Había tomado como mala costumbre el quedarme hasta bien entrada la madrugada en mi salón, gobernado por las sombras producidas por la poca luz que se filtraba por el hueco del balcón, escuchando algo de música o simplemente disfrutando los leves sonidos que la ciudad producía a tales horas.
Por mucho que me pesara el cansancio al amanecer, con la vuelta de la tediosa rutina, me resultada demasiado reconfortante esos ratos al abrigo de la noche, las sensaciones de tranquilidad y paz que despertaban en mí, demasiado agradables como para renunciar a ellas.
Rara vez había sentido la necesidad de abrir la puerta del balcón, no era una época especialmente calurosa para que lo hiciera, pero sin embargo esta vez me apetecía sentir esa suave brisa en mi cuerpo mientras me disponía a seguir deleitándome con ese blues que tenía captada mi atención desde la semana anterior.
Mi torso desnudo descansaba en el sofá, con los ojos cerrados y la mente sumida en la deliciosa melodía que se filtraba por los auriculares cuando capté un sonido seco proveniente del exterior. Automáticamente abrí los ojos y dirigí mi mirada a la balconada, iluminada levemente por la luz de una farola algo distante sin notar nada extraño, por lo que me dispuse a echar un rápido vistazo y comprobar qué me había sacado de mi gustoso y nocturno sopor musical.
Aparté la fina cortina y asomé la cabeza. La calle se encontraba desierta, solo el leve eco lejano del motor de un coche que se alejaba progresivamente hasta desaparecer por completo, y al mirar a la derecha sorprendí un par de ojos marrones mirando a los míos con una mezcla de sorpresa y miedo.
La grácil silueta de una mujer se dibujaba dos balcones más allá del mío, cubierta tan solo con una camisón ligero que casi no dejaba espacio a la imaginación debido a su notable transparencia. Una sonrisa nerviosa se dibujó en su rostro y, a pesar de no poder asegurarlo por la distancia y la falta de luz, juraría que un rubor inundaba sus preciosas mejillas.
A sus pies un macetero de considerable dimensión aparecía fracturado, causante sin duda alguna del sonido que me había llevado a salir fuera y poder contemplar tan magnífico e inesperado encuentro, tan solo acompañados por una luna creciente que observaba discretamente desde el negro cielo.
Pasada la sorpresa inicial, parecíamos no ser capaces de dejar de mirarnos, quién sabe si por la situación, por la hora, por lo extraño, o quizá por algo más. La calma que minutos antes me embargaba se había disipado completamente, dando paso a unas sensaciones radicalmente distintas y, muchas de ellas, incluso inadecuadas se podría decir.
El hecho de notar como su mirada recorría mi cuerpo lentamente no ayudaba a que todo lo que me pasaba por la mente cesara, más bien me cargaba de decisión para tomar la iniciativa de algún modo, aunque no tenía muy claro cómo. Con esa duda en la cabeza, y embelesado al comprobar como el perfecto contorno de sus pechos realzaba el camisón comprobé como se llevaba juguetonamente el dedo índice a los labios en señal de silencio, de confidencia, y acto seguido desaparecía en el interior de su piso.
Estupefacto me quedé unos segundos allí de pie, sin saber interpretar del todo bien que quiso decirme mi noctámbula amiga, si es que en realidad había querido decirme algo y no se trató de una mera despedida, un punto y final a una anécdota sin más importancia. Una moto pasando a toda velocidad por la calle de abajo me sacó de mis divagaciones y también yo entré a casa cerrando la puerta del balcón y pensando que irse a dormir quizá sería la idea más razonable.
Una corazonada fue el único motivo que me hizo comprobar algo: una locura, un imposible, una casualidad que no se iba a dar, y me dirigí a la puerta de entrada, abriéndola todo lo silenciosamente que pude para asomarme al pasillo y dirigir mi mirada en dirección a la puerta de la vivienda que debería pertenecer a tan apetecible chica, pero... no había nadie allí como era obvio.
Estaba ya a punto de abandonar cuando ese precioso rostro apareció nuevamente, ahora podía distinguirlo aún menos ya que la luz del pasillo comunitario estaba apagada, pero no cabía duda alguna de que se trataba de ella. Ni siquiera me molesté en ponerme las zapatillas de casa, tan solo cogí las llaves y acudí a su llamada cubierto solamente por los pantalones del pijama.
Traté de decir algo en voz baja al llegar a ella pero entonces fue en mis labios en los que posó delicadamente la yema de su dedo índice, mirándome a los ojos sin parpadear ambos ni una sola vez. Sin tiempo a que pensara nada más, me cogió de la mano con sutileza, haciéndome pasar al interior junto a ella, y cerrando la puerta tras de nosotros sin provocar el más mínimo ruido.
Una de las tirantas de su camisón se había escurrido por su brazo dejando desnudo un hombro deseable de acariciar, de sentir, de morder... Me limitaba a dejarme llevar por ella mientras observaba como sus caderas se movían de manera rítmica a cada paso que sus descalzos pies daban sobre la moqueta. Una vez en el salón no pude reprimirme mas, y la agarré desde atrás, notando el calor de sus glúteos a la par que ella podría sentir la dureza de mi sexo aún a pesar del pantalón.
Echó la cabeza hacia atrás en un acto casi reflejo, y yo devoré ese precioso cuello sin dudarlo mientras acariciaba sus pechos con mis manos, notando la excitación creciente que debía estar experimentando en sus puntiagudos pezones. Aquello era una locura, pero una maravillosa, los deseos de saciarme eran indescriptibles, me pasaban mil cosas por la cabeza que hacer pero el instinto me llevó a ponerla frente a mí y tumbarla boca arriba sobre el sofá mientras yo la aprisionaba con mi cuerpo y mordía su labio inferior.
De manera tácita ninguno pronunciaba palabra alguna, es más, casi tratábamos de reprimir cualquier sonido lo que, por extraño que parezca, hacía que todo resultará aún más excitante y placentero. En un segundo nos habíamos liberado de toda prenda y ella me invitaba con la mirada, atenta a cada uno de mis movimientos, abriendo ligera y elegantemente sus piernas para que pudiera contemplar mejor su preciosa intimidad, depilada de manera íntegra, algo rosada y a buen seguro ya lo suficientemente húmeda y cálida.
Admito que no pude ser delicado al tomar aquel tesoro por primera vez, penetrándolo repentinamente mientras ella se tapaba la boca y se aferraba fuertemente a mi cintura mientras yo seguía embistiendo uno y otra vez, sin demasiada velocidad, pero profundizando cada vez más, sintiendo como su calidez me volvía loco. Cerraba los ojos por momentos, pero cuando los abría me miraba lascivamente, lo que contrastaba con el rostro dulce y angelical que contemplaba, aún así no pude reprimir el impulso de agarrar su cuello cuando empezaba a follarla aún más fuertemente si cabe.
Jadeos semirreprimidos de ambos y el dulce olor producido por la mezcla entre su perfume y su sudor hacían parecer todo casi onírico, mi excitación era tal que sabía perfectamente que no tardaría mucho en descargar todo mi deseo en su interior, en realidad estaba deseando pringarla de mí, que notará también de ese modo toda mi pasión. Supongo que pudo percatarse también de que ese momento estaba próximo, por lo que, posando suavemente sus manos en mi pecho me obligó en cierto modo a que saliera de su delicioso interior.
Inmediatamente después se incorporó y de nuevo me tomo la mano, llevándome a la puerta de la que debería ser su habitación pero, contra todo pronóstico y antes de entrar a ella, se giró postrándose ante mí y muy despacio comenzó a repasar con su lengua desde la base de mis testículos hasta el glande mientras con su mano derecha no paraba de masturbarme con firmeza pero suma suavidad también. Devoraba insaciablemente mi polla, introduciéndola casi por completo en esa boquita