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Diles que les quiero (2)

Chang comenzó a estirar la cinta, que se pegaba a sus manos, pero consiguió irla extrayendo de la nada que la mantenía en el aire. Consiguió extraerla toda y, entonces, pudimos ver una escena singular: el extremo de la misma, que estaba doblado para facilitar su localización cuando el rollo estaba en su estado habitual, apareció repetido. Es decir, salió de la nada, pero continuamos viéndolo al otro extremo de la misma.

–Una alteración temporal –exclamó–. Esto me gusta cada vez menos.¿Y si esta lo-que-sea crece, como en aquella película... ¿Te acuerdas?

–¡No! –. Casi chillé–. No llames al mall tiempo, por favor. Mantengamos la calma, al menos hasta que el equipo de emergencias llegue.

Continuó enrollando la cinta, en forma más bien chapucera, y el extremo reproducido desapareció por la nada.

Chang dejó el manojo de cinta pegajosa y cogió un lápiz. Porque, aunque ustedes no lo crean, los lápices siguen presentes en los cosmódromos, aunque, como en cualquier oficina, nadie los use ya para nada, pero no hay despacho sin su lápiz. Bien, cogió uno y procedió a lanzarlo contra la zona de espacio donde suponíamos que estaba la anomalía. El lápiz varió levemente su trayectoria al ser absorbido por la nada, sufrió una deformación, alargándose y estrechándose al igual que le había sucedido a la cinta y, tras escasos segundos, reapareció en la misma forma por el otro extremo, cayendo al suelo. Lo examinamos y no presentaba desperfectos apreciables.

–Notable –dijo.

–Se dice 'fascinante'. ¿No veías Star Trek?

–Yo no soy de Vulcano –protestó Chang–, y digo 'notable'. Oye, tengo una curiosidad. Lánzale un reloj. ¿Tenemos un reloj por aquí?

–Sí, éste pequeño servirá –dije tomando uno de encima de una mesa–. Sincronízalo con aquel de allí.

Chang, que había entendido perfectamente mi idea, lo puso en hora con uno de sobremesa. Los relojes en los cosmódromos son bastante exactos. Y lo lanzó.

Esta vez erró el tiro. Lo intentó de nuevo. El reloj sufrió idéntica deformación. Desapareció y reapareció tras breves segundos. Comprobamos la hora.

–Como suponía, hay un desfase de unos siete milisegundos. Y no ha sufrido malformaciones ni defectos estructurales.

–El tiempo se altera. Tarda unos segundos en reaparecer, pero la gravitación sólo ha desfasado unos milisegundos. Y la deformación es meramente aparente, un efecto óptico –dijo.

–Un efecto relativista – añadí.

–Así es. Para el objeto, no sucede nada en absoluto.

Chang se puso pálido, y creo que yo también.


Justo en ese momento, aparecieron los de emergencias, vestidos con un equipo anti-casi-todo amarillo fosforescente, ideal para calmar a la población y dar a entender que “aquí no pasa nada”, excepto, tal vez, un percance nuclear o una invasión alienígena.

–¿Cuál es el problema? –preguntaron calmados.

Chang y yo nos miramos y habló él:

–Bien, tras unas comprobaciones de rutina, creemos poder asegurar que tenemos en medio de la habitación un agujero negro, escapado del almacén de agujeros negros del cosmódromo –bromeó sin sonreír–. Un agujero transparente, mejor dicho. ¿Podéis verlo? Pues nosotros tampoco. Y no aconsejamos a ninguno de vosotros que se aproxime a él. Debe ser tan pequeño como un quark,pero es capaz de hacer cosas un tanto extrañas.

El jefe del equipo nos miró como si estuviéramos locos, lo cual, por otra parte, no estaba del todo descartado.

–Vámonos –dijo a sus hombres.

–¿Cómo que “vámonos”? ¿No sois de emergencias?

–Mira –dijo seriamente–, no estamos preparados para hacer frente a un agujero negro. Llamaremos al Congreso, o a las Naciones Unidas.

–De eso nada –exclamó Chang–. Os quedáis aquí, cuidando de que nadie atraviese el perímetro de seguridad, y nosotros llamamos a quien sea.

Lo pensó unos segundos y afirmó con un gruñido. Chang me miró:

–Yo me voy a dormir. Hazme el favor de firmar el parte y hacerte famoso, si quieres.

No supe negarme. Firmé un extraño parte lleno de incongruencias y mal redactado –por mí, no por él–, y se despidió, feliz de poder deshacerse del cúmulo de problemas y papeleo que se me venía encima.

Salí de la sala de control y la realidad de un cosmódromo paralizado cayó sobre mí. El director venía por el extremo del pasillo. Le expliqué la situación lo mejor que supe y, para mi tranquilidad, tomó el mando, dejándome a mí el problema del agujero transparente.


Treinta minutos después, un equipo de emergencias suplementario y un delegado del Departamento de Astrofísica habían acampado en la sala de control, que comenzaba a parecerse a un cuartel. Aparatos de medición y experimentación aparecían por todos lados.

–¿Algún resultado? –pregunté.

–Ninguno en absoluto, excepto que la alteración electromagnética ha dejado fuera de juego todos los aparatos.

Eso ya lo sabía yo, pero no quise desmoralizarles.

–Bien, bien, sigan. Y gracias por la información.

Realizaron todo tipo de estudios del agujero, con distintos tipos de ondas, incluido un láser, y no sería justo decir que no sacaron nada en claro. Pero la experiencia del reloj que Chang y yo habíamos realizado, había sido lo más esclarecedor. La expliqué al astrofísico y le pareció muy interesante.

–Así que, para el objeto, es como si nada hubiera sucedido.

–Eso nos pareció a nosotros. Aquí está el reloj.

Lo examinó detenidamente. Incluso tomó un destornillador y procedió a desmontarlo, sin poder encontrar nada anormal. Así que la siguiente fase fue transformar la sala de control en una especie de zoológico de cobayas, las cuales eran lanzadas contra la nada, que las absorbía y las vomitaba, temblorosas, pero sanas y a salvo.

Naturalmente, era sólo cuestión de tiempo que la idea de enviar a un voluntario se les pasase por la cabeza. Y ese no iba a ser yo, por supuesto. Afortunadamente, llegó mi relevo, pero se negó a firmar el parte, en vista de lo cual el astrofísico que, al fin y al cabo, era gubernamental, requirió la presencia del Ejército, y un mando firmó mi relevo.


La burocracia tiene cosas excelentes. Es un poco engorrosa,pero a veces te salva el cu..., quiero decir, el tipo. Porque fue algo estupendo poder irme a casa y dejar a un experto controlando el problema de un agujero transparente.

Por cierto, aparezco en los libros de Historia de la Física como el que dio nombre y descubrió el primer agujero transparente microscópico. Se me menciona justo debajo del militar que descubrió la forma de alimentar a un agujero transparente microscópico hasta hacerlo crecer.

Ahora trabajo de vigilante jurado en la puerta del zoológico, pues el cosmódromo fue engullido por el agujero tras haber crecido, y entró en lo que técnicamente se conoce como un “colapso gravitatorio”.


Todos los miembros de los equipos de emergencia, el delegado y el militar fueron condecorados a título póstumo, y el área permanece bajo vigilancia. La usamos para depositar las basuras y desperdicios, lo que ha dejado de ser un problema en el mundo, desde que se conoce la forma de alimentar a los agujeros transparentes microscópicos.

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