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A veces, cuando está seguro de que nadie lo ve, el hombrecillo gris se permite levantarse y echar una cucharada de azúcar en el café. Es un acto furtivo, huidizo, que sería casi masturbatorio, de no ser porque es ejecutado con una precisión absoluta. Hay algo de arquitectónico en la parábola dibujada por la cucharilla desde la taza al azucarero y en el recorrido inverso, con una ondulación mayor, pero rebosante de pequeños destellos brillantes arrancados por la luz de la bombilla del techo. Todo debe ser rápido, porque, de no hacerse así, puede verse interrumpido por una voz, que invariablemente surge a su espalda, una voz todopoderosa y retórica, marcada entre paréntesis por accesos de tos:
- Pelario ¿te acordaste de la sacarina?
No para conocer, ni para saber, sino para imponer su dominio, para marcar un territorio y posar un yugo sobre la espalda combada del hombrecillo. Es entonces cuando Pelario completa el ritual y termina el sacrificio, levantando con la mano izquierda el frasquito, apenas un poco por encima de su hombro, lo justo para que la voz pueda verlo desde su trono en el salón.
Comentarios
Hola, bienvenido paisano andaluz; yo soy sevillano
¿De veras tienes 16?
El relato tiene un tinte aterrador. Me gustó mucho.
Saludos cordiales,
Marcelo