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Relato "El hijo del sepulturero" parte1

I

 

El agujero aún no era lo suficientemente profundo. El suelo de la que sería la tumba de su hijo aún estaba demasiado cerca de la superficie. Echó un vistazo más a la mortaja y se levantó la gorra para secarse la frente con la manga antes de continuar con su labor. Su esposa seguía sentada en el suelo, a su lado, inmóvil, con la mirada perdida en la inminente puesta de sol. En esta aciaga época ya no se lloraba a los muertos. La plaga había terminado, junto con más de la mitad de la población, con las lágrimas destinadas a los que ya no estaban.

 

Los brazos le comenzaban a flaquear, pero ceder ante el cansancio no era una opción. Ya sabía lo que pasaba a los muertos que no eran enterrados por sus seres queridos. Su cuerpo no yacería eternamente en una amalgama de cuerpos quemados. Su espíritu no iría a las verdes montañas más allá del mar en un enjambre de almas. Las fosas comunes no, el no. El tendrían un camino propio para hacer el último viaje.

 

El cementerio había comenzado en los terrenos que ocupaban la parte trasera del templo destinado al culto al sepulturero, tarde sea el día que tengamos que requerir de sus servicios, pero ya llegaban hasta el linde con el bosque de Malcuria. Los tejos eran incapaces de dar sombra a todas las tumbas; sus frutos insuficientes para decorar las lápidas. Las briznas de hierba, que se erguían orgullosas hace medio año atrás, solo eran un recuerdo, habían sido pisoteadas o sepultadas en barro y sangre verde coagulada.

 

Cuando los últimos rayos de sol se posaban sobre la estatua que coronaba el templo, el sepulturero, apoyado en su pala con las manos a la altura del pecho, supo que era la hora de terminar con su tarea. La tumba no le parecía lo suficientemente profunda, pero seguramente jamás se lo parecería. Lanzó la pala fuera del agujero y esta le respondió con un golpe sordo. Inspiro con los ojos cerrados y los pulmones se le llenaron de olor a tierra mojada, humo y podredumbre. Después de dos intentos logró salir del hoyo, tropezando con el borde, cayéndose de bruces y haciéndose un profundo corte en la mano derecha con la pala.

 

–Joder –gritó, seguramente más alto de lo que debería. Su esposa ni tan siquiera alzo la vista.

 

La herida le retrasaría. Sacó un sucio pañuelo de su bolsillo y, ayudándose de los dientes, se lo ató en la mano. Hizo girar la mortaja y el cuerpo cayó haciendo un ruido que lo acompañaría eternamente. No fue el sonido el sonido que se esperaba, un objeto sólido estrellándose contra la tierra mojada; sonó a huesos rotos y tela desgarrándose. Al menos ya sabía a ciencia cierta que no estaba dormido, pues ni un mínimo quejido salió de entre las sabanas. Cuando vertió la primera palada se permitió una lágrima; la que se prometió que sería la última. Continuó sin apartar la vista de la montaña de tierra.

 

Poco a poco, con ritmo constante, el montón de tierra fue menguando.

 

Un llanto de bebe que destrozó el sepulcral silencio que dominaba la arboleda a su espalda le hizo levantar la mirada. ¿Qué clase de sádico traería a un bebe a este campo de muerte? ¿O acaso ya no tiene con quien dejarlo y, como yo, ha venido a enterrar a sus seres queridos?, pensó. Volvió la vista a su montón de tierra y continuó hasta terminar con él. Aunque no se percatara de ello, su esposa levantó la cabeza y, desorientada, miró a su alrededor buscando el origen del llanto. Esta fue la primera reacción de su esposa en días. La primera reacción desde que su hijo contrajera la Sangre Verde.

 

A golpe de pala le dio forma al montículo. El llanto volvió a llegar de entre los árboles. Esta vez más fuerte, no debía de estar lejos. El sol ya se había ocultado prácticamente en su totalidad así que se vio obligado a encender su candil antes de proseguir. Coloco la lápida, que había comenzado a tallar, en madera de tejo, como mandan las enseñanzas, en cuanto su hijo mostró los primeros síntomas y se tomó unos segundos para mirarla a modo de despedida.

 

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AMADO HIJO

 

El llanto volvió a romper el silencio. Miró en todas direcciones, la creciente oscuridad impedía ver de dónde provenía, pero el viento parecía traerlo del oeste, la zona más alejada del templo, la zona de las fosas comunes. Para bien o para mal tenía pasar por allí para regresar a casa. No tenía ganas de ver como enterraban a quien sería uno de los padres de la criatura, quizás a ambos, pero dar un rodeo sin apenas luz podría hacer que terminara por caerse en una tumba abierta, o peor aún, en una de las fosas comunes. Se giró para recoger a su mujer y llevarla a casa, pero esta, ya no estaba allí, sentada en el suelo. Por un breve instante se le paró el corazón y temió que se hubiera ido para terminar con su vida. Sabía que se le había partido el corazón en tantos pedazos, que ni un millón de artesanos podrían haberlo devuelto a su forma, pero ¿Tanto era su dolor como para cometer el mayor de los crímenes? Bien era sabido que el Sepulturero es generoso con quienes enterraban a sus muertos, pero también era implacable con aquellos que, por propia voluntad, obligaba a los suyos a darles sepultura. Encendió su farol de aceite y la buscó desesperadamente durante unos interminables segundos. Al fin pudo verla, su silueta se perdía entre los tejos, en dirección a casa. O eso es lo que al él le gustaría pensar, porque presentía que se dirigía hacia el llanto en la arboleda.

 

 

Comentarios

  • Está bien escrito por lo que veo del inicio. Me gusta la mención a las ideas religiosas del padre de Logon, porque nos dice mucho acerca de la cultura de los personajes.

    Lo que no entiendo es el final. El mayor de los crímenes, en el texto, parece referirse al suicidio. Sin embargo, “aquellos que, por propia voluntad, obligaba a los suyos a darles sepultura” parece referirse a otra cosa. Eso confunde, porque por el contexto parecen referirse a lo mismo
  • Le daré una vuelta, gracias por el apunte
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