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Ensayo sobre una pareja

envozaltivaenvozaltiva Anónimo s.XI
editado octubre 2013 en Ensayo
twitter: @envozaltiva
Nuestro pasado nos crea.

Durante la infancia, la época más frágil del ser humano y, por tanto, donde éste es más influenciable, el tiempo nos da forma, como si de un diamante aún mineral acabara de ser extraído de la tierra. Llegados a la adolescencia, las causas y consecuencias no solo de nuestros actos, si no de los actos ajenos sobre nosotros, nos pulen, como si de un diamante en bruto se tratara. Ya a una edad adulta creemos brillar suficiente como para poder mirar a los demás diamantes con despreciable mirada y vernos todavía más duros de lo que realmente somos, a pesar de seguir siendo cristalinos; transparentes a la vista de cualquier otro.

Somos las oportunidades que hemos dejado atrás; las elecciones, malas o no, que hayamos llevado a cabo; los errores, intencionados o no, que cometimos. Nuestras consecuencias y reacciones adultas siempre tienen una causa y acción pretérita: un trauma infantil; una sorpresa agradable; aquél momento inolvidable que vivimos... Podríamos decir que somos causa y consecuencia de nuestros actos, pero realmente somos resultado de los actos de los demás sobre nosotros.

Hablemos de nuestro sujeto de estudio. Su nombre es irrelevante pero no su ego. Autodenominado “el verdadero último héroe romántico”, se cree alejado de toda realidad, no necesita a nadie a su alrededor. Es de esas personas que, cuando habla, se escucha. Es solitario, arrogante. Lo es porque quiere; porque puede. La soledad no es una elección en muchos de nosotros. En él, sí.

Saquémoslo de la mina. Durante su etapa como diamante aún mineral, su infancia, nuestro sujeto fue marioneta de muchas manos, interesadas algunas; necesitadas otras. La soledad era obligatoria fuera de las puertas de su casa, no se sentía comprendido, aún menos escuchado. Era adolescente antes de tiempo. Llegado ya a su etapa como mineral por pulir entendió que para 'ser' debía escuchar, entender y, lo más importante, aplicar. Comprendió que debía convertirse en el titiritero.

Tras varias relaciones, conoció a alguien. Ese alguien hizo que los cables de su marioneta se liaran, no pudiendo mover el muñeco a su antojo. Él era una bomba de mecha corta enamorado de una pirómana. Como resultado de este error de cálculo nuestro sujeto se vio inmerso en un viaje interior que le hizo replantearse todas y cada una de las decisiones que toda mujer le había hecho tomar a lo largo de su vida. Un día ella le traicionó. Como sabía que le era imposible alejarse de ella, cortó la relación de un día para otro. Era hora de atacar al mundo, de devolver todo aquel daño que ella le había hecho.

Experimentó el temor de perderse en su órbita, como si de un astronauta que, habiendo perdido el control, se pierde en la oscuridad del espacio. La gravedad le atraía inevitablemente hacia ella, como si de un agujero negro atrapando luz se tratara. La diferencia es que él ya estaba apagado.

Mientras que ella le amaba a él, él estaba obsesionado con ella. Nuestro sujeto había encontrado a alguien en quién confiar; alguien que le escuchaba, entendía y, sobre todo, alguien a quién simplemente querer. El problema de las obsesiones es que estas se crean para evitar y olvidar la exploración del yo. Las relaciones obsesivas consisten en un sujeto A que ama la manipulación, se sabe inteligente y, obviamente, se aprovecha de ello. Por otro lado, el sujeto B malinterpreta el verdadero sentido de querer a alguien. Mientras el sujeto A ama a B, el B necesita al A. La necesita para ser uno mismo, para no dejar de existir, para darse sentido. Nuestro protagonista estaba tan enganchado a nuestra sujeto como esta lo estaba a su vanidad.
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