Mis únicas conversaciones
son con una dama
objeto de todas mis devociones.
Ella posee un agigantado corazón,
pues es capaz de perdonar mis pecados,
en un blasón de calma y bendición
Más me arrepiento de día
en el que la traicionaría con mis instintos…
Pues la muerte consigue la terca inestabilidad…
La muerte del amor casto y puro predicado…
Pues el deseo carnal era más fuerte
que el espiritual…
Lujuria me esperaba en su lecho,
en un desenfreno sin techo
mientras abandono a la razón
a suerte suya y desazón…
Días más tarde,
la culpa irrumpe en cólera
en uno de mis concupiscentes alardes…
Pues no quiero abandonarla.
Quiero disfrutar con su compañía
y romper con tanta concupiscencia y vil infantería.
Quiero a mi lado tenerla,
musa mía, buque insignia
de calma serena…
Comentarios