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Relato "El hijo del sepulturero" parte3

 

–¿Donde?

–Allí tras el montículo –dijo señalando con la lanza hacia un montículo de tierra, posiblemente una antigua tumba sin lápida, cubierto de musgo.

–Joder, ahí no hay nada, habrá sido algún carroñero que venía a darse un festín y se ha asustado al vernos. No levantará más de medio palmo, que iba a esconderse ahí detrás, ¿una ardilla? –se rio jocosamente de su compañero y le golpeó con la punta de la lanza en el casco de metal, haciendo vibrar la pica que lo coronaba.

Ambos volvieron la mirada a la mortaja. Robert y su esposa volvieron a respirar. No habían sido ellos quienes llamaron la atención de los soldados. Falsa alarma. Pero su tranquilidad duró únicamente el breve instante que transcurrió hasta que una sombra paso a su lado y les habló sin detenerse.

 

–Esperad aquí, por favor. Vuelvo en unos minutos.

 

Parecía la voz de una mujer. Fue al salir de entre los árboles cuando pudieron ver su figura, al ser iluminada por la luz de la crepitante hoguera que abrasaba sin piedad la maraña de cuerpos. Sin lugar a duda se trataba de una mujer, rubia y con coleta baja, pero iba vestida tal que un hombre; con tricornio, zapatos de piel, pantalón y gabardina, todo ello negro. Caminaba hacia los soldados, ayudándose elegantemente de su bastón de madera, coronado en su punta con una bola de marfil.

 

–Buenas noches, señores – dijo a los soldados

 

El llanto cesó. Los soldados se sobresaltaron a oír la voz. El más bajo, lanza en mano se giró colocándose instantáneamente en posición de defensa, su compañero sacó su pistola de la parte de atrás del cinturón y apuntó a la figura que parecía aparecer de la nada, sin hacer el mínimo ruido al caminar. Su sorpresa fue aún mayor al encontrarse frente a aquellos ojos verdes que los miraban. Era una mujer bella, no llegaría a la treintena, y su pecho se hacía presente aún con la camisa blanca de caballero y el blazer gris.

 

–No acostumbro a tener encuentros nocturnos con soldados, pero este no me parece el recibimiento más apropiado –Prosiguió la mujer.

 

El más alto bajó, con la punta de su pistola, bajó la lanza de su compañero.

 

–Tampoco nosotros solemos encontrarnos con mujeres a estas horas, al menos en cementerios –sonrió con una mueca que pretendía ser seductora –. Y menos aún vestida de semejante manera, he torturado por brujería por bastante menos. En tu caso podríamos hacer la vista gorda, siempre y cuando nos des algo a cambio. ¿No crees, Tom?

–Creo que sí, Ash. Podría empezar por quitarse esa ropa como signo de arrepentimiento. Así sabríamos que ha sido solo un error, que no sabía lo que hacía, y con un... pequeño castigo podríamos dejarla marchar.

–Quizás hasta te guste el castigo, nunca se sabe.

–No veo porque he de ser castigada –les dijo la mujer con una leve sonrisa.

–Por ser una bruja, ¿qué mujer decente se vestiría si no con ropas de hombre y caminaría sola por el cementerio cuando el sol ya se ha puesto? Es un caso claro y, en estos casos, por si no lo sabes, los soldados tenemos la potestad de ser juez, jurado y verdugo. Quizás no seas de estas tierras y no lo sepas, después de todo estamos ya cerca de la frontera, y puede ser que la hayas cruzado sin darte cuenta. Pongámonos en el caso de que en tus tierras esta sea una vestimenta adecuada para una dama, cosa que dudo. En el mejor de los casos podría ser un error por tu parte. Como tengo la duda de si es o no un error por tu parte aún no te he lanzado a la hoguera. Estamos siendo buenos al pensar bien de ti. Se buena tú también con nosotros y acércate, queremos que verte bien –Dijo Ash.

–Sí, acércate, o si lo prefieres me acercaré yo –continuó Tom soltando su lanza y acercándose a ella.

–Tranquilo hombretón – dijo la mujer apoyando la punta de su bastón, con el brazo estirado, en el chaleco-coraza del soldado –, no estoy aquí para daros placer, mis motivos son bien diferentes, y voy a explicároslos sin más dilación.

Robert miraba la escena con atención, sin saber aún cómo reaccionar. Su primer impulso había sido agarrar a su mujer e irse corriendo por donde habían venido, pero conocía bien a Málika y sabía que no se iría de allí fácilmente. Siempre había sido testaruda. Ahora que se había propuesto salvar a aquel niño, o lo que fuese que se escondía en aquella mortaja, nada ni nadie haría que cejase en su empeño. Tras descartar esta primera opción había surgido la segunda, luchar. Sus opciones de victoria eran tirando a nulas, dos mujeres y él, sus únicas armas: un bastón y una pala, contra dos soldados, entrenados para el combate, con lanzas y pistolas. Sumando su herida en la mano derecha, que aún no había dejado totalmente de sangrar, creaba el cóctel perfecto de una derrota y sus cuerpos ardiendo en una fosa común. Miró a su esposa y esta no perdía detalle de la mujer y los dos soldados, aguzando el oído para no perderse nada. Robert buscó con la mirada algo que aumentara sus posibilidades de victoria, quizás algún potencial testigo que disuadiera a los guardias, algún arma, posibles rutas de escape en caso de tener que huir... y entonces lo vio, el montículo que había distraído a los soldados unos instantes atrás ya no estaba allí. Atónito, pudo verlo, deslizándose lentamente, de manera casi imperceptible, hacia la espalda de los guardias.

 

–Mi Nombre es Viesca –prosiguió la mujer, bajando el bastón al ver que el soldado ya no intentaba acortar distancia –y estoy aquí para evitar una tragedia, siempre y cuando tengáis una pizca de inteligencia, por supuesto. No necesito que os presentéis, vosotros sois Thomas y Ashem Sellbille, hijos de Jerrim y Ananda –los soldados dieron un paso atrás, cierto desconcierto asomó en sus miradas –. Mi paciencia aún no se ha terminado, pero la habéis menguado lo suficiente para que responda a vuestras acusaciones y amenazas. Venís a este santo lugar, un lugar bajo el amparo del sepulturero, con la sencilla misión de cavar una fosa común, descargar un carro de muertos y quemarlos. En lugar de ello robáis a los muertos, apartáis varios para venderlos a seudocientíficos e intentáis matar a un neonato a punta de lanza. Con esto a vuestras espaldas no solo no sentís el más mínimo arrepentimiento, si no que al encontraros con una mujer lo primero que hacéis es proferir falsas acusaciones de brujería e intentar violarla. Sois despojos de una sociedad decadente que bien merece la plaga que padece. Si bien es cierto que no todos los que debieran morir lo harán, también es cierto que algunos que no lo merecen perecerán innecesariamente, más estoy segura de que el sepulturero indemnizará a quien corresponda– giró su rostro para mirar la arboleda, algo desconcertante para los soldados, pero un gesto inequívoco para el matrimonio de que se refería a ellos.


 


Comentarios

  • Escribe mejor pseudocientifico.

    me extrañaba mucho que Viesca estuviera tan confiada ante esos bombres, ahora veo que es porque debe de ser muy poderosa, viendo como acaba. A ver si me equivoco o no
  • si, mejor pseudocientifico, me pasa por hacer caso al corrector de ortografía.
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