Ahora que pasaron cuarentas días de demencias atmosféricas, cimbreo colgando madura, temiendo los los nuevos vientos.
Ahora que huelo a envero me toca caer al suelo, y rodar, o subir tramontando al cielo; o quizá si tiño mi pelo consiga confundir al tiempo.
Ahora que cambia todo es cuando se torna cierto: los paisajes que me trataron, los flamantes adjetivos - desaparecieron turgentes, suaves, rubios , enérgicos- , los planes para el pasado, los hijos que fueron niños...
¿Dónde están mis colores?
Ahora es el momento, cuando rondan festivas vendimias, próximo ya mi septiembre, de volcarme en el proceso. No quiero acabar enterrada, deslucida bajo el cemento, ni convertida en cenizas vapuleadas por rezos.
Y perdida.
Deseo que un sumiller, don Aquilino Bermejo, me sugiera elegantemente como la mejor cosecha del 70.
Y es porque caigo en racimos que suelo estar en la parra; que no, no soy la única que equivoca el vino con vengo.