan mucho los hombres, siento más placer con una mujer: tú.
    —Me gustas mucho y me lo he pasado de maravilla follando contigo. Incluso podemos follar más veces, pero no puedo prometerte que no vuelva a estar con un chico. Mi ilusión es formar una familia y tener hijos, y eso es imposible contigo.

    A Sara se le humedecieron los ojos. Se repuso como pudo y me dijo:

    —Podemos vivir juntas y crear una familia adoptando. Yo gano mucho dinero para que podamos vivir hasta con lujos. No puedo ni quiero evitarlo, pero me he enamorado de ti.
    —No me gusta que me mantenga nadie. Salí de mi pueblo y con los ahorros de mis padres he emprendido la carrera de arquitectura. Y por nada del mundo voy a abandonar mis estudios.
    —¡Claro qué no, qué disparate. Puedes seguir estudiando. Ahora estás confusa. Tómate tu tiempo. Pero yo quiero seguir siendo tu amiga.
    —Y yo también quiero seguir siendo ser tu amiga, mi mejor amiga.

    Y ahí quedaron las cosas... por el momento.

    Pasaron cuatro años, y Nuria terminó cu carrera de arquitectura y, sin dejar de verse con Sara, sin cama de por medio, intimó con un compañero de la universidad. Se acostaron juntos sólo dos veces, pero el tal no la satisfacía en la cama. Sara le propuso que se incorporase a su gabinete de aparejadores, lo cual aceptó Nuria y se entregó a fondo, siendo poco menos que imprescindible en su trabajo como arquitecto, cobrando un alto sueldo. Sara, que todavía conservaba buena parte de su lozanía, tenía ya 41 años y Nuria 24. Una noche de sábado se vieron fuera del trabajo, concretamente en la cafetería que solían verse años atrás, y fue entonces que le dijo a Sara que también se había enamorado de ella y que quería que vivieran juntas. Y juntas vivieron y siguen viviendo, pasándolo de puta madre en la cama y yendo juntas a todos lados, como un matrimonio convencional.


    A Chávez López
    Sevilla julio 2025

     :)


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