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LA RONDA - Parte 5

alansmithealansmithe Pedro Abad s.XII
editado septiembre 2015 en Terror
[FONT=&quot]No estaba preparado para lo que vio cuando abrió la puerta del lado del acompañante. El bicho estaba abrazado al cuerpo de Carlos, el cual se agitaba con violentos espasmos, y este le parecía roer la parte superior del cráneo que ya prácticamente estaba despedazada. Al abrir la puerta la bestia lo soltó y dirigió su mirada a Fernando que aterrorizado sintió como se hacía pis encima. La boca del esbirro tenía pedazos de cerebro y largaba un olor espantoso. El bicho soltó el cuerpo de Carlos y tomó una posición de cuatro patas muy precaria, parecía estar dispuesto a lanzarse contra Fernando que soltó un alarido, el cual generó la reacción de la bestia que se abalanzó contra el doctor. [/FONT]
[FONT=&quot]Fernando se tiró hacia atrás escudándose detrás de la puerta y el salto que pegó el espantajo lo hizo llegar hasta los pastizales. Fernando no tenía otro lugar que ocultarse dentro del auto, lo cual hizo de manera automática. Cerró la puerta y sintió los embates del bicho, que eran fuertes. A tal punto que abolló la gruesa puerta del auto. En el habitáculo el olor a sangre era insoportable, la visión del cuerpo de Carlos era dantesca. Fernando no pudo soportarlo y vómito al piso, se sintió mareado y desorientado. “Hace dos minutos estaba tomando mate y contándome que le gustaba el tango”, “BUM”, otro golpe lo sacó del pensamiento en que estaba. La mente se adapta a todo, y cuando la adrenalina empieza a bombear por el cuerpo, peor. Manoteó el cierre centralizado del auto. Todas las puertas se cerraron con un golpe seco, se zambulló al piso del auto en el espacio entre el asiento trasero y la parte delantera. Quedo acostado boca arriba con los ojos cerrados mirando el techo, sus manos sobre el pecho y el cuerpo tenso. “No estoy pasando por esto, en un rato voy a estar despierto en cerca de Las Flores”.[/FONT]
[FONT=&quot]Un golpe metálico lo sacó del pequeño segundo de trance, al abrir los ojos vio el brazo sin vida de Carlos, tomó la manta del asiento trasero y como pudo sin levantarse demasiado tapó lo que quedaba de la cabeza de Carlos. Había pedazos de cráneo por todo el suelo, y otros pedazos minúsculos que Fernando no se animaba a afirmar que eran sesos. El auto se sacudió, esta vez del lado del conductor. El sacudón fue tan fuerte que levantó el auto poniéndolo casi en dos ruedas, y el cuerpo de Carlos se tumbó sobre la butaca del acompañante. La luz interior del auto seguía prendida, Fernando acostado en el suelo la miraba y quería animarse a apagarla, pero no podía. Estaba paralizado. [/FONT]

[FONT=&quot]Fernando comenzó a llorar y el silencio reino por un instante. El no podía mas que estar quieto, sabía que tenía que arrancar el auto y salir de ahí, pero no podía reaccionar. La visión de esa criatura diabólica parecía incrustada en su cerebro. El crujir de los huesos, los espasmos del cuerpo. Perplejo observaba el techo del auto, que parecía ser su único refugio. Por un segundo se sintió seguro, un chillido infernal le recorrió el cuerpo. Siendo veterinario jamás escucho un animal hacer ese ruido horroroso. Compararlo con el chillar de una rata era injusto para el roedor. No parecía ser uno solo, parecían varios. Algo raspó contra el piso del auto justo debajo donde él estaba tirado, parecía como si algo se hubiese arrastrado por debajo, lo cual lo hizo levantarse desesperado, estirar el brazo y apagar la luz. En la oscuridad los sonidos se intensificaron. El golpetear de las uñas contra el asfalto era inconfundible. Parecían varias, el auto se movía y también hacían sonar el metal con cada paso. Por la oscuridad afuera Fernando solo podía percibir algunas siluetas que se cortaban contra la tenue luz de la luna. Comenzó a tantear el suelo buscando la linterna, debía estar justo debajo del asiento de Furci que la tenía en la mano. Tanteo con miedo, y nada, recordó que su celular tenía una linterna. Los chillidos lo estremecía, un chirriar de metal comenzó a sentirse. Fernando se tanteó el cuerpo, hasta que ubicó el celular en su bolsillo derecho del pantalón, donde siempre lo ponía. No era momento para pensar claro. Con un espanto que jamás había sentido, iluminó el parabrisas y llegó a contar seis o siete de esas criaturas, todas sobre el capot del auto, mordiendo el metal al unísono. Pensaban entrar a toda costa. Giró, les dio la espalda, se puso en posición fetal, tratando de pensar. Pero el chirriar, los sonidos guturales no dejaban de perforar la mente. Los pocos pensamientos claros que tenían se disiparon. Miro hacia arriba, vio la luneta trasera. Vio el cielo y un poco de la luna. Algo se le ocurrió. No parecía haber ninguna de esas cosas en la parte trasera del auto, su única escapatoria de lo que seguramente sería un sarcófago de metal, era el baúl. Él sabía que el renaut tenía una palanca de apertura del baúl interna, pero estaba del lado del conductor, en la parte de abajo cerca de la puerta. Debía pasar por encima del cuerpo de Carlos, y estirarse de alguna manera, luego rebatir los asientos y salir lo antes posible. Era su única chance de al menos alejarse y quizás con suerte estaría cerca de algún pueblo o alguna casa. Intento buscar su posición con el celular pero no había ni un poco de señal, se acometió a la única idea que había podido rescatar de su mente turbada. [/FONT]
[FONT=&quot]Los constantes movimientos del auto, y los golpes en el metal y el vidrio, lo aceleraron. Pensó rápido y sabía que primero debía rebatir los asientos. Tarea que nunca es fácil. Comenzó a tirar desesperado de ellos. Las bestias golpeaban el vidrio que parecía resquebrajarse. Fernando utilizaba toda sus fuerzas, hasta que algo de claridad volvió a su cabeza, “debe haber una palanquita idiota por algún lado”. Arrodillado sobre el asiento trasero, tanteaba los costados del asiento buscando esa palanca que baje el respaldo para poder meterse en el baúl. Un embate violento contra el costado del auto lo hizo sacudir, y Fernando golpeó su cabeza fuerte contra el vidrio de la puerta. El golpe lo aturdió un poco, pero rápidamente se sacudió, y sin quererlo encontró la bendita palanca. Fácilmente el respaldo se dobló sobre sí mismo, y un pequeño espacio se abrió para entrar al baúl. Ahora faltaba lo peor, la excursión para abrirlo. [/FONT]
[FONT=&quot]El vidrio pareció quebrarse pero seguía resistiendo, y las bestias bramaban desesperadas, respiraban pesadamente. ¿Acaso se estaban cansando?. “Hay que felicitar a los de la fábrica, la verdad el parabrisas resiste bastante”, un pensamiento ridículo que se filtró en la cabeza del doctor. Prendió la linterna del celular, y vio el cuerpo de Furci cruzado de asiento a asiento, tapado de manera torpe por la sabana. Pasó por encima de él intentando evitar el contacto visual. Quedó de frente al parabrisas y una criatura lo vio, golpeó fuerte el vidrio, Fernando sin pensarlo, lo alumbró y sus ojos grandes e inexpresivos hicieron contacto directo con los del doctor. Parecieron sondear el alma de Fernando y oler su terror. Dirigió el haz de luz del celular al suelo, vio el dibujo del auto con el baúl abierto, manoteo rápido. El vidrio hizo otro “crack”, ya prácticamente definitivo. El sonido del baúl abriéndose fue un bálsamo para el alma del doctor que se escabulló rápidamente atravesando el auto. Entre los bolsos del baúl pudo salir. El aire lo despabiló, pero no había tiempo comenzó a correr como nunca antes. Cálculo pasar los diez metros cuando sintió el chillido espantoso de las bestias, dio media vuelta y alumbró el auto. No había cuatro o cinco, pudo contar más de quince. Siguió corriendo tratando de alumbrar el camino. No había banquina, los costados eran pastizales altos, y no quería meterse ya que no estaba seguro si estaba llena de agua. Solo alumbraba hacia adelante, sin pensar demasiado hacia dónde corría ni con qué propósito. No sabía si estaba cerca de algún pueblo. Su respiración se hacía cada vez más pesada, y al mismo tiempo esos chillidos espantosos empezaron a aparecer otra vez. Se sentían cercanos, los sentía a sus costados. No quiso hacerlo por un trecho, pero ya no podía ni correr del cansancio. Se detuvo y con temor alumbró al costado del camino. Miles de ojos brillaron.[/FONT]

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