El pretérito pluscuamperfecto del modo indicativo, el pretérito pluscuamperfecto del modo subjuntivo, estoy convencido de que el que inventó las conjugaciones lo hizo con el único y evidente propósito de hacerles la vida imposible a los estudiantes. El problema es que lo consiguió, por lo menos en mi caso.
--Señor --me dijo ‘el Cabezón Aguilar’-- Si usted hubiese estudiado las formas compuestas, yo no me habría visto en la penosa situación de ponerle un 3, generoso regalo de mi parte porque lo que usted merecía era un 2.
Esa era la manía del ‘Cabezón’, no le bastaba con decir la nota, tenía que clavársela a uno en la frente con un par de martillazos.
En eso estaba, luchando sin entusiasmo con los pretéritos, cuando se me acercó la Mariluz y, con aires de importancia, me dejó sobre el libro un papelito doblado.
El papel solo tenía una frase: La Florcinia quiere hablar contigo.
Quise interrogar a la Mariluz pero ya se alejaba, seguramente a dejar otro papelito por ahí, servir de mensajera era su especialidad y su placer ver las sonrisas o las lágrimas que su actividad producía.
¿Qué tendría la Florcinia conmigo? que yo supiera tenía dos defectos, uno, que era un poco más alta que yo, el otro, ser amiga de la Mariluz, a quien yo consideraba veneno puro. Este último defectito es el que hacía que, aunque la Florci no era nada de fea, no me entusiasmara demasiado juntarme con ella.
Pero las convenciones sociales, protocolos o como sea que se llame ese conjunto de leyes no escritas que rigen el comportamiento humano, establecían que yo debía, a gusto o a disgusto, responder por el mismo y desagradable medio.
Y respondí, pidiendo detalles para encontrarnos, lugar, fecha y hora, es decir, hacer una cita que, después de todo me estaba empezando a interesar, como dije, la Florci no era nada de fea.
Debí darme cuenta de que algo andaba mal, resultó que la Florci quería que le hiciera el favor de acompañarla donde una tía abuela que vivía en las afueras de la ciudad, por un camino más bien solitario. ¿Por qué elegirme a mí para guardaespaldas? el más esmirriado del curso no podía ser garantía de seguridad para nadie. Pero si alguien quiere decirme que me pasé de ingenuo es que no conoce el poder que pueden ejercer, incluso sobre el más avispado, una suave y acariciante voz y el leve aleteo de unas largas y hermosas pestañas.
De modo que el día y a la hora señalada iba yo camino de no se adonde al lado de la Florcinia y tratando de mantener una conversación con alguien que no parecía demostrar mayor interés. En algún momento se me acercó y se tomó de mi brazo. De repente me dio por pensar que la razón por la que la Florci me había elegido de escolta, ¿no podría ser que me consideraba lo bastante caballero como para mostrar un buen comportamiento en el solitario camino?
De modo que me comporté como yo suponía debía comportarme, es decir como un galante caballero escoltando a una frágil damisela.
En la visita, estoy seguro de que le di muy buena impresión a la anciana señora, era muy piadosa y yo no en vano me había leído La vida de los santos, por lo que pude seguir su conversación sin problemas cuando nos habló de sus devociones, santa Rita de Casia, por ejemplo. En los modales, mi madre habría encontrado muy poco que corregirme, considerando incluso su exigente nivel de evaluación.
El regreso fue si se quiere más aburrido que la ida, si temas de conversación no había de donde sacar, si la comidilla de quién con quién y cuál con cuál no me interesaba y la Florci consideraba a Corín Tellado una genio de la literatura.
El problema vino después, ¿a tal nivel de aburrimiento pueden llegar un par de personas como para urdir un plan para reírse de un tonto?
No lo sé, pero el caso es que el tonto era yo, y la Florcinia y la Mariluz se dedicaron a propalar la noticia que yo era tan idiota que no se me ocurrió ni siquiera tomarle la mano a la Florcinia, teniendo la oportunidad de hacer eso y mucho más, esto último en sus propias palabras.
Bueno, pasaron un par de semanas, tiempo en el que logré hacerme con el pretérito a punta de repetirme: si hubiese sabido, si hubiera pensado, no habría sucedido... Pero los imbéciles me llamaban ahora ‘el casto José’ y el maldito apodo amenazaba con pasar a vitalicio.
Fue entonces cuando la Florcinia se me acercó y, como si nada hubiese pasado, me dijo: --Mi tía me pidió que te invite a tomar el té y que te lleve.
¡Habrase visto tamaña insolencia! Pero pensé que ya nada peor podía pasar y, debo confesarlo, no puedo resistirme a unos dulces rellenos con mermelada de alcayota y hay que decirlo, los de la tía de la Florci eran celestiales.
La ida, como la primera vez, Sir Galahad resultaría ser un patán comparado conmigo y la tía me califico de "muy buen muchacho" porque recordando algunos personajes de La vida de los santos, los puse como modelos a seguir. Por supuesto que eso era flagrante hipocresía, pero aparecieron más dulces en la mesa y hay tentaciones que son irresistibles.
Al regreso, embriagado de azúcar, se me ocurrió la pérfida idea de pasar mi brazo por la cintura de la Florci y luego, presa de un súbito ataque de osadía, envíe la mano al norte, en busca de las prometedoras colinas.
Un violento codazo me dejó sin aire mientras escuchaba una serie de palabras que yo creía exclusivas del género masculino. Mientras yo intentaba respirar, la Florci se adelantó a paso vivo, prescindiendo de mi defensa para el caso de ser atacada por un dragón o algo parecido, dejando tras de sí tan solo unas groseras palabras que ponían en duda la veracidad de mi certificado de nacimiento.
Al día siguiente, las afiladas lenguas del par de intrigantes habían convertido una mano que, con suerte palparon un par de costillas, en un pulpo concupiscente.
En honor a la verdad y de acuerdo con mi pretendida reputación de caballero, debí desmentir esa versión de los hechos, pero dado que antes fui arrastrado por el fango a causa de no hacer "mucho más" y que dicha versión provenía de la mismísima afectada, decidí aprovechar la situación para descargarme del denigrante apelativo de "casto".
Fueron muchos los cigarrillos que fumé gratis mientras describía detalladamente las regiones anatómicas supuestamente visitadas por mis manos. Estoy seguro de que los que me conocían podían perfectamente dudar de la veracidad de mis afirmaciones, pero si la misma pobre Florcinia lo había dicho…
Siguieron llamándome ‘el casto José’ pero ya no con tono de burla sino con el de respetuoso afecto, la Florci no era la mujer de Putifar pero había resultado igual de insidiosa, y yo me había librado de ella dejándola en el desprestigio.
Además, la autenticidad de la historia era lo de menos, si todos sabemos que, salvo rarísimas excepciones, las hazañas de las que se vanaglorian los hombres son por lo general hermosas mentiras, pero que si están bien contadas, pasan a ser verdades.
Jenofonte
Comentarios
Suscribo todo lo dicho, juro que es cierto.
Acabo de llegar a la oficina de almorzar y leer esto me resulto muy agradable.
Siempre la redacción brillante y bien cuidada, felicitaciones.
Saludos
sùper agradable la forma de contar estas cuitas:p
Y,siguiendo el realismo de tu relato, adviertes :
", la autenticidad de la historia era lo de menos, si todos sabemos que, salvo rarísimas excepciones, las hazañas de las que se vanaglorian los hombres son por lo general hermosas mentiras, pero que si están bien contadas, pasan a ser verdades".
Mentiras pretéritas nada pluscuamperfectas.
Un abrazo.
Un placer leerte.
Saludos
De acuerdo con Juancho. Brillante redacción.
-y gran recreación-
Saludos de V.
Todo lo que te he leído me ha gustado.
Saludos.
Doy gracias a todos por sus amables comentarios.
Saludos.