Como un falso cristo esperando a los romanos en el huerto de Getsemaní; así me siento ahora mismo mientras cuento con desesperación cada segundo que resta para mi propio vía crucis. Al igual que Jesús, yo también sé a qué hora van a llegar mis captores; pero no para prenderme y llevarme ante Caifás, porque a mí no me quieren, vienen a cobrar la deuda que mi familia y yo contrajimos con él y no hemos podido ni podremos pagar nunca, a quitarnos el único bien material que tenemos: esta casa, sita en la calle de Los Olivos. Después nos darán una cruz para que carguemos con ella durante toda la vida, en una interminable pasión donde nuestro Gólgota será el mundo real.
Por fortuna, soy yo el único que vive despierto en este calvario de huertos siniestros, cruces pesadas y gólgotas interminables, ya que mi mujer y mis dos hijos duermen plácidamente como si no fuera a pasar nada, y así lo prefiero. Sólo se oye su respiración y, de vez en cuando, la tos del pequeño Carlitos. Este frío horrible nos tiene a todos congestionados, pero se está cebando especialmente con su frágil cuerpo de niño. ¿Qué pensará de mí, de verme de brazos cruzados y sin poder hacer nada? Yo que siempre he sido su héroe, un espejo donde mirarse orgulloso, el más fuerte y el que todo lo podía arreglar… y ahora… ahora no hago más que fallarle… ¡Ay, pobre criatura, si supieras la verdad! Sé feliz en tu ignorancia.
Ahora tengo la impresión de que el techo está más bajo cada vez, tanto que la blanquecina escayola me parece ya una vaporosa mortaja, que cae lenta sobre mí, y las paredes tiemblan como si estuvieran hechas con ladrillos de gelatina, casi las oigo jadear; ¿vibraban así las ramas de los olivos que rodeaban a Cristo en el huerto de las tinieblas, respiraban también? El suelo oscilante me hace sentir igual que un pelele surcando con un flotador las aguas de un mar furioso; o como una espina atravesada en una tráquea que la quiere escupir, ¿será una espina de mi propia corona? Sin embargo, al abrir los ojos sé con seguridad que no estoy loco, todavía, y que tales delirios me los provoca el vértigo que siento al mirarles y pensar en qué será de ellos, porque quizás mañana ya no estemos juntos.
Ya no puedo más con este insalubre tormento, ni con esta congestión que apenas me deja respirar: necesito dormir. Me tumbo en un hueco al lado de mi Lucía, la niñita de mis ojos. ¿Quién le diría a ella, que presumía de que su habitación era como la de una princesa de cuento y la mostraba siempre con orgullo a las visitas, ¡ay!, quién le diría, pues, que acabaría durmiendo en el salón hacinada junto con sus padres y su hermano pequeño en un colchón sobre el suelo? Si a Cristo le seguían doce apóstoles, a nosotros hace doce días que nos cortaron la luz, y ahora sólo tenemos la vieja estufa de gas para calentarnos. Somos muchas almas en tan pocos metros.
Carlitos tose otra vez. Menos mal que tú le abrazas y le das calor; y tengo la certeza de que nos darías calor a los tres juntos si tus brazos nos pudieran abarcar. Aunque nunca te lo diga en voz alta, muchas veces, mientras duermes como ahora, te miro y pienso que eres un ángel y que te quiero más que a mi propia vida, y casi todos los días doy gracias a Dios por tu sola existencia. Renunciaste a todo y emprendiste conmigo este proyecto de vida en común, tan ilusionada como una niña pequeña esperando los regalos en la noche de Reyes… aunque ahora sólo tengas carbón. Pero ¿qué ilusión te queda ya, amor mío? ¿Ilusión por criar a tus hijos en una casa que nos van a quitar mañana? ¿Ilusión de ver cómo se llevan a esos hijos de nuestro lado, igual que le arrebatan a una pareja de perros sus cachorros para luego venderlos en una feria? ¿Ilusión de qué? ¿Ilusión de vivir?
Un día, hace tiempo, no sé dónde leí que si las cosas iban mal podían ir peor; y yo lo he constatado ahora mismo, al mirar a la estufa y comprobar horrorizado que su llama está apagada. Por culpa de la congestión he sido incapaz de oler antes el gas, ni sé durante cuánto tiempo lleva escapándose; pero intuyo que demasiado, porque mi cuerpo ya no responde cuando trato de levantarme: estoy demasiado intoxicado como para poder reaccionar, como clavado en una cruz invisible que me retiene. Carlitos hace rato que ha dejado de toser, y mi pequeña Lucía ya no respira, su cuerpecito está helado. Prefiero pensar que duermen, que sueñan con los angelitos y que mañana despertarán y será todo igual que antes. Amor mío, preciosa, ¿sigues ahí? Abrázame, por favor. Trato de moverme para rozar tu pelo por última vez, pero no puedo, mi vida. Dulces sueños.
Bueno, espero que os haya gustado este relato. Si queréis leer más obras mías, os invito a que paséis por mi humilde blog, Cuentos desde la sombra
Comentarios
Has sabido transmitir el sabor amargo de un futuro desahucio, la preocupación de un padre hacia los suyos, con el leve matiz de ternura que puede producir en nosotros, los niños y su inocencia.
El final me sorprendió de buena manera, pues por décimas de segundos pensé que el padre habría el gas para que todos tuvieran un dulce sueño, cosa que de hecho sucedió, pero no por el padre.
Mis felicitaciones por ello, por saber transcribir de forma cruda y amena a la vez, esta realidad que cada día nos azota.Un saludo desde el sur.
Puedo admitir con una sonrisa que me ha gustado este relato que toca tan de cerca el día a día de demasiadas familias. Y cómo la penuria cierra sobre la ilusión un manto fúnebre.
Ya sabéis, si os ha gustado y todavía tenéis ganas de seguir leyendo mis historias, me encantaría invitaros a mi pequeño blog:
Cuentos desde la sombra