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BUEN CHICO (Capítulo III)

Marco Publio LabeoMarco Publio Labeo Anónimo s.XI
editado abril 2014 en Terror
III A TIEMPO PARA LA CENA

- Toma el saco... pensaba que no aparecerías -Hershel miraba a Ed, que parecía ajeno a todo el revuelo que había en Planfield-, ¿te has enterado de lo de Mary? Dicen que está muerta, o al menos eso creen todos.

- No está muerta, está en la granja- respondió sin mirar al leñador apretando sus labios a modo de sonrisa-.

- Tienes un humor de lo más desagradable -dijo Hershel observando aquella mueca torcida que tanto le asqueaba-, no se qué coño te pasa pero que la gente de este pueblo tolere tus rarezas no quiere decir que no les incomodes.

Por un instante, Ed clavó sus extraños ojos azules en los suyos dejando entrever como se encogían sus pupilas. Ed lanzó el saco de serrín a la caja de su furgoneta y, sin decir palabra, subió a la cabina, arrancó y desapareció por el camino que abandonaba el aserradero confundiéndose entre la polvareda y la escasa luz del anochecer.

Llegó al desvío de la carretera que señalaba la entrada a su granja mientras desaparecía el último rayo de luz, los faros de su Ford proyectaban una luz temblorosa en el sendero que conducía a la granja; aquellos malditos baches hacían que por fracciones de segundo no pudiera ver hacia donde apuntaban, ya que toda la visión en aquella oscura noche de invierno se limitaba al cono que ofrecían las cortas.

De repente, una figura fue iluminada a escasos metros a la izquierda del vehículo, un cuerpo extremadamente delgado que permaneció inmóvil en el margen del camino al pasar por su lado . El conductor se detuvo, observando por el espejo retrovisor como éste se distinguía de forma muy tenue por la luz rojiza de freno; permanecía de espaldas y movía los brazos de forma casi espasmódica sin orden ni intención, emitiendo un sonido similar a rápidos chasquidos ensordecidos que Ed reconoció enseguida.

- ¡Madre, suba al coche! –vio a través del retrovisor como la delgada figura detuvo los brazos en seco, pero no hacía ademán de girarse y dirigirse a la furgoneta. Ed giró el cuello para asomarse por la ventanilla y encontró de repente el cuerpo de su madre, desplazándose a escasos centímetros de su ventanilla rodeando el vehículo.
No entendía como ella podía caminar hasta allí con aquellas piernas temblorosas que parecían que podían quebrar en el estertor que acompañaba cada paso; parecía estar reprochándole algo entre quejumbrosos lamentos, pero aquel pedazo de sábana podrida que Ed había improvisado a modo de mordaza impedía que se distinguiese palabra alguna; los huesudos brazos de Augusta no dejaban de retorcerse y agitarse mientras cruzaba lentamente por delante del vehículo con aquel extraño andar que arrastraba el empeine del pie derecho por el suelo. Hacía mucho que Ed no cruzaba su mirada con la de ella, cuyo rostro siempre estaba girado hacia otro lado y sus escasos mechones de pelo escondían aquellos rasgos deformados. Sólo apreciaba aquel constante movimiento como de masticar torcido que se adivinaba tras el tejido de aquella mordaza improvisada manchada de lo que hacía mucho tiempo que dejó de ser sangre seca.
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