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"Los pasos de Dalquisner Busnir resonaban apresurados entre las inmensas bóvedas que recaían sobre paredes con pilastras recubiertas del frío mármol grisáceo. Su agilidad mental ya no era la misma que otrora y su larga barba blanca ya le llegaba hasta la cintura, pero su nombre seguía inspirando un enorme respeto.
La túnica de mangas largas, toda llena de adornos de oro y piedras preciosas perfectamente engarzados, compartía el hermoso color añil de su puntiagudo sombrero al tiempo que danzaba con cada uno de sus movimientos.
Aparte de los pasos del viejo, el único sonido que rebotaba contra las paredes de la estancia era el del bastón de ébano y oro, coronado por una gema violácea, que este usaba tanto para su cometido, como para apoyarse al caminar.
Cruzó el gran arco de ojival de la pared sur de la estancia y se dirigió hacia uno de los patios de la inmensa estructura. Se trataba de un espacio de unos veinte metros de largo por veinte de ancho, con cuatro pasillos que se extendían dirigidos, cada uno, a uno de los cuatro principales puntos cardinales. En el centro de este, adornando una fuente igualmente de piedra, se encontraba la escultura de una mujer vertiendo el agua desde un cántaro, que hacia rebosar todos los niveles de la fuente excepto el último.
Allí, sentado en el balaustre, se encontraba otro anciano de cuerpo resistente y barba blanca, casi gris, que no le llegaba más allá del pecho. Al verlo llegar, se retiró la capucha roja bastante descolorida que le fue a caer sobre el chaleco verde, igual de viejo que esta. El rostro era aún hermoso: los ojos verdes miraban serenos debajo de las espesas cejas y sus arrugas no eran más que reconocimiento de su experiencia.
- Han pasado muchos años, Santros – le dijo Dalquisner con una amistosa sonrisa.
- Casi seis lustros, sino recuerdo mal – le respondió mientras hacia una muy leve reverencia.
- Sí... – Dijo. Sus párpados caídos se cerraron como si estuviera recordando otros tiempos más difíciles –. Desde la conjura de los tulianos.
Santros asintió.
- ¿Me permites que te invite a pasar a tomar una copa de aguamiel o de vino? – preguntó Santros mientras extendía la mano hacia la entrada del patio.
- Sabes que me encantaría, querido amigo – dijo agradecido mientras le colocaba una mano en el hombro –, pero tengo demasiada prisa como para eso.
- Cuando supe que me llamaba, comprendí que se trataba de algo de importante, pero debo admitir que tu actitud me está comenzando a preocupar – Dalquisner frunció el entrecejo sin llegar a dilucidar de qué se trataba – ¿De qué se trata?
- Creí que poseías el don de ver más allá de lo que tus ojos te permiten – Santros sonrió burlescamente.
- Al fin y al cabo, sólo vemos lo que los dioses quieren que veamos – le contestó devolviéndole la sonrisa –. Aún así, si realmente tienes prisa, no deberías entretenerte en esas observaciones. ¿Qué ocurre?
- Está bien – acompañó sus palabras de una sonrisa –. ¿Has visto algo raro en el cielo últimamente?
- Veo que realmente no tienes tanta prisa como me has querido hacer creer – respondió con una mueca mientras le golpeteaba el hombro –. Ahora no te queda más opción que entrar a compartir una buena pipa y un vaso de vino. No hay nada que sienta mejor en verano. Podemos ir hablando por el camino.
- Preferiría que no… – dijo. El gesto de Dalquisner se volvió a tornar en una mueca de extrañamiento. Comenzaba a preocuparse de verdad.
- Como quieras – asintió.
Juntos pasaron por una enorme cantidad de estancias, a cada cual más grandiosa, que a Santros se le hizo familiar, aunque más interminable de lo que le solía ser en su juventud. El contraste con los ropajes de Dalquisner era más que evidente: llevaba, aparte de su ajada túnica y su chaleco largo con flecos se lana ennegrecidos, unas botas de cuero, un grueso cinturón del mismo material y una abultada bolsa de piel marrón cuya asa larga llevaba cruzada en el pecho.
- ¿Y que ha sido de tu vida durante todo este tiempo? – preguntó Dalquisner – Al menos espero que eso si me lo puedas contar, no creo que te hayas convertido en un nigromante – bromeó.
- A pesar de todo, no has cambiado – dijo Santros sonriendo ampliamente, dejando ver sus blancos y perfectos dientes.
- Es muy difícil hacer que alguien tan viejo como yo, cambie. Tú sin embargo, estás mucho peor que la última vez que nos vimos sobre la Colina de los Reyes – le dijo con su voz siempre suave –. Y aún así, estás mejor que nunca.
Santros entendió perfectamente.
- Me lo tomo como un cumplido – indicó mientras aguantaba la sonrisa.
- Sí. He estado haciendo… cosas – volvió a contestar escuetamente.
Dalquisner le dirigió una mirada con los ojos entrecerrados, pero Santros no se percató. Se sintió tentado a intentar ver lo que ocultaba el que un día fue se aprendiz y criado, pero no lo hizo; igual que no lo hizo en los años que pasó con él. Nunca caería en algo así, un Gran Maestre debía de ser prudente y respetuoso como lo fuera su poder. De todos modos, le dio la impresión de que, aunque hubiera querido, no hubiera podido de ninguna de las maneras.
- Veo que has estado ocupado. Ardo en deseos de que me cuentes de que se trata.
- En cuanto proceda – sin duda había ganado en sabiduría. Dalquisner se sintió satisfecho.
No cruzaron una palabra más en el trayecto restante. Apenas quedaba cruzar un pasillo que daba a las escaleras donde se encontraban las estancias del Gran Maestre.
El mármol había sido sustituido por piedra gris; era la parte la parte más antigua del Palacio de los Arcanos. Las columnas, las bóvedas y las pilastras ahora eran sustituidas por estructuras arquitectónicas más simples y arcaicas. Si bajaba por esas mismas escaleras, llegaría a los aposentos donde Santros pasó sus años aprendiendo el antiguo y noble arte de los hechizos.
Al ver la puerta, Santros casi se transportó en el tiempo cien años atrás. Casi notó un aroma que parecía, en su mente, propio de un tiempo pasado. Dalquisner el llavero conformado únicamente por una arandela, repleta de llaves, y tras un par de intentos, metió la correcta en la cerradura.
La imagen de la vieja de la habitación que Santros tenía en su mente apenas había cambiado; incluso muchos de los libros eran los mismos que Santros recordaba y las cosas seguían estando organizadas de la misma manera: en el hueco del fondo a la derecha seguían estando los materiales y el equipo necesario para la fabricación de brebajes, polvos y ungüentos, en la pared norte, junto a la única ventana, seguía estando el Planisferio de Minor de Daltia, el más completo de cuantos se había hecho y donde se incluía Mijiar y Umaná, cuya existencia aún era discutida. No pudo evitar soltar una sonrisa burlona cuando aún vio la Unión Imperial representada en el mapa. También estaba el rudimentario instrumento para observar el cielo que nunca llegó a funcionar del todo. Eso alegró a Santros en cierto modo.
Cuando se sentaron, Dalquisner le cedió una pipa y le dejó el recipiente de tabaco sobre la mesa. Luego sacó dos copas y una jarra de vinopuro, llenó ambas y colocó una de ellas delante de su antiguo pupilo.
- Échale lo que quieras – le instó el Gran Maestre cuando dejó especias y hierbas exóticas sobre la mesa.
- Me gusta así, sin adulterar – le expresión hizo que Dalquisner sonriera –. Casi se me había olvidado lo bien que se vive entre estos muros.
- Venga, no divagues más. Un viejo como yo nunca sabe cuando será su último día – le dijo mientras brindaban las copas, como era costumbre.
- ¿Has estado mirando al cielo últimamente? – preguntó en un tono que rozaba lo misterioso.
- No todo lo que me hubiera gustado – admitió Dalquisner –. Organizar los Juegos de Verano siempre es agotador, como bien sabes.
Este año, el rey se había tomado más molestias que nunca en organizar los juegos, para que fueran los más grandes desde antes de la guerra. Los juegos solían durar cuatro días como mucho, pero esta vez se prologarían por más de dos semanas donde se batirían en toda clase de enfrentamientos armados. Esclavos, mercenarios y demás chusma se enfrentarían en la Arena (normalmente a muerte) en una enorme diversidad de clases de juego, mientras nobles y caballeros lo harían con otras reglas en las justas, los enfrentamientos singulares y un único Todos contra Todos.
- Sí, he visto como está la ciudad – afirmó Santros –. No cabe un alfiler, aún quedando una semana para empezar.
Comentarios
Espero opiniones y críticas. Un abrazo!
Aún no he tenido tiempo de leer tu primer texto, así que sólo te comento este, que es el que he leido hasta el momento. A mi me ha gustado, sobre todo por el toque libertario que se aprecia en tus personajes. Aunque siendo sinceros tu estilo libertario y el mio proceden de ideologías diferentes.
Pero bueno, esto es un foro de literatura y tu texto me ha gustado. Diálogos coherentes y bien narrados, descripciones abundantes de los personajes, personalidad evidente de cada participante en la conversación, una historia detrás que lo une todo. I LIKED. Este humilde escritorzuelo de literatura fantástica te da la enhorabuena
Dime, donde ves el toque libertario? jajajaja gracias, un abrazo!!
- No es algo que resulte fácil que, quienes deban escucharnos, nos den credibilidad – advirtió. Conocía demasiado bien a los reyes y nobles como para no saberlo –. Ellos no han visto las cosas que hemos visto nosotros. Por eso ahora, casi somos parias respetados; ya no es como antes. Nada lo es – Dalquisner fumo de la pipa delicadamente.
jajajaja pero eso es que es una realidad, las sociedades bajomediavles tenían unas características sociales, políticas y económicas que seguimos para escribir fantasía épica...