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Si los que define al ser humano es la razón, probablemente también sea cierto que lo que nos conmueve y nos impulsa a actuar sea, en gran parte, la emoción que se esconde detrás de un rayo de luz, de un atardecer o de una mirada. A mí Camboya me entusiasmó por su riqueza en esos pequeños detalles. El abismo en los desgastados ojos de una anciana, el gesto sonriente de una joven madre, la intensa agitación de la ciudad, el incesante y alborotado tráfico de bicis y carricoches de todo tipo, el petardeo de las motos o el olor a polvo y a gasolina mal quemada apuntalaron la imagen de un país que me emocionó tanto como para acabar basando en el él mi novela “Los caminos del agua”.
No me esperaba esa impresión, y quizás porque viajé condicionado por las imágenes del genocidio que supuso la revolución del Jemer Rojo y por su guerra civil, pensaba encontrarme un país de gentes temerosas y desconfiadas. No fue así. Descubrí ...
Como es artículo es largo y tiene bastantes fotos, puedes leerlo entero ver la imágenes en:
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