Historias cotidianas al despertar
Me desperté y fui a la cocina a calentar un vaso de leche
con mucho café
en el microondas.
El abuelo se olvidó anoche de tapar la cena con un plato
al calentarla,
tras el partido de fútbol.
Lo limpié por dentro, pensando en como decírselo
cuando se levante,
con 87 años se lo toma todo como un ataque
a su persona. Se siente inútil.
_ Abuelo, tape la cena al calentársela, que sino deja el micro
hecho una pena...
_¡Ah!, ¿pero hace falta taparla?
Esta conversación la hemos tenido más veces.
Me han desaparecido las pelotitas del bolsillo de mi bata.
La gata, Julietta, es muy lista
y las ha sacado sin que me diera cuenta
por la noche.
Las escondí para evitar un accidente.
El abuelo quiere jugar. Les da patadas para
que la gata salga corriendo tras ellas.
Pero el médico, cuando pasó lo de la embolia (de la que salió bien parado
para lo que podía haber sido),
le dijo seriamente que
tenía que andar con un bastón a partir de entonces,
por una cuestión
de equilibrio.
Y lo veo apoyado en una pierna, a la pata coja, y la otra en el aire,
emulando a Messi.
Y cualquier día se cae y se rompe algo... por la pelotita.
Se me ha vuelto a enfriar el café con leche...
Vuelvo a la poesía.
Ayer estaba con Dinko Pavlov.
Andaba casi enamorada.
Más tarde, pasado el amanecer, llegaran las prisas...
Comentarios
cada vértebra de cuello a coxis,
suave pendiente de hombros a cintura,
lenta subida en la cadera,
vertiginoso desliz hacia las piernas,
montaña rusa de pálida apariencia
sin gritos de alarma,
radiografía en positivo de tu enojo,
esperaría siglos te des vuelta,
pero casi ya no tengo tiempo.
Dinko Pavlov.
Descubrir a un poeta, y no al ruso malo que bebía las babas de los perros.