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Mi novela

aylailaaylaila Anónimo s.XI
editado junio 2013 en Negra
Nerea, de 13 años, no regresa a casa tras la salida del Instituto. Lo que en principio parece una simple fuga se convierte en desaparición inquietante en pocas horas y en un terrorífico caso en cuestión de días. El Inspector Núñez, jefe del Grupo de Homicidios de Oviedo, se enfrenta a su último y más complicado caso: un psicópata opera al amparo del anonimato que ofrece Internet
http://www.elpeligrodellamarsenerea.blogspot.com

"Abandoné el prado para dirigirme a la ciudad, tomando la molestia de memorizar bien el camino, pues en pocas horas regresaría. Conducía con precaución porque para la feliz consecución de mis planes cualquier accidente de tráfico resultaría nefasto, por insignificante que fuese. Nada más entrar en la civilización programé el navegador para que me guiara hasta el Instituto de la Corredoria. Una vez allí, lo primero fue ubicar el lugar donde habíamos quedado, lo segundo efectuar un reconocimiento general de la zona y, lo tercero y último, deshacer el camino de vuelta al prado repasando de nuevo el itinerario. De nuevo en el prado me dediqué únicamente a esperar. Tomé un par de refrescos más y eché una meada en una garrafa que llevaba para los efectos porque tampoco debía dejar restos biológicos en aquel lugar. Luego guardé las latas de refresco y la garrafa en el maletero, dentro de una bolsa, fumé un cigarrillo, recogí también la colilla, retiré las matrículas auténticas del vehículo, coloqué las falsas y continué esperando. El tiempo transcurría lento, en agonía. Yo seguía el ritmo del segundero y, a las trece horas y cuarenta y cinco minutos, partí hacia el lugar de la cita. No quería llegar con mucho adelanto, pero tampoco con retraso; más bien a la hora justa o quizá un par de minutos por delante. Al final, calibré mal y cinco minutos antes ya estaba en el lugar. Allí detuve el coche para continuar esperando. Creo que esos cinco minutos fueron los más largos de toda mi vida. Mi corazón latía como una locomotora, mi mente repasaba los pasos a seguir y mis piernas temblaban sin que hubiera manera de detenerlas. Enseguida la acera se llenó con los estudiantes que salían del Instituto formando una marabunta y yo, más nervioso si cabe, busqué con la mirada a la chica regordeta cuya cara había visto antes en una fotografía y de la que sabía que ese día llevaría vestido un anorak azul marino, pantalón vaquero y bufanda morada. <¡Una horterada! ¡Así no puede pasar desapercibida! ¿A quien se le ocurre combinar azul con morado?> pensaba yo en esos momentos. Otros cinco minutos más tarde su imagen emergió entre los demás estudiantes. Venía sola, subida en unos tacones con los que no sabía dar ni un paso y que la obligaban a caminar como un pato mareado. Se arreglaba el pelo con las manos constantemente, no sé si por nervios o porque quería estar guapa; lo primero me pareció justo, lo segundo una pretensión absurda. Estaba gorda como una foca, sobre todo de cintura para abajo, tanto que sus piernas se asemejaban a los muslos de un avestruz en tamaño descomunal. La vi acercarse, buscando con disimulo un coche con dos personas dentro, que estarían esperándola justo en el punto donde yo me encontraba. Me vio y se dirigió hacia mí con decisión, pero a los dos pasos pareció pensárselo mejor y se quedó parada como una estatua, al borde de la acera, mirándome con aquella cara de boba. Bajé la ventanilla y la llamé por su nombre. Ella escuchó mi llamada, pero no se decidía a acercarse. <¿Intuirá lo que se le avecina?> me preguntaba yo. Es posible. Mi padre era ganadero y en alguna ocasión le escuché mencionar que, a veces, los cerdos presentían que iban a morir y, de tanto pánico que sentían, la sangre se les paralizaba y resultaba muy difícil sangrarlos”.
La comparación le produjo náuseas a Núñez. Ya había abortado varios intentos de vomitar y no sabía hasta dónde podría soportar aquel espantoso relato. En cambio Eladio revivía la historia con deleite, con la mirada perdida allá por la pared de atrás, los ojos brillando de entusiasmo y una media sonrisa instalada en la boca desde hacía un buen rato.
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