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Dígaselo con flores

Groucho MarxGroucho Marx Pedro Abad s.XII
editado octubre 2014 en Humorística
Tengo que hacer algo para reconciliarme con Madeleine y que se olvide de ese muchacho. Ahora que he salido del trabajo, voy a ir a la floristería y comprarle unas bonitas flores con muchos colores, por lo menos tres. Seguro que eso le alegrará y espero que así me perdone.

-Buenos días, señor. Bienvenido a "Estambres y Cochambres", la mejor floristería rápida de la ciudad. Encargue sus flores por la mañana, las plantamos a mediodía, brotan por la tarde y se marchitan por la noche. ¡Deprisa, haga su pedido!
-¡Caramba, qué prisas! ¿Ha llegado ya la temporada de rosas?
-Lo siento señor, llegó esta mañana, pero acaba de terminar. Si hubiera venido cinco minutos antes...
-Le compraría una margarita para deshojarla, pero no me gustan las decisiones tan precipitadas. No sabría si ella me ama, no me ama, o pilota un monoplaza.
-¿Puedo sugerirle un crisantemo?
-A la velocidad que van ustedes, llamémosle Cris. ¿Tiene algún vegetal que aguante más de veinticuatro horas?
-Sí, el cactus de plástico que tenemos encima del mostrador.
-Vaya, es usted un gracioso, ¿eh?

Me río con aire burlón, balanceándome sobre mis pies atrás y adelante, con las manos en los bolsillos. El dependiente hace lo mismo. Mis risas arrecian y me golpeo la rodilla con la palma de la mano. El dependiente me imita. Ahora me río a carcajadas, palmeando la espalda al dependiente, que repite todos mis gestos. De repente, me enderezo y me pongo serio. El dependiente sigue riendo a mandíbula batiente. Se deja caer al suelo, pataleando de risa. Se revuelca mientras no deja de troncharse.

-A eso le llamo yo poner alegría en su trabajo. Apuesto a que han confundido las amapolas con el opio.

Me giro para salir del establecimiento y me doy de narices con un enorme helecho que hay delante de la puerta y que juraría que no estaba ahí cuando llegué.

Me encamino a otra floristería que hay dos calles más allá. Esta vez me fijare en el rótulo antes de entrar. A ver... 'El gladiolo Bartolo'. Suena inofensivo. Cruzaré los dedos. Vaya, no hay nadie en el mostrador. Bueno, hay una campanilla. La tocaré para que venga el dependiente. ¡Ding!

Pasan los segundos... quizá no me haya oído. ¡Ding!

Más segundos.... una mosca revolotea juguetona frente a mi cara. La sigo con la mirada. Ahora sube, ahora baja, se va a la izquierda, se va a la derecha, hace un picado en barrena y luego vuelve a elevarse... tocaré otra vez. ¡DING!

Cae la tarde. Las sombras se alargan, la gente sale de sus trabajos, en dirección a sus hogares. El aire refresca y las primeras estrellas empiezan a aparecer. ¡Ding! ¡Ding! ¡Dingidingidingidingiding! Aprovecho la campanilla para interpretar un tango, mientras muevo el cuerpo adelante y atrás, adelante, atrás, giro y vuelta, agarro una rosa que hay en el mostrador, me la pongo en la boca y culmino rodilla en tierra. ¡Ding!


Se oye el ruido de una cortinilla de tiras al abrirse y aparece el dependiente arrastrando los pies.

-¡Ya va, ya va! Jolines, ya no existe la paciencia en estos tiempos.
-¿Y como lo sabe? El primer dingazo fue hace unos cuantos siglos. Si no hubiera traído conmigo una navaja de afeitar, ahora parecería Robinson Crusoe.
-¿Qué se le ofrece?
-Una hamburguesa doble con patatas, si le parece. ¿Qué vende usted?
-Flores.
-¡Bingo! Nos acercamos a un resultado.
-¿Qué flores quiere?
-No es usted muy hablador, ¿eh? Póngame un cuarto de flores de las de pedir perdón.
-De esas no tenemos.
-Pues póngame de las que tengan.
-Sólo nos quedan coronas funerarias.
-¡Justo lo que necesitaba! Así Madeleine me echará a patadas por cenizo y yo me volveré a mi nicho con la corona a cuestas. Pues no quiero nada, gracias. Me voy.
-¿Y para eso me molesta?
-Apuesto a que estaba haciendo algo importante, ¿no?
-Pues sí, me estaba entrenando para correr la maratón.
-¿La de qué año? ¿La de 1950? Si se da usted prisa, creo que aún hay un par de esqueletos aguantando la cinta de meta esperándole a usted.

Será mejor que compre unos bombones.

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