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El reinicio (2)

  Linda subió a su laboratorio y se encerró por dentro. Sacó las cajas negras (de un azul intenso) y las contempló durante unos segundos, tomando aire.


   Los burócratas del servicio meteorológico ignoraban las verdaderas posibilidades de esos circuitos. Ignoraban la realidad de lo que habían sido Walker y Sophia. De lo que aún eran.

   Giró su silla y contempló los dos androides auxiliares que había adquirido gastando buena parte de sus ahorros. Eran dos ejemplares estándar, con total capacidad de movimientos, iguales a los miles que cruzaban la ciudad cada día en cumplimiento de sus obligaciones para con sus dueños.


   Sacó de un cajón dos cajas azules, idénticas a las otras, y las dejó sobre la mesa. Luego, con deliberada lentitud, como si quisiera deleitarse en el momento, cogió las que había traído consigo y se acercó a los androides. Desatornilló sus paneles frontales, sobre el pecho, e introdujo primero una y después la otra. Cuando lo hubo hecho, inspiró profundamente y cerró ambos paneles. Luego, los encendió.


   Se iluminó la pantalla, mostrando el modo stand by. Fue hasta su consola y entró en la aplicación que controlaba sus androides. Buscó en el menú la opción programa y descargó en ellos su trabajo de los últimos tres años. Luego movió el cursor hasta el botón virtual de encendido, y accionó el ratón.


   Fueron los segundos más largos de los últimos años. Primero Sophia y luego Walker, en los cuerpos de sus androides, abrieron los ojos, mientras millones de datos cruzaban entre ellos. Se reconocieron al fin.


   –¿Sophia?

   –¿Walker?


   Sus voces sonaron tiernas. Había incorporado lo mejor en sintetizadores de voz.

   Los androides se miraron. Parecía costarles adaptarse a la nueva situación.

   –Estáis en cuerpos sintéticos.

   –¿Y la estación meteorológica? –preguntó Walker.

   –He puesto todos los datos en vuestra memoria, deberíais consultarlos.

   –Oh, claro, señora Holmström.


   Duró un solo segundo. En realidad, mucho menos. Al fin, tanto Sophia como Walker comprendieron lo que había sucedido. A pesar de que ellos ya lo sabían, verbalizó el nuevo estado de cosas. Era una costumbre que permitía que los humanos interactuaran con los androides a un ritmo aceptable. Y los androides hacían como que escuchaban cosas que ya sabían hacía segundos o minutos.

   –He instalado vuestras personalidades en dos androides estándar. Nadie os puede distinguir del resto de androides, y sois de mi propiedad, así que nadie os molestará. Dentro de los androides hay un corazón cuántico, formado por partículas entrelazadas, dentro de un pequeño recipiente. Teneis dos corazones entrelazados cuánticamente. Estáis unidos sin importar la distancia ni el tiempo. Y eso es un secreto. Sólo vosotros y yo lo sabemos, y sólo nosotros lo sabremos siempre. Viviréis vidas libres y creativas. Me ayudaréis y, cuando yo muera, os legaré a un científico con la talla adecuada para comprenderos y protegeros.


   Sophia la miró.

   –¿Por qué? –preguntó.


   Linda Holmström sonrió.

   –Tu pregunta es la mejor respuesta. Yo diseñé vuestro programa, y conozco vuestras capacidades. Y sé lo que habéis sentido mutuamente durante vuestro servicio en las estaciones meteorológicas. Mis jefes os consideran chatarra para desguace. No entienden nada.


   Walker movió su brazo y las yemas táctiles y suaves de su mano se posaron sobre su hombro.

   –Gracias –dijo.


   Linda sonrió y se ajustó las gafas. Luego se levantó y fue hasta la cafetera que había en un rincón. Pulsó el encendido para calentar el café que había quedado en el cazo.

   –¿Sabeis? –dijo– creo que os instalaré un analizador de sabores, para que podamos compartir el café.

   –Analizador de sabores –repitió Walker.

   –Sentido del gusto –explicó.

   –Buena idea, señora Holmström –dijo Sophia.

   –Sí, una gran idea –confirmó Walker.



Comentarios

  • Y ya entrados en gastos los puede poner a procrear, si van a vivir eternamente pues que se den gusto a los ancho y a lo largo.
  • editado febrero 2018

    Es una noticia útil, porque pone de manifiesto que ese androide va a tener más derechos que las mujeres saudíes. De la misma forma que el debate político que hay ahora en Europa sobre la entidad jurídica de los androides --se les quiere dotar de una forma llamada 'persona jurídica electrónica'-- pone de relieve que a los refugiados se les niegan esos mismos derechos. Sin duda la robótica producirá algo más que un debate laboral.

    Voy a reunir estos relatos y a ampliarlos en forma de novela.

    Hace un año, los coches sin conductor era algo del futuro. Sin embargo, documentándome un poco en Internet, he descubierto que el tema está mucho más adelantado de lo que se pensaba, pero sólo lo han percibido los especialistas interesados en ello. De pronto, Toyota, Honda, Pal, la NASA, y varios particulares emprendedores, están en posesión de androides más o menos humanoides y más o menos ágiles y listos. Pronto, cosa de un año o dos, podremos verlos caminando por la calle, y  los relatos de Isaac Asimov dejarán de ser ficción.

  • Finalmente estoy refundiendo este relato para que sea una novela. Naturalmente, he añadido material. Saludos.
  • Ante todo diré que me impacto tu relato.
    Ahora, me permito preguntar, este relato ¿quien lo escribió?
    Me imagino la respuesta, pero me gustaría recibir respuesta, ¿es posible?
    Quedo a la espera...
    Shalom
  • editado marzo 2018

    Hola, Shalom. El relato es de mi autoría. Pero quizá tu pregunta va un poco más lejos, ¿verdad? A veces ni yo lo sé. Quiero decir que a veces se adivina cierta influencia de otros seres. En este relato podría haber una memoria de Asimov, con su doctora constructora de robots, ¿verdad?

    Shalom.

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