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Celestialidades.

EnteEnte Pedro Abad s.XII
editado agosto 2011 en Ensayo
Esto es una imperfección que acabo de escribir. Como la mayoría de las cosas que pongo acá, están casi en bruto, sin mayores revisiones o cambios drásticos. Ojalá lo lean y opinen :)


Alguna vez pensé, mientras reflexionaba, que de todas las cosas sublimes y celestiales que enaltecen la vida del hombre, la eternidad de las cosas debe ser la más alejada de la vida de todo ser vivo, y por consiguiente, solitaria.
La vida del ser humano es lo que es por las cosas que la constituyen, pero que están fuera del alcance de todos nosotros. El amor, por ejemplo, debe ser la más benevolente y sanguinaria de éstas cosas. Es tan cercana que es abrasiva, quema tu alma y debilita tu cuerpo, eso demuestra que todos estos elementos celestiales no están hechos para que convivamos con ellos, si no para darle a la pérfida existencia humana una profundidad, que de otra forma, sería imposible lograr.
¿Se imaginan la vida sin amor? Debe ser éste elemento, en particular, al que más apelamos en toda nuestra existencia, pero que sin embargo nunca alcanzamos en todo su esplendor. Es amistoso, sociable, una llamarada constante que rodea a las personas, y que todas dicen sentir, todo el mundo dice llorar, velar, y vivir en pos de una existencia llena de amor. Lo cierto es que es inalcanzable en su plenitud, para todos. Nadie siente amor verdadero, nunca es puro y sincero, nunca es la cosa celestial que realmente debería ser. Es como si el amor le diera a toda la humanidad solo una mano, mientras tanto todo el resto del cuerpo sonríe serenamente alejado de nuestras vidas.
Por otro lado, el conocimiento, receloso de todo su saber, se aleja de los hombres, dejando tras de sí el rastro, como una huella galáctica, de toda la información que posee. Nosotros solo podemos adquirir estas migajas, estas pozas de barro y tierra que bebemos con desesperación y gratitud. Sin embargo, al igual que el resto de “celestialidades”, nos es imposible en todo sentido obtener en su apogeo y máxima expresión el conocimiento que sostiene las bases del universo. El hombre no está hecho para conocer tanto. El hombre, solo sabiendo una ínfima parte (realmente pequeña, casi un “nada”) de las cosas, ya se destruye y entristece en su pobre existencia efímera. Si el hombre realmente fuera sabio, si realmente supiera, no soportaría el peso de su propia capacidad.
Una de las más hermosas “celestialidades” que reconocemos, debe ser, sin duda, la vida. No la que todo ser viviente posee, si no aquella vida que comparte, siembra y esparce por todos los recónditos lugares su halo sagrado y bendito. Esa vida benévola es la que nos ha parido, así como a todo el mundo que entendemos por mundo. Una dama tierna, pero benditamente tímida, que se resiste a estar en un lugar por mucho tiempo, y que al darnos la espalda muestra la más sagaz de cosas celestiales, la muerte. Hermana, o quizás parte de la misma vida, que se encarga de despojarnos del sagrado préstamo que nos fue entregado por solo un instante. Tampoco tenemos vida en plenitud. Es efímera. A nivel cósmico, ínfimo en todo sentido. Insignificante.
A decir verdad, no sé con seguridad sobre la muerte. Quizás no es más que la ausencia de vida. Tampoco es algo que podamos usar, podemos causarla, es cierto, pero controlarla jamás, es mortífera y vengativa. Debería tener, si tuviera personalidad, la más colérica y rencorosa con respecto a los seres inteligentes. Petulantes los debe de ver, egocéntricos. Juega con nosotros como la orca con su foca.
Lo importante respecto a la muerte, es que sirve de ejemplo para lo que realmente quiero exponer con esto. Y es la inexistencia práctica en todas nuestras vidas de la eternidad.
La eternidad, es en esencia, el almacenaje cósmico y eterno que contiene las cosas inconmensurables que nadie puede tener, agarrar ni experimentar en ningún sentido. Vigila y sostiene a las “celestialidades” en todo su portentoso existir. Sin embargo, nada que sea palpable para nuestras manos mortales es eterno. Tenemos total desconexión con la eternidad. Es como si lo infinito fuera un camino larguísimo, infinito, valga la redundancia. Y que solo al final estuviera la esencia de lo “eterno”. Debe ser la más alejada de las “celestialidades”. Y no porque no quiera tener contacto con nosotros, si no porque simplemente no puede. Está destinada a proteger a sus familiares (que son las únicas cosas eternas) y a constituir lo sublime de aquellas cosas que enaltecen nuestra existencia.
Nunca experimentaremos la eternidad. Todo lo nuestro es efímero; las ideas, nuestros sentimientos, nuestras culturas. Pasaremos antes por todas las “celestialidades” sin poder conocer jamás el infinito esplendor de la eternidad. Podemos incluso, manejar en cierta medida la arquitectura que moldea el universo, sin poder nunca saborear lo eterno.
De tener personalidad, debe ser sin duda la más retraída, triste y solitaria de las “celestialidades”.
Luego dejé de reflexionar.

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